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Authors: Garci Rodríguez de Montalvo

Amadís de Gaula (42 page)

BOOK: Amadís de Gaula
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—Sí salía —dijo él—, mas hube de tornar por esto que aquí llevo.

—¿Qué es eso?, dijo Oriana. Él se lo mostró. Ella dijo:

—¿Para qué quiere tu señor la espada quebrada?.

—¿Para qué? —dijo él—. Porque la preciaba más por aquélla que se la dio que las mejores dos sanas que le dar podrían.

—¿Y quién es ésa?, dijo ella.

—Aquélla misma —dijo el enano— por quien la batalla va a hacer, que aunque vos sois hija del mejor rey del mundo y con tanta hermosura, querríais haber ganado lo que ella ganó, más que cuanta tierra vuestro padre tiene.

—¿Y qué ganancia —dijo ella— fue ésa, que tan preciada es? ¿Por ventura ganó a tu señor?.

—Sí —dijo él—, que ella ha su corazón enteramente y él quedó por su caballero para la servir, y dándole a su rocín lo más presto que pudo, alcanzó a su señor, que bien sin cuidado y sin culpa de esto su pensamiento estaba.

Oído esto por Oriana, viniéndole en la memoria que con tan gran afición la licencia Amadís le demandara, dando entera fe a aquello que el enano dijo, la su color teñida como de muerte y el corazón ardiendo con saña, palabras muy airadas contra aquél que en ál no pensaba, sino en su servicio, comenzó a decir, torciendo las manos una contra otra, cerrándose le el corazón de tal forma, que lágrimas ninguna de sus ojos salir pudo, las cuales en sí recogidas muy más cruel y con mas durable rigor lo hicieron, que con mucha razón a aquella fuerte Medea se pudiera comparar, cuando al su muy amado marido, con otra a ella desechado, casado vio. Pues ésta los consuelos de aquella muy cuerda Mabilia dados por el camino de la razón y verdad, ni los de la su doncella de Dinamarca, ninguna cosa aprovecharon, mas ella siguiendo lo que el apasionado seso de las mujeres acostumbra por la mayor parte seguir, cayó en un yerro tan grande, que para su reparación la misericordia del Señor muy alto fue bien menester.

Y el enano se fue por su camino hasta tanto que alcanzó a Amadís y sus compañeros que anduvieron por su camino paso hasta que el enano llegó. Entonces, se apresuraron algo más, pero ni Amadís preguntó al enano ninguna cosa de lo pasado, ni el enano se lo dijo, sino tanto que le mostró las piezas de la espada.

Pues yendo así, como oís, a poco rato encontraron una doncella y después de haber saludado díjoles:

—Caballeros, ¿dónde vais?.

—Por este camino, dijeron ellos.

—Pues yo os aconsejo —dijo ella— que esta carretera dejéis.

—¿Por qué?, dijo Amadís.

—Porque ha bien quince días —dijo ella— que no fue por ahí caballero andante que no fuese muerto o llagado.

—¿Y de quién reciben ese daño?, dijo Amadís.

—De un caballero —dijo ella— que es el mejor en armas de cuantos yo sé.

—Doncella —dijo Agrajes—, mostrárnoslo habéis ese caballero.

—Él se os mostrará —dijo ello—, tanto que en la floresta entréis.

Entonces, continuando su camino y la doncella que los seguía, miraban a todas partes y de que nada no vieron tenían por vanas las palabras de ella, mas a la salida de la floresta, vieron un hermoso caballero grande, todo armado, en un hermoso caballo ruano y cabe él un escudero que cuatro lanzas le tenía, y él tenía otra en la mano, y como los vio mandó al escudero y no supieron qué; pero él acostó las lanzas en un árbol y fue para ellos y díjoles:

—Señores, aquel caballero os mando decir que él hubo de guardar esta floresta de todos los caballeros andantes quince días, en los cuales le avino tan bien que siempre ha sido vencedor y con sabor de justas ha estado más de su plazo día y medio, y ahora queriéndose ir vio que veníais y manda os decir que si os place con él justar, que lo hará con tanto que la batalla de las espadas cese, porque en ella ha hecho mucho mal sin su placer y no lo querría hacer de aquí adelante si excusarlo pudiese.

