Un secreto bien guardado (28 page)

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Authors: Maureen Lee

Tags: #Relato, #Saga

BOOK: Un secreto bien guardado
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Me hundí en el sofá y me recosté contra él.

—Siento lo del coche de Rob.

Había sido «la gota que colmó el vaso», según Charles. Si Rob no hubiera venido a recogerme el domingo, quizá esta pelea no se hubiera producido, aunque sospechaba que cualquier otro detalle insignificante la habría desencadenado.

—No seas boba —dijo tajante—. Es un coche. Marion es probablemente una de las pocas mujeres en el mundo a las que le importaría una mierda verlo aparcado delante de su casa. —Esa noche fue la primera en que oí a mi tío decir palabras malsonantes. Señaló la carpeta que yo tenía sobre las rodillas con un gesto de cabeza—. ¿Lo lees a menudo?

—No. Pero ahora me apetece mirar la foto de mi padre.

—Era un guaperas, tu padre. Te pareces mucho a él.

Suspiré.

—Preferiría no ser guaperas.

Charles rio.

—No eres guaperas, Pearl, eres muy bonita. Tienes los rasgos de tu padre, pero en femenino. ¿Te gusta más así? —asentí y él continuó—: No te creas todo lo que hay ahí. Tu madre nunca tuvo aventuras, ni con Leo Patterson ni con nadie. Era una esposa maravillosa. Muchas mujeres no habrían aguantado a tu padre ni cinco minutos, pero tu madre estuvo a su lado seis años.

—Solía oír cómo la insultaba —dije—. La llamaba puta. Entonces yo no sabía lo que era eso. Me enteré años después.

—¿Recuerdas muchas cosas de tu padre? —preguntó Charles con curiosidad.

Pasó un coche y sus faros se reflejaron sobre las paredes.

Reconocí que no estaba segura de si algunas de las cosas que recordaba eran verdad o las había soñado.

—Me dijeron que mi padre había muerto en un accidente de coche, pero yo sabía que había estado en casa aquella noche porque le oí gritar que quería matar a mi madre y yo no lo había oído salir.

Sentí que Charles se ponía tenso a mi lado.

—Santo Dios, Pearl —dijo impresionado—. No sabía que recordabas todo eso. Nunca lo habías mencionado.

—Va y viene. —Me encogí de hombros—. En cualquier caso, cuando ocurrió, yo tenía varicela y una fiebre muy alta, así que podía haber sido un sueño. Vino la policía, y la abuelita Curran. Ella me envolvió en una manta y me llevó en un taxi a Agate Street. —Me estremecí. Había sido un momento espantoso—. Esa fue la última vez que vi a mi madre.

—¡Es todo tan triste! —Charles me quitó la carpeta de las rodillas—. Preferiría que no leyeras esto. Bueno, creo que es hora de que cambiemos de tema —se aclaró la garganta—. Respecto a ese chico, ¿te irías con él al extranjero si aquí no encuentra trabajo?

—Apenas lo conozco, Charles —murmuré.

—¿Por qué no lo invitas a que venga a Southport con nosotros el jueves? El que llamó antes era Leo Patterson. Nos ha invitado a cenar, y también a Cathy y a Harry. Conozcamos a ese Rob. Conociendo a tu abuelo, puede que le ofrezca un trabajo. Probablemente sea muy amigo del comisario jefe de Lancashire.

—Se lo diré —prometí—. Depende de si se puede tomar la noche libre en Correos y dejar a Gary con su hermana. Lo llamaré mañana. —Una ocasión tan importante requería un vestido nuevo. Iría directamente después de la escuela a comprar algo adecuado para cenar en Southport con mi abuelo.

Mi amiga Trish había conocido a mi abuelo cuando ella tenía unos veinte años y él sesenta y tantos —puede que incluso tuviera setenta—, y lo había encontrado tremendamente atractivo.

Yo no podía entenderlo.

—¡Pero si es muy viejo! —exclamé.

