Una vida de lujo (59 page)

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Authors: Jens Lapidus

Tags: #Policíaca, Novela negra

BOOK: Una vida de lujo
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Fredric parecía interesado.

—Por ejemplo, puedes meter a tres vagabundos como administradores —continuó JW— para que el nombre del dueño real tampoco conste en el consejo administrativo. El dueño incluso puede elegirlos a través de unos poderes. Puedes tener a un bufete de abogados ahí abajo, que se ocupe de todo el papeleo. Las autoridades de todo el mundo pueden rastrear las transacciones todo lo que quieran, pero nunca van a enterarse de quién es el dueño. Es maravilloso. ¿No te parece?

Unas horas después, Hägerström y JW estaban en un taxi camino de la ciudad. Eran las dos de la noche. Iban en el asiento trasero.

JW iba medio achispado y totalmente feliz.

—Joder, qué bien ha estado, Martin. Te has portado, invitándome.

Tal y como había esperado. JW ya le debía algo. JW querría estar aún más cerca de Hägerström, porque eso había sido como el paraíso para él.

Pero, sobre todo, JW podría querer que Hägerström volviera a ponerle en contacto con alguno de los hombres.

—Me pregunto qué sucederá con Javier —dijo.

JW sonrió.

—Who cares
.
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Quiero decir, será condenado, por payaso.

Fuera estaba oscuro como una tumba. Los bosques y campos y urbanizaciones de chalés de Värmdö tenían un aspecto frío.

Justo antes de irse, Carl le había preguntado si podían subir a la planta de arriba.

Había mirado a Hägerström a los ojos.

—Martin, ¿qué clase de tío es ese que has traído a mi casa?

—¿Por?

—¿Lo conociste cuando trabajabas en la cárcel o qué?

—¿Qué te pasa? Si es un tío muy majo. Cae bien a todo el mundo por aquí.

—Me da igual. Hugo me ha contado quién es. ¿Sabes quién es?

—Venga ya, Carl. ¿Qué coño te pasa?

—Tu amigo, JW, que ha estado cenando en mi mesa esta noche, ha estado en la cárcel un montón de años por tráfico de drogas. Y ahora empieza a hablar con Hugo Murray, Fredric y los otros chicos de negocios ilegales con Gustaf Hansén, de abrir cuentas en empresas
offshore
de Panamá y esas cosas.

—No es para tanto. Fredric quería volver a verlo.

—En tal caso, eso ya es cosa suya —dijo Carl—. A mí todo esto me da vergüenza.

Hägerström sentía que estaba muy cerca de dar un paso importante. JW no solo confiaba en él y veía que podía conseguirle clientes; JW quería estar cerca de él. Ahora solo le faltaba un pequeño dato: saber dónde guardaba su contabilidad secreta. Pruebas de peso suficiente. Documentos físicos que mostrarían todas las actividades a las que él se dedicaba.

Atravesaron el puente hacia Nacka. El agua estaba oscura. Las ventanas de los chalés se veían como pequeños puntos luminosos en la lejanía. Aquella zona no estaba tan urbanizada cuando Hägerström era pequeño. Recordaba la vieja carretera a Värmdö. Antes tardabas dos horas en llegar a Avesjö. Hoy en día hacías el trayecto en cuarenta y cinco minutos.

JW se giró hacia él. Le dirigió una mirada penetrante. Su voz era muy seria.

—¿Por qué, Martin? ¿Por qué?

Hägerström se preguntó de qué iba eso.

—¿Por qué? —repitió JW—. ¿Por qué has trabajado de policía y de chapas cuando tienes todo esto?

—¿A qué te refieres?

—Tienes todo lo que uno puede soñar. Dinero, amigos, tradiciones. ¿Por qué has trabajado en esas cosas?

Hägerström se pasó la mano por el pelo.

