Una muerte sin nombre (34 page)

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Authors: Patricia Cornwell

BOOK: Una muerte sin nombre
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MENSAJE PQ43 76301 001732 INICIO

A: TODOS LOS POLICÍAS DE: CAIN

SI CAIN MATÓ A SU HERMANO, ¿QUÉ PIENSAS QUE HARÁ CONTIGO?

SI TU BUSCAPERSONAS SUENA EN EL DEPÓSITO DE CADÁVERES, ES EL SEÑOR QUIEN LLAMA.

MENSAJE PQ43 76301 001732 FINAL

Miré los estantes de módems que llenaban una pared y me fijé en las luces destellantes. Aunque no era una experta en ordenadores, no dejé de notar que no había relación entre su actividad y lo que estaba sucediendo en la pantalla. Seguí mirando y vi una clavija telefónica bajo la mesa. Un cable conectado a ella desaparecía bajo la tarima de la sala, lo cual me extrañó.

¿Por qué habría de guardarse bajo el suelo un aparato conectado a una clavija telefónica? Los teléfonos estaban sobre las mesas y los módems, en estantes. Me agaché y levanté un panel que cubría un tercio del estrado en la sala que albergaba a CAIN.

—¿Qué haces? —exclamó Lucy sin apartar los ojos de la pantalla.

El módem que encontré bajo el suelo parecía un pequeño dado con luces que parpadeaban aceleradamente.

—¡Mierda!—exclamó mi sobrina.

Levanté la cabeza y la vi mirar el cronómetro y escribir algo. La actividad de la pantalla había cesado. Las luces del módem se apagaron.

—¿He hecho algo? —pregunté, consternada.

—¡Hijo de puta! —Lucy descargó un puñetazo en la mesa y el teclado saltó—. Casi te tenía. ¡Una vez más y te habría cogido!

—Espero no haber desconectado nada —murmuré mientras me incorporaba.

—No, no. ¡Maldita sea! Ha desconectado él. Ya le tenía —repitió, mirando todavía el monitor como si las letras verdes pudieran empezar a fluir otra vez.

—¿Gault?

—El impostor de CAIN. —Exhaló un profundo suspiro y bajó la vista hacia las tripas expuestas del aparato al que se había dado el nombre del primer asesino de la historia—. Lo has encontrado —añadió sin énfasis—. Excelente.

—Es así como ha estado entrando en el sistema, ¿no? —pregunté.

—Sí. Es tan evidente que nadie se dio cuenta.

—Al principio, no —dijo Lucy.

—Carrie lo puso ahí antes de marcharse, el otoño pasado —deduje.

Lucy asintió.

—Como todos, yo buscaba algo más refinado, más intrincado tecnológicamente, pero la idea era brillante en su simplicidad. Escondió su propio módem privado y el acceso es un número de una línea de diagnósticos que no se utiliza casi nunca.

—¿Cuánto hace que lo sabes?

—Me di cuenta tan pronto empezaron los mensajes extraños.

—Pero tenías que seguirle el juego —deduje, molesta—. ¿Te das cuenta de lo peligroso que es?

Lucy empezó a pulsar teclas.

—Lo ha intentado cuatro veces. ¡Ah, qué cerca hemos estado!

—Durante un tiempo, pensaste que era Carrie quien hacía eso —apunté.

—Ella lo instaló, pero no creo que sea quien establece los contactos.

—¿Por qué?

—Porque he estado siguiendo al intruso día y noche. Esto lo hace alguien poco experto. —Por primera vez en meses, pronunció el nombre de su antigua amiga—. Sé cómo funciona la cabeza de Carrie. Y Gault es demasiado narcisista como para dejar que CAIN sea alguien distinto de él.

—Yo he recibido una nota, probablemente de Carrie, que venía firmada CAIN —le revelé.

—Y yo apostaría a que Gault no supo que la enviaba. Y también apuesto a que, si lo descubrió, la privó de ese pequeño placer.