—No me importa —Trish puso los ojos en blanco—, me encanta. Es de lo más
sexy.

Mi abuelo tenía una buena mata de pelo gris acero, liso y un poco ahuecado, bastante largo para un anciano. No me habría sorprendido nada verlo un día con un pendiente. Era muy delgado y caminaba muy erguido, con arrugas en la cara que le daban aspecto de interesante y vivos ojos castaños. Al parecer, mi padre y yo habíamos heredado sus ojos castaños, aunque los míos no chispeaban a menudo. No sé si los de mi padre chispeaban o no.

El jueves siguiente nos encontramos en el hotel Carlyle, en Southport. Era anticuado y opulento, con mullidas alfombras rojas y muchos dorados. Los manteles eran tan blancos que hacían daño a la vista, y la plata relucía. En un rincón, una mujer con un traje de noche verde esmeralda estaba sentada ante un piano de cola tocando el
Concierto de Varsovia.

Había algo en ese lugar que me hacía sentir como si me hubieran transportado a los años previos a la guerra, o incluso a la época eduardiana. No era sólo que el hotel fuera anticuado, también la clientela lo era: había muchas mujeres de pelo gris y peinados rígidos y collares de perlas, y la mayoría de los hombres llevaba esmoquin.

El abuelo, el tío Harry y Cathy ya estaban allí. Rob había venido con nosotros en el coche de Charles y había dejado su oxidada cafetera delante de casa. La idea fue de Charles. Estaba claro que no le importaba lo que pensara Marion.

El abuelo se levantó y me dio un aparatoso abrazo. Llevaba pantalones negros, una chaqueta de pana negra y una camisa blanca y sedosa de cuello alto, como las que llevan los cosacos. Se lo presenté a Rob, que había conseguido tener la noche libre, sintiéndome muy orgullosa de tener un abuelo
sexy
que no necesitaba bastón, audífono ni gafas; bizqueaba un poco al leer la carta, pero sólo un poco. Probablemente era la persona con más estilo de la sala.

—Encantado de conocerte, Rob —dijo, estrechándole vigorosamente la mano—. Pearl me ha contado que trabajaste en Uganda. Muy inteligente por tu parte marcharte antes del golpe, debo decir. Ese tipo, Idi Amin, parece peligroso. —Aún tenía acento irlandés a pesar de haber pasado la mayor parte de su vida en Inglaterra—. ¿Ya has encontrado otro trabajo?

Rob explicó el problema que tendría con Gary si se incorporaba a la policía.

—El horario es largo e impredecible, y no tengo a nadie que cuide de él. Pero aunque me fuera al extranjero, dudo de que consiga lograr una situación tan buena como la que teníamos en Uganda.

—Pearl y tú deberíais casaros —soltó mi abuelo, asintiendo sabiamente como un viejo erudito. Sentí que me subía la sangre a la cara. Rob pareció claramente incómodo—. Creo que le da clase a tu hijo en la escuela —continuó diciendo mi nada delicado abuelo—. Esta es una situación aún mejor que la que tenías en Uganda. Las casas no son nada caras en Liverpool. Si alguna vez quieres comprar una, dímelo. Soy amigo de unos cuantos agentes inmobiliarios y puedo conseguirte una ganga.

Cathy Burns me guiñó un ojo desde el otro lado de la mesa.

—Eres un viejo granuja, Leo —le espetó—, acabas de avergonzar a Pearl y a Rob.

—¿De verdad? —Sus ojos castaños brillaron—. Sólo he dicho algo evidente.

—En cualquier caso —continuó Cathy—, ¿por qué iba Pearl a dejar su trabajo para cuidar de Gary? ¿Por qué no puede hacerlo el hombre para variar? Eso me recuerda... —Se volvió hacia Rob—. Gary ha ganado el segundo premio en un concurso de arte con un dibujo de un árbol; ya sabes cuál, Pearl. Lo organiza el
Crosby Herald
para todos los alumnos de primer año de la zona. Me llamaron por teléfono esta tarde justo cuando me marchaba.

