Vampiro Zero (21 page)

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Authors: David Wellington

BOOK: Vampiro Zero
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A medio camino oyó que alguien gritaba en la oscuridad.

Capítulo 29

Caxton salió corriendo con el arma desenfundada, casi a ciegas en la oscuridad del pasillo. El grito había sonado lejano, tal vez provenía del lado opuesto del edificio. Anteriormente había memorizado el plano de todas las plantas y sabía que había un ala con dormitorios en cada extremo. Cruzar el edificio en la oscuridad iba a ser difícil, pensó, y a menos que hubiera otro grite, no iba a saber nunca de qué habitación había salido.

Se detuvo, intentó recuperar el aliento y aguzó el oído.

Ahí estaba, lo oyó de nuevo. ¿Era un grito de dolor o tan sólo de terror? No estaba segura, pero en esta ocasión parecía provenir de una habitación cercana. Caxton se puso tensa, cerró los ojos y... sí, ahí estaba.

Cruzó el pasillo a la carrera, dobló una esquina y se encontró en otro pasillo oscuro, con puertas a ambos lados que daban a las habitaciones de las chicas, lo mismo que el anterior.

¿Cómo actuaría si encontraba a Jameson en una de las habitaciones, haciendo pedazos a una de las chicas? Le dispararía, desde luego, pero ¿conseguiría algo? Ya le había disparado al corazón a bocajarro y no había servido de nada. ¿Qué le hacía pensar que en esta ocasión iba a ser distinto? La verdad era que no se le ocurría ninguna otra solución.

No era el momento de pensar en esas cosas, se dijo. Se obligó a concentrarse y escuchar con atención por si surgía otro grito. No tenía más opción, eso era lo que se esperaba de ella: que protegiera a la población de los vampiros. Cerró los ojos con fuerza y concentró toda su atención en su oído.

—Oh, Dios mío. —Aquella voz sonaba desesperada.

Siguió avanzando en la oscuridad. Sus zapatos de suela de goma hacían un ruidito sobre las baldosas y se preguntó si Jameson la oiría llegar. Ahora los gritos sonaban más fuertes y con más frecuencia.

—Oh, Dios mío...

En esta ocasión había sido casi un suspiro y a continuación volvió a oír el grito, mucho más fuerte.

—¡Ni hablar!

Estaba frente a la puerta de donde sin duda provenían los gritos. Tenía la pistola a punto. Levantó la mano, decidida a coger el pomo, abrir la puerta y enfrentarse a lo que hubiera dentro. Y, sin embargo, había algo en aquellos gritos que no acababa de encajar. No eran gritos de miedo, sino más bien...

—Te vas a enterar —dijo alguien al otro lado de la puerta.

Caxton empujó la puerta con el hombro. No estaba cerrada.

Dentro había seis chicas, de rodillas encima de los dos camastros. Las chicas le dirigieron una mirada de terror. Una de ellas sostenía una linterna que daba menos luz que un horno de carbón.

En el suelo, entre los dos camastros, había un montón de revistas viejas y hechas polvo, que hacía años habían sido satinadas. En sus páginas había fotografías de varias estrellas de cine. Brad Pitt. Angelina Jolie. Tom Cruise.

Una de las chicas sujetaba un cigarrillo encendido como si fuera un porro.

—Por favor, no —susurró una de las chicas. Llevaba pintalabios y se pasó el dorso de la mano por la boca, en un intento por quitárselo—. No diga nada, por favor, por favor. Nos meteríamos en un buen lío...

Caxton salió de nuevo al pasillo y volvió a cerrar la puerta.

Oyó los susurros desesperados que salían del interior de la habitación.

Sacudiendo la cabeza, caminando lentamente, Caxton empezó a desandar el camino hacia la habitación de Raleigh. Aquello no había resultado lo que ella pensaba. Estaba tan convencida de que iba a producirse un ataque que cualquier sonido la habría puesto en alerta. Ahora se preguntaba si Jameson estaría siquiera cerca de allí. Podía estar a muchos kilómetros. Podía estar en Syracuse.

Ese pensamiento la hizo temblar. O a lo mejor era tan sólo por el aire frío del convento. Se frotó los brazos y los agitó vigorosamente hacia delante y hacia atrás, para activar la circulación de la sangre. Dobló la esquina e intentó recordar cuál era la habitación de Raleigh. Todas parecían iguales.

Pero Violet resolvió sus dudas cuando abrió la puerta y asomó la cabeza. Tenía unos ojos como platos.

Caxton se acercó apresuradamente a la mudita y le preguntó qué pasaba. Por toda respuesta, Violet abrió la puerta de par en par y se hizo a un lado para que Caxton pudiera entrar en la habitación. La estufa seguía ardiendo y su luz permitía constatar que ambos camastros estaban vacíos.

—¿Dónde está Raleigh? —preguntó Caxton. A lo mejor se había levantado para ir al baño, pensó. O a lo mejor no podía dormir y había decidido ir a dar una vuelta y aclararse las ideas. Caxton no quería pensar en la tercera posibilidad, la más horrible de todas.

