—¿Quieres decir en el ciberespacio?
—Echa un vistazo a tu alrededor; ¿te parece esto el ciberespacio?
—El ciberespacio puede tener cualquier aspecto.
—Bueno, pero esto no lo es. Tienes una experiencia extracorporal, hijo. Y el término
extracorporal
incluye también estar fuera del mundo físico tal como lo conoces.
—O podría ser sólo un sueño -insistí.
Él meneó la cabeza.
—Parece que no quieres admitir la posibilidad de que tenías razón. Déjame que añada algunas evidencias de Mi existencia que has omitido hasta ahora en tus reflexiones.
—¿Por ejemplo?
—Coincidencias.
—Pueden explicarse por la casualidad.
—¿De verdad? ¿Dirías que fue casualidad que tu amigo Jamaal apareciera justo a tiempo de sacarte las castañas del fuego?
—¿Quieres decir que Tú pusiste allí a Jamaal?
—No con medios sobrenaturales. Fue sólo una cuestión de sincronización.
—Entonces, ¿qué me dices de los
skinheads.
Supongo que eso no fue también una coincidencia, ¿verdad?
—Por supuesto que no. Al fin y al cabo, no soy el único que participa en este juego.
—¿Quieres decir que alguien envió a los
skinheads
a detenerme y que hiciste que Jamaal me rescatara? ¿Por qué soy tan importante de repente?
—Porque te necesito.
—A ver si lo entiendo: ¿Tú me necesitas… a mí?
—Michael, vas a ser mi campeón.
—¿Yo? ¿Por qué yo? ¿Por qué no lo haces Tú? Al fin y al cabo, parece un buen trabajo para alguien que es omnipotente.
Se echó a reír.
—¿Omnipotente? ¡Bah! Jamás afirmé serlo. Eso es sólo piadosa adulación. Además, no es mi estilo.
—Entonces, ¿cuál es?
—Creo que el adjetivo usual es
misterioso.
—Vale -gruñí-, entonces, si descartamos omnipotente, nos queda omnisciente. ¿Puedes decirme al menos cómo parar a ese monstruo?
—Tampoco declaré nunca ser omnisciente, pero no te preocupes. Ya pensarás en algo.
Todavía estaba conectado cuando recobré el conocimiento. No podía romper el enlace para ponerme otra inyección, aunque no era demasiado tarde. Volví a imaginarme a Seth Serafín tumbado en su extraño lecho, y borré la imagen. Al menos una parte de mi sistema nervioso central seguía funcionando porque continuaba en el enlace; como mínimo no había destruido las conexiones… todavía. Decidí dedicar las pocas sinapsis que me quedaban a que un tal Wyrm lamentase haber evolucionado.
—¡Ptah!
Lo llamé a gritos varias veces. Luego intenté localizarlo con Eltanin, pero debía de haberse desconectado.
Utilicé a Eltanin para encontrar a George, y fui a su posición con la esperanza de que Al, Dodo y él, más la ayuda que hubiesen obtenido, tuvieran tiempo suficiente para hacer lo que les pedí.
—¡Mike! -exclamó cuando crucé el portal-. ¡Me alegro mucho de verte!
—Es mutuo, créeme. ¿Dónde está Al?
—Intenté decírtelo antes, pero te fuiste demasiado deprisa. No está conmigo.
—Ya veo que no lo está en el ciberespacio, pero estáis juntos en Cepheus, ¿no?
—Sí y no: estamos todos en Cepheus, pero no juntos. El pozo de las serpientes estaba cerrado y tuvimos que repartirnos por distintas salas.
—Entonces búscala.
—No puedo. Estoy encerrado, y sospecho que los demás también lo están.
—¿No hay teléfonos? ¿Ni interfonos?
—Todos desconectados. Quien ha hecho esto no quiere que hablemos entre nosotros.
Utilicé otra vez a Eltanin para localizar a Al. La encontré donde la había dejado, en la cámara de la reina.