—¡Eso es estupendo! —Rob parecía complacido—. ¿Puedo decírselo por la mañana?

—Si quieres... Lo anunciaré el lunes en la asamblea.

Vino un camarero y tomó nota de la comanda; después, otro camarero trajo el vino y nos llenó las copas.

—Quisiera hacer un brindis —dijo el abuelo—. No os pongáis de pie. Me gustaría beber a la salud de la madre de Pearl, que también es la hermana de Charlie, la amiga de Cathy, la cuñada de Harry y mi nuera. —Alzó la copa—. Por Amy Patterson.

—Por Amy Patterson. —Todos entrechocamos las copas. Yo no estaba segura de si había imaginado o había oído que Marion susurraba: «y presidiaría».

—¿Qué tal en París, Leo? —preguntó Charles.

—Muy agradable, muy relajante —contestó Leo afablemente—. Estuve sólo quince días y me hizo un tiempo perfecto. Creo que me voy a retirar y a viajar más. Me apetecería visitar Estados Unidos.

Al oír esto, los ojos de Harry brillaron esperanzados. Estaba deseando hacerse cargo del negocio.

Cathy dijo muy animada:

—Se me acaba de ocurrir una cosa. La semana que viene es el cumpleaños de Amy. Me pregunto si será ese día cuando vuelva a casa, para su cumpleaños.

—¿No sería innecesariamente dramático? —replicó Marion fríamente—. ¿Sugieres que estará escondida en alguna parte hasta el 1 de junio, y que ese día saldrá sonriente de una tarta?

Cathy se rio.

—Algo así. ¿Tú qué opinas, Charlie?

—Nada que hiciera Amy me sorprendería —respondió Charles.

Llegaron los entrantes. Cathy describió una serie de cosas maravillosas y sorprendentes que mi madre había hecho, y yo sabía que lo estaba haciendo sólo para fastidiar a Marion por haber sido tan aguafiestas. Charles no dejó de asentir y sonreír, también para fastidiar a Marion.

Rob estaba muy callado a mi lado.

—¿Estás bien? —susurré.

—Estupendamente, de verdad —insistió al ver mi mirada preocupada—. Estaba empezando a desear no haberlo invitado—. Siempre disfruto de las reuniones familiares, pero sólo cuando se trata de la familia de otro. Es como ver una obra de teatro.

—Lo siento —Marion era la única que estaba estropeando las cosas, aunque la sugerencia del abuelo de que nos casáramos no había ayudado mucho.

—No lo sientas. Tendría que pagar un buen dinero por ver esto en el teatro.

No me había dado cuenta de que tenía sentido del humor. De hecho, pensé, había muchísimas cosas que no sabía de él.

Cathy Burns se lo estaba pasando francamente bien. Llevaba un bonito vestido de gasa azul con cuello y puños de volantes. Su pelo corto, normalmente liso, parecía abundante y hueco, y sus pequeños pendientes de diamantes brillaban cuando movía la cabeza; me pregunté si serían diamantes auténticos. Los profesores de la escuela se sorprenderían al verla así, con aspecto de tener diez años menos y tan diferente de la directora sobriamente vestida a la que veían todos los días.

Mi vestido hasta los tobillos era de crepé color pastel, floreado, con un amplio escote cuadrado, mangas largas abullonadas y cintura alta. Cuando me lo puse, me preocupaba que pareciera un vestido de embarazada, pero Marion me aseguró que me quedaba muy bien.

Marion no se había preocupado por cambiarse la blusa gris lisa y la falda de un gris más oscuro con las que había ido a trabajar. Yo pensaba que cualquier mujer en su situación —peleada con su marido— habría hecho un esfuerzo por tener buen aspecto aquella noche. Pero Marion no era como las demás mujeres. No creo que fuera capaz de ser astuta o de tratar de tener buen aspecto sólo para complacer a Charles, igual que no era capaz de hacer un brindis por mi madre porque no lo aprobaba. Supongo que a su manera era bastante admirable. Yo me moría por conocer su pasado como gitana y esperaba tener la oportunidad de preguntarle algún día a Charles.

