Wyrm (60 page)

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Authors: Mark Fabi

Tags: #Ciencia Ficción, Intriga

BOOK: Wyrm
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—Dudo que se refieran a esa clase de sello -dijo Zerika, ceñuda.

—Tal vez sea uno de los sellos del Apocalipsis -aventuró Megaera.

—Mirad, en lugar de emprender otra búsqueda a ciegas de ese Gran Sello, ¿por qué no utilizamos lo que ya sabemos? -propuso Ragnar-. Eltanin es una estrella, el ojo de la constelación de Draco.

—¿De qué nos sirve eso? -preguntó Zerika-. ¿Crees que debemos regresar al TrekMUCK y volar con la MEU a Eltanin?

—No, hay otra cosa que quería contaros. La descubrí ayer noche. ¿Recordáis el lugar por donde entramos en el juego? -Obviamente, era una pregunta retórica-. Pues bien, mirad esto. Es un mapa de las constelaciones en esa sección del cielo. Observad: Orion, el cazador; Canis Major y Canis Minor; Monoceros, el unicornio; Eridanus, el río. Supongo que entramos por aquí, por Hydra. Y ved: Corvus, el cuervo; y Cráter, la jarra.

—¡Ragnar, tienes razón! -exclamó Megaera-. ¿Cómo lo descubriste?

Ragnar se echó a reír.

—Para ser sincero, mientras Cassie me enseñaba una de sus cartas astrales.

—¡Cojonudo! -exclamó Tahmurath-. Creo que esto puede salir bien. Si regresamos y encontramos a Draco…

—¡Tendremos a Eltanin! -terminó la frase Ragnar, en tono triunfal.

El grupo recorrió el ciberespacio en la MEU pilotada por Gunnodoyak hasta llegar, por fin, al mundo por donde habían entrado en el juego.

—Me pregunto si aquel gigante sigue por aquí -dijo Megaera-. Tenemos una cuenta pendiente.

—No tendrás que esperar mucho tiempo -dijo Zerika-. ¡Mira!

El descomunal cazador apareció frente a ellos, seguido por sus dos perros, aventureros salieron presurosos de la MEU empuñando sus armas.

El gigante los miró, abriendo mucho sus ojos, grandes como platos, embargo, en lugar de atacarlos, les dijo:

—Os hemos estado esperando. Mi rey me ha pedido que os invite a disfrutar de la hospitalidad de su palacio.

—Aceptamos -dijo Zerika.

—Entonces, seguidme, por favor.

Volvieron a entrar en la MEU y lo siguieron. El gigante avanzaba muy deprisa gracias a sus largas piernas, y poco tiempo después llegaron a una enorme puerta que conducía al interior de una montaña: el palacio del rey de los gigantes.

—Esto es una charada, ¿sabes? -susurró Megaera a Tahmurath.

—¿Qué quieres decir?

El rey de los gigantes les sonrió desde su enorme trono. Los había invitado a disfrutar de la hospitalidad de su palacio, y ellos habían aceptado. La trampa estaba en que ahora les pedía que lo divirtieran participando en una
amistosa
competición con sus vasallos.

—Pero nosotros sólo queremos haceros unas preguntas… -decía Zerika.

—¡Después de las pruebas! -repuso el rey con su potente voz -. Si ganáis, contestaré a tres preguntas que me deseéis hacer.

Estaba claro que no creía que eso fuera muy probable.

—Hay un mito vikingo muy parecido, sobre Thor y otros dioses que visitaron a los gigantes -continuó Megaera-. Los gigantes hacían trampas.

—Si, conozco el relato. No te preocupes, si ellos pueden hacer trampas, nosotros también.

—¿Cómo? -quiso saber Zerika.

—Vosotros hacer todo lo que esté en vuestra mano, y dejadme las trampas a mí -dijo Tahmurath.

—¡Vamos, vamos! -rugió el rey-. No dejéis que la modestia os paralice. Estoy seguro de que unos poderosos héroes como vosotros debéis de ser capaces de realizar auténticas maravillas. Considero un honor que aceptéis llevar a cabo grandes hazañas en mi humilde palacio.

