Wyrm (51 page)

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Authors: Mark Fabi

Tags: #Ciencia Ficción, Intriga

BOOK: Wyrm
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Todos tonamos café menos Krishna, que, con el típico apetito de los adolescentes, pidió comida suficiente para un país de tamaño mediano, y Robin, que quiso un poco de agua caliente. Cuando se la trajeron, sumergió algo que guardaba en una bolsita

—Té -explicó como respuesta a mi mirada inquisitiva-. ¿Quieres probarlo?

Lo probé. Era delicioso.

—Es
oolang
deTaiwan -dijo.

—¿Eres de Taiwan?

Sonrió y meneó negativamente la cabeza.

—De Phoenix. ¿Por qué la gente piensa que si tienes aspecto asiático, no has nacido en este país?

—No es ningún misterio: pura y simple ignorancia. -Tomé otro sorbo de té-.
Oolang,
¿eh? Me resulta familiar.

—Quiere decir «dragón negro» en chino.

—¿Como en
Té con el dragón negro?.
-preguntó George-. Recuerdo haber leído ese libro en el instituto.

—Me alegra saber que tu dedicación al equipo de matemáticos te dejaba tiempo libre para leer otras cosas -dije.

—¡Ah, qué tiempos aquellos! Krishna, tú debes de estar en el equipo de matemáticos de tu instituto, ¿no?

Krishna negó con la cabeza mientras engullía un bocado.

—Ya estoy en la universidad, en Berkeley. En el instituto al que iba, en la India, no había equipo de matemáticos.

—Debes de ser de Madras, ¿no?

—No, mi familia es de Bombay. ¿Por qué? -inquirió, perplejo.

—Entonces, ¿nunca has oído los versos de Madras?

—¿Qué versos?

—Escucha:

De Madras era un muchacho

que se creía muy macho,

porque cantaba canciones

tocándose los cojones

desde el balcón del despacho.

Mientras Krishna y George se retorcían de risa, pregunté a Arthur si podía hablar con sus contactos en el Pentágono para averiguar algo sobre los ordenadores que controlaban las armas nucleares.

—Estoy seguro de que os sentiréis mejor cuando os diga que, después de hablar con ciertas personas de Defensa sobre el problema del virus, buscaron el código 666 en todos los ordenadores de control de armas -dijo Arthur-. No encontraron nada.

Me sentí mucho mejor. Aunque eso no eliminaba todos los peligros que nos acechaban.

—¿Os habéis fijado en los megalitos que aparecen en el juego? -preguntó Al-. Empiezo a pensar que tienen un significado especial.

—Yo también -dijo Al-. Parecen un tipo de enlaces especiales, lo que coincide con ciertas tradiciones de antiguos emplazamientos megalíticos.

—¿Qué tradiciones?

—Por ejemplo, en Inglaterra, algunas personas afirman que un número inusual de estos emplazamientos están situados formando líneas rectas. Los llaman
leys.
En algunos casos, los
leys
se extienden a lo largo de cientos de kilómetros, como si indicaran que la gente que levantó los megalitos tenía conocimientos de exploración del territorio bastante sofisticados.

—¿Sabes, Al? Esto me resulta parecido a lo que me explicaste sobre las catedrales de
Notre Dame
en Francia.

—¿Qué tienen de particular? -preguntó Arthur.

Al explicó lo que me había dicho sobre las catedrales de París, Reims, Chartres, Bayeux y las demás, que formaban una versión terrestre de la constelación de Virgo.

—Apuesto a que existe una conexión -dijo Arthur-. No me extrañaría que fueran antiguos emplazamientos de megalitos. Chartres lo era, seguro.

—¿De verdad?

—Sí. Había allí un antiguo pozo y un dolmen cuando llegaron los primeros cristianos, alrededor del siglo III d. de C. También había una estatua labrada en madera de peral, llamada la Virgen Negra. Algunos dicen que la esculpieron los druidas. Se supone que lo hicieron varios siglos antes porque conocían una profecía de una virgen que daría a luz un niño.

—¡Guau! Esto da un poco de miedo -exclamó Robin.

—Además, hay otros ejemplos de constelaciones representadas en la Tierra, y en algunos casos se trata del Zodíaco entero -continuó Art-. El zodíaco de Glastonbury, en Inglaterra, es de dieciséis kilómetros de extensión. Algunos dicen que todas estas construcciones (las líneas
leys,
los megalitos, los zodíacos) formaban un sistema para dominar las corrientes telúricas; una especie de magia de la Tierra, o el poder de la serpiente.

—De eso trataba
El péndulo de Foucault
-dijo George-. Se supone que los templarios intentaban descubrir el secreto de las corrientes telúricas, junto con los rosacruces, los Iluminatis y todos los demás.

—Existe una tradición china que es similar -dijo Robin-. En China, había zahories que adivinaban dónde debían construirse los edificios, de acuerdo con el flujo del
chi
por canales especiales llamados
Lung Mei.


¿LungMei?.

