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Authors: David Wellington

Tags: #Terror, Fantástico

99 ataúdes (39 page)

BOOK: 99 ataúdes
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Reinaba aún gran confusión y había escaramuzas y muchos movimientos de tropas. No obstante, todo había terminado. A las cuatro de la tarde, por fin, la batalla había concluido. Y habíamos ganado.

No habíamos utilizado a mis vampiros. Hubo conversaciones con el general Hancock sobre si debíamos enviarlos sobre la retirada de Lee y abordarlo desde la retaguardia, mas el general Meade, que había aprobado mi operación, mandó un mensaje personal: no habría ningún contraataque.

La batalla de Gettysburg había concluido. Mis hombres, mis monstruos, que habrían sido héroes, seguían sin ser usados ni alimentados.

ARCHIVO DE CORONEL WILLIAM PITTENGER

Capítulo 95

El vampiro se levantó con un movimiento fluido, como si fuera una figura de origami desplegándose miembro a miembro. Caxton se recostó contra la pared y se levantó con un gesto mucho menos grácil. La Beretta le colgaba inútilmente de la mano. Tuvo el impulso de golpearlo con la culata, de abrirse paso a la fuerza, pero se contuvo. Sabía que no tenía ninguna opción de escapar, por lo menos de momento.

El vampiro le puso las manos sobre los hombros y la aplastó contra la pared. Sintió como si la estuvieran triturando. El vampiro se acercó aún más, como si quisiera besarla, y ella apartó la cara, pero no pudo apartar los ojos de sus dientes, hileras y más hileras de dientes afilados, triangulares, relucientes. El vampiro abrió aún más la mandíbula y ladeó la cabeza. Iba a arrancarle el cuello de un mordisco.

Lo que hizo, sin embargo, fue toser. El sonido de su tos seca resonó en la sala. Al vampiro se le abrieron un poco los ojos y dejó de sujetarla tan fuerte, al menos un poco. Volvió a toser, en esta ocasión una tos más profunda, y un jirón de humo le salió por la nariz.

Caxton levantó la mirada y vio que el vampiro estaba tan confundido como ella. Entonces éste le vomitó una bocanada de humo, saliva y sangre sobre la cara. Caxton se tambaleó, cegada por un momento. Las manos que le sujetaban por los hombros habían desaparecido y aprovechó la ocasión para escabullirse por debajo del brazo del vampiro. Éste ni siquiera tomó la molestia de volver a agarrarla, aunque habría podido hacerlo perfectamente.

Caxton se zafó, dio media vuelta y metió la mano en el bolsillo derecho para coger el cargador extra. Observó al vampiro con una sensación de pánico, pues no tenía ni idea de por qué la había soltado. Para el humo, en cambio, sí tenía una explicación racional: la granada había estallado dentro del abdomen del vampiro y ahora el humo se expandía, cientos y cientos de metros cúbicos de humo que ardían dentro de su cuerpo. Llegado el momento, salía por el primer orificio que encontraba, en este caso a través de la boca. Pero, desde luego, eso no iba a hacerle ningún daño: acababa de burlarse de las cuatro balas de nueve milímetros que le había disparado al estómago.

En la cara del vampiro Caxton vio lo que sucedía en realidad. Tenía los ojos tan abiertos que se le veía el blanco alrededor de las pupilas rosadas. Su estado no se debía al dolor, sino a la perplejidad- No entendía lo que estaba sintiendo, aunque sabía que era algo malo. Se agarró el estómago con las manos y se arañó su propia piel. Mientras Caxton lo observaba e intentaba aún sacar el cargador de la pistola, el vampiro se doblo y vomito una densa nube de humo negro oscuro que llenó todo el techo de la pequeña sala. El monstruo intentó cerrar la boca y tragarse aquel extraño elemento que pugnaba por abandonar su cuerpo, pero el humo le obligó a abrir de nuevo la mandíbula y a soltar otra enorme nube entre un ataque de tos. Con las manos se agarró un estómago cada vez más hinchado y deforme.