Zerika carraspeó y dijo:

—Su Majestad es demasiado gentil. Es un honor para nosotros pasar las pruebas que desee preparar Su Majestad.

El monarca aplaudió con sus enormes manos. Los aplausos restallaron como truenos.

—¡Que traigan mi cuerno de beber!

Mientras dos esclavos humanos tiraban de un cuerno que era más alto que ellos, el rey dijo:

—A veces, mis vasallos se divierten tratando de apurar este cuerno de un solo trago. Incluso el que menos debe de ellos puede agotarlo en tres tragos, pero para ser considerado un formidable bebedor, hay que hacerlo de uno solo. ¿Alguno de vosotros desea intentarlo?

—Está mintiendo -susurró Megaera a Tahmurath-. En el mito, el cuerno va a parar al mar; Thor no puede apurarlo ni siquiera en tres tragos.

—Yo estoy un poco sediento, Majestad -dijo Ragnar, dando un paso adelante-, así que si nadie pone ninguna objeción…

Con cierto esfuerzo, se llevó el cuerno a los labios y empezó a beber. El rey lo observó durante unos minutos cuando fue evidente que el primer trago no iba a acabar pronto, se volvió hacia los demás.

Ni siquiera los gigantes viven sólo de cerveza. Además de beber, en mi palacio también celebramos grandes festines. ¿Alguno de vosotros quiere ponerse a prueba frente a Logi, uno de mis vasallos menos glotones?

Esta vez fue Gunnodoyak quien se presentó voluntario. Trajeron un enorme tajo que unos criados cubrieron con filetes de carne.

—Espero que no sea ternera -murmuró Gunnodoyak.

—Sólo es carne virtual, Gunny -le recordó Zerika.

—Y qué? ¿Crees que quiero desperdiciar mi ciberkarma?

—Logi es, en realidad, el fuego, que todo lo consume -susurró Megaera.

—¡Logi! -exclamó el rey de los gigantes-. Ven a competir con este joven héroe. Sobre ti descansa el honor de mi corte.

Un joven gigante se adelantó y se sentó al otro lado del tajo, frente a Gunnodoyak. A una señal del rey, ambos empezaron a comer. Gunnodoyak devoraba la carne con notable rapidez y dejaba sólo los huesos. Sin embargo, parecía que no podría vencer a Logi, quien no sólo engullía la carne, sino también los huesos y el tajo de madera. Entonces ocurrió una cosa extraña: cuando estaba a medio camino de la mitad del tajo, Logi se sintió, de forma repentina y asombrosa, incapaz de comer nada más. Pese a los gritos de aliento de los demás gigantes, incluido el propio rey, le resultó imposible dar un solo bocado. Entretanto, Gunnodoyak, que no había disminuido su ritmo, ya había llegado a la mitad del tajo. El rey se vio obligado a declararlo vencedor.

Mientras tanto, Ragnar seguía bebiendo. El rey lo miró de reojo y luego se volvió hacía los otros.

—Debo admitir que no esperaba que vencieras a Logi. Sois aún más formidables de lo que pensaba. Tal vez uno de vosotros desee correr contra uno de nosotros.

Zerika se presentó voluntaria. Su rival era un gigante llamado Hugi. Cuando salieron a una llanura en el exterior, Megaera susurró a Tahmurath:

—Hugi es el pensamiento, lo más rápido que existe.

—Una vuelta al campo es una buena medida para juzgar al mejor -sugirió el rev-. ¡Preparados!

Una vez más, el rey indicó el inicio de la prueba, y ambos corredores emprendieron la carrera. Zerika corría con asombrosa velocidad, pero el gigante Hugi parecía capaz de mantener el ritmo sin el menor esfuerzo. Cuando llegaron al extremo opuesto del campo y empezaron a regresar hacia donde los esperaban los demás. Hugi empezó a destacarse. Al principio iba superando a Zerika poco a poco; luego, a medida que se acercaban a la meta, aumentó la velocidad aún más. Cuando parecía que Zerika no podría atraparlo, Hugi tropezó y cayó cuan largo era. Antes de que pudiera incorporarse, Zerika pasó velozmente a su lado y cruzó la línea de meta.

