Los licanos y hombres-lobo se acercaron con cautela al arco de piedra que conducía al túnel de entrada. Por todas partes podían verse espantosas evidencias de la devastadora explosión, en los ladrillos destrozados y en los residuos mezclados de sus compañeros de manada caídos. Ascendía humo por el matadero que era el hueco del ascensor y los olores intensos de la pólvora y los explosivos ofendían los aguzados olfatos de los hombres-lobo y hacían que les fuera más difícil localizar a sus presas. Un tenue sonido metálico llegó desde arriba y las bestias giraron sus orejas hacia allí.
¡Demasiado tarde! Desde lo alto del hueco del ascensor manchado de sangre se desató una lluvia de fuego y plata y los lobos y licanos se vieron obligados a retroceder.
Desafiando a la gravedad, Selene y los demás Ejecutores se dejaron caer en la columna de humo como ángeles de la muerte vestidos de cuero. Brillantes destellos blancos se encendieron en los cañones de sus armas automáticas mientras abatían la primera línea de defensores licanos. Las clamorosas detonaciones de las armas ahogaron los gritos y chillidos de hombres-lobo y licanos. Cuerpos humanos y no-humanos cayeron al suelo del túnel para sumarse a la espantosa aglomeración de barro, sangre y cadáveres reventados que abarrotaba el corredor.
Aunque cogidos por sorpresa, los licanos supervivientes se apresuraron a reagruparse y llevaron la batalla a terreno del enemigo. Se desató un infierno cuando los defensores empezaron a devolver el fuego. La plata al rojo vivo y las balas ultravioletas se cruzaban en medio del humo que separaba a los atacantes vampiros y los defensores licanos.
Selene apretaba con impaciencia el gatillo de sus dos Berettas. Vació por completo el cargador de una de ellas y la arrojó a un lado. Aquello estaba durando demasiado. Los licanos estaban oponiendo demasiada resistencia. No tenía tiempo para eso.
Tenía que encontrar a Michael.
• • •
La prisión.
Un fuerte sonido metálico reverberó por toda la celda cuando Soren golpeó la cerradura de la puerta con la barra de acero que había arrancado. La puerta se estremeció y los goznes reventaron. Cayó ni suelo del derruido pasillo de túneles que había al otro lado con un ruido sordo.
Soren fue el primero en salir, seguido rápidamente por el resto de equipo de seguridad. Su manos ansiaban el contacto de la P 7 que le habían arrebatado. Se sentía desnudo sin un arma en la mano.
Un fornido licano cuya camiseta lucía el grasiento residuo de una comida interrumpida, atraído sin duda por su ruidosa fuga de la celda, dobló la esquina y cargó contra ellos. Tenía un cuchillo de carnicero en una mano y una estaca de madera en la otra.
Soren empuñó la barra de metal como un bate de béisbol y golpeó al licano en el estómago. Las costillas se partieron con un gratificante crujido y el salvaje cayó al suelo, donde Soren le propinó varios golpes más en el cráneo, sólo para asegurarse.
Hubiera preferido que fuera Raze,
admitió con el ceño fruncido.
Pero ese salvaje asqueroso tendría que bastar por el momento.
Cuando estuvo bien seguro de que el pulverizado licano no iba a poder levantarse de nuevo, Soren se apartó un paso de él, le arrancó la estaca y el cuchillo y se los entregó a dos de sus hombres. Por desgracia, el licano no parecía llevar encima nada más contundente.
Muy bien,
pensó. Sopesó su ensangrentado garrote.
Él no necesitaba balas para matar licanos.
Sus ojos entornados registraron los sombríos túneles, tratando de recordar el camino de regreso a los aposentos de Lucian, donde había quedado Kraven con el traicionero líder de los licanos.
Y, por cierto, ¿por qué tenían esos asquerosos animales que vivir en un laberinto como aquél?
Por ahí
, decidió al cabo de un instante. Se volvió hacia los demás vampiros.
—¡Vamos, moveos!
Empuñando la tubería como si fuera un garrote, se alejó con sus hombres de la prisión.
• • •
Raze sujetaba con las dos manos la gran jeringuilla de cristal que contenía la sangre de la Antigua, mientras corría en busca de Lucian. Estaba claro que su guarida estaba siendo atacada, pero si conseguía encontrarlo a tiempo, el elixir escarlata de la jeringuilla, combinado con la sangre del mortal que Lucian se había inyectado ya, daría sin duda la victoria a la manada.
A esos arrogantes sangrientos les espera una buena sorpresa, se dijo mientras esbozaba una sonrisa lupina. Muy pronto Lucian sería invencible.
Llegó a los aposentos de Lucian al cabo de pocos minutos. Entró en la habitación sin llamar y con gran sorpresa por su parte se encontró con una figura que conocía tendida inmóvil en medio de un charco de sangre sobre el mugriento suelo de hormigón. Un colgante metálico brillaba alrededor del cuello del caído.
