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Authors: Margaret Weis,Tracy Hickman

Ala de dragón (70 page)

BOOK: Ala de dragón
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—¡Huye! —le gritó.

Alfred alzó la cabeza y vio el peligro, pero se limitó a sonreír y asentir casi distraídamente, concentrado en su magia. La danza aumentó de ritmo y la cantilena subió un poco de volumen; nada más.

El dragón titubeó. Las mandíbulas no se cerraron, sino que siguieron abiertas encima de su víctima. La bestia ladeó ligeramente la cabeza, al compás de la voz de hombre. Y, de pronto, los ojos del dragón se abrieron como platos y empezaron a mirar a su alrededor con aire de asombro.

La danza de Alfred se hizo cada vez más lenta y su cántico se hizo inaudible. A poco se detuvo, fatigado y jadeante, y contempló con fijeza al dragón de azogue. La bestia no parecía advertir su presencia. Sus ojos, introducidos por el boquete abierto en el muro del castillo, miraban algo que sólo ellos podían ver.

Alfred se volvió hacia Iridal e hincó la rodilla a su lado.

—Ya no hará ningún daño —le aseguró—. ¿Estás herida?

—No. —Sin apartar su cautelosa mirada del dragón, Iridal asió la mano de Alfred y la apretó con fuerza—. ¿Qué le has hecho? —preguntó.

—El dragón cree que está de nuevo en su hogar, en su antigua casa; un mundo que sólo él puede recordar. En este instante ve la tierra abajo, el cielo arriba, el agua en el centro y el fuego del sol dando vida a todo ello.

—¿Cuánto tiempo durará el hechizo? ¿Eternamente?

—Nada dura para siempre. Un día, dos, un mes tal vez. En algún momento parpadeará y la ilusión se desvanecerá y sus ojos sólo verán la destrucción que ha causado. Tal vez para entonces se habrán apaciguado su cólera y su dolor. Ahora, al menos, está en paz.

Iridal contempló con respeto y temor al dragón, cuya enorme cabeza se balanceaba adelante y atrás como si escuchara un arrullo tranquilizador.

—Lo has encarcelado en su mente —murmuró.

—Exacto —asintió Alfred—. Ésa es la prisión más sólida que se ha construido jamás.

—Y yo estoy libre —añadió ella con asombro—. Y no es demasiado tarde. ¡Aún hay esperanza! ¡Bane, hijo mío! ¡Bane!

Iridal corrió a la puerta donde había visto al chiquillo por última vez. La puerta no estaba. Los muros de su prisión se habían derrumbado, pero los cascotes le impedían el paso.

—¡Madre! ¡Soy tu hijo! ¡Soy...!

Bane intentó llamarla a gritos una vez más, pero un sollozo le llenó la garganta y le quebró la voz. La mujer había desaparecido tras el polvo del derrumbamiento.

El perro, entre frenéticos ladridos, daba círculos en torno a él mordisqueándole los tobillos en un intento de alejarlo del lugar. El dragón soltó un espantoso alarido y Bane, aterrado, dio media vuelta para escapar. Camino a la puerta, estuvo a punto de caer al suelo al tropezar con el cuerpo de Sinistrad.

—¡Padre! —musitó el muchacho, alargando una mano temblorosa—. Padre, lo siento...

Los ojos sin vida lo miraron sin ver, sin responder.

Bane retrocedió trastabillando y tropezó con Hugh, el asesino contratado para matarlo y que había muerto para salvarle la vida.

—¡Lo siento! —sollozó—. ¡Lo siento! ¡No me dejes solo! ¡Por favor! ¡No me dejéis solo!

Unas manos fuertes, con unos signos mágicos tatuados en azul en el revés, asieron a Bane y lo levantaron de entre los escombros. Tras cruzar el umbral en volandas, Haplo depositó al muchacho, asustado y confuso, junto a Limbeck.

—Quedaos a mi lado los dos —ordenó el patryn.

Levantó los brazos y cruzó los puños. Unas runas flameantes empezaron a arder en el aire. Aparecían una tras otra, tocándose entre ellas pero sin superponerse en ningún momento. Los signos mágicos formaron un círculo de llamas que rodeaba por completo al trío y los cegaba con su resplandor, pero no los quemaba.

