Read Amadís de Gaula Online

Authors: Garci Rodríguez de Montalvo

Amadís de Gaula (41 page)

BOOK: Amadís de Gaula
12.44Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Entonces, se fueron todos a sus lugares, sino Olivas, que ante el rey quedó, y dijo:

—Señor, el duque que ante vos está me mató a un primo hermano que le nunca hizo ni dijo por qué, y dígole que es por ello alevoso y esto le haré yo decir o lo mataré o echaré del campo.

El duque dijo que mentía y que estaría a lo que el rey mandase y su corte. El rey hizo quedar el pleito para otro día, pero el duque quisiera de grado la batalla, sino por sus sobrinos que le aún no eran llegados y los quería meter consigo, si él pudiese, que él los preciaba tanto en armas, que no cuidaba que Olivas hubiese tales en su ayuda que con ellos no los pudiesen ligeramente vencer.

Aquel día pasó, y los sobrinos del duque llegaron a la noche, de que él muy alegre fue, y otro día de mañana fueron ante el rey y Olivas retó al duque y él lo desmintió y prometió la batalla de tres por tres. Entonces se levantó don Galvanes, que a los pies de la reina estaba, y llamó a Agrajes, su sobrino, y dijo contra Olivas:

—Amigo, nos os prometimos que si el duque de Bristoya, que delante está, quisiese en la batalla meter más caballeros, que seríamos ahí con vos y así lo queremos hacer de voluntad, y la batalla sea luego sin más tardar.

Los sobrinos del duque dijeron que fuese luego la batalla. El duque miró a Agrajes y a Galvanes y conociólos, que aquéllos eran a los que él hiciera soberbia en su casa y los que lo tomaron la doncella que él quería matar, que lo después lo desbarataron en la floresta. Y comoquiera que mucho a sus sobrinos preciase, no quisiera por ninguna cosa así haber aquella vez prometido la batalla, antes quisiera haber dado a uno de sus sobrinos para que con Olivas que él entrar en ella, que mucho aquellos dos caballeros dudaba, mas no podía ál hacer. Entonces, se fueron armar unos y otros y entraron en la plaza que para las lides semejantes limitada era. los unos por una puerta y los otros por otra. Cuando Olinda, que a las fenestras de la reina estaba, desde donde todo el campo se aparecía, vio al su grande amigo Agrajes que se quería combatir, tan gran pesar hubo que el corazón le fallecía, que lo amaba más que a otra cosa que en el mundo fuese, y con ella estaba Mabilia, hermana de Agrajes, a quien mucho pesaba por así ver en tal peligro a su hermano y a su tío don Galvanes, y con ellas estaba Oriana, que de grado los quería ver bien andantes, por el gran amor que Amadís les había y por la crianza que con el rey Languines y su mujer, padre de Agrajes, ella hubiera.

El rey, que con muchos caballeros allí estaba, cuando vio ser tiempo tiróse afuera, y los caballeros se fueron acometer al más ir de sus caballos, y ninguno de ellos falleció de su golpe. Agrajes y su tío se hirieron con los sobrinos del duque y llevándoles de las sillas por cima de las ancas de los caballos y las lanzas fueron quebradas y pasaron por ellos muy apuestos y bien cabalgantes. Olivas fue llagado en los pechos de la lanza del duque y el duque perdió las estriberas y cayera si se no abrazara al cuello del caballo, y pasó Olivas por el mal llagado y el duque se enderezó en la silla, y el caballero que Agrajes derribara levantóse como mejor pudo y fuese parar cabe el duque, y Agrajes se dejó correr al duque que mucho desamaba y comenzóle a dar grandes golpes por cima del yelmo y hacíale llegar la espada a la cabeza, mas el caballero que a pie cabe él estaba, que vio a su tío en tal peligro, llegóse a Agrajes e hirióle el caballo por la ijada, así que toda la espada metió por él. Agrajes no paraba en ál mientes, sino en tirar la vida al duque y de esto no veía nada, trayéndole ya para le cortar la cabeza, cayó el caballo con él. Don Galvanes anduvo tan envuelto con el otro caballero que de esto no veía nada. Estando Agrajes en el suelo y su caballo el que se lo mató heríale de grandes y muy pesados golpes, y el duque asimismo cuanto más podía. Aquella hora hubieron de él todos sus amigos muy gran duelo, y Amadís sobre todos, que quisiera de grado estar allí como su primo estaba, y que él no estuviera, porque tenía tan gran temor de verlo morir, según la prisa en que estaba, y las tres doncellas que ya oísteis que a las fenestras estaban mirando, hubieron tan gran pesar en le así ver, que a pocas no se mataban con sus propias manos. Mas Olinda, su señora, lo habría sobre todas, aquélla que en verla hacer tan grandes ansias a los que la miraban hacía dolor. Agrajes como ligero, muy presto del caballo saliera, como aquél que ninguno de más vivo y esforzado corazón que él se hallaría en gran parte, y defendíase de los dos caballeros muy bien con la buena espada de Amadís, que tenía en su mano, y daba con ella grandes golpes. Galaor, que con gran cuita lo miraba, dijo paso, con gran duelo:

