—El asesino —repitió Neele—. Vamos, señorita. ¿Quién es?
—No le sorprenderá, en absoluto, porque, en cuanto le diga quién es, o más bien dicho, quién creo que es, porque hay que hablar con exactitud, ¿verdad?... verá que es precisamente el tipo de persona adecuada para cometer estos crímenes. Cuerdo, inteligente y sin escrúpulos. Y lo hizo por dinero, desde luego