Pensé en la nota en papel rosa que Gault, según sospechábamos, le había quitado a Carrie en secreto en casa del comisario Brown. Al colocar la nota en el bolsillo de la ensangrentada chaqueta del pijama, Gault no había hecho sino reafirmar su posición dominante. Gault utilizaba a Carrie. En cierto sentido, ella siempre esperaba en el coche, salvo cuando él necesitaba su colaboración para trasladar un cuerpo o para realizar algún acto degradante.

—¿Y qué acaba de suceder aquí? —pregunté a Lucy.

Mi sobrina respondió sin mirarme:

—Encontré el virus y he introducido el mío. Cada vez que él intenta enviar un mensaje a cualquier terminal conectada con CAIN, hago que el mensaje se reproduzca en su pantalla. Es como si le rebotase en la cara en lugar de viajar a alguna parte. Y, al mismo tiempo, recibe un aviso que dice
Inténtelo de nuevo, por favor.
Entonces, él vuelve a probar. La primera vez que se encontró con eso, el icono del sistema le dio la conformidad al segundo intento y él pensó que el mensaje estaba enviado.

»La vez siguiente sucedió lo mismo, pero le forzamos a hacer un tercer intento. Nuestro objetivo es mantenerlo en la línea el tiempo suficiente como para rastrear la llamada.

—¿«Nuestro» objetivo?

Lucy señaló el pequeño mando a distancia beige que le había visto utilizar hacía un rato.

—Es mi botón de urgencia. Llega directamente al equipo de Rescate de Rehenes.

—Supongo que Wesley ha conocido la existencia de este módem oculto desde que lo descubriste.

—Así es.

—Explícame una cosa —le dije.

—Desde luego. —Lucy me miró atentamente.

—Aunque Gault o Carrie tuvieran ese módem y ese número secretos, ¿qué hay de tu contraseña? ¿Cómo podría cualquiera de los dos acceder como súper usuario? ¿Y no hay unos mandos de UNIX que cuando los manejas te dicen si está conectado otro usuario u otro aparato?

—Carrie programó el virus para que capturase mi nombre y contraseña de usuaria cada vez que los cambiase. Las fórmulas codificadas eran invertidas y enviadas a Gault vía correo electrónico. Entonces él podía acceder como si fuera yo, y el virus no le permitía hacerlo a menos que yo también estuviera conectada.

—De modo que se esconde detrás de ti, ¿no es eso?

—Como una sombra. Ha utilizado mi propio nombre y contraseña de usuaria. Deduje lo que estaba pasando el día que ejecuté un comando WHO y mi nombre de usuaria apareció dos veces.

—Si CAIN se protege con una llamada inversa al usuario para verificar su legitimidad, ¿por qué no ha aparecido el número de teléfono de Gault en la factura mensual del equipo de Rescate de Rehenes?

—Es parte del virus. Da instrucciones al sistema de llamadas de comprobación para que cargue la llamada a una tarjeta de crédito de la AT&T. Así, las llamadas no aparecían en ninguna factura del FBI. Se registraban en las del padre de Gault.

—Asombroso —murmuré.

—Según parece, Gault conoce el número de la tarjeta telefónica de su padre y la clave privada.

—¿Sabe el padre que su hijo los ha estado empleando?

Sonó un teléfono y Lucy descolgó.

—Sí, señor-dijo—. En efecto, hemos estado cerca. Desde luego, le traeré las copias impresas ahora mismo. —Colgó y respondió a mi pregunta—: No creo que se lo haya dicho nadie.

—O sea, que nadie de aquí se lo ha comunicado a Peyton Gault.

—Exacto. Orden del señor Wesley.

—Tengo que hablar con él. ¿Confías en mí como para que le lleve yo esas copias impresas?