—¡Perro, aquí! —Haplo lanzó un silbido. El perro, sonriendo, saltó con agilidad el círculo de llamas y se plantó al lado de su amo—. Volvemos a casa.

EPÍLOGO

Y así, Señor del Nexo, ésa fue la última vez que vi al sartán. Sé que estás disgustado, tal vez incluso enfadado, porque no lo traje conmigo, pero yo estaba seguro de que Alfred no me permitiría nunca llevarme al muchacho y al geg. Y, como él mismo dijo, no podía arriesgarme a un enfrentamiento con él. Me pareció una espléndida ironía que fuera él quien debiera cubrirme la retirada. Alfred vendrá a nosotros por su propia voluntad, mi señor. No podrá evitarlo, ahora que sabe que la Puerta de la Muerte se puede abrir.

Sí, mi señor, tienes razón. El sartán tiene otro estímulo: la búsqueda del muchacho. Alfred sabe que me lo llevé y, antes de abandonar Drevlin, llegó la noticia de que el sartán y la madre del muchacho, Iridal, se han aliado para buscar a Bane.

En cuanto a éste, creo que te agradará, señor. Tiene muchas posibilidades. Por supuesto, está afectado por lo que sucedió finalmente en el castillo: la muerte de su padre, el terror del dragón... Todo ello lo ha hecho precavido, de modo que debes tener paciencia con él si lo encuentras callado y deprimido. Es un chiquillo inteligente y pronto aprenderá a honrarte, mi amo, como hacemos todos.

Y ahora, para terminar mi historia te diré que, al abandonar el castillo, llevé al muchacho y al geg hasta la nave elfa. Allí descubrimos que el capitán elfo y su tripulación eran prisioneros de los misteriarcas. Hice un trato con Bothar'el: a cambio de su libertad, él nos devolvería a Drevlin. Una vez en la tierra de los gegs, me cedería su nave.

Bothar'el no tenía más remedio que acceder. O aceptaba mis términos o encontraba la muerte a manos de los misteriarcas, que son poderosos y están desesperados por escapar de su reino agonizante. Por supuesto, me vi obligado a utilizar la magia para liberarnos, pues sin ella no podríamos habernos enfrentado con éxito a los hechiceros. De todos modos, conseguí obrar mis hechizos sin que los elfos me vieran, así que no saben nada de las runas. En realidad, ahora mismo me creen uno de esos misteriarcas, y no los he desengañado.

Hugh, el asesino, tenía razón al juzgar a los elfos, mi señor. Descubrirás que son gente de honor, como también lo son los humanos a su curiosa manera. Cumpliendo la palabra empeñada, Bothar'el nos condujo al Reino Inferior. El geg, Limbeck, fue recibido por su pueblo como un héroe y es ahora su nuevo survisor jefe. Su primer acto como tal fue lanzar un ataque contra una nave elfa que pretendía atracar para cargar agua. «Lo ayudaron en esta acción el capitán Bothar'el y su tripulación. Una fuerza combinada de elfos y enanos abordó la nave y, entonando esa extraña canción de la que te he hablado, consiguió reducir a todos los elfos que iban en ella. Antes de partir, Bothar'el me dijo que se proponía llevar la nave a ese tal príncipe Reesh'ahn, el líder de la rebelión. Espera formar una alianza entre los elfos rebeldes y los enanos contra el imperio de Tribus. Se rumorea que el rey Stephen, del conglomerado de Ulyndia, se unirá a ellos.

Sea cual sea el resultado, la guerra agita el mundo de Ariano, mi señor. El camino para tu llegada está preparado. Cuando decidas entrar en el Reino del Aire, las gentes cansadas de guerra te verán como un salvador.

En cuanto a Limbeck, como yo había predicho, se ha convertido en un líder poderoso. Gracias a él, los enanos han descubierto de nuevo la dignidad, el valor y el espíritu combativo. Es un dirigente despiadado, decidido, que no le tiene miedo a nada. Su idealismo soñador se quebró junto con esas gafas suyas y ahora ve con más nitidez que nunca. Me temo que ha perdido una novia, pero esa Jarre estuvo un tiempo a solas con el sartán, de modo que quién sabe qué extrañas ideas le metería éste en la cabeza.