En tanto que el escudero esto les decía, Agrajes tomó su yelmo y echó el escudo al cuello y dijo:

—Decidle que se guarde que la justa por mí no fallecerá.

El caballero cuando lo vio venir, vino contra él y al más correr de sus caballos se hirieron con las lanzas en los escudos así que luego fueron quebradas, y Agrajes fue en tierra tal ligeramente que él fue maravillado, de que hubo gran vergüenza y su caballo suelto. Galaor, que esto vio, tomó sus armas por lo vengar y el caballero de la floresta tomando otra lanza fue para él y ninguno faltó de su encuentro, mas quebradas las lanzas y juntándose los caballos y ellos con los escudos uno contra otro, fue el golpe tan grande que el caballo de Galaor, que más flaco y cansado que el del otro era, en tierra fue con su señor, y quedando Galaor en el suelo, el caballo huyó por el campo. Amadís, que lo miraba, comenzóse de santiguar y tomando sus armas, dijo:

—Ahora se puede loar el caballero contra los dos mejores del mundo, y fue contra él y como llegó a don Galaor hallólo a pie con la espada en la mano llamando al caballero a la batalla a caballo y él de pie, y el caballero se reía de él y díjole Amadís:

—Hermano, no os quejéis, que antes nos dijo que no se combatiría con espada.

Después dijo el caballero que se guardase. Entonces se dejaron ir el uno al otro y las lanzas volaron por el aire en piezas, mas juntáronse los escudos y yelmos uno con otro que fue maravilla y Amadís y su Caballo fueron en tierra, al caballo se quebró la espada y el caballero de la floresta cayó, mas llevó las riendas en la mano y cabalgó luego muy ligeramente. Amadís le dijo:

—Caballero, otra vez os conviene justar, que la justa no es partida, pues ambos caímos.

—No me place ahora de más justar, dijo el caballero.

—¿Haréisme sin razón?, dijo Amadís.

—Aderezadlo vos —dijo él— cuando pudiereis, que yo según que os mandé decir no soy más obligado.

Entonces, movióse de allí por la floresta cuanto su caballo lo pudo llevar. Amadís y sus compañeros, que así lo vieron ir, quedando ellos en el suelo, tuviéronse por muy escarnidos y no podían pensar quién fuese el caballero que con tanta gloria de ellos se había partido.

Amadís cabalgó en el caballo de Gandalín y dijo a los otros:

—Cabalgad y venid en pos de mí que mucho me pesará si no supiere quién es aquel caballero.

—Cierto —dijo la doncella—, pensar os dé lo hallar por afán que en ello pusieseis; ésta sería la mayor locura del mundo que si todos los que en casa del rey Lisuarte son, lo buscasen no lo hallarían en este año sino hubiese quién los guiase.

Cuando ellos oyeron esto, mucho les pesó, y Galaor que más saña que los otros tenía, dijo a la doncella:

—Amiga, señora, por ventura, ¿sabéis vos quién este caballero sea? ¿Dónde se podría haber?.

—Sí, de ello alguna cosa sé —dijo ella— no os lo diré, que no quiero enojar a tan buen hombre.

—¡Ay, doncella! —dijo Galaor—, por la fe que a Dios debéis y a la cosa del mundo que más amáis, decidnos lo que de ello sabéis.

—No cale de me conjurar —dijo ella—, que no descubriría sin algo hacienda de tan buen caballero.

—Ahora demandad —dijo Amadís— lo que os pluguiere que podamos cumplir y otorgáseos ha, con tanto que lo digáis.

—Yo os lo diré —dijo ella— por pleito que me digáis quién sois y me deis sendos dones cuando os los yo pidiere.

Ellos, que gran cuita habían de lo saber, otorgáronlo.

