Read Vespera Online

Authors: Anselm Audley

Tags: #Fantástico

Vespera (6 page)

BOOK: Vespera
9.97Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Magia marina de Exilio de nuevo en juego. Rafael miró a las dos exiliadas en el puente, acolitas de la emperatriz madre, serenas en sus túnicas azules y verdes.

Ser un exiliado significaba cortar todos los lazos con la familia y el hogar, no dormir nunca más en tierra firme y segura, ligando la vida al mar de manera irrevocable. El sacrificio era el mismo, tanto si uno era un estilita o un ermitaño sobre una diminuta plataforma como si era una sacerdotisa en una gran abadía como la de Sarthes, o cualquier otra cosa intermedia. Los magos no tenían elección, no existía para ellos más alternativa en la vida que entregarse en cuerpo y alma a su magia innata.

Era un mundo extraño el de los exiliados, intercesores entre Thetia y el mar que la rodeaba y le daba vida. Dignos de respeto a pesar de que, con el paso de los siglos, habían desarrollado fórmulas para hacer sus votos meramente nominales, con sus abadías flotantes próximas a las ciudades e incluso unidas a ellas por puentes de madera.

Aquellos que lo elegían aún podían consagrarse a la vida ascética. Si es que así lo deseaban. Rafael no podía siquiera atisbar las razones que podían empujar a alguien a cortar todos sus vínculos con el mundo de esa forma. Pero era su decisión, por muy inexplicable que fuera.

La manta que se acercaba aún estaba demasiado lejos para poder identificarla, pero a medida que iba transcurriendo el tiempo y no llegaba ningún mensaje, Rafael sintió un ligero escalofrío de temor.

Era una manta mercante, creo, pero muy bien armada —dijo el oficial de navegación. Aunque aún se halla demasiado lejos para distinguir su color.

¿Por qué no ha dado el alto a la nave escolta? Ya debe de estar dentro de su alcance. —El capitán se sentó y se quedó inmóvil, con la mirada fija en la pantalla de de éter, mientras el otro buque viraba hasta apuntar al escolta con su proa.

—Tiene los escudos activos —informó el oficial de comunicaciones con un matiz de alarma en su voz.

El capitán no dudó.

—¡Escudo! ¡Preparado armamento principal! Digan al otro escolta que esté listo para entrar en combate.

El otro buque no cambió su curso, a pesar de que estaba casi encima del escolta. Algo iba mal, a estas alturas ya debería haber hecho contacto. ¿Sería el navío que había destruido el buque insignia de Catilina, que se preparaba para atacar a plena luz del día?

Se escuchó un repique de campanas y, entre chisporroteos eléctricos, surgió una voz del sistema de comunicaciones.

—¡Aquí la
Allecto
, del clan Jharissa! ¡Identifíquense, por favor!


Allecto
, aquí la INS
Soberana
, en ruta hacia Vespera.

—¡Está entrando en territorio vesperano,
Soberana
!, —advirtió la voz—. Esto es jurisdicción de Jharissa. Reduzca la velocidad y retiren las armas.

«Dios mío, están nerviosos», pensó Rafael, dándose cuenta repentinamente de por qué estaban actuando así.

—¡No han visto al escolta! —dijo—. ¡Estáis operando en aguas hostiles, por eso no han sido capaces de detectar al escolta hasta situarse prácticamente encima de él!

—Puede que sólo sea una trampa para determinar la posición de nuestro escolta —dijo el capitán.

—Si se trata de una trampa, mis magos saben cómo reaccionar —dijo una voz sonora y autoritaria, desde la parte trasera del puente—. Ordénales que se retiren.

Rafael nunca antes se había encontrado con la emperatriz Aesonia, la madre de Valentino, pero al igual que su hijo, sería imposible olvidarla. Era una mujer alta y con el cabello gris aunque mantenía algunos mechones rojos y, al entrar en una sala, aún conseguía que todas las miradas se dirigieran hacia ella. Había nacido con casi todas las clases de poder que era posible ostentar. Aun cuando su deslumbrante túnica azul hubiera sido de aspillera y su cabello cuidadosamente rizado hubiera sido gris y desgreñado, no habría sido posible ignorar a Aesonia... y muy difícil desobedecerla.

Valentino hizo un gesto de aprobación, se adelantó hasta situarse al lado del oficial de comunicaciones. ¿Sería para poner más espacio entre él y su madre? No, no era eso, concluyó Rafael tras un instante. Su autoridad no parecía haber mermado. Era como si los dos operaran en esferas de influencia tan perfectamente complementarias que no había lugar para el conflicto.

—No nos retiraremos,
Allecto
. Esto es una misión diplomática cuyo objetivo es investigar el asesinato del emperador Catilina, el cual tuvo lugar en su jurisdicción.

Los hechos habían ocurrido dos días antes de la llegada de la noticia a Sertina, y cuando Valentino se encontró con el navío de Aesonia unas horas atrás, Vespera había concedido códigos y estatus diplomáticos a la
Soberana
.