—¡Ay, Dios!, a qué tiende Olivas que no acorre donde ve que es menester, cierto más le valiera nunca traer armas que de así con ellas a tal hora errar.

Esto decía don Galaor no sabiendo de la gran cuita en que Olivas era, que él estaba tan mal llagado y tanta sangre se le iba, que maravilla era cómo se podía tener solamente en la silla, y cuando así vio a Agrajes suspiró con gran dolor como aquél que aunque la fuerza le faltaba, no le fallecía el corazón, y alzando los ojos al cielo dijo:

—¡Ay, Dios Señor!, a vos plega de me dar lugar antes que el ánima del mi cuerpo salida sea, cómo yo acorra a aquél, mi buen amigo.

Entonces, enderezando la cabeza del caballo contra ellos, metió mano a la espada muy flacamente y fue herir al duque, y el duque a él, y diéronse grandes golpes con las espadas que la saña le hizo a Olivas cobrar, en algo, de más fuerza, tanto, que al parecer de todos no se combatía peor que el duque. Agrajes quedó solo con el otro caballero y combatíanse ambos también de pie, que a duro se hallaría quien mejor lo hiciese, mas Agrajes se quejaba mucho por lo vencer como aquél que veía mirarle su señora y no quería errar un solo punto, no solamente de lo que debía hacer, mas aún más adelante. Tanto que a sus amigos pesaba de ello, temiendo que al estrecho la fuerza y el aliento le falleciera, pero esta manera hubo él siempre en todos los lugares donde se combatió, ser siempre más acometedor que otro caballero y cuitarse mucho por dar fin a sus batallas, y si de tal fuerza como de esfuerzo fuera, pujara a ser uno de los mejores caballeros del mundo, y así lo era él, muy bueno y preciado, y tantos golpes dio por cima del yelmo al caballero que cortándoselo por cuatro lugares, de muy poco valor y menos defensa se lo hizo, y el caballero no entendía sino en se guardar y amparar la su cabeza con el escudo, que el yelmo de poca defensa era, y el arnés mucho menos, que desguarnecido en muchas partes era, y la carne cortada por más de diez lugares que la sangre salía.

Cuando el caballero tan mal parado se vio, fuese cuanto pudo donde el duque estaba por ver si en él hallaría algún reparo, mas Agrajes que lo siguiendo iba, alcanzóle antes que allá llegase y diole por cima del yelmo, que en muchas partes era roto, tal golpe, que la espada entró por él y por la cabeza, tanto, que al tirar de ella dio con el caballero tendido a sus pies bulliendo con la rabia de la muerte.