—Sí. Quiere decir «sendas del dragón».

—Esta creencia parece haber estado muy difundida -dijo Art-. Cuando los japoneses ocuparon Corea en la primera mitad de este siglo, clavaron millares de picas metálicas en el suelo para interrumpir el flujo de la energía.

—Es interesante que todo esto parezca estar relacionado con los dragones -observó Robin.

—¿No es el 2000 el año del Dragón según el calendario chino? -preguntó Al.

—En efecto.

—Todo esto parece un poco ominoso -comenté.

—No nos volvamos paranoicos -dijo Robin-. ¿Qué te pasa, Krishna? Habitualmente no estás tan callado.

Yo pensaba que era sólo porque se encontraba demasiado ocupado atiborrándose de comida -se había zampado ya un bocadillo gigante y un plato de patatas fritas, y ahora estaba dando buena cuenta de un helado-, pero parecía que Robin había dado en la diana.

—Hay algo muy extraño en este juego -dijo.

—¿Qué te parece extraño? -dije-. O quizá debería preguntar: ¿qué más es extraño?

—Muchas cosas, en realidad. Para empezar, ¿os habéis dado cuenta de lo raro que es que en todo el tiempo que llevamos jugando nunca hemos notado ningún retardo de señal?

—¡Dios mío, tienes razón! -dijo Robin, estupefacta-. Ha pasado tanto tiempo desde que jugaba a los MUD, que me había olvidado por completo del retardo de señal.

Se refería a las demoras en la transmisión de datos a través de Internet, la maldición que persigue al típico jugador de MUD. No es inusual sufrir un retardo de unos segundos, incluso de varios minutos.

—Wyrm debe de dar prioridad máxima al juego en las transmisiones a través de Internet. En realidad, no me sorprende que tenga el nivel de control necesario para llevarlo a cabo.

—¿Qué más, Krishna?

—Vosotros habéis estado jugando en modo gráfico la mayor parte del tiempo, pero, como sabéis, el programa también dispone del modo de texto.

—Para los módems de velocidad más baja -dijo George-¿Y qué?

—La interfaz del programa está diseñada para admitir una asombrosa variedad de hardware, incluso dispone de varios tipos distintos de soporte de realidad virtual.

—No creo que la realidad virtual sea de muy buena calidad -dijo George, meneando la cabeza con gesto dubitativo-, ni siquiera a cinco mil kilobytes por segundo.

—No te preocupes -repuso Krishna-. En el modo de realidad virtual completa, admite un enlace T3.

—¿Cuarenta y cinco megabytes por segundo para un juego? -balbuceó Art-. Soy un fanático de los juegos, pero incluso yo pienso que es una barbaridad.

—Es una barbaridad, sí. Pero no la mayor.

—¡Venga ya! ¿Qué puede ser…? Bueno, ¿qué?

—Pues bien, lo realmente raro -dijo Krishna, con una sonrisa irónica- es que ese programa admite un hardware que, por lo que yo sé, todavía no ha sido inventado.

—Eso es absurdo -replicó Al, frunciendo el entrecejo-. No puedes escribir un programa para un hardware que no existe y esperar que alguien lo instale con la configuración correcta.

—De acuerdo. Pero ¿conoces a alguien que tenga hardware de inducción neural?

—Si Roger Dworkin escribió este programa para que admitiese un enlace de inducción neural -dije-, entonces debía de saber que hay alguien que…

Miré a Art, que estaba muy callado. Parecía sentirse incómodo. Entonces chasqueé los dedos y exclamé:

—¡Los militares!

Todos miramos a Art, a la espera de respuestas.

—Art, comentaste que tenías unos contratos en vigor con el Departamento de Defensa -le dije-. Debes de tener algún tipo de permiso de seguridad. ¿Qué es lo que está pasando?

Se encogió de hombros con gesto impotente.

—Toda la cuestión del permiso de seguridad consiste en que no debes cantar a nadie lo que sabes. Ni siquiera puedo deciros si sé algo sobre… sobre… lo que habéis dicho.

Emitimos un gruñido de frustración.

—Mira, Art, sabes que esto podría ser muy importante. Nos enfrentamos a algo que tiene la capacidad de causar un desastre de proporciones apocalípticas. ¿Y si esa cosa decide empezar a modificar aleatoriamente los valores de las agujas de los cambios de vías de los trenes?

—¿Y si desconecta los ordenadores de mantenimiento de las constantes vitales de los hospitales? -añadió Al.

—¿Y si decide poner todos los semáforos en verde en las horas punta? -intervino George.

Art parecía estar viniéndose abajo, pero se irguió y meneó la cabeza.

—Lo siento, pero no puedo -dijo.

Insistimos un poco más, sin embargo no lo presionamos mucho porque era evidente que no iba a ceder.