—En el nombre de Dios —dijo ella— ahora me decid vuestros nombres, y ellos se lo dijeron. Cuando ella oyó que aquél era Amadís, hízose muy alegre, y díjole:

—A Dios merced que yo os demando.

—Y, ¿por qué?, dijo él.

—Señor —dijo ella—, saberlo habéis cuando fuere tiempo, mas decidme si os miembra la batalla que prometisteis a la hija del rey de Sobradisa, cuando os socorrió con los leones y os libró de la muerte.

—Miembra —dijo él —y ahora voy allá.

—¿Pues cómo queréis —dijo ella— seguir este caballero que no es tan ligero de hallar como cuidáis y vuestro plazo se allega?.

—Señor hermano —dijo don Galaor—, dice verdad, id vos y Agrajes al plazo que pusisteis y yo iré buscar al caballero con esta doncella, que jamás seré alegre hasta que lo halle, y si ser pudiere tornarme he a vos al tiempo de la batalla.

—En el nombre de Dios —dijo Amadís—, pues así os place, así sea, y dijeron a la doncella:

—Ahora nos decid el nombre del caballero y dónde lo hallará don Galaor.

—Su nombre —dijo ella— no os podría decir, que no lo sé, aunque fue ya tal sazón que le aguardé un mes y le vi hacer tanto en armas que a duro lo podría creer quien lo no viese, mas donde él irá, guiaré yo a quien conmigo ir quisiere.

—Con esto, soy yo satisfecho, dijo don Galaor.

—Pues seguidme, dijo ella. Ellos se encomendaron a Dios.

Amadís y Agrajes se tuvieron su camino como antes iban y don Galaor en guía de la doncella. Amadís y Agrajes, partidos de don Galaor, anduvieron tanto por sus jornadas que llegaron al castillo de Torín, que así había nombre, donde la hermosa niña y Grovenesa estaban, y antes que allí llegasen hicieron en el camino muchas buenas caballerías. Cuando la dueña supo que allí venía Amadís, fue muy alegre y vino contra él con muchas dueñas y doncellas, trayendo por la mano la niña hermosa, y cuando se vieron, recibiéronse muy bien. Mas dígoos que a esta sazón la niña era tan hermosa que no parecía sino una estrella luciente. Así que ellos fueron de la ver muy maravillados que en comparación de lo que al presente parecía no era tanto como nada cuando Amadís primero la vio, y dijo contra Agrajes:

—Paréceme que si Dios hubo sabor de la hacer hermosa, que muy por entero se cumplió su voluntad.

La dueña dijo:

—Señor Amadís, Briolanja os agradece mucho vuestra venida y lo que de ella se seguirá con ayuda de Dios, y desarmaos y holgaréis.