Agrajes miró lo que el duque y Olivas hacían, y vio que Olivas había perdido tanta sangre que se maravilló cómo podía vivir y fuelo a socorrer, mas antes que llegase cayó del caballo amortecido, y el duque que no viera cómo Agrajes matara a su sobrino y vio a don Galvanes combatirse con el otro, dejólo así en el suelo y fue cuanto pudo contra Galvanes y dábale grandes golpes. Agrajes cabalgó presto en el caballo de Olivas teniéndole por muerto y fue a socorrer a su tío que maltrecho estaba, y como llegó dio al sobrino del duque tal golpe, que le cortó el tiracol del escudo y el arnés e hizo entrar la espada por la carne hasta los huesos. El caballero tomó el rostro por ver quién lo hería y diole Agrajes otro golpe sobre el visal del yelmo y quedó en él la espada, que no la pudo sacar, y tirando por ella hízole quebrar los lazos del yelmo así que fue tras él la espada y cayóle en tierra, Galvanes, que gran saña de él tenía, dejando al duque, tomó por le dar en la cabeza en descubierto, mas el otro cubrióse con el escudo que aquel menester había mucho usado, pero como el tiracol había cortado, no pudo tanto hacer que la su cabeza no satisfaciese a la saña de don Galvanes, quedando casi deshecha y su amo en el suelo muerto. En tanto andaba Agrajes con el duque muy envuelto a grandes golpes, mas como su tío llegó tomáronle en medio y comenzáronlo herir por todas partes que mucho lo desamaban mortalmente, y cuando se vio así entre ellos, comenzó de huir cuanto su caballo podía llevar, mas aquéllos que lo desamaban lo seguían doquiera que él iba, cuanto más podían. Cuando así lo vieron todos los caballeros andantes mucho fueron alegres y don Guilán más que todos, cuidando que muerto el duque más a su guisa podría él gozar de la su señora, que la amaba sobre todas las cosas. El caballo de Galvanes era mal llagado y con la gran queja que le dio por alcanzar al duque no lo pudiendo ya endurar, cayó con él, así que Galvanes, muy quebrantado. Agrajes fue al duque y diole con la espada en el brocal del escudo. Y la espada descendió al pescuezo bien un palmo y al tirar de ella hubiéralo llevado de la silla, más el duque tiró presto el escudo del cuello y dejólo en la espada y tornó a huir cuanto más pudo. Agrajes sacó la espada del escudo y fue en pos de él, mas el duque volvía a él y dábale un golpe o dos y tomaba a huir como de cabo. Agrajes lo denostaba y seguíale y diole un tal golpe por cima del hombro siniestro que le cortó el arnés y la carne y los huesos hasta cerca de los costados, así que el brazo quedó colgado del cuerpo. Y el duque dio una gran voz y Agrajes tomólo por el yelmo y tirólo contra si y como ya estaba tullido, ligeramente lo batió del caballo, quedándole un pie en la estribera que no lo pudo sacar, y como el caballo huyó llevóle arrastrando por el campo a todas partes hasta que salió de él cuanto una echadura de arco y cuando a él llegaron halláronlo muerto y la cabeza hecha piezas de las manos y pies del caballo. Agrajes se tornó donde era su tío y descendiendo del caballo le dijo:

—Señor, ¿cómo os va?.

—Sobrino, señor —dijo él—, bien, bendito Dios, y mucho me pesa de Olivas, nuestro amigo, que entiendo que es muerto.

—Por buena fe yo lo creo —dijo Agrajes—, y gran pesar tengo de ello.

Entonces, fue Galvanes donde él era, y Agrajes a echar fuera del campo a los sobrinos del duque y todas sus armas y tornóse donde Olivas yacía y halló que se acordaba ya cuanto y abría los ojos a gran afán, pidiendo confesión. Galvanes miró la herida y dijo:

—Buen amigo, no temáis de la muerte, que esta llaga no es en lugar peligroso y tanto que la sangre hayáis restañada, seréis guarido.

—¡Ay, señor! —dijo Olivas—, falléceme el corazón y los miembros del cuerpo y ya otra vez fui mal llagado, mas nunca tan desfallecido me sentí.

—La mengua de la sangre —dijo Galvanes— lo hace, que se os ha ido mucha, mas de ál no os temáis.

Entonces lo desarmaron y dándole el aire fue más esforzado y la sangre comenzó a cesar luego. El rey envió por un lecho en que llevasen a Olivas y mandólos el rey salir del campo y llevaron a Olivas a su posada, y allí vinieron maestros por le curar y viéndole la herida, aunque grande era, dijéronle que lo guarecerían con la ayuda de Dios y plugo de ello mucho al rey y a otros muchos. Así quedó en guarda de los maestros y al duque y a sus sobrinos llevaron sus parientes a su tierra y de aquella batalla hubo Agrajes gran prez de muy buen caballero y fue su bondad más conocida que antes era.

La reina envió por Blandisa, mujer del duque, que para ella se viniese y le haría toda honra y que trajese consigo a Aldeva, su sobrina. De esto plugo mucho a don Guilán y fue por ella don Grumedán amo de la reina, y antes de un mes las trajo a la corte, donde muy bien recibidas fueron.