Lucy volvía a estar pendiente del monitor. Había reaparecido el salvapantallas y unos triángulos brillantes se cruzaban y se rodeaban unos a otros, deslizándose lentamente, como figuras geométricas haciendo el amor.

—Puedes llevárselas —respondió. Escribió
Prodigy
en el teclado—. Antes de que te vayas... ¡Eh!, tienes correo nuevo esperando.

—¿Cuánto? —Me acerqué a ella.

—¡Hum...! Un mensaje, de momento.

Abrió el buzón. Decía:

¿Qué es «pan de oro»?

—Probablemente vamos a tener muchos de esos —dijo Lucy.

Cuando entré en el vestíbulo de la Academia, Sally volvía a estar a cargo del mostrador de recepción y me franqueó el paso sin los trámites del registro y del pase de visitante. Avancé con determinación por el largo pasillo de color tostado, rodeé la oficina postal y crucé la sala de limpieza de armas. Siempre me ha encantado el olor a Hoppes Número 9.

Un hombre solitario en traje de faena introducía aire comprimido en el cañón de un fusil. Observé las filas de largos pupitres negros, desiertos y perfectamente limpios, y recordé mis años de estudio, los hombres y mujeres que había conocido y las veces que había estado ante uno de aquellos pupitres limpiando mi propia arma. Había visto llegar y marcharse a nuevos agentes. Los había visto correr, luchar, disparar y sudar. Les había instruido y me había cuidado de ellos.

Pulsé el botón del ascensor, lo tomé y bajé al nivel inferior. Varios expertos estaban en sus despachos y me saludaron cuando pasé ante ellos. La secretaría de Wesley se hallaba de vacaciones; pasé de largo ante su mesa y llamé a la puerta con los nudillos. Oí la voz de Wesley, el ruido de una silla al desplazarse y sus pasos hasta la puerta.

—¡Hola! —exclamó al abrir, sorprendido.

—Éstas son las copias impresas que le has pedido a Lucy —dije, y se las entregué.

—Gracias. Entra, por favor.

Benton se colocó las gafas de leer y echó un vistazo al mensaje que había enviado Gault.

Se había quitado la chaqueta y llevaba una camisa blanca, arrugada bajo los tirantes de cuero trenzado. Había estado sudando y necesitaba un afeitado.

—¿Has perdido más peso? —le pregunté.

—Nunca subo a una báscula. —Me miró por encima de las gafas y tomó asiento tras el escritorio.

—No tienes buen aspecto.

—Gault se está descontrolando cada vez más —dijo él—. Se puede apreciar en el mensaje. Se hace cada vez más atrevido, más descuidado. Calculo que al concluir el fin de semana lo tendremos localizado.

—¿Y entonces, qué? —pregunté, no muy convencida.

—Llamaremos al grupo de Rescate de Rehenes.

—Ya —repliqué secamente—. Y se descolgarán de los helicópteros y volarán el edificio.

Wesley me miró de nuevo y dejó los papeles sobre el escritorio.

—Estás enfadada —dijo.

—No, Benton. No «estoy enfadada» en general. Lo estoy contigo.

—¿Por qué?

—Te pedí que no metieras en esto a Lucy.

—No teníamos alternativa —respondió.

—Siempre hay alternativas. No me importa lo que diga nadie.

—En este momento, si queremos localizar a Gault, ella es nuestra única esperanza real. —Benton hizo una pausa y me miró a los ojos—. Lucy tiene mucha iniciativa.

—Sí, desde luego. A eso me refiero. Lucy no tiene un botón de desconexión. No siempre entiende dónde está el límite.

—No le permitiremos hacer nada que pueda ponerla en peligro —afirmó Wesley.

—¡Ya la has puesto en peligro! —repliqué.

—Tienes que dejarla crecer, Kay. —Le miré fijamente. Él insistió—: Se graduará en la universidad la próxima primavera. Ya es una mujer adulta.

—No quiero que vuelva aquí —dije.

