Zombie Planet (20 page)

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Authors: David Wellington

Tags: #Ciencia ficción, #Terror, #Fantasía

BOOK: Zombie Planet
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El chico hizo un gesto con su bastón de calaveras y el hombrelobo se acercó. Tenía una extraña maquinita en las manos, una bola llena de válvulas electrónicas y de botones de baquelita negros. Una larga antena emergía del centro. Su función no era evidente a primera vista.

Ayaan se acordó del fantasma y sus palabras. «No finjas ser uno de ellos. No se lo creerán.» El aparato que el hombrelobo tenía en la mano debía de ser un arma. Ayaan las reconocía con sólo verlas.

—Semyon Iurevich —dijo el Zarevich—. ¿Es de fiar?

La maravilla sin labios se aproximó. La piel seca de su rostro había desaparecido de sus reducidos rasgos, haciendo que sus ojos resultaran enormes. Su nariz era respingona como la de un cerdo. Llevaba una bata blanca sucia y unas zapatillas de andar por casa. Le hubiera gustado apartarlo de una patada, pero se contuvo. «Como un caballo domado», pensó. Dejó caer los hombros y permitió que su cuello se inclinara hacia delante. Que pensaran que era demasiado, que estaba sobrecogida, deslumbrada por su maldad.

—Él ve el futuro, lo sabe todo —anunció el Zarevich—. Puede leerte como un libro.

Las huesudas manos del
lich
recorrieron su tripa y le cogió las nalgas. Ella se apartó, pero no se le ocurrió atacarlo. Él alargó de nuevo la mano y ella le permitió tocarla. Cerró los ojos y pensó en Sarah, en hasta dónde dejaría que llegaran las cosas si pretendía mantener la promesa que le hizo a Dekalb, si eso significaba volver a ver a Sarah.

Los tocamientos del
lich
se volvieron más clínicos, menos invasivos. Se concentró en una pequeña zona de su brazo izquierdo como si la información que estaba buscando estuviera allí escrita, como si hubiera encontrado la página correcta de un libro. Finalmente levantó la vista. De su cara colgaba un pelo blanco y fino. Tenía la coronilla totalmente calva y relucía en las partes en las que no estaba roja y magullada.

La energía pasó entre ellos. El alma de Ayaan se sacudió en su cuerpo. Su corazón se habría vuelto loco de palpitaciones si todavía hubiera podido latir; esa cosa maligna, ese
lich
, estaba mirando en su interior de verdad, su poder era real. Ella sabía que podría ver en un momento su artimaña, su juego. La delataría.

—No es una de nosotros —le dijo el
lich
a su señor—. Todavía no. Pero es segura, con precauciones.

Sólo el hecho de que estaba muerta y ya no necesitaba respirar evitó que Ayaan suspirara de alivio. No sabía cómo, tal vez el fantasma desnudo había acudido en su ayuda, pero los había engañado.

—No quiero nada más que descansar —dijo ella—. Tal vez algo de comer. Ahora veo que no hay forma de derrotaros.

El Zarevich asintió y se acercó aún más a ella. Otro paso y su nariz estaría en su ombligo. Al menos la proyección de su nariz tocaría el cuero que cubría su tripa. Él levantó la vista como un niño pequeño dirigiéndose a su madre.

—El mal no descansa —le dijo—, pero quizá no es tan malo. Tengo una misión. Tengo un gran trabajo que llevar a cabo. Hay tantas cosas que hacer, y no hay tantas manos. Correré el riesgo, ¿sí? Es trabajo para ti, si lo aceptas, y demostrará tu valía. De lo contrario te quedas aquí, serás el nuevo Least. ¿Estás interesada?

—Yo… supongo que sí —respondió Ayaan. Se mordió el labio y apartó la mirada. Nunca había intentado parecer tímida, y creía que debía de estar sobreactuando de forma ridícula.

