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Authors: Patrick Dunne

Tags: #Intriga

Villancico por los muertos (46 page)

BOOK: Villancico por los muertos
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Eché una ojeada al bulto retorcido en el suelo. Había sangre deslizándose por un costado de su cara, empapándole el cuello de su cochambroso hábito. Entonces vi sus manos.

—Ya sabes que es el asesino, ¿verdad? —le pregunté.

—Supongo que tiene que serlo —respondió Gallagher.

Me arrodillé junto a Henry y le cogí de la muñeca para enseñársela a Gallagher.

—Aquí está la prueba.

Henry tenía un enorme pulgar y ningún dedo más, o para ser más precisos, los dedos que tuviera estaban aprisionados dentro de un «guante de piel». Su mano se parecía menos a una garra y más a una desmesurada llave envuelta en carne.

—¡Coño!

—Pero él sólo hizo lo que se le ordenó —aclaré.

—Y al final todo por una cuestión de dinero. Qué jodidamente predecible —Gallagher parecía un hombre desilusionado de tanta demostración de fragilidad humana.

La puerta de la residencia estaba cerrada.

—Intenta esa otra —propuse señalando una tercera—. Creo que Henry entró por ahí después de verme en la torre.

Estaba abierta y los escalones daban al claustro, como yo había supuesto. De pronto nos vimos mirando hacia un parterre de hierba bañado por el sol.

Guié a Gallagher hasta el extremo oeste de la iglesia a través de los adoquines. Al oír de nuevo voces, buscamos un lugar donde escondernos y nos dirigimos hacia la entrada del jardín amurallado. Una vez ocultos tras la tapia de ladrillo rojo, ya recalentada por el sol, miré al jardín y vi una fila de colmenas a lo largo de un sendero. Debieron de estar pintadas de blanco en su día, pero ahora el barniz estaba descascarillado y había óxido verde en las juntas.

La conversación cesó y oímos un coche que se alejaba.

—Vámonos de aquí —sugerí—. Espero que no sea demasiado tarde.

Al salir de la arquería que llevaba hasta el frontal de la abadía, vimos el coche de los periodistas desaparecer tras una curva de la avenida.

El viejo Land Rover, con un remolque enganchado, estaba aparcado frente a las escaleras, con el motor en marcha y el humo del tubo de escape empañando el aire frío. En el remolque una lona azul tapaba algo más alto que la cabina. Detrás estaba mi coche, aparcado de forma extraña a causa de la niebla de la noche anterior. Y me di cuenta, tras un leve tanteo en mis bolsillos, de que —¡maldición!— me había dejado el teléfono en él.

El Mondeo blanco de Gallagher estaba entre nosotros y el vehículo de las monjas. Corrimos hasta él y nos parapetamos detrás. El inspector miró por la ventana.

—No hay nadie en el Land Rover. Vámonos de aquí. No, espera…

Roche había aparecido por la escalera, llevando una maleta. Nos agachamos cuando miró distraídamente alrededor.

—¿Por qué no llamas pidiendo refuerzos? —pregunté a Gallagher.

—Me han quitado el teléfono, y mi 38.

—Supongo que te refieres a tu pistola. Eso es genial. Metámonos en el coche y salgamos pitando.

—También se han quedado con las llaves.

Nos asomamos por encima de la ventanilla de nuevo. Roche estaba levantando la maleta para meterla en el remolque, pero se enganchó en una esquina de la lona, y mientras forcejeaba para liberarla, la lona se le escurrió. Pude ver una parte de una viga de madera, sujeta en un extremo por unos tablones verticales colocados muy juntos; la estructura parecía cuadrada y estaba claramente diseñada para mantener algo fijo, como un marco para transportar láminas de vidrio. Roche parecía no darse cuenta del hecho de que se hubiera resbalado. Con un empujón final consiguió encajar la maleta, y la lona cayó definitivamente. Nos quedamos cegados por la intensidad con que la luz del sol se reflejó en lo que fuera que estuviera en el remolque.