—Tengo a mi hermano y puede que tenga tradiciones, qué sé yo. Pero tienes que entender que no tengo dinero. Estoy prácticamente a dos velas. Lo único que tengo es mi piso, pero también un estupendo crédito. Hice algo muy estúpido hace unos años. Prefiero no hablar de ello, pero la consecuencia es que me he quedado sin ahorros. Al revés, necesito pasta desesperadamente.

JW se acomodó en el asiento.

—Ya, pero yo que tú nunca habría currado de chapas.

—Bien, pero ya no lo hago.

—¿Así que necesitas dinero?

Hägerström esbozó una sonrisa torcida.

—Más que nunca.

—Puede que tenga un trabajo para ti —dijo JW—. Es algo muy sencillo. Lo único que tienes que hacer es llevarme un maletín a un sitio. Te pago treinta billetes.

Capítulo 54

N
atalie estaba con Sascha en un Passat de alquiler. Camino de una oficina de Hertz en la calle Vasagatan.

No para devolver el coche. No para quejarse de algo. En lugar de eso: para averiguar si Hertz había alquilado un Volvo verde a alguien a mediados de abril y, en tal caso, a quién.

El asunto: Natalie había visto las grabaciones de las cámaras de vigilancia más de diez veces desde la última vez. No se podía ver la matrícula del Volvo verde. Pero cuando se había puesto de pie en el balcón para ver cómo recogían a JW en un coche de alquiler la semana anterior, se había dado cuenta de algo nuevo: una pegatina de Hertz en la luneta trasera del coche. La mancha oscura de la luneta trasera del Volvo verde podría ser una de esas pegatinas.

Ayer habían ido a Avis. Dijeron que no tenían coches verdes en su flota. Y el día anterior, a Europcar. Ellos sí tenían Volvos en la flota. Natalie dio el coñazo, se puso borde, amenazó: «Tenemos que enterarnos de si alquilasteis un Volvo verde en abril». Les costó varias horas. Hurgando en archivos, mirando en sus bases de datos. Europcar constató: «Teníamos coches verdes en abril, pero todos estaban arriba, en el garaje de Norrland».

Natalie no iba a rendirse, así que hoy tocaba ir a Hertz.

Además, esa mañana había llamado Thomas. Le habían dado los resultados de las búsquedas que había pedido hacer. Las huellas dactilares que Forensic Rapid Research habían encontrado en Black & White Inn.

No quería hablar de ello por teléfono. Iban a quedar en cuanto ella pudiera. Después de Hertz.

Sascha aparcó el coche. La acera estaba marcada de amarillo. Sascha estaba en bancarrota personal de todas formas; él se haría cargo de la multa.

Primero dio una vuelta, echó un vistazo. La oficina de Hertz estaba a cinco metros de distancia.

Desde lo de Marko: la guerra contra Stefanovic había escalado hasta otro nivel. Todavía no había ocurrido nada, pero todos sus consejeros estaban de acuerdo: Stefanovic solo estaba lamiéndose las heridas. Estaba claro que no iba a tirar la toalla.

Al revés, el
izdajnik
intentaría devolver el golpe, pero diez veces más fuerte.

Natalie cambiaba de coche cada dos días. Cuando dormía en el chalé, estaba en la habitación de seguridad que Stefanovic había mandado construir; ironías del destino. Otras noches alternaba entre el hotel Diplomat, el Strand y diferentes Clarions alrededor de la ciudad. A veces dormía en el sótano de Thomas. Su mujer, Åsa, era muy amable. Su hijo, Sander, era supermono.

Se tomaba ocho Red Bull Shots al día y siete tazas de café. Dejó de tomar valeriana por las noches; en lugar de eso, mezclaba Sonata con Xanor. Solo se lavaba el pelo una vez por semana, el resto de los días utilizaba champú seco. Se maquillaba muy poco. Comenzó a comer pan blanco otra vez, por primera vez desde hacía tres años; el régimen de LCHF era de chiquillas. No se entrenaba, dejó Facebook, cambiaba de móvil cada cinco días.