—¡Bien! —El chico asintió alegremente, su sonrisa iluminó toda la estancia—. Haces bien. Haces bien, regresa. ¿Ves al hombre detrás de la cortina? —Señaló el coche al final de las vías donde permanecía su cuerpo fuera de la vista—. Te portas mal, también estamos preparados. —Señaló de nuevo el aparato que sujetaba el hombrelobo. El
lich
peludo tocó uno de los botones negros y las válvulas electrónicas se encendieron con una tenue luz anaranjada.

Ayaan sintió un picor en la nuca. Se llevó la mano a la garganta y notó el tatuaje de plata. Estaba caliente, a pesar de que el resto de su piel estaba perturbadoramente frío. El picor se convirtió en un cosquilleo, y luego tuvo la sensación de un calor molesto. Tardó unos segundos en volverse doloroso. Se clavó las uñas en el tatuaje, pero eso sólo lo empeoró.

El Zarevich agitó la mano y el dolor se detuvo al instante. Ayaan se frotó el cuello, pero el calor había desaparecido.

—Se llama «carcelero», y es una magia muy potente. No hay forma de deshacerlo sin cortar el cuello. Ahora sé buena o lo encenderá al máximo. —Parecía que eso era lo último que el muchacho deseaba que sucediera en el mundo—. Él lo enciende y tu cabeza se incendia, ¿entiendes?

Ella asintió. «Espera tu momento —le había dicho el fantasma—. Espera la oportunidad adecuada.»

—Seré buena —prometió ella.

Capítulo 9

Sarah no podía soltar el diente de Gary. Podía sentirlo hundiéndose en la palma de su mano como si estuviera intentando morderla por control remoto. Él la había hecho prisionera, su propio poder se había vuelto en su contra. Le dejó apartar la mirada un momento y ella clavó la vista en Dekalb. La cara de su padre se había vuelto la viva imagen de la preocupación, pero no hacía nada. Debería estar protegiéndola.

—¡Ja! Aquí mi amigo no es que sea un luchador precisamente.

—Se enfrentó a ti. Te convirtió en un pequeño
freak
de hueso —dijo Sarah, su voz atrapada en su boca. Podía mover la garganta, pero no la lengua. No podía mover los músculos de la cara, no podía gritar para pedir ayuda, pero él la dejaba hablarle, sólo a él. Dedujo que también tenía el poder para controlar eso si quería.

Imaginó que un
lich
que ha estado encerrado en su propia calavera durante doce años habría tenido tiempo de aprender unos cuantos trucos de magia. Sobre todo cuando era el segundo
lich
más poderoso que había existido.

¿Magia?
—preguntó él, quizá leyendo sus pensamientos—.
Conozco todo tipo de magias. ¿Quién crees que enseñó a Marisol a domar a un necrófago? Eso es, a su servicio. Vendí ese secreto por una bocanada de aire fresco. No sabía nada del mundo exterior. Tu padre me mantenía enjaulado aquí, donde nunca pasa nada y ni siquiera puedo ver el sol. Así que aprendí a enviar mi conciencia al exterior, a proyectarme astralmente, supongo. Marisol fue el primer cerebro que toqué, ella y yo hemos pasado un montón de cosas, por supuesto. Ella también estaba asustada, igual que tú lo estás ahora, cielo. Cuando me aparecí en sus sueños y empecé a decirle cosas que sólo los muertos pueden saber, ella ya estaba asustada. La colonia no estaba muy boyante en esa época. La gente estaba enferma y se moría, las cosechas no prosperaban. Una vez se dio cuenta de que podía enseñarle cosas útiles, me dejó tomar el control de su cuerpo durante unos minutos al día. Nunca hice nada drástico, la mayor parte del tiempo me limitaba a ponerme delante de un espejo y me tocaba, si te soy brutalmente sincero. ¿Has visto a esa mujer? Es despampanante.

Sarah se revolvió en su encierro.