Como puedes imaginar, mi amo, me llevó cierto tiempo preparar la nave elfa para el viaje a la Puerta de la Muerte. Trasladé la nave y a Bane a los Peldaños de Terrel Fen, cerca de donde se estrelló mi propio vehículo, para poder trabajar sin molestias. Fue mientras realizaba las modificaciones necesarias —utilizando la ayuda de la Tumpa-chumpa—, cuando me enteré de la suerte del sartán y de la madre del muchacho, y de la búsqueda que habían emprendido. Ya habían llegado hasta Drevlin pero, por fortuna, para entonces ya estaba a punto para zarpar.

Sumí al muchacho en un profundo letargo y emprendí el viaje a través de la Puerta de la Muerte. Esta vez conocía los peligros que afrontaría y estaba preparado para ellos. La nave sólo sufrió algunos desperfectos sin importancia y puedo tenerla reparada y dispuesta a tiempo para el siguiente viaje. Es decir, mi señor, si consideras que me he ganado el derecho a ser enviado a otra misión.

Gracias, mi amo. Tus alabanzas son mi mayor recompensa. Y ahora seré yo quien te proponga un brindis. Esto es vino de bua, regalo del capitán Bothar'el. Creo que encontrarás su sabor en extremo interesante, y me pareció adecuado que bebiéramos por el éxito de nuestra siguiente misión con lo que podría llamarse la sangre de Ariano.

Por la Puerta de la Muerte, mi señor, y por nuestro siguiente destino: el Reino del Fuego.

APÉNDICE

LA MAGIA EN LOS MUNDOS SEPARADOS

EXTRACTO DE LAS MEDITACIONES DE UN SARTÁN

La magia es un trueno que se escucha en cada uno de los Mundos Separados. Su poder resuena a través de los cimientos de toda la Existencia. Es el eco del propio rayo de la creación. En su voz se oye la promesa de la vida y de la muerte. Es un poder a codiciar y a temer.

Los teóricos nos dicen que la magia extrae su poder de la creación original del Omniverso. En el principio, Elihn, Dios en Uno, extendió su mano en el Caos. Este movimiento de la mano ordenó el caos en infinitas posibilidades de creación. Este movimiento fue el primer Orden en el Caos y es denominado la Onda Primera o, con más frecuencia, sencillamente la Prima.

Elihn vio en la Prima la creación de lo etéreo y de lo físico, y la visión creó ambos. En la creación de lo espiritual y de lo físico, la Prima se dividió en dos juegos de ondas, cada una de ellas infinita en sus posibilidades. Las dos ondas se curvaron alejándose una de otra y volviendo a encontrarse, cruzándose. Y, allí donde lo hicieron, se crearon el tiempo y el espacio. Así, a partir de las fuerzas de todas las posibilidades, se tejió la Realidad.

Complacido y maravillado, Elihn volvió a dirigir su mirada hacia las ondas. En lo etéreo vio la creación del Aire y del Fuego; en lo físico vio el Agua y la Piedra..., y la visión del Único los creó. De nuevo, en su creación, las ondas de posibilidades de lo etéreo y de lo físico se dividieron respectivamente en cuatro nuevas ondas, cada una con infinitas posibilidades de nueva creación. Otra vez, Elihn tejió juntas estas nuevas posibilidades. En la intersección de las ondas nacieron la Vida, la Muerte, el Poder y la Mente.

Cuanto más miraba Elihn la onda de Realidad, más posibilidades pasaban a existir. Estrellas, mundo, vida —en resumen, toda la creación— fueron tejidas, pues, de entre infinitas posibilidades. Así fue en un principio y así continúa siendo hoy.

La realidad es, simplemente, la manifestación de ondas de posibilidad que se cruzan. Es una vasta y casi incomprensible onda de tangibilidad física en medio de un sinnúmero de posibilidades infinitas. La ciencia, la tecnología y la biología utilizan todas ellas la urdimbre de la realidad.

La magia, por su parte, actúa volviendo a tejer esa urdimbre de la realidad. El hechicero empieza concentrándose en la onda de posibilidades más que en la propia realidad. A través del aprendizaje y de sus poderes, busca entre las incontables ondas de posibilidades infinitas hasta encontrar la parte de la onda donde se cumpliría la realidad que desea. Entonces, el hechicero crea una onda armónica de posibilidad para modificar la onda existente, de modo que lo que antes era sólo posible pase a formar parte de lo que es real. De este modo, el hechicero incorpora su deseo al tejido de la existencia.

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