—¡Lucian! —El lugarteniente licano no daba crédito a sus ojos. Su comandante supremo estaba tirado de bruces en un charco de sangre. En la espalda de su guardapolvos marrón había varias heridas de bala ensangrentadas que supuraban un peculiar fluido metálico. Estaba meridianamente claro cómo había encontrado su fin el legendario inmortal.
¡Esos asquerosos sangrientos nos han traicionado!,
se dijo para sus adentros, lleno de furia. Y al acabar con Lucian, habían acabado también con su última esperanza de vencer a los odiados vampiros. La desesperación y la sed de sangre forcejearon por el control del salvaje corazón del licano.
¡Nunca deberíamos haber confiado en esas sanguijuelas de sangre fría!
Unos pasos rápidos se aproximaban desde fuera. Raze apartó su mirada asesina del cadáver martirizado de Lucian y vio que Soren —¡
Soren
!— y sus hombres corrían por la cámara principal del bunker. Parecían perdidos. Una cascada de agua estaba cayendo desde una tubería rota que había en lo alto.
Raze se estremeció de furia, incapaz de contenerse. Por lo que él sabía, el detestable guardaespaldas de Kraven podía haber disparado las balas que habían acabado con la vida del que probablemente fuera el mayor licántropo de todos los tiempos. La jeringuilla llena de sangre cayó de su mano temblorosa y se hizo añicos sobre el suelo de cemento. Ni siquiera se percató de ello mientras se arrojaba como un maníaco contra la ventana y los vampiros que había al otro lado.
El cristal estalló hacia fuera y Raze cayó sobre Soren y le arrancó una barra de hierro de la mano. Rodaron gruñendo sobre el suelo irregular y empapado del bunker antes de separarse y ponerse en pie de un salto, a pocos metros el uno del otro.
Los hombres de Soren se adelantaron pero éste los contuvo con un gesto y esbozó una sonrisa sanguinaria. Llevaba tanto tiempo como Raze esperando esta batalla. Se quitó la chaqueta de cuero, debajo de la cual llevaba un par de látigos de plata enrollados con fuerza alrededor del torso. Tras dirigir una sonrisa despectiva a su némesis licana, desenrolló ambos látigos en sendos movimientos fluidos.
• • •
La enfermería.
Los gruñidos, disparos, gritos y explosiones estaban crispando los nervios de Michael mientras seguía intentando liberarse desesperadamente. Estaba solo en el asqueroso laboratorio mientras en el exterior de la sala, en alguna parte de la reconvertida estación de metro, tenía lugar lo que parecía una guerra a gran escala.
¡Tengo que salir de aquí!,
pensó. Estaba aterrorizado. Sus venas se hincharon como cables de acero mientras trataba de romper las esposas que lo mantenían prisionero. Los fríos bordes metálicos de las esposas se le clavaron en las muñecas y pareció que le iban a cortar la circulación pero a pesar de ello no cejó en su empeño. Cualquier cosa era preferible a estar maniatado en medio de una zona de guerra, incapaz de defenderse.
En el fondo de su mente, un aullido escalofriante estaba alzándose de nuevo. Fuera lo que fuese lo que le habían inyectado los «policías», su efecto se estaba disipando. A pesar de encontrarse Dios sabe cuántos metros bajo tierra, Michael sentía de alguna manera cómo ascendía la luna en el distante cielo, llena y brillante sobre la ciudad que se extendía a su alrededor. Su celestial influencia penetró a través de gruesas capas de piedra y hormigón para desencadenar algo oscuro y primordial en el interior del alma de Michael. Se le puso la piel de gallina y hasta el último pelo de su cuerpo pareció ponerse firmes. Su corazón empezó a latir salvajemente y sus venas se llenaron de adrenalina y sangre renovada.
Un intento más,
pensó con testarudez, mientras tensaba casi al límite sus temblorosos músculos.
¡SNAP! La cadena que unía las dos esposas se partió y sus brazos quedaron libres. Acababa de partir una cadena de metal sólida…
—¡La hostia puta! —susurró.
C
on los látigos de plata en las manos, Soren se sentía como pez en el agua. Igual que en los viejos tiempos, cuando había servido en las tierras de Viktor en los Cárpatos, antes de que los malditos licanos se rebelasen.
Es hora de recordar a estos mestizos insolentes cuál es su lugar.
—¡Marchaos! —ordenó bruscamente a sus hombres—. Seguid buscando a Lord Kraven. —En medio del encharcado suelo de la sala principal del bunker, se volvió hacia aquel bárbaro negro, Raze. Caía agua desde arriba y la vasta excavación estaba inundándose poco a poco—. No os preocupéis —aseguró a los demás vampiros mientras se alejaban por los túneles—. No tardaré mucho.