¡Dios! Sólo porque no tenga los órganos no quiere decir que no sienta las ganas. No seas tan mojigata, Sarah. Apuesto a que tú lo haces. Apuesto a que lo haces a todas horas. Mmm… pero nos estamos distrayendo. Hay un propósito en mi historieta. Yo hablaba y Marisol escuchaba, ¿entiendes?

Sarah siguió callada.

Bien. Seamos educados el uno con el otro. Seamos agradables, aunque no podamos ser amigos. No hay motivo para estropear el día de papi e hija. Es de él de quien quiero hablar, por supuesto. Tu padre: mi carcelero. Míralo. Siento que sea yo quien tenga que decirte esto, pero es un charlatán y un idiota.

Sarah se enfadó, pero no dijo nada. Gary podía sentir sus emociones. Parecía encontrarlas entretenidas.

Esto es lo máximo que me he divertido desde que perdí los órganos. Pero de todas formas es cierto. Tu padre es un capullo. Un subintelecto. Sé que tiene cerebro, no puedes ser un no muerto sin cerebro, pero estamos hablando de uno del tamaño de una nuez. Todo este tiempo se ha enfrentado a un único misterio, tan sólo un rompecabezas que resolver, y nunca lo ha logrado. Ha tenido doce años para descubrir quién sigue reconstruyendo mis doloridos huesos cada vez que él los rompe, pero no ha conseguido ni la primera pista. Pero tú te das cuenta. Tú lo supiste con sólo mirarme.

Manteniendo la boca apretada en una tensa mueca de asco, vocalizó a duras penas:

—No sé de qué estás hablando.

Venga, cielo. Puedes ver la energía, sé que puedes. Tu amigo, cómo se llama... ¿Jack? Claro. Él me lo contó todo. Puedes averiguar quién me protege. Lo habrías visto antes o después, así que no importa si nos dejamos de juegos. Deja de hacerte la tonta. A menos que sea hereditario y tengas las estupidez de tu padre.

Ah. Sarah dejó que su vista se relajara y prestó atención a la piel de detrás de sus orejas, a la cosa que flotaba en el aire. Entonces lo vio. Extendiéndose desde la calavera de Gary como si fuera pelo invisible, unos largos mechones de energía oscura cubrían la habitación, serpenteaban por la plataforma, atando a Gary directamente a... al propio Dekalb.

Le subió bilis caliente por la garganta. Sarah quería gritar. Quería hacer trizas la calavera. De todas las jodidas cosas: esto no era lo que Ayaan le había enseñado sobre cómo funcionaba el mundo. La gente buena luchaba contra las cosas malas. No las curaban. Estaba mal, estaba muy mal...

No es culpa suya.

Sarah se volvió para mirar de frente a la calavera con veneno en los ojos. ¿Cómo se atrevía? ¿Cómo se atrevía Gary a hacerle ver que su padre, el único hombre del mundo que ella creía que merecía la pena, uno de los dos seres humanos a los que había amado de verdad estaba confabulado con los monstruos?

Él cree que no tiene poderes. Él cree que es el
lich
menos útil que ha habido. Ha estado curándome durante una década, y no tiene ni idea. Cada vez que reúne las pelotas para matarme, lo vence la culpabilidad y subconscientemente me vuelve a recomponer.

Ella se obligó a calmarse.

—Eso debe de ser... molesto.

Es una puta agonía, eso es lo que es. He sido aplastado, quemado, empalado. Pero es mejor que la alternativa. Tengo derecho a existir, cielo. Tengo derecho a vivir, pienses lo que pienses de mi estado actual. No sé. Quizá estás pensando en decirle a papi lo que acabas de descubrir. Quizá crees que si él sabe que está pasando pueda evitarlo y, finalmente, acabar conmigo. Y tal vez, sólo tal vez, pueda. Pero tal vez su subconsciente es más poderoso de lo que crees.

—Esperas que guarde tu secreto —escupió Sarah, apretando los dientes.