El rey de los gigantes se tomó esta derrota aún peor que la anterior. Mientras lo seguían al interior de la montaña, no paraba de menear la cabeza y hablar en voz baja. Cuando vio que Ragnar seguía bebiendo sin cansarse del enorme cuerno, sintió un escalofrío.

Haciendo un esfuerzo, logró recobrar la compostura.

—Por supuesto, estos lances eran meros pasatiempos -dijo-. Entre mi pueblo, la verdadera prueba del valor de un guerrero es la lucha. ¿Alguno de vosotros quiere probar su pericia? ¡Ah, bien, la más corpulenta! -exclamó al ver que Megaera levantaba su enguantada mano-. De todos modos, creo que la diferencia de tamaño hace imposible que tengas un duelo justo con cualquiera de los gigantes presentes. ¿Por qué no luchas con mi vieja nodriza, Elli?

—Será mejor que tengas un buen truco preparado para este combate -murmuró Megaera a Tahmurath-. Elli representa la ancianidad. Ni siquiera Thor pudo vencerla.

Se despojó de la armadura y se adelantó para enfrentarse a la arrugada anciana, que se aproximaba con paso vacilante. Decir que parecía vieja es como afirmar que un bebé es joven, el nitrógeno líquido está frío o el monte Everest es alto. Parecía como si hubiese parido al abuelo de Matusalén.

Megaera sabía muy bien que la aparente decrepitud de su adversaria no era en absoluto tranquilizadora. Caminó en círculos con mucha cautela, escudriñando a su oponente, que mostraba una sonrisa desdentada en su arrugada cara. De improviso, se enzarzaron en un forcejeo. Cayeron al suelo en un lío de brazos y piernas: los jóvenes y musculosos miembros de Megaera entre los apergaminados de la anciana.

La sonrisa había vuelto al rostro del rey. No sabía cómo habían sido vencidos sus campeones en las anteriores pruebas, pero en ésta confiaba plenamente en la victoria de su luchadora.

De pronto, el combate acabó, y todos los presentes vieron que Megaera se sentaba a horcajadas sobre la anciana y la sujetaba por los hombros contra el suelo. El rey se quedó boquiabierto, incapaz de articular una sola palabra. Los gigantes contemplaron la escena asombrados. El silencio se rompió por un estruendoso eructo. Todos los ojos se volvieron hacia Ragnar, que sostenía el cuerno al revés. Por fin, había conseguido apurarlo hasta el final.

—Perdonad -dijo-, pero ¿tenéis algún otro refresco? Todavía no he saciado la sed.

Esto fue demasiado para el rey. Emitió un aullido de terror y se levantó del trono como una centella, pero Megaera y Ragnar le cortaron el paso.

—No tan deprisa, grandullón -dijo Ragnar-. Nos debes unas cuantas respuestas, ¿recuerdas?

El rey asintió despacio, con la tez cenicienta.

—Preguntad.

—¿Cómo podemos encontrar y matar a Draco? -quiso saber Tahmurath.

—Necesitaréis el arco de Heracles -contestó el rey.

—¿Cómo podemos conseguirlo?

—Debéis viajar a bordo del
Argo
para recuperarlo. Está anclado en la desembocadura del Eridanus.

—¿Adonde debemos ir?

—No lo sé, pero puede que el propio
Argo
lo sepa.

Y, con estas palabras, dio media vuelta y salió dando grandes zancadas con toda la velocidad que le permitieron sus piernas como árboles. El resto de los gigantes lo siguió. Los victoriosos aventureros se quedaron solos en la gran sala.

Entretanto, Megaera había ido junto a Tahmurath.