Hacía dos días había dejado a Viktor.

No era algo que le importara demasiado. Él llamó para preguntar si quería acompañarle a cenar. Tal vez quisiera pedirle disculpas por su comportamiento. Ella le dejó las cosas claras.

—Nos hemos ido separando.

Él, callado.

Ella soltó el cliché nacional número uno.

—No es culpa tuya, soy yo.

Viktor respiraba pesadamente.

—He cambiado mucho desde que asesinaron a papá —continuó ella—. No puedo tener una relación normal ahora mismo. Estoy demasiado liada con otras cosas. Lo siento.

Viktor quiso decir algo, suspiró.

—No tiene sentido seguir en contacto —lo interrumpió Natalie—. Resultaría forzado, ya sabes. Me gustas como amigo, Viktor. En serio.

—¿Es por el tío ese de la Brasserie Godot? —preguntó él.

—Venga ya. ¿No has hecho lo que te dije? ¿No te has enterado de lo que le pasó?

—A ver, contéstame. ¿Es él?

Natalie pensó en JW en la cama del hotel Diplomat. Habían vuelto a quedar dos veces, en otros hoteles.

Su voz se endureció.

—¿No has oído lo que acabo de decirte? No se trata de otro. Se trata de mí. No soy la misma persona que hace medio año. Por aquel entonces era una chiquilla, ahora me he hecho mayor.

Viktor hizo ruiditos extraños. Tal vez estaba sollozando.

Natalie dio por finalizada la conversación.

Se sentía aliviada. Y al mismo tiempo, irritada.

Entró tras Sascha en la oficina de Hertz.

Dos tíos de unos treinta años detrás del mostrador. Uno de ellos: la cabeza rapada, estaba atendiendo a un cliente. El otro: pelo largo, recogido en una coleta de caballo, estaba junto a un ordenador. Fingía estar ocupado; quería que Natalie se pusiera a la cola.

Miró a su alrededor. En las paredes: antiguos carteles publicitarios de Hertz de los años cincuenta de Estados Unidos. Tíos con sombreros y mujeres con faldas largas:
See More, Do More, Have More Fun… The Hertz Rent-a-Car-Way! The Hertz Idea has become… The Hertz Habit
.
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Y más cosas: pósteres con imágenes de los coches que podías alquilar. Volvo S80; lo tenían en varios modelos. ¿Y varios colores?

Un sofá de cuero sintético junto a la pared. El cliente del mostrador seguía hablando. Natalie esperó cinco minutos. El tío rapado no conseguía desprenderse del cliente. Natalie quería intentar hacer aquello de una manera suave.

A pesar de todo, no tenía ganas de esperar más. Se inclinó sobre el mostrador, miró al chico de la coleta que estaba junto al ordenador. Llevaba una camisa blanca de manga corta y una placa con su nombre sobre el pecho.

—Anton, ¿puedo hacerte una pregunta? —dijo.

El tío casi pareció sobresaltarse.

—Claro.

—Necesitaría un poco de ayuda especial. Tengo un par de preguntas sobre diferentes coches que habéis alquilado.

—¿Qué quieres decir?

Natalie miró hacia un lado. El cliente y el otro tío de Hertz estaban ocupados con sus asuntos.

—Lo mejor será que hablemos en tu despacho.

Anton se mostró reacio. Natalie insistió. Explicó que era una cliente de Hertz importante; y era verdad, pero ella nunca figuraba en los contratos de alquiler.

Al final, Anton accedió. Natalie y Sascha pudieron acompañarlo al otro lado del mostrador.

Un despacho/cocina. Un fregadero en un rincón, tazas de café, una cafetera y un minifrigorífico. Una pequeña mesa y cuatro sillas. En la otra mitad: un escritorio ancho con dos sillas de oficina a cada lado. Teléfonos, ordenadores, un montón de carpetas.