Todo su cuerpo se estremeció cuando vomitó una vez más. Caxton colocó el cargador de la pistola en la palma de la mano. El vampiro se volvió y le dirigió una mirada suplicante, aunque tal vez fuera tan sólo de sorpresa.

Daba igual. Le disparó en el pecho y le estalló la mitad de la barriga; una nube de humo verde salió flotando mientras el monstruo agitaba los brazos. Caxton se acercó un paso más y apuntó sin mirar la mirilla. Era mucho más difícil acertar disparando de aquella forma, pero no quería correr el riesgo de que los pulmones se le llenaran de humo y eso le hiciera perder la iniciativa. Le disparó una vez al pecho, apuntó un poco mejor y volvió a dispararle por segunda vez, y entonces creyó ver el corazón oscuro del vampiro bajo el fogonazo del arma y le soltó un tercer disparo.

El vampiro cayó al suelo y soltó una patada contra la pared, al tiempo que el humo continuaba manando de su cuerpo desgarrado. ¿Había muerto? Caxton no estaba segura de ello. No quería gastar más balas, pero tampoco podía seguir adelante sin asegurarse de que estaba muerto. Se agachó, pues la parte superior de la habitación estaba llena de humo hasta la altura de sus hombros, de modo que tan sólo quedaba aire respirable en la mitad inferior, y estudió los ojos del vampiro sin dejar de apuntarle al corazón con la pistola. Sus ojos rosados parecían vacíos. Bajó la mirada y le echó un vistazo al pecho; tenía el corazón destrozado. Perfecto.

Caxton soltó un largo suspiro y meditó sobre qué debía hacer a continuación. Quería sentarse. Quería tumbarse, en realidad, y dormir un poco, por fin. El humo era demasiado denso y pronto sería imposible respirar en aquella sala. Bajó la escalera hasta la planta baja de la taberna. Sin embargo, antes de llegar al final su radio soltó un pitido.

-Aquí Caxton, adelante –dijo, aliviada. ¡Por fin recibía una señal!

- Aquí helicóptero dos, ¿cuál es su posición?

La voz del piloto sonó lejana y llena de interferencias, peor desde luego muy real.

-Estoy en el tercer refugio. La, eh… la Dobbin House.

-Recibido –dijo la radio-. Hay movimiento en su sector. Hemos detectado diversos posibles sospechosos; por lo menos, nueve, incluso puede ser que sean doce sospechosos a pie. Adelante.

Caxton se mordió el labio. En ese contexto, sospechosos significaba vampiros. Podía haber hasta doce y la agente creía incluso conocer sus intenciones.

-Recibido. ¿Cuál es su ubicación?

-Se dirigen hacia usted, Caxton. Convergerán en su posición. Salieron de la nada hace un minuto y pusieron rumbo a toda prisa hacia donde se encuentra. Aún no disponemos de información sobre sus planes.

-Yo tengo una teoría –dijo, pero sabía que no tenía tiempo de explicarla. Creía que el vampiro al que acababa de matar había enviado algún tipo de llamada telepática de socorro, para que las tropas acudieran en su ayuda o, ahora, a vengarle

Nada más y nada menos que doce vampiros se dirigían hacia ella. Se había cargado al líder, con eso debería haber bastado. Pero parecía que la noche aún no había terminado para ella ni mucho menos.

-Helicóptero dos, ¿tiene algún otro avistamiento confirmado? –preguntó

-Negativo por el momento, Caxton. Adelante

Caxton intentó aclararse las ideas. ¿Significaba eso que su ejército se había cargado a todos los demás? ¿Qué aquellos doce vampiros eran todos los que quedaban del batallón? Dudaba de que fuera a tener tanta suerte.

-¿Y qué hay de los nuestros? ¿Ha establecido contacto alguno?

El piloto del helicóptero guardó silencio durante demasiado tiempo.

-¿Ha copiado lo que acabo de decir? –preguntó Caxton.