Alcé la vista y advertí que mi abuelo, que estaba sentado a mi izquierda, me miraba pensativo. Sonreí y él me devolvió la sonrisa.

—Te pareces muchísimo a tu padre, Pearl —dijo.

—¿Sí? ¿No preferirías que fuera tu nieto en vez de tu nieta?

—No, cariño. Sería demasiado raro tener a otro Barney. —Su rostro cambió; parecía terriblemente triste. Me di cuenta de lo horrible que debía ser que tu nuera asesinara a tu hijo. Aun así, había seguido siendo amigo de la esposa, mi madre, e incluso había ido a verla a la cárcel con regularidad.

Llegaron los segundos platos junto con más vino. No estaba acostumbrada a beber tanto y me sentía un poco mareada, pero no tenía que preocuparme por conducir, a diferencia de Rob, que rechazó el vino. Lamenté no haberle sugerido a Charles que lo recogiera en Seaforth y lo llevara a casa. Cathy anunció que había venido en taxi y que podía beber todo lo que quisiera. Le indicó al camarero que le rellenara la copa.

Cathy estaba sentada enfrente del abuelo, Charles a su lado y Marion a continuación. Como esta parecía haberse quedado muda, el pobre tío Harry no tenía con quién hablar, pues la persona que estaba a su izquierda era Rob, al que yo hacía lo que podía por entretener. Me sentí casi feliz de que el abuelo me acaparara y ocasionara que Rob y Harry se enzarzaran en una conversación sobre fútbol. Los dos habían visto cómo Inglaterra ganaba a Alemania en el Mundial de 1966 y recordaban todas las jugadas del partido. Iban haciendo comentarios por turnos.

Habría sido una ocasión alegre si no hubiera sido por Marion, que ciertamente estaba estropeando las cosas. Entonces el abuelo dijo en voz alta:

—¿Y cómo te trata la vida, Marion?

—¡Oh! —balbució ella, intentando sonreír. A nadie se le ocurriría ser grosero con Leo Patterson—. Bien, supongo.

—¿Sigues en el mismo trabajo? ¿Cuál es?, ¿la English Electric?

—Sí, Leo.

—¿Cuánto llevas allí?

—Treinta y tres años. —Marion se pasó la lengua por los labios. Parecía nerviosa por alguna razón. Supongo que entendía que el abuelo le estaba hablando así como una especie de reproche por el modo en que se había comportado—. Empecé en el
pool
de mecanógrafas en 1938.

—¿Y qué tal ese precioso jardín tuyo? —preguntó Leo efusivamente—. Recuerdo haber visitado tu casa unas cuantas veces y haberme quedado impresionado. Es una obra de arte.

—Bueno, Charles es quien hace todo el trabajo. Lo único que yo hago es limpiar un poco.

—¿Y adónde iréis Charles y tú de vacaciones este año, querida?

—Todavía no hemos hecho ninguna reserva, pero habíamos pensado ir a una de las islas griegas... o a más de una, quizá. Puede que hagamos un crucero.

—Yo fui a Rodas el año pasado. Es precioso —comentó Cathy—. Pero no vayáis en pleno verano; hace demasiado calor.

De pronto, antes de que Marion pudiera darse cuenta, se había visto obligada a participar en una conversación sobre vacaciones que después derivó en otra sobre el precio de las llamadas telefónicas desde el extranjero y luego en otra sobre cámaras fotográficas. El abuelo mantenía vivas las conversaciones como un fogonero un fogón, y a Marion no se le permitió refugiarse de nuevo en un silencio intimidatorio.

Casi habíamos terminado de comer cuando el abuelo, sonriendo como un gato de Cheshire, pidió un mágnum de champán. Me di cuenta de que estaba tramando algo.

—Tengo una sorpresa para vosotros —anunció.

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