Usando mi mano como pantalla, pude contemplar lo que semejaba una esfera dorada de, al menos, un metro y medio de diámetro, colocada erguida en su armazón de madera. Entonces algo, un pequeño cambio de la luz del sol quizá, redujo el resplandor del reflejo y reveló unos dibujos en la superficie del disco.

Desde el centro, una gran espiral se dirigía hacia los bordes. Era como la representación del sonido provocado por el golpe de un gong, un tono con infinitas resonancias que surgía del centro del instrumento. Las reverberaciones de lo que era mitad disco solar, mitad gong de un templo, debieron de ser las responsables del estallido de luz que había invadido el valle momentos antes, desde la entrada del túmulo hasta el río. El disco era una máquina de hacer luz y sonido todo en uno. Y una pieza de arte de incalculable valor era otra poco elegante pero certera forma de describir lo que estaba viendo. Esa mañana había presenciado un espectáculo de luz y sonido que no había sido contemplado desde hacía cinco mil años.

Capítulo 36

Roche se había dado cuenta finalmente de que la tela estaba colgando de un lado del remolque. Llamó a Campion, que se hallaba dentro del edificio, para que viniera a ayudarla, quejándose por lo bajo de la ineptitud de los obreros que habían atado la tela sin asegurarla.

—Vayamos antes de que aparezca la caballería —propuso Gallagher—. Ella sola no es capaz de detenernos a los dos.

Salimos de detrás del coche. Roche nos oyó pisar la grava cuando nos acercábamos; se giró, pero tenía el sol de cara y antes de que pudiera reaccionar Gallagher la cogió por el brazo.

—¡Quíteme las manos de encima, maldito bastardo! —gritó, retorciéndose y dándole patadas.

El abrazo de Gallagher era sólido como una roca. Movió la cabeza hacia el remolque.

—Mira a ver si hay algo ahí dentro que podamos usar para atarla.

Me asomé al interior. Casi toda la tela había caído al suelo por el otro lado del armazón y corrí alrededor para coger una de las cuerdas más largas, que traté de cortar frotándola contra un trozo de metal afilado, a un lado del remolque. Mientras lo hacía no pude evitar mirar la esfera dorada.

Por este lado era diferente. La diosa de Mona estaba labrada en oro, erguida encima del círculo central con las piernas separadas mientras que uno de los rayos solares la penetraba.

—Sabes una cosa, Ricitos de oro —susurré guiñándole el ojo a la diosa—, eres la más hermosa de todos nosotros.

Corté la cuerda y di la vuelta al remolque. Gallagher tenía a Roche arrinconada contra la puerta del acompañante del Land Rover para evitar que forcejeara.

—Coge primero la mano libre y átale la muñeca.

—Yo no lo haría si fuera usted —murmuró alguien en voz baja. La hermana Campion estaba de pie al final de la escalera, su maleta en el suelo y la pistola de Gallagher apuntándome—. Suéltela, inspector.

Gallagher la dejó libre. Roche se removió y le escupió en la cara.

Campion llegó hasta nosotros.

—Ustedes dos, apártense ahora mismo del Land Rover. Úrsula, ¿te importa meter mi maleta en el coche?

Roche cogió la maleta de la abadesa y la subió al remolque. Entonces volvió a subir las escaleras.

—Si se mueven, dispárales —dijo, y desapareció dentro.

—¿Y todo por causa de esto? —preguntó Gallagher señalando el disco—. Ya ha matado a dos personas por él. ¿No es suficiente?

Campion no contestó. Observé que, a diferencia de Roche, ella seguía llevando el uniforme gris y blanco de la orden.

—Aunque no fue por esto por lo que mandó matar a Frank Traynor —afirmé.

—¿Mandarlo matar? ¿Qué quiere decir? —parecía sinceramente sorprendida por mi declaración.

—Fue porque su bebé estaba enterrado en Monashee.