- La he copiado. Ningún contacto con los nuestros –dijo el helicóptero dos en un tono de voz que sonó como una disculpa.

-Cambio y corto –dijo Caxton. Entonces se pudo en marcha.

Capítulo 96

Noventa y nueve corazones para noventa y nueve ataúdes. Los enterré yo mismo en una cueva natural en Seminary Ridge. Me encargué de que noventa y nueve hombres hallaran el descanso eterno y no se resistieron. En el extremo opuesto de la cueva, el número cien y último era Alva Griest. Tenía un aspecto demacrado, estaba mucho más delgado de lo que lo recordaba, tenía las mejillas hundidas y los párpados caídos de fatiga. Y, sin embargo, hablaba con vivacidad.

-Haznos partisanos –dijo, gesticulando con audacia bajo la titilante luz de las velas-. Mándanos tras las líneas sureñas. Causaremos tantos daños que se verán obligados a rendirse. Antes de Navidad tendremos a Jeff Davis encadenado y listo para ser arrastrado por la avenida de Pensilvania. O mándame a mí y yo lo dejaré seco. ¡Algo tendrás que darnos!-

-Alva-, le dije yo en voz baja. -Cabo, todo esto no sirve de nada. El secretario ha dado ya sus órdenes. Pero esto no es el fin. Os despertaremos cuando volvamos a necesitaros.-

-Y ahora debemos dormir. Porque tú lo llamas dormir, ¿verdad?-

Yo negué con la cabeza.

-No se me ocurre una palabra mejor. ¿Qué otra cosa podemos hacer? –pregunté con un gesto dirigido al resto de hombres, dormidos en sus ataúdes-. No podemos dejar que sigáis despiertos y que vuestra hambre se acreciente noche tras noche. ¿No lo comprendes? No tiene ningún sentido que sufráis anhelando una sangre que os está prohibida. Para vosotros será un descanso. ¡Cómo os envidio!-

Entonces Griest se levantó. Se movió tan rápido que su gesto pareció el temblor de una llama. Aun así, de pronto tuve muy cerca su cuerpo frío como una tumba. Sus manos se movieron frente a mi cara como si quisiera agarrarme por el cuelo y arrebatarme la vida.

-¡No entiendes nada! ¡Necesitamos sangre!-

Tuve que hacer acopio de todo mi aplomo viril para volver la cabeza y mirarlo a los ojos.

-Sangre sureña, quieres decir.-

El ardor de sus ojos rojos se aplacó visiblemente y dejó caer los brazos.

-Sí –dijo por fin-. Desde luego.-

-Vuestro tiempo llegará-, le prometí, como se lo había prometido ya antes.

Capítulo 97

«¿Qué haría Arkeley en su situación? Correr.» Cruzó la taberna oscura tan rápidamente como fue capaz, el haz de su linterna oscilaba delante de ella. A sus espaldas, cerca de la puerta principal, oyó un ruido de cristales rotos y madera astillada, pero Caxton no aminoró la marcha.

Si la Dobbin House tenía un aspecto vasto desde el exterior, por dentro era un verdadero laberinto. Esquivó mesas y sillas, se agachó al pasar por puertas bajas y se abrió paso entre cajas de licor y comida enlatada, buscando la salida. Le daba miedo salir al exterior, donde no dispondría de ningún elemento para cubrirse y estaría a solas con los vampiros, pero si terminaba en una habitación sin salida, tenía garantizada una muerte rápida y nada agradable.

Bajó un corto tramo de escaleras y dobló una esquina. Había ventanas por todas partes, pero estaban todas selladas y ella no quería montar un escándalo rompiendo un cristal. Por lo menos la luz de las estrellas entraba en rayos plateados y oblicuos.

¿Cuántos vampiros la perseguían? Nada menos que doce, según la unidad de apoyo aéreo. A menos que hubiera más y que no los hubieran visto, que también era posible. Había perdido el rifle de asalto que, de todos modos, estaba sin munición. ¿Cuántas balas le quedaban en la Beretta? Esa pregunta tenía tan sólo una única respuesta válida: no las suficientes.