El rostro de Violet adoptó una expresión de ansiedad por primera vez desde que Caxton la había conocido. Sacudió la cabeza y a continuación levantó las manos, como diciendo que se rendía. Caxton frunció el ceño y la chica se alteró más aún. Levantó una mano, con los dedos índice y corazón apuntando hacia abajo y los movió hábilmente, dando a entender que se había escabullido en silencio para que no la oyeran.

—Vale, gracias —dijo Caxton. Empezó a correr, pero al momento se detuvo. En realidad no tenía motivos para pensar que Raleigh corriera peligro. Nada hacía pensar que Jameson se encontrara cerca del edificio y, sin embargo, se sentía con la responsabilidad de proteger a las internas. Eso era mucho más importante que su deseo de no perturbar sus sueños—.Ve a despertar a la hermana Margot —le dijo a Violet y la miró a los ojos hasta que la chica asintió—. Dile que... que es posible que tengamos algún problema esta noche.

La chica desapareció corriendo.

Raleigh podía estar en cualquier sitio. Caxton iba a registrar todo el edificio si era necesario. Dobló la esquina y cruzó el pasillo que conducía a la otra ala de dormitorios. A lo mejor Raleigh había ido a mirar revistas a alguna otra habitación, se dijo Caxton.

O a lo mejor había ido a reunirse con su padre y a decirle que sí, que quería convertirse en vampira.

No, eso era imposible. Caxton había visto a la chica y sabía que era incapaz de tomar esa decisión por sí misma. Simón, en cambio... pero Simón estaba en otro estado, bajo vigilancia policial.

No tenía tiempo de preocuparse por Simón.

Caxton cogió una vela encendida que encontró en el rellano de la escalera principal, le echó un vistazo. Meneó la cabeza y volvió a dejarla en su sitio. Llevaba una pequeña linterna en el bolsillo y no le importaba usarla. La encendió mientras subía corriendo por la escalera e iluminó con ella las blancas paredes revocadas.

La tercera planta se hallaba vacía y en silencio, como debía de ser. Allí sólo estaban las salas de terapia, frías y desiertas.

Caxton volvió a bajar. En la segunda planta estaban los dormitorios (que ya había comprobado), una biblioteca enorme que nadie utilizaba y un par de salas de yoga, también desiertas, aunque en el pasillo central resonaba la respiración de las chicas, que dormían. Sus ronquidos hacían temblar las llamas de las velas. Caxton escrutó la penumbra buscando puertas entreabiertas y ventanas rotas, pero no encontró ninguna.

Entonces bajó a la planta baja. El vestíbulo central estaba vacío, lo mismo que las oficinas. La puerta del despacho de la hermana Margot estaba abierta y Caxton echó un vistazo en el interior, pero no encontró nada. Corrió hacia la otra ala, donde estaba el gran comedor. Habían limpiado las largas mesas de madera y se habían llevado los carritos llenos de boles, platos y cubiertos. Caxton echó un vistazo entre las sombras alargadas de la sala pero no encontró nada, ni siquiera un ratón.

Dio media vuelta, dispuesta a marcharse ya, cuando un sonido la hizo estremecerse. Aquel ruido la habría hecho saltar en cualquier momento, pero en aquella situación a punto estuvo de soltar un chillido de terror.

Era el ruido de una cuchara que caía y rebotaba sobre unas baldosas, un sonido agudo y penetrante que resonó como un cañonazo en el silencio del comedor.

Caxton cruzó velozmente la sala y abrió la puerta del extremo opuesto con el hombro. Al otro lado estaba la cocina, una sala con varias mesas donde se preparaba la comida, unos anchos fregaderos y varias sartenes y ollas que colgaban de unos ganchos del techo. La luz de la linterna de Caxton se fragmentó al reflejarse en las sartenes y las planchas, y recortó sus siluetas en la pared de detrás. Caxton se dirigió rápidamente a un extremo de la sala y luego corrió hacia el fondo, donde se almacenaba la comida en unas enormes despensas.

Se pasó la lengua por los labios, que de repente notó muy secos. Se acercó lentamente y en silencio hacia una puerta abierta... y entonces la abrió de golpe.

La luz de linterna cayó como un dedo acusador encima de Raleigh, que estaba arrodillada en el suelo y la miró con una expresión aterrorizada. En una mano tenía un tarro de miel abierto. En la otra le faltaba la cuchara que había caído al suelo.

—Creía que estabas ayunando en memoria de tu tío —dijo Caxton, presa de una súbita cólera. Intentó controlarse.

—¿Sabe usted lo duro que es ayunar durante tres semanas seguidas? —le preguntó Raleigh con un hilo de voz.

—Vamos —dijo Caxton, que se había hartado ya de las jaranas clandestinas de las chicas—. Volvamos a tu habitación. Vas a pasar el resto de la noche en la cama, aunque tenga que sentarme encima de ti.

Agarró a Raleigh por el brazo, no demasiado fuerte, y la obligó a levantarse. La chica no trató de quitársela de encima mientras ella la arrastraba por el comedor, de vuelta a la escalera principal. Sin embargo, justo delante del vestíbulo de entrada, Raleigh le cogió a Caxton el brazo con fuerza y movió la cabeza.