—Y hasta que pueda demostrar que son diplomáticos imperiales y no piratas —dijo la otra voz—, no podemos permitir esto.

Valentino silenció la comunicación con un brusco gesto a su oficial.

—¿Es que es normal que los piratas vayan en cruceros de batalla?

—Ellos intentarán destruirnos —dijo Aesonia y, pese a su control, no pudo ocultar del todo cierto matiz en su voz—. Si les facilitamos los códigos, les estaremos confirmando que somos un valioso objetivo.

—Es demasiado público —dijo Silvanos—, Son demasiadas las personas que saben que estamos aquí. No harán nada, pero están nerviosos.

—Transmite los códigos —dijo Valentino—. Ordena al escolta que se haga visible.

El capitán asintió y sacó una bolsa de su cintura con los códigos diplomáticos. El oficial de comunicaciones se puso en pie para ceder su asiento al capitán y miró hacia otra parte cuando los códigos fueron introducidos.

Durante unos instantes reinó un silencio absoluto, una pausa que parecía alargarse interminablemente, mientras la otra manta aceleró hasta acercarse. ¿Qué clase de manta de un clan desafiaría a un crucero imperial de batalla como éste?

Al límite del alcance de las armas, el comunicador quebró su silencio la
Allecto
viró claramente en dirección al puerto.


Soberana
, tenemos confirmación. Lamentamos el malentendido.

—No necesita hacerlo —dijo Valentino, con más cordialidad de la que merecía Jharissa—. Está haciendo su trabajo, capitán.

—Le escoltaremos hasta el canal Sur —dijo el capitán del
Allecto
—. Allí se encontrarán con un representante del Consejo de los Mares.

—¿Puede la
Soberana
llegar hasta el lugar del asesinato?

El capitán de la
Allecto
pareció sorprenderse.

—Sí, pero...

—Quiero honrar la memoria de mi padre, capitán, y que mis investigadores echen una mirada a los restos. Si fuera tan amable de escoltarnos...

Rafael no había advertido ningún indicio de dolor o pérdida en el rostro de Valentino, pero tampoco era el tipo de hombre que muestra sus sentimientos y él y su padre nunca estuvieron muy unidos. Para ser francos, Catilina nunca tuvo un temple fuerte, era un individuo pacífico y afable que había permitido que los clanes le pisotearan, aunque, quizá no lo consintió sobre sus jardines. El contraste con su hijo no podía ser mayor.

—Como desee —dijo fríamente el capitán de la
Allecto
.

Mientras el navio jharissa se situaba en la delantera de la
Soberana
, Rafael observó cómo los demás hombres y oficiales se relajaban y se recostaban un poco en sus asientos. Pero sólo un poco. Había algo en la
Allecto
, o en su lealtad, que los tenía a todos con los nervios a flor de piel.

—Puedo daros un día —dijo Valentino dirigiéndose a Rafael y a Silvanos—, pero no puedo permitirme partir más tarde hacia casa. Cuando hayamos regresado, trataré de enviar una flotilla, aunque sin duda los vesperanos armarán un buen lío por ello.

—Creo que tendrán que mostrar prudencia durante un tiempo —contestó Silvanos—. Era tu padre; no pueden apartarte del todo de la investigación.

—¿Estás sugiriendo que saquemos provecho político de esto? —dijo el emperador. Él era un recién llegado al poder, pensó Rafael. Un íntegro hombre de mar... por el momento.

—¿Quieres descubrir quién mató a tu padre? —preguntó Silvanos, mirándole fijamente sin pestañear—. ¿O quieres que sean los vesperanos los que te lo digan?

—No se atreverían.

—Sí que lo harían. Se encuentran en zona peligrosa aquí, ya que el asesinato ha tenido lugar dentro do su territorio. Querrán que se descubra a los disidentes dentro del imperio y librarse de toda sospecha. Pero ellos no pueden interferir demasiado directamente.

Valentino dirigió una mirada escéptica hacia la
Allecto
y Silvanos le sonrió levemente.

—Ellos son otro asunto —la sonrisa se desvaneció—. Cuanto más podamos averiguar antes de que llegue un investigador vesperano, tanto mejor. Y algunos de ellos te negarán el derecho a implicarte hasta ese punto. Al menos públicamente.

—Mientras llegan al lugar para investigar —dijo Valentino secamente—, ¿Cómo seleccionarán a un investigador para este asunto?

—Será alguien del Consejo de los Mares —respondió Silvanos—. Todos ellos son líderes de clanes, pero al ser elegidos para el Consejo, cada uno de ellos asume una nueva responsabilidad: el suministro de agua, la vigilancia, los puertos, los canales, etc. Son varios los que podrían reclamar la jurisdicción, Iolani Jharissa entre ellos.

El semblante de Valentino se ensombreció. «No le gustan ni por asomo Iolani ni su clan», pensó Rafael. Hubiera deseado saber más cosas sobre los Jharissa.

—Existen otras maneras de abordar esto —dijo rápidamente Aesonia, poniéndole a Valentino la mano en el brazo antes de que pudiera decir nada más.