Recogimos nuestras notas, mapas, diagramas, inventarios y demás apuntes, y nos preparamos para marcharnos. Al y yo dormiríamos otra vez en casa de George, en Palo Alto. Robin y Krishna prefirieron quedarse un rato más charlando, por lo que el resto nos dirigimos al aparcamiento, que estaba casi desierto. El viejo y desvencijado Charger de George se encontraba entre el Transam rojo de Robin y el Buick Regal blanco de Art. Cuando nos aproximábamos a los coches, Art me llamó. Me volví y vi que me daba un pedazo de papel.

—Se te ha caído esto -dijo.

Iba a decirle que se equivocaba, pero noté que me miraba de una forma especial y guardé el papel en el bolsillo.

Al llegar a casa de George fui al lavabo, donde pude leer la nota de Art. En realidad, no era una nota, porque sólo había escrito un nombre, Seth Serafín, y un número de teléfono. Sentí la tentación de enseñárselo a Al y a George, pero me contuve al pensar que, si Art me había pasado aquel papel con tanto disimulo, era porque se trataba de una fuente de información que él conocía pero no podía revelar. Tuve la convicción de que, para él, hacer esto ya había sido una trasgresión de las reglas de seguridad, y supuse que al darme a mí aquel nombre, intentaba aliviar su sentimiento de culpabilidad. Pensé que tenía que respetar su decisión.

Cuando salí del baño, Al y George estaban hablando sobre lo que debíamos hacer con Wyrm.

—Tal como lo veo, creo que tenías razón, Al -dijo George-. Tenemos que hablar con él.

—Eso podría ser interesante -admití, uniéndome a la conversación-. Pero ¿Para qué? ¿Crees que nos dirá cómo podemos deshacernos de él?

—Eso seria un valor añadido. No, estoy pensando en términos del problema de lenguaje natural. Para que el programa de Dworkin haga lo que creemos que está haciendo, tiene que ser capaz de entender nuestro idioma, que es un lenguaje natural. Pero creo que si mantuviéramos una conversación con él, tendría que emplear tantos recursos que no le quedarían muchos disponibles.

—Quieres decir que podríamos atacarlo de forma disimulada mientras alguien lo distrae con una charla intrascendente. ¡George, es una idea brillante! -exclamó Al. Parecía impresionada.

—Alucinante -dijo con sequedad-. Sólo hay un pequeño problema. ¿Como conseguiremos atraer su atención para mantener esa pequeña charla? Esta es la pregunta del millón.

Tenía previsto tomar un vuelo de regreso a Nueva York a la mañana siguiente mientras que Al había planeado un viaje por carretera, empezando desde Los Ángeles. Fuimos al aeropuerto en nuestro coche de alquiler y me despedí de Al en la puerta de embarque. Luego busqué un teléfono público y llamé a Seth Serafin. Respondió una voz masculina.

—¿Seth Serafin?

—Ésta es la residencia del señor Serafin.

—¿Puedo hablar con él?

—No.

Una respuesta bastante contundente.

—Es muy importante que hable con él.

—El señor Serafin no habla con nadie.

Cada vez más curioso. ¿Por qué Art me había sugerido que podía obtener información de una persona que no hablaba con nadie? ¿Ésta era la ayuda que podía darme? Empezaba a preocuparme porque parecía que aquel tipo quería desembarazarse de mí.

—Soy amigo de Arthur Solomon -dije.

Su produjo una pausa.

—Espere un momento. -respondió.

Al cabo de un minuto más o menos, volvió a ponerse al aparato y dijo:

—El señor Serafin está dispuesto a hablar con usted, pero no a través del teléfono. Si desea hablar con él tendrá que venir aquí.

Estupendo. Al parecer, Art me había puesto en contacto con un rico excéntrico que tenía fobia a los teléfonos. Al menos, era lo bastante acaudalado para que otro atendiera sus llamadas. Y por la actitud engreída del tipo, estaba claro que trabajaba para alguien con mucho dinero.

—Dígame dónde y cuando.

Me dio una dirección y dijo que sería bienvenido siempre que avisara con la suficiente anticipación.

—¿Qué le parece hoy mismo? -dije.

Aquella dirección se encontraba a una hora del aeropuerto y, tras consultarlo con su jefe, el señor Engreído volvió y dijo que podía ir de inmediato.

Tenía un billete abierto, por lo que no tenía ningún problema para aplazar el vuelo y fui a buscar otro coche de alquiler.

La residencia Serafín era un edificio de estilo español, con paredes blancas estucadas y un tejado con tejas verdes que se asomaba al océano Pacífico. No era exactamente una mansión, pero sólo el terreno que ocupaba ya debía de valer una fortuna. El paisaje resultaba imponente.

Reconocí al señor Engreído por su voz cuando abrió la puerta. Era un tipo gordo, con un corte de pelo muy apurado y mal hecho. Llevaba un uniforme blanco que parecía más propio de un hospital. Cambié mentalmente mi definición de Serafín por la de un inválido rico y excéntrico con fobia a los teléfonos.

El enfermero Engreído me observaba con cierto desdén. Me identifiqué. Su actitud mejoró de forma notable cuando le proporcioné esa información.

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