—¿Qué ha pasado? Tenías que encargarte de hacer la trampa. Creía que yo debía ganar.

Zerika, Ragnar y Gunnodoyak la miraron perplejos.

—Ganaste -dijo Zerika.

Megaera pareció sorprendida, pero meneó enérgicamente la cabeza.

—Yo estaba allí y sé lo que pasó. Perdí -replicó, y se volvió de nuevo hacia Tahmurath-. ¿Qué ha sucedido?

—Tienes razón -dijo Tahmurath-. Perdiste. Pero todos los presentes te vieron ganar. Proyecté una simple ilusión para intercambiar tu aspecto y el de Elli.

—¡Oh! Supongo que fue una buena idea, pero ojalá me hubieses avisado.

—No tenía mucho tiempo. Además, así ha sido más divertido.

—Para ti, querrás decir. ¿Qué hiciste con los otros?

—El cuerno fue el truco más difícil. Como dijiste, estaba conectado con el mar. Habría sido muy sencillo cortar esta conexión, pero si lo hubiese hecho de inmediato, habría despertado sospechas, de modo que lancé un hechizo a Ragnar para que pudiese contener el aliento de forma indefinida y tragar varios centenares de litros de líquido.

»Luego prepararon el duelo de la comida. Éste fue sencillo, porque el fuego no lo consume todo. Convertí los dos últimos metros del tajo de Logi en amianto. Por eso pareció tener una repentina falta de apetito.

—¿Y qué pasó durante la carrera? -preguntó Zerika-. ¿Con qué tropezó Hugi?

—Hugi era el pensamiento, que, en efecto, es muy rápido… si uno no tiene un bloqueo mental.

—¡Un bloqueo mental! ¡Claro! -exclamó Ragnar en tono burlón.

—Luego, mientras todos contemplaban lo que parecía la victoria de Megaera sobre la ancianidad, corté la conexión del cuerno con el mar
y
eliminé el líquido restante con mi magia. Al ver que Gunnodoyak había devorado más que el fuego, Zerika había corrido más que el pensamiento y Megaera se había impuesto a la vejez, fue sencillo que creyeran que Ragnar se había bebido todo el mar. Como veis, una parte importante de la magia radica en crear la actitud mental correcta en el público.

—¿Suspender la incredulidad? -preguntó Megaera, sonriendo.

—Exacto.

Confiaba en que el código secreto del cajero automático de Ken Bishop conduciría a su contraseña, pero hasta ahora no había servido de nada. Parte problema era saber cómo interpretarlo. A nivel numérico, sólo era 7533, pero los números podrían corresponderse con letras: P, R o S era 7, L era 5 y D, E o F era 3. Intenté componer palabras a partir de estas posibilidades: PLED era la que sonaba mejor. Podría haber forzado en el sistema todas las posibles combinaciones, incluidas las alfanuméricas, pero me seguía pareciendo una acción demasía arriesgada.

Pasé varias horas trabajando en el problema de manera infructuosa. Luego hice un poco de
zapping
en la televisión antes de irme a dormir; como siempre, no había ningún programa bueno. Mientras pasaba de canal en canal, siempre
encontraba
la Muerte, y no porque viese las noticias. La Muerte jugaba al ajedrez con Max von Sydow, a Twister con Keanu Reeves, y al badminton con un tipo al que no reconocí.

Apagué el televisor y me fui a la cama con una vaga sensación de incomodidad… como si todas aquellas representaciones de la muerte fueran signos de una especie de terrible profecía. Aquella noche tuve un sueño.

Soñé que estaba sentado ante un tablero de ajedrez. Al otro lado de la mesa había una figura sombría cuyo rostro no podía ver. Miré el tablero y vi que sólo tenía cuatro por cuatro casillas, en lugar de ocho por ocho, y que en cada una de ellas aparecía inscrito un número o una letra; desde mi punto de vista, estaban al revés. Sólo había una pieza sobre el tablero: un alfil negro situado en la casilla del rincón izquierdo de mi adversario. El sueño me despertó.

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