Entonces los llevaron a una cámara donde, dejando sus armas con sendos mantos cubiertos, se tomaron a la sala donde los atendían y en tanto hablaba con Grovenesa, Briolanja a Amadís miraba y parecíale el más hermoso caballero que nunca viera, y por cierto tal era en aquel tiempo, que no pasaba de veinte años y tenía el rostro manchado de las armas; mas considerando cuán bien empleadas en él aquellas mancillas eran, y cómo con ellas tan limpia y clara la su fama y honra hacía, mucho en su apostura y hermosura acrecentaba, y en tal punto aquesta vista se causó que de aquella muy hermosa doncella que con tanta afición le miraba tan amado fue, que por muy largos y grandes tiempos nunca de su corazón la su membranza apartar pudo, donde por muy gran fuerza de amor constreñida no lo pudiendo su ánimo sufrir ni resistir, habiendo cobrado su reino, como adelante se dirá, fue por parte de ella requerido que de él y de su persona, sin ningún intervalo señor podía ser; mas esto sabido por Amadís dio enteramente a conocer que las angustias y dolores con las muchas lágrimas derramadas por su señora Oriana no sin gran lealtad las pasaba, aunque el señor infante don Alfonso de Portugal, habiendo piedad de esta hermosa doncella de otra guisa lo mandase poner. En esto hizo lo que su merced fue, más no aquello que en efecto de sus amores se escribía. De otra guisa se cuentan estos amores que con más razón a ello dar se debe: que siendo Briolanja en su reino restituida, holgando en él con Amadís y Agrajes, que llagados estaban, permaneciendo ella en sus amores, viendo como en Amadís ninguna vía para que sus mortales deseos efecto hubiesen, hablando aparte en gran secreto con la doncella a quien Amadís y Galaor y Agrajes los sendos dones prometieron, porque guiase a don Galaor a la parte donde el caballero de la floresta había ido, que ya de aquel camino tornara, y descubriéndole su hacienda, demandóle con muchas lágrimas remedio para aquélla su tan crecida pasión, y la doncella, doliéndose de aquélla su señora, demandó a Amadís, para cumplimiento de su promesa, que de una torre no saliese hasta haber un hijo o hija en Briolanja y a ella le fue dado y que Amadís por no faltar a su palabra en la torre se pusiera, como le fue demandado, donde no queriendo haber juntamiento con Briolanja, perdiendo el comer y dormir en gran peligro de su vida fue puesto. Lo cual sabido en la corte del rey Lisuarte como en tal estrecho estaba, su señora Oriana, porque se no perdiese, le envió mandar que hiciese lo que la doncella le demandaba y que Amadís con esta licencia considerando no poder por otra guisa de salir, ni ser su palabra verdadera, que tomando su amiga, aquella hermosa reina, hubo en ella un hijo y una hija de un vientre, pero ni lo uno ni lo otro fue así, sino que Briolanja, viendo cómo Amadís de todo en todo se iba a la muerte en la torre donde estaba, que mandó a la doncella que el don le quitase, so pleito que de allí no fuese hasta ser tomado don Galaor, queriendo que sus ojos gozasen de aquello que lo no viendo en gran tiniebla y oscuridad quedaban, que era tener ante sí aquel tan hermoso y famoso caballero.

Esto lleva más razón de ser creído porque esta hermosa reina casada fue con don Galaor, como el cuarto libro lo cuenta. Pues en aquel castillo estuvieron Amadís y Agrajes, como oís, esperando que las cosas necesarias al camino para ir a hacer la batalla se aparejasen.

Capítulo 41

Cómo don Galaor anduvo con la doncella en busca del caballero que los había derribado, hasta tanto que se combatió con él.

Don Galaor anduvo cuatro días en guía de la doncella que al caballero de la floresta le había de mostrar, en los cuales entró tan gran saña en su corazón, que no se combatió con caballero a que todo mal talante no mostrase. Así que los más de ellos por su mano fueron muertos, pagando por aquél que no conocían, y en cabo de estos días llegó a casa de un caballero que en somo de un valle moraba, en una hermosa fortaleza. La doncella le dijo que no había otro lugar donde albergar pudiesen, sino aquél y que allí se fuesen.

—Vamos, si quisiereis, dijo don Galaor. Entonces se fueron al castillo, a la puerta del cual hallaron hombres y dueñas y doncellas, que parecía ser casa de hombre bueno. Y entre ellos estaba un caballero de hasta sesenta años, vestido de una capa de piel de escarlata, que muy bien los recibió, diciendo a don Galaor que de su caballo descendiese, que allí se le haría de grado mucha honra y placer.

—Señor —dijo don Galaor—, tan bien nos acogéis, que aunque otro albergue hallásemos no dejaríamos el vuestro, y tomándole los hombres el caballo y a la doncella el palafrén se acogieron todos en el castillo, donde en un palacio a don Galaor y su doncella dieron de cenar asaz honradamente, y desde que los manteles alzaron fue a ellos el caballero del castillo y preguntó paso a don Galaor si yacería con la doncella, él dijo que no. Entonces hizo venir dos doncellas que la llevaron consigo y Galaor quedó solo para dormir y holgar en un rico lecho que allí había, y el huésped le dijo:

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