La tripulación cercana los ignoraba, su atención estaba puesta en las consolas y había quienes estaban totalmente abstraídos en los sensores del buque. Eran los que controlaban directamente la
Soberana
, conectados a su sistema nervioso por las alfombrillas de éter en los brazos de sus asientos. Tenían asuntos urgentes que atender antes que ponerse a escuchar a hurtadillas.

—Estaré en mi camarote —dijo finalmente Valentino—. Llámame cuando lleguemos al lugar. Aesonia, tendré en mucho tus consejos.

—Por supuesto —dijo la emperatriz madre, y los dos abandonaron el puente. Cuando lo hicieron, Rafael advirtió cómo dos miembros de la tripulación intercambiaban miradas furtivas. La ira sus rostros era la misma que la ira del de Valentino.

El buque de Catalina había sido destruido cerca de la confluencia de dos canales, el Corala y el Aigros. Fue media hora de navegación desde el paso, un tiempo invertido en su mayor parte en el estudio minucioso de mapas y en extraer información a Glaucio, el capitán de la
Allecto
, a través del comunicador.

Los dos eran navíos modernos, con un completo equipamiento de comunicadores de éter, de modo que pudieron hablar con él como si estuvieran en la misma sala, con una brillante figura azul en tres dimensiones sentada en la silla fantasmagórica del capitán. Tal realismo exigía un alto consumo energético, pero la
Soberana
disponía de tres cámaras de éter impulsadas por el mismo número de reactores de palisandro, y no necesitaban la energía para ninguna otra cosa.

El capitán Glaucio tenía un rostro pétreo y llevaba uniforme negro. Permaneció distante todo el tiempo, sin informar de nada que no fueran cifras y los hechos esenciales de lo que había visto, dejando claro con su lenguaje corporal que les estaba haciendo un favor respondiendo a todas aquellas preguntas.

El bosque de kelp no era impenetrable, aunque provocó una gran confusión en los sensores de éter. El canal serpenteaba a través de calveros y aguas poco profundas, así como otros lugares muy apartados del follaje. En una o dos ocasiones, Rafael pensó que la
Soberana
podría haber navegado entre los troncos, pero sin duda el piloto había eludido el peligro de adentrarse en las áreas más densas.

Cuando finalmente llegaron al lugar del asesinato, Rafael entendió en seguida por qué aquél había sido el lugar escogido. Hacia el sur, el bosque se hacía menos denso hasta la cercana isla de Zafiro, donde el clan Jharissa, aparentemente, había levantado un gran puesto de avanzada a unos setenta kilómetros de las ruinas de Corala. Al norte, la densidad era mucho mayor y, a juzgar por el tamaño, el kelp era mucho más viejo. Era el sitio perfecto para una emboscada, ya que los sensores de éter no podían penetrar a mucha distancia en un bosque de kelp tan denso.

Los asesinos habrían necesitado pequeñas naves para ocultarse en el kelp, lo que no habría sido difícil para las rayas, las primas pequeñas de las mantas. Cada manta transportaba dos en su interior, como botes de fuga y, aunque normalmente no estaban muy dotadas de armamento, las flotas de grandes potencias llevaban rayas de combate especiales.

Existía un problema en este escenario perfecto para una emboscada y así se lo hizo notar Silvanos en voz baja. No había señales de armas de fuego en ningún punto del kelp, en el lecho marino ni sobre los restos del INS
Monarch
, la manta en la que viajaba Catilina.

Tampoco estaban las huellas características, abrasiones o grietas sobre la superficie de pólipo. No había ningún indicio de que allí hubiera ocurrido algo, salvo por los restos flotantes del naufragio.

Naturalmente, el clan Jharissa había tenido tres días para retirar cualquier prueba, pero ésta era una vía pública y había un navio de otro clan aguardando allí, actuando como observador imparcial. Menos imparcial al menos en lo que se refería a los vesperanos.

El capitán detuvo la
Soberana
en el centro del canal y, mientras los instrumentos del buque insignia escaneaban el área tan concienzudamente como era posible, el escolta y la manta del clan mantuvieron las distancias. Su manta tenía una ventaja sobre cualquier otra manta de flotas más antiguas, pues la
Soberana
había sido equipada con un grabador de éter, capaz de almacenar los datos de los sensores y de mostrarlos con sencillez. Era increíblemente voluminoso y hasta hacía poco sólo merecía la pena su instalación en buques de exploración especializados pero, a diferencia del dibujo de un artista, sólo podía mostrar lo que realmente había ocurrido.

La
Monarch
había tenido uno, pero estaba diseminado en mil piezas sobre el lecho marino, con su información perdida para siempre.

BOOK: Vespera
9.97Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

John Lutz Bundle by John Lutz
The Imperium Game by K.D. Wentworth
Monkey by Ch'eng-en, Wu
Reignite (Extinguish #2) by J. M. Darhower
Enchanted Revenge by Theresa M. Jones
Lord of the Wolves by S K McClafferty