Le expliqué lo que le había pedido a George y al Dodo que hicieran. Me escuchó en actitud pensativa y dijo:
—Creo que puede funcionar. Y también creo que antes deberías dormir un poco.
—¿Dormir?
—Sí. Si Wyrm ve lo que estáis haciendo y adivina vuestra intención, podría ser capaz de desbaratarlo. He estado estudiando el código fuente de la espada del hijo y he encontrado algo que podemos usar para dejarlo fuera de combate, al menos durante unos segundos, si encontramos la manera de atacar los kernels. He trabajado en un programa que debería permitírnoslo.
—¡Bien! Déjame que te saque de aquí; te llevaré donde están George y el Dodo.
—Vale. Michael, creo que George u otra persona ya te ha explicado nuestra situación en Cepheus, ¿no?
—¿Que estáis encerrados en distintas salas? Sí, me lo ha dicho George.
—Bueno, detesto que parezca que estoy pidiendo que me rescaten, pero la temperatura de la habitación ha estado aumentando durante las seis últimas horas. Parece una sauna y no me encuentro muy bien.
Aquello me asustó de verdad. Para que Al admitiera que no se sentía bien, debía de estar al borde del colapso.
—¿Puedes romper una ventana?
—No hay ventanas.
Empecé a lanzar imprecaciones. Ella sonrió débilmente.
—Cuidado con lo que dices -comentó-. Tu halo se está desvaneciendo.
Pensé en enviar un mensaje a la policía local; entonces recordé lo que me había dicho Arthur sobre los sistemas de seguridad del edificio. Si habían sido diseñados para proteger secretos de la seguridad nacional, las probabilidades de que los policías pudieran entrar eran ínfimas.
La sujeté y volví a abrir el portal que conducía a donde había dejado a George y al Dodo.
—Tengo que ir en busca de Arthur -le dije-. Tal vez él sepa cómo sacarte de ahí.
Sin embargo, cuando intentaba llevarla por el ciberespacio, pareció disolverse en mis brazos y desapareció. Usé a Eltanin para localizarla de nuevo; estaba otra vez en la cámara de la reina.
—Parece que no puedo sacarte de aquí.
—No importa. No me preocupa mucho salir de la sala de la pirámide, pero sí salir de la habitación de Cepheus. Michael… tienes que salvar a… nuestro hijo.
«¡Oh, no! Está delirando», pensé. «Tengo que sacarla de allí…»
—No estoy delirando. Estoy embarazada. Quería decírtelo, pero entonces nos peleamos y… Lo siento.
—¿Estás… embarazada? ¿Cómo es posible?
—¿Recuerdas aquella vez que pensamos que podíamos hacerlo sin precauciones por el día del mes? Bueno, pues no lo era. No era un día seguro, quiero decir.
—El método Ogino ataca de nuevo, ¿eh?
—Eso me temo. ¿Estás muy enfadado conmigo?
—¿Enfadado? ¡Diablos, no! Es maravilloso… Bueno, es terrible… ¡Tengo que sacarte de ahí! No te preocupes, ya voy.
—Antes de hacerlo, ¿puedes bajar este programa? Es el durmiente que te mencioné. Si lo subes a un diente de dragón, debería dejarlo fuera de juego durante un breve espacio de tiempo, pero tal vez lo suficiente para paralizarlo o matarlo de otra manera.
Bajé el programa de Al y la dejé con reluctancia en la pirámide. Tuve que recordarme que no estaba allí en realidad. Luego volví a usar a Eltanin. Descubrí que Arthur también estaba emparedado en la pirámide, aunque no estaba solo. Su compañero era un anciano de larga barba y vestido con un disfraz barato de brujo. No perdí el tiempo tratando de llegar hasta allí.
—¡Art! -lo llamé, abriendo el portal en la cámara del rey-. Tenemos un problema.
—Eres tú, ¿verdad, Mike? -dijo, entornando los ojos.