—¿Bebé? ¿De qué está hablando?

—Derek Ward era el padre del niño. Era un niño, ¿verdad?

No respondió.

—Traynor estaba extorsionando a Ward cuando descubrió que él era el padre del hijo de una monja —expliqué—. Y últimamente estaba haciendo lo mismo con usted, obligándola a vender la propiedad por debajo de su valor. Entonces se enteró de lo de este artefacto por boca de uno de los obreros extranjeros que contrató para excavar, probablemente los mismos tipos que limpiaron la iglesia para él. Un disco hecho de oro macizo, le dirían. Incluso hizo que uno de ellos se lo dibujara en su cuaderno.

»Traynor comprendió que no tenía precio y lo quiso a toda costa; pero él nunca jugaba limpio, como el sargento O’Hagan dijo, y como no pensaba aparecer personalmente y robar el disco, recurrió a los viejos trucos: obligarla a venderlo por una cuarta parte de su valor, o revelar su secreto, que fue cuando usted ya no pudo más. Le dijo que lo hiciera: que usted y Ward lo negarían, y de todas formas, ¿dónde estaba la prueba? Entonces fue cuando él recordó lo que Ward le había contado sobre el bebé enterrado en Monashee. Así que comenzó a excavar la parcela.

Los ojos de Campion se fueron llenando lentamente de lágrimas.

—A continuación le dijo que se había hallado el cuerpo de un niño. No pudo soportarlo más. Mandó a la hermana Roche a encontrarse con él en Monashee para hablar sobre la venta del disco.

—Henry sería incapaz… Alguien mató a Frank antes de que Úrsula llegara.

—Henry hace lo que Úrsula le ordena; lo sabe perfectamente. Ella le pidió que reprodujera las heridas que conocía tan bien por la momia de la cripta. Mató a Traynor en Monashee y al sargento O’Hagan aquí, en la abadía.

—¡Eso es! —continuó Gallagher—. Después arrastraron el cuerpo de O’Hagan por el pasadizo y lo soltaron en la pradera, detrás de Newgrange.

—Los dos están mintiendo.

—No sea tan ingenua —exclamé—. Tengo la intuición de que usted es como Enrique II, pidiendo que le solucionen los problemas y luego renegando de los que han hecho el trabajo sucio.

—Me importa muy poco lo que usted sospeche, señorita Bowe.

—¿Qué piensa hacer con nosotros? —preguntó Gallagher—. ¿De verdad quiere hacernos creer que la hermana Roche nos va a dejar salir de aquí?

—Cuando termine todo, sí. Sólo necesitamos el tiempo suficiente para llevar el disco hasta nuestro comprador y marcharnos del país —desveló mirando hacia mi lado como si esperara que le apoyara en su propuesta.

—Úrsula no nos va a dejar marchar así como así —comenté—. ¿Sabe que también trató de atentar contra la vida de Ward?

—Ésa es otra mentira. Me estoy empezando a cansar.

Mientras hablábamos, Gallagher se había ido acercando a la abadesa. De pronto ella levantó el 38 y le apuntó a la cabeza.

—Atrás —dijo haciendo señas con la mano para que se alejara hasta las escaleras—. Vaya allí —gesticuló hacia mí.

Di un paso adelante.

—¿Por qué me están haciendo esto? Sacando toda esta… basura.

—Me interesa mucho el pasado. Por él se saben muchas cosas del presente —miré a Gallagher y ambos nos movimos un poco más cerca de ella. Dudaba que tuviera el valor de dispararnos.

Antes de que pudiéramos averiguarlo, Roche regresó del interior del edificio, metiendo unos billetes de avión en el bolso.

—¿Qué está pasando aquí? —cerró la puerta tras ella y bajó las escaleras—. Dame esa pistola.

—No, espera —dijo Campion.

Roche dudó.

—Ella dice que atentaste contra la vida de Derek. ¿Es cierto?