Anton se quedó de pie en medio del despacho.

—Bien, ¿qué puedo hacer por ti?

—Quiero saber si habéis alquilado un Volvo S80 verde en algún momento de la primera quincena de abril este año —dijo Natalie—. Y, en tal caso, a quién.

Anton se cruzó los brazos.

—Lo siento, no podemos facilitar información sobre otros clientes.

Natalie no quería discutir.

—Pero Avis sí que facilita estos datos.

—Bien, pero no somos Avis. La idea es que nuestros clientes se sientan seguros con Hertz.

—¿Pero sí tenéis Volvos S80 verdes en vuestra flota?

—Sí que tenemos, eso sí te lo puedo decir.

—¿Y teníais ese coche en abril este año?

—Afirmativo.

—¿Cuántos había en Estocolmo? Eso sí lo puedes mirar, ¿no?

Anton se rascó la cabeza. Llevaba un aro en la oreja derecha. El tío se parecía a Anders Borg.
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—Pueees, sí, no debería haber problema. Pero ¿por qué queréis saber todo esto?

Natalie soltó el mismo rollo que en Avis y Europcar.

—Andamos detrás de un coche que se fugó tras un accidente. Fue un accidente de tráfico que ocurrió en Östermalm el 14 de abril, en el que falleció un niño. La policía no ha podido identificar el coche, así que ahora lo estamos intentando por nuestra cuenta. Doy por sentado que Hertz colabora en estos casos.

Anton siguió rascándose.

—Vaya. Entonces voy a echar un vistazo.

Se sentó delante de uno de los ordenadores. Se puso a teclear. Pinchó en varios cuadraditos e iconos con el ratón.

En las paredes había la misma publicidad clásica que junto al mostrador.

Natalie pensó en el acuerdo con JW. Dijo que no se atrevía a romper con Stefanovic a no ser que alguien le hiciera desaparecer. Ella le había preguntado para qué necesitaría su protección entonces. La respuesta era otra cosa. Un golpe grandioso. JW estaba pensando en jugársela a todos sus clientes, a lo loco. Dejarles en pelotas a aquellos que le habían confiado su dinero. Los que le habían abierto sus huchas para que él se las lavara. Y no había riesgo de que sus clientes acudieran a la policía inmediatamente.

Su idea era sencilla. Genial. Increíblemente peligrosa.

Tenía que reflexionar sobre el asunto. Por otro lado: tenía que matar a Stefanovic. JW era la clave.

Y por otro lado: ella le necesitaba; tenía la sensación de que él era el reflejo de ella. De que él realmente la entendía, que podía mirar a su interior y saber quién era. Sentía algo por él. Tal vez demasiado.

Si además conseguía un porcentaje de su montaje, todos sus problemas se esfumarían. A excepción de una cosa: ¿quién había asesinado a su padre?

Anton echó la silla hacia atrás.

—En total alquilamos el Volvo de modelo S80 en doscientas dos ocasiones a lo largo del mes de abril. Antes del 14 de abril lo alquilamos en ochenta y cinco ocasiones. No estoy del todo seguro, pero creo que dos de los que teníamos aquí en Estocolmo eran verdes. Eso quiere decir que alquilamos el Volvo de color verde en siete ocasiones antes del 14 de abril.

Natalie pensó: «El tío no es tonto».

—¿Puedo ver quiénes eran los siete que lo alquilaron? —preguntó.

—Ya te he dicho que no. Son datos secretos.

Había tres maneras de hacerlo. Podría soltar a Sascha; ella conseguiría lo que quería, pero había riesgo de denuncias y esas mierdas. La segunda alternativa era que ella aplicara un poco más de presión a este Anton. Amenazaría con Sascha, diría que le cortaría esa coleta tan fea que tenía y se la metería por la boca. Eligió una tercera vía.

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