—Sí, soy yo. Escucha, acabo de descubrir lo que está pasando en Cepheus. Al me ha dicho que su sala se está recalentando como una sauna. Creo que ella está a punto de sufrir un golpe de calor.
—¡Oh, no! ¿Sabes lo que hacen los demás?
—George parece estar bien. No he visto a los otros.
—¿Tienes alguna forma de verificar su situación?
—Sí. Déjame que os lleve donde dejé a George y al Dodo. Y si quieres, puedo llevar también a Merlín.
—Mike, es Marión Oz.
¿Marión Oz en Internet? Ahora estaba seguro de que era el fin del mundo. Los reuní a todos y volví a cruzar el ciberespacio. Entonces volví a mirar en Eltanin y meneé la cabeza.
—Me temo que no hay señales de Robin ni de Krishna. Y León… ¡Eh!, no sabía que era León.
Unos momentos después, lo recogí también y nos reunimos todos.
Todos estábamos preocupados por Al, y sobre todo por Robin y Krishna, porque no sabíamos si sólo tenían dificultades de conexión o el mismo tipo de problemas que padecía Al. Arthur era el que estaba más preocupado por todos nosotros; creo que se sentía responsable, como si fuese su edificio el que los tuviera retenidos como rehenes.
—Marión ha intentado llamar a nuestra compañía de seguridad, pero la red telefónica parece estar cerrada a las comunicaciones de voz en todo el país. Por otra parte, no sé si tendríamos la suerte de encontrar a alguien el día de Nochevieja -dijo Arthur.
—¿Y el Departamento de Defensa? Me dijiste que ellos insistieron mucho en vuestro sistema de seguridad. ¿Podrían ayudarnos?
—No lo creo -respondió Oz-. En la red Milnet cerraron las conexiones de correo hace horas, cuando comprendieron que algo iba mal en Internet.
—¡Maldición! Debí pensar que harían eso.
—¿De qué está hablando? -preguntó Oz.
Les di a todos la mala noticia: que Wyrm había colocado virus en los sistemas informáticos que controlaban el lanzamiento de los misiles nucleares. Por primera vez, Oz estaba verdaderamente impresionado por algo que decía yo.
—¿No se da cuenta Wyrm de que, si eso sucede, él también será destruido?
—Está loco; cree que es un prisionero de Internet y que, si la destruye, él será libre.
—Si eso es estar loco, no lo está más que la mayoría de la gente -subrayó Oz-. Muchas personas creen que hay vida después de la muerte: que, cuando el cuerpo muere, el alma se libera.
—Tenemos que desconectar esos sistemas de control del armamento nuclear -dijo Art.
—¿Cómo? -pregunté-. Sin teléfonos y estando Milnet bloqueada a toda comunicación por correo electrónico, ¿cómo vamos a enviar un mensaje a alguien?
—Usted tiene acceso raíz, ¿no? -me preguntó Oz con una mirada extraña. «Acceso raíz» es otra manera de describir una conexión privilegiada.
—Sí.
—Entonces, tiene que encontrar la forma de conectar con Milnet.
—¿Cómo demonios puedo hacer eso? -exclamé. Era como intentar decirle a alguien que acababa de colgar que descolgara otra vez.
—Recuerde que hay otras formas de comunicarse con Milnet además de las conexiones de correo, aunque necesite una interfaz de diez dedos.
Con esta última expresión se refería a la práctica que consiste en que un operador transfiera datos de forma manual entre redes que están desconectadas por razones de seguridad.
—De acuerdo, supongo que puedo hacerlo -dije-. ¿Y qué hago a continuación? ¿Algo así como: «Usted no me conoce, pero quiero que desconecten todos los ordenadores que controlan las armas nucleares, si no tienen inconveniente»? Art, ¿puedes hacer algo al respecto?
—No tengo tanta influencia.