—Eso es ridículo.

—Tan ridículo como hacer que Henry asesinara a Traynor y a O’Hagan —afirmé levantando la voz.

—¿De qué estás hablando? —Roche se quedó parada en mitad de las escaleras.

Gallagher afirmó:

—Porque Monashee escondía la prueba que no debía salir a la luz. Si el bebé de la hermana Campion era exhumado, se descubriría que éste había sido asesinado. Por usted.

Campion dio un grito.

—No es verdad, no es verdad. Él tenía… tenía… no podía vivir.

—Lo que quiere decir es —añadió Roche despectivamente— que él era un monstruo, igual que los especímenes de la cripta o los relieves del pórtico oeste. ¿Satisfechos?

Campion empezó a sollozar amargamente.

—He visto tan a menudo esos horrores… y uno de ellos creció en mi interior. Sólo un Dios vengativo hubiera consentido que eso pasara… —su expresión se volvía cada vez más oscura—. Por eso decidí alejarme de Él. Y ahora ésta es mi revancha. Devuelvo este lugar a sus verdaderos dueños. Habrá gente fornicando aquí todas las noches de la semana cuando el hotel se construya. Eso es lo justo, ¿no?

En ese momento escuchamos a Henry balando en la distancia.

Gallagher se acercó a Roche.

Con una tos jadeante Henry surgió de la arquería; la sangre corría por su cara, su mano de manopla empuñaba un cuchillo de trinchar.

Roche le miró de reojo mientras se acercaba hacia nosotros con su andar desgarbado, y justo en ese momento la verdad me sacudió como el rayo de luz que había partido de Newgrange.

—Estaba equivocada con usted, Úrsula —anuncié—. Su motivo para asesinar a Traynor y O’Hagan no era para tapar una equivocación del pasado. Era pura codicia.

Roche giró la cabeza en mi dirección como un animal depredador.

—De hecho usted y Traynor tenían ese vicio en común, concupiscencia de los ojos, creo que se llama. Así que de ningún modo pensaba permitir que él se hiciera con el disco. Pero empezó a ponerse muy pesado, no sólo intentando arruinar su oportunidad de hacer fortuna, sino también amenazándola con usar sus contactos en las altas esferas para impedir que abandonaran el país con él. Entonces él se presentó con el tema del bebé de Geraldine. Se había equivocado con el bebé, por supuesto, y usted lo sabía. No porque los restos que vio resultaran ser de un niño que murió en 1961. No importaba en absoluto lo que él pudiera contar, porque usted sabía que la criatura de Geraldine no estaba enterrada en Monashee. Nunca lo estuvo.

Me volví hacia la abadesa.

—Hermana Campion, su hijo no murió.

—¿Qué? —preguntó conteniendo las lágrimas—. ¿Qué me está diciendo?

—Henry es su hijo —miré a Roche—. ¿No es verdad, Úrsula?

Los ojos de Roche me taladraban.

—¿Cómo se atreve a insinuar algo así?

Le sostuve la mirada.

—Necesitaba poder ejercer su influencia sobre alguna parte de ella, ¿no es así? Una parte de la mujer que era su superiora, pero cuya debilidad sexual usted despreciaba.

La mirada de Roche empezaba a flaquear. Henry se había detenido a un par de metros del tenso círculo que formábamos, esperando una orden.

Campion empezó a temblar. Tuvo que agarrar el arma con las dos manos para mantenerla firme.

—Me contó que lo dejaron en las escaleras… abandonado. Sucedía a menudo, una chica soltera, o incluso casada, que daba a luz a un bebé minusválido al que no podía mantener. Nos los dejaban para que cuidáramos de ellos. Normalmente morían, a algunos los enviábamos al hospital, pero Úrsula dijo que éste… que éste podía quedarse con nosotras… que tendría una vida mejor con nosotras que en cualquier otro sitio. Nunca se me ocurrió pensar… ¡Sucedía tan a menudo!

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