Cruzó un gran comedor y entró en una especie de tienda de suvenires. Unos estrechos pasillos discurrían entre estanterías repletas de libros sobre la guerra civil, reproducciones de objetos de época y polvos para sopas basados en las recetas originales de la cocina de la taberna. Se golpeó la cadera contra una mesa llena de animales de peluche ataviados con gorras de campaña y rifles en miniatura. Los muñecos cayeron al suelo en una ruidosa avalancha y el dolor la obligó a detenerse un instante y a apretar los dientes para no gritar.

Pensó que, francamente, era afortunada de no habérsela roto. Teniendo en cuenta lo rápido que se movía a oscuras, lo raro era que no se hubiera torcido ya un tobillo.

A pesar de todo, no se movía lo bastante rápido para ganar a los vampiros. Mientras se mordía la lengua para no patear el suelo de dolor, oyó un movimiento a sus espaldas. Se olvidó de la cadera al instante y todos sus sentidos se concentraron en ese punto, intentando desesperadamente obtener algún tipo de información útil.

Si los vampiros ya estaban allí, ¿por qué no se mostraban? ¿Qué había oído? ¿El chirriar de una puerta?

«No te detengas —se dijo—. No esperes a que te maten.» Salió corriendo a pesar del dolor en la pierna. Arkeley se habría burlado de una herida como aquélla; el viejo federal no perdía el tiempo con problemas físicos a menos que éstos le impidieran caminar. E incluso en ese caso, habría dicho, siempre puedes disparar contra un vampiro desde una silla de ruedas.

Encontró una salida de emergencia al fondo de la tienda de suvenires. Cuando abrió la puerta no sonó ninguna alarma. Caxton se encontró en un aparcamiento. ¿Qué debía hacer ahora? ¿Qué debía hacer?

Un madero seco y erosionado cayó del tejado y rebotó sobre el asfalto. Se había descolgado del tejado.

Caxton levantó la vista y vio varias figuras blanquecinas que avanzaban por el tejado inclinado. «No, aún no», pensó. Ya casi los tenía encima. Levantó el arma y disparó a ciegas. Las siluetas se dispersaron como pájaros asustados, aunque estaba segura de que no le había dado a nada. Dio media vuelta y echó a correr, sin más, hacia la calle.

Recordó claramente que había visto a un vampiro correr más rápido que un coche patrulla; no tenía ninguna posibilidad de huir de sus perseguidores. De hecho, tal vez fuera mejor enfrentarse a ellos, intentar luchar. Frenó un poco, lo que supuso un verdadero alivio para su maltrecha pierna. Entonces se incorporó y se dio la vuelta.

Estaban de pie, en semicírculo. Eran nueve y parecía que llevaran tiempo esperándola. Uno llevaba una gorra de campaña. La mayoría iban desnudos, apenas cubiertos con pantalones manchados de barro. Sus pechos eran esqueléticos, se les marcaban todas las costillas incluso bajo aquella tenue luz. Tenían las caras descarnadas, y las mejillas y los ojos hundidos, Henos de sombras.

Caxton quería gritar; en cambio, levantó la pistola y le disparó a uno directamente al corazón. El vampiro cayó, ululando. Los demás se pusieron tensos pero no echaron a correr. Caxton volvió a apuntar, encontró a su siguiente objetivo y disparó de nuevo. El vampiro se revolvió, pero Caxton debía de haber errado el corazón, pues no cayó al suelo. Se volvió hacia ella a cámara lenta y la miró con una ancha sonrisa en la cara.

—¿Se lo está pasando bien, querida? —le preguntó otro vampiro. Era mucho más alto que los demás y estaba mucho menos demacrado. Se volvió hacia el vampiro que tenía a su lado—. Llama al resto. No tienen por qué perderse esta parte.

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