—¿Has oído algo? —le preguntó Caxton. Entonces se calló y aguzó el oído. También ella lo oyó—. ¿Qué es eso?

El sonido se convirtió en un patético resoplido que no se asemejaba a ningún ruido animal. Caxton abrió la puerta del vestíbulo principal y levantó la linterna; un finísimo haz de luz atravesó la oscuridad. Iluminó a Violet, que estaba tendida en el suelo, a los pies de la escalera, con los brazos levantados como si intentara protegerse de un ataque brutal. Caxton apuntó con la linterna hacia un lado... y vio los ojos rojos de Jameson Arkeley, que brillaban más que todas las velas de la sala mientras se inclinaba sobre la chica.

Capítulo 30

Caxton levantó el arma y le disparó a Jameson al corazón. La bala le destrozó la camisa negra, a pocos centímetros del objetivo. El vampiro dio un respingo y le lanzó una mirada furibunda, pero Caxton ya se palpaba el cuello con su mano libre en busca del amuleto. Notó su calor en la palma de la mano, lo que significaba que estaba surtiendo efecto.

Violet se retorció y se arrastró escaleras arriba. Tenía el rostro deformado por una horrible mueca de terror e intentaba agarrar el aire con las manos.

Caxton volvió a disparar y esta vez acertó de lleno. Sin embargo, la bala rebotó en el pecho de Jameson y salió despedida hacia la oscuridad. ¿Cómo era posible? El cuerpo de Jameson se retorció como una oruga en una hoguera, pero sólo durante un momento; se enderezó al instante y se abalanzó contra Caxton. Todo sucedió en un abrir y cerrar de ojos. Caxton notó que una brisa helada la envolvía y al instante siguiente estaba en el suelo, con el vampiro encima inmovilizándole el arma y los dientes pegados a su mejilla. Tenía un tacto frío y aberrante, y apestaba a muerto.

Jameson le aplastó la muñeca a Caxton y le retorció los tendones. Los dedos de la agente se contrajeron espasmódicamente hasta dejar caer el arma. El vampiro la recogió al instante y la lanzó a la oscuridad.

Jameson sujetó a Caxton en silencio mientras ésta forcejeaba en vano. Las dimensiones del vampiro eran considerablemente mayores que las de Caxton, pero lo que realmente conseguía retenerla era su fuerza: era como luchar contra una estatua de mármol. Manteniendo los ojos cerrados en todo momento, Caxton volvió la cara hacia el suelo y trató de protegerse los ojos con el brazo que tenía libre, pero entonces el vampiro le agarró la muñeca y se la estampó violentamente contra las baldosas. La linterna cayó rodando por el suelo.

Caxton podía oír la respiración jadeante y asfixiada de Violet, que aun seguía en la escalera. Podía oír también su propia respiración, el aire que entraba y salía de su pecho, y notaba el corazón en la garganta. Jameson era tan silencioso como una tumba.

El vampiro retrocedió un centímetro, lo suficiente para que ella pudiera rodar sobre sí misma, pero no lo bastante para que pudiera levantarse.

—Te advertí que no continuaras —le dijo—, pero no me hiciste caso. Aunque, por otro lado, una parte de mí no quiere matarte. ¿Puedes creerlo?

Caxton no respondió. No podía. Per J entonces él la sacudió violentamente.

—Sí —logró decir con dificultades.

—Esa parte —continuó— empequeñece cada noche que pasa. La otra parte de mí, la maldición, cada vez es más poderosa. Ahora mismo me está pidiendo que te desgarre la arteria carótida y me beba tu sangre. No se me hace difícil imaginar lo bien que me sentiría. Lo bien que sabría tu sangre. Además, con ello solventaría algunos problemillas. Me facilitaría la tarea.

Caxton cayó en la cuenta de que el vampiro estaba intentando convencerse a sí mismo. Se estaba mentalizando. La agente tenía que pensar en algo rápidamente.

—Lo hiciste para salvarme —se le ocurrió decir—. Aceptaste la maldición para salvarme la vida. Si ahora me matas, ese sacrificio no habrá servido para nada.

—Ya te perdoné la vida una vez, en el motel. Tal vez con esto ya estamos en paz.

Caxton sacudió la cabeza.

—¿Y qué me dices de la casa de tu mujer? Dejaste siete siervos para que me mataran.

—Sabía que serías capaz de defenderte. Tan sólo estaban ahí para cubrirme mientras huía. Bueno. Shh —susurró y le pasó un dedo por la mejilla.

Le encontró el pulso y empezó a darle golpecitos sobre la piel al ritmo de sus pulsaciones. Caxton sabía que sus uñas eran más afiladas que las pezuñas de un lobo. Podría desgarrarle la piel allí mismo y dejar que la sangre le saliera a borbotones. Incluso si le hacía un pequeño rasguño, si le salía aunque fuera una sola gota de sangre, no habría forma de detenerlo. Olería la sangre fresca y caliente bajo la piel de Caxton, y su deseo se desataría. Si eso ocurría, ni todos los escrúpulos morales que en su día hubiera podido tener iban a detenerlo.

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