Casi al unísono, los dos látigos restallaron y se cobraron la primera sangre. Sendas laceraciones se abrieron en las mejillas de Raze. El gruñente licano se llevó una mano a la cara y se manchó los dedos de rojo.
Soren sonrió. Era una suerte que los guardias de Lucian hubieran pasado por alto los látigos. La próxima vez tendrían que cachearlo con más cuidado… si es que había una próxima vez.
Unos ojos negros y furiosos contemplaron a Soren con odio y entonces, de repente, cambiaron de color y cobraron una brillante tonalidad azulada. Un rugido sordo empezó a formarse en el amplio pecho de Raze y su timbre fue cobrando gravedad rápidamente. El hueso y el cartílago crujieron mientras el cráneo afeitado del licano empezaba a extenderse y deformarse.
A pesar de su confianza diamantina en su superioridad, Soren sintió una leve punzada de temor al ver cómo se transformaba su adversario licano delante mismo de sus ojos.
• • •
Los aposentos de Lucian.
Nuevas explosiones sacudieron el inframundo y Lucian despertó a pesar de que el nitrato de plata lo estaba matando. Su cuerpo aparentemente sin vida se retorció sobre el suelo y lentamente obligó a sus ojos a abrirse.
Gimiendo de miseria, se incorporó hasta quedarse sentado y se apoyó en una dura pared de ladrillos. Su sombrío atuendo estaba empapado con su propia sangre y notaba el sabor de la letal plata en la lengua hinchada. Instintivamente, alargó la mano hacia el colgante de Sonja y descubrió con alivio que todavía lo llevaba alrededor del cuello.
Estaba muriéndose, comprendió, pero todavía no había muerto.
• • •
Los dormitorios de los licanos eran tan repulsivos como Kraven había imaginado. El suelo estaba cubierto de asquerosos jergones, entre los que se veían huesos roídos y botellas medio vacías de vino y cerveza. Revistas pornográficas de excepcional dureza y montones de ropa sucia contribuían a crear la atmósfera de miseria reinante. El tufo hediondo del lugar era caso insoportable.
En aquel momento todos los jergones estaban vacíos, puesto que hasta el último de los licanos había acudido a defender el santuario, de modo que Kraven tenía la sucia cámara para él solo. Buscó a su alrededor una salida o algo que se le pareciera, una vía para escapar de la catástrofe en la que su vida eterna se había convertido.
De repente oyó unos pasos en el pasillo y se quedó helado de terror. No sabía a quién temía más, si a los rapaces licanos o a los Ejecutores que habían invadido el bunker. Tal vez fuera preferible ser devorado por una horda de hombres-lobo carnívoros que afrontar a Viktor y su inimaginable ira.
Al menos ya no tengo que preocuparme por Lucian,
se consoló. Se alegraba de haber llenado de nitrato de plata al líder licano. En cierto modo era perversamente apropiado: después de años atribuyéndose falsamente la muerte de Lucian, al final había terminado por acabar con el legendario monstruo.
¡Ahora que no es mentira, resulta que es demasiado tarde para mí!
Los pasos pertenecían a un pelotón de soldados licano que se dirigía hacia la puerta. Kraven se refugió entre las sombras de la sórdida madriguera para no ser visto.
Tiene que haber algún modo de escapar de esta calamidad,
pensó. Contuvo el aliento mientras escuchaba los gruñidos de los licanos. Un sudor frío le pegaba la camisa de seda a la piel.
¡He vivido demasiado tiempo y demasiado bien como para morir en una alcantarilla dejada de la mano de Dios!
• • •
Hasta el momento, la tenacidad de los licanos no había sido rival para la experiencia de los Ejecutores. Selene y Kahn habían avanzado por el abarrotado corredor de acceso como una implacable máquina de matar y sus enemigos habían caído o habían huido delante de ellos. Selene disparaba sus Berettas a discreción contra cualquier aparición que se atreviera a enseñar un colmillo o una garra.
Una vaciedad insoportable la afligía. Para esto había vivido siempre, de modo que, ¿por qué de repente se sentía tan vacía? Matar licanos por docenas no le reportaba ningún placer, no mientras Michael seguía perdido y en peligro de muerte.
Viktor quiere que mate a Michael, recordó. Y Kahn y los demás me ayudarían a hacerlo con mucho gusto.
Las explosiones habían abierto un más que notable agujero en la vieja pared de ladrillos. Selene se detuvo un momento para echar un vistazo y vio al otro lado una vasta cámara central del tamaño de un estadio de fútbol. ¿Un bunker abandonado de los tiempos de la guerra?, se preguntó. La enorme excavación parecía lo bastante grande para contener un pequeño ejército de licanos.
Las parpadeantes luces fluorescentes iluminaban el interior de la abandonada estación de metro que se encontraba en el perímetro de la cámara central. Sus ojos se abrieron al ver una figura esbelta y de cabello castaño al otro lado de una ventana, tratando de arrancarse unas ataduras. Reconoció al prisionero al instante.