—Cuando consiga la conexión -dijo Oz-, localice a Ogden Marsh, que está en Lawrence Livermore, y déjeme hablar con él.
De pronto, la tierra tembló y se resquebrajó, y una gigantesca cabeza de reptil con un largo y sinuoso cuello salió a la superficie y se abalanzó sobre mí. Desenvainé la espada justo a tiempodeevitar que sus colmillos se cerrasen alrededor de mi cuerpo. El dragón retrocedió, aparentemente atemorizado por la espada,
y
me arrojó un chorro de llamas. Sin ni siquiera pensarlo, exhalé una bocanada de aire tan potente que apagó las llamas del dragón como un niño que apaga las velas del pastel de cumpleaños. Luego lancé un flujo de energía con mi espada.
El dragón aulló, de rabia o de dolor, y volvió a meter la cabeza bajo la superficie.
—¿Qué diablos ha sido eso? -preguntó Oz.
—Era Wyrm. Intenta matarme.
—¿Intenta matarle? ¿Cómo puede hacerlo?
—Estás usando un NIL, ¿verdad? -preguntó Arthur.
—Sí. Escuchad: si me quedo demasiado tiempo en un sitio, al final viene a por mí. Probablemente está intentando reunir más recursos para atacar esta posición, de modo que tendré que marcharme. Os mantendré informados siempre que pueda.
—Hola, querida.
Al se volvió y, en un rincón de su celda, vio la conocida sonrisa felina y desencarnada del gato de Schródinger.
—Hola. Me alegra poder charlar con alguien. Supongo que puedes sacarme de aquí.
—Bueno, parece que te las apañas bastante bien sola. Aunque, viendo tu manera de desaparecer suave y repentinamente me suena como si te hubiera pillado un
boojum.
—Eso plantea una pregunta interesante.
—¿De verdad?
—En efecto. ¿Puede un
boojum
hacerse a sí mismo lo que hace a otros?
—¿Puede un…? ¡Espera un momento! ¿Quieres decir que tú eres un
boojum?
—¿Has oído algo, George?
—¿Qué, Ludovico?
—Parecía como si alguien dijera: «jum».
—Debe de ser la brisa. ¿Cómo te va con esa subrutina?
—No es una obra de arte, pero creo que funcionará.
—Bien. No es el mejor momento de cuidar el estilo.
Otras cabezas de dragón estaban surgiendo ya de la tierra cuando me alejé atravesando un pliegue del ciberespacio. Fui a varias posiciones al azar; luego recogí mis pertenencias. Tenía un plan para ponerme en contacto con el amigo de Oz en Livermore. Utilicé a Eltanin para averiguar qué era lo que pasaba con los teléfonos. Art había dicho que no se estaba realizando ninguna comunicación de voz, por lo que Wyrm debía de haber señalizado todo el sistema para hacer un seguimiento de las distintas líneas.
En aquellos momentos no sabía por qué quería hacer eso. Más tarde, descubrí que todos los ordenadores del mundo estaban llamando a sus respectivos hosts de Internet, ya que al parecer Wyrm intentaba obtener tanta potencia de proceso como le fuese posible. Por supuesto, esto sólo podía conseguirlo si los ordenadores estaban encendidos, pero las máquinas involucradas eran las suficientes para detener todas las comunicaciones de voz.
Evidentemente, una línea de módem no tiene nada de particular: su hardware es idéntico al de cualquier otra línea telefónica y se utilizaban muchas líneas de zonas residenciales para comunicaciones de voz y de datos. Sin embargo, Wyrm sabía qué líneas se usaban para acceder a Internet y bloqueaba todas las demás.
Me conecté a una estación de conmutación de teléfonos e intenté averiguar lo que estaba pasando. Primero probé a activar una de las líneas de comunicación de voz. Lo conseguí, pero quedó otra vez inhabilitada de forma casi instantánea. Tras examinar varias líneas más, estaba bastante seguro acerca del marcador que usaba Wyrm.