Pues así como oís, estaba el rey y la reina de Londres con muchas gentes de caballeros y dueñas y doncellas, donde antes de medio año, sabiéndose por las otras tierras la grande alteza en que la caballería allí era mantenida, tantos caballeros allí fueron que por maravilla era tenido, a los cuales el rey honraba y hacía mucho bien, esperando con ellos no solamente defender y amparar aquél su gran reino de la Gran Bretaña, mas conquistar otros que los tiempos pasados a aquél sujetos y tributarios fueron, que por falta de los reyes antepasados, siendo flojos y escasos, sojuzgados a vicios y deleites, a la sazón no lo eran, así como lo hizo.

Capítulo 40

Cómo la batalla pasó, que Amadís había prometido hacer con Abiseos y sus dos hijos, en el castillo de Grovenesa, a la hermosa niña Briolanja, en venganza de la muerte del rey su padre.

Contádoos ha la historia cómo estando Amadís en el castillo de Grovenesa, donde prometió a Briolanja, la niña hermosa, de le dar venganza de la muerte del rey, su padre, y ser allí con ella dentro de un año, trayendo consigo otros dos caballeros para se combatir con Abiseos y con sus dos hijos, y cómo a la partida la hermosa niña le dio una espada que por amor suyo trajese, viendo que la había menester, porque la suya quebrara, defendiéndose de los caballeros que a mala verdad en aquel castillo matarlo quisieron, de que después de Dios fue librado por los leones que esta hermosa niña mandara soltar, habiendo gran piedad que tan buen caballero tan malamente fuese, y cómo esta misma espada quebrantó Amadís en otro castillo de la amiga de Angriote de Stravaus, combatiéndose con un caballero, que Gasinán había nombre, y por su mandado fueron guardadas aquellas tres piezas de la espada por Gandalín, su escudero. Y ahora será dicho cómo aquella batalla pasó y qué peligro tan grande le sobrevino por causa de aquella espada quebrada, no por su culpa de él, mas del su enano Ardían, que con gran ignorancia, erró pensando que su señor Amadís amaba aquella niña hermosa Briolanja de leal amor, viendo cómo por su caballero se le ofreciera estando él delante, y quería por ella tomar aquella batalla.

Ahora sabed que estando Amadís en la corte del rey Lisuarte, viendo muchas veces aquella hermosa Oriana, su señora, que era el cabo y fin de todos sus mortales deseos, vínole en la memoria esta batalla que de hacer había, y cómo el plazo se acercaba. Así que le convino, porque su promesa en falta no fuese, de con mucha afición demandar licencia a su señora, comoquiera que en se partir de la su presencia tan grave le fuese como apartar el corazón de sus carnes, haciéndole saber lo que en aquel castillo pasara y la promesa que hiciera de vengar aquella niña Briolanja y le restituir en su reino, que con tan gran traición quitado le estaba. Mas ella con muchas lágrimas y cuita de su corazón, como que adivinaba la desventura que por causa de ella entrambos vino, considerando la falta en que él caía si se detuviese, se la otorgó. Y Amadís, tomando asimismo licencia de la reina, porque pareciese que por su mandado iba, otro día de mañana, llevando consigo a su hermano don Galaor y Agrajes, su primo, armados en sus caballos fueron en el camino puestos, y habiendo cuanto media legua andado Amadís preguntó a Gandalín si traía las tres piezas de la espada que la niña hermosa le diera, y él dijo que no, y mandóle por ellas volver. El enano dijo que las traería, pues que cosa ninguna llevaba que empacho le diese. Esto fue ocasión por donde siendo sin culpa Amadís y su señora Oriana y el enano, que con ignorancia lo hizo, fueron entrambos llegados al punto de la muerte, queriéndolos mostrar la cruel fortuna que a ninguno perdona los jaropes amargos que aquella dulzura de sus grandes amores en sí ocultos y encerrados tenía, como ahora oiréis, que el enano, llegado a la posada de Amadís, y tomando las piezas de la espada y poniéndolas en la falda de su tabardo, pasando cabe los palacios de la reina desde las fenestras, se oyó llamar, y alzando la cabeza vio a Oriana y a Mabilia, que le preguntaron cómo no saliera con su señor.

BOOK: Amadís de Gaula
12.44Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

My Everything by Heidi McLaughlin
Night Train by Martin Amis
The Tantric Shaman by Crow Gray
The Scarlet King by Charles Kaluza