Sí, lo espero.
—La calavera le sonrió—.
Oh, no es por mí. Tú me odias, probablemente. Está bien, son gajes del oficio. Espero que mantengas cerrada la puta boca por él. Porque, bombón, él se ha pasado los últimos doce años fingiendo que es un héroe, que derrotó al vil Gary, el rey
lich
de Nueva York. ¿Te das cuenta?, en este sitio no hay mucho que hacer aparte de sentarse a hablar de cómo eran antes las cosas. Después de un tiempo, los recuerdos son todo lo que le queda a uno. Eso y el raro cadáver que cruza el túnel. Si él supiera el tiempo que ha perdido jugando a ser vigilante aquí arriba, si supiera lo que ha hecho…

Sencillamente le rompería el corazón. Por supuesto que ahora no lo usa, pero será mejor que lo mantenga de una pieza. ¿Tenemos un trato?

Él la soltó, así sin más, sin ningún tipo de acuerdo por su parte. Evidentemente, él creía que ya sabía la respuesta.

Le daba un poco de rabia que tuviera razón.

—¿Habéis tenido una agradable conversación? —preguntó Dekalb. Ella vio la preocupación escrita en su cara. En el resto de él, sólo vio debilidad. Se había olvidado de cuán frágil debía de ser. De que él era una de las personas de los viejos tiempos, de antes del fin del mundo. Por entonces, nadie era fuerte. El menor
shock
emocional podía destruirlos.

Gary le había revelado información muy valiosa. Algo que antes o después hubiera descubierto por sí misma, por supuesto, pero él no había querido correr riesgos. Le había contado su mayor secreto de tal modo que nunca podría utilizarlo en su contra. Había oído que él era listo. No tenía ni idea de cuánto.

—Sí —dijo ella—. Ha estado genial. Escucha. —Ella metió el diente en su bolsillo de atrás; no sabía qué otra cosa hacer con él—. Estoy un poco cansada. Creo que voy a volver, ya sabes, con los otros. Para dormir un poco.

—Estaré aquí cuando te levantes. —Le sonrió—. Yo no necesito descansar, calabaza. Ni siquiera duermo ya.

Ella le puso las manos sobre las mejillas, se inclinó hacia delante hasta que sus frentes se tocaron. No lograba reunir el valor para darle un beso.

—Todo va a salir bien —dijo él, y ella deseó empaparse en esas palabras. Quería acurrucarse en ellas y dejar que todo estuviera bien durante un rato. Luego se dio cuenta de que no le hablaba a ella. Se lo decía a sí mismo—. Ahora que estás aquí, todo irá bien. ¿Y dónde está Ayaan? —le preguntó.

Ella cerró los ojos porque no quería mirarlo mientras le mentía.

—Ha vuelto a Somalia. Está bien, de hecho le va de maravilla. —Intentó pensar alguna mentira, pero lo único que se le ocurría era absurdo. De todas formas siguió adelante—: Me ha enviado a comprobar cómo estaba Marisol, a ver si Governors Island seguía prosperando.

—Ah. ¿Y es así? Yo no salgo mucho.

Ella asintió.

—Va superbien. —Una idea tan ridícula, que cualquiera organizara una expedición tan peligrosa sólo para ver cómo les iba a unos viejos amigos, a él no le resultó rara en absoluto. Tal vez en los tiempos anteriores a la Epidemia eso no habría parecido tan descabellado.

Lo dejó en la torre con Gary y las momias, sin saber con certeza cuándo regresaría. Se preguntó qué haría a continuación mientras recorría el paso elevado de vuelta a la isla. Percibió algo extraño en los edificios del extremo norte de la isla, los que estaban frente a Manhattan, pero no recordaba qué aspecto tenían cuando había entrado.

Unas manchas negras parecían reptar por las fachadas. Parches de color verde muy suave que crecían en círculos sobre los ladrillos; «Líquenes —pensó—, como los que se ven en las tumbas muy antiguas.» Las manchas oscuras eran musgo o moho o mildéu o algo así. Pensándolo un poco, ella no recordaba que los edificios tuvieran ese aspecto cuando había entrado en la torre de ventilación.

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