Benton sonrió levemente, pero sus ojos estaban tristes y fatigados.

—Y yo espero que vuelva. Necesitamos agentes como ella y Janet. Necesitamos todos los que podamos conseguir.

—Lucy me oculta muchos secretos. Parece que los dos conspiráis contra mí y conseguís dejarme a oscuras. Ya es bastante malo que...

Me contuve. Wesley me miraba a los ojos:

—Kay, esto no tiene nada que ver con mi relación contigo.

—Desde luego, eso espero.

—Quieres saber todo lo que hace Lucy, ¿no? —me dijo.

—¡Naturalmente!

—¿Le cuentas tú todo lo que haces, cuando trabajas en un caso?

—¡Por supuesto que no!

—Ya.

—¿Por qué me has colgado el teléfono hace un rato?

—Me has pillado en un mal momento —fue su respuesta.

—No me habías colgado nunca, por terrible que fuera el momento —le reprendí.

Se quitó las gafas y las plegó cuidadosamente. Alargó la mano, cogió su taza de té, miró el interior y vio que estaba vacía. La sostuvo con ambas manos.

—Tenía a alguien en el despacho y no quería que esa persona supiera que hablaba contigo —me confió.

—¿Qué persona era? —quise saber.

—Alguien del Pentágono. No voy a decirte el nombre.

—¿Del Pentágono? —repetí, perpleja.

Benton guardó silencio.

—¿Y por qué te habría de preocupar que alguien del Pentágono supiera que hablabas conmigo? —pregunté a continuación.

—Parece que has creado un problema —se limitó a decir, dejando la taza sobre la mesa—. Ojalá no hubieras metido las narices en Fort Lee.

De nuevo me quedé perpleja.

—Tu amigo, el doctor Gruber, se juega que lo despidan. Te aconsejo que evites seguir contactando con él.

—Esto tiene que ver con Luther Gault, ¿verdad?

—Sí —respondió él—. Con el general Gault.

—¡No le pueden hacer nada al doctor Gruber! —protesté.

—Me temo que sí pueden. El doctor Gruber ha efectuado una indagación no autorizada en una base de datos militar. Te ha proporcionado información reservada.

—¿Reservada? —repliqué—. ¡Absurdo! Es una página de información rutinaria que se puede ver durante la visita al museo de Intendencia previo pago de veinte dólares. No es lo mismo que pedir un maldito informe del Pentágono.

—Pero esos veinte dólares sólo permiten ver el expediente de alguien si lo solicita uno mismo o una persona con poderes legales para hacerlo.

—Benton, estamos hablando de un asesino en serie. ¿Acaso todo el mundo ha perdido el juicio? ¿A quién le importa un historial genérico archivado en un ordenador?

—Al ejército.

—¿Es un asunto de seguridad nacional?

Wesley no respondió. Al ver que no decía nada más, insistí:

—Muy bien. Os podéis guardar vuestros secretillos. Estoy harta de secretillos. Mi único interés es evitar más muertes. No estoy segura de cuál es el vuestro.

Le lancé una mirada dolida e implacable.

—¡Por favor! —estalló Wesley, exasperado—. ¿Sabes?, hay días en que me gustaría fumar como lo hace Marino. El general Gault no importa en esta investigación. No es preciso que su nombre se vea involucrado.

—Pues yo creo que todo lo que sepamos de la familia de Temple Gault puede tener importancia. Y me resisto a creer que no lo veas como yo. Los antecedentes son fundamentales para establecer perfiles y predecir conductas.

—Te repito que el general queda fuera de la investigación.

—¿Por qué?

—Por respeto.

—¡Dios mío, Benton! —Me incliné hacia delante en la silla—. Gault puede haber matado a dos personas utilizando unas jodidas botas militares de su tío. ¿Cómo se lo va a tomar el ejército cuando esto aparezca publicado en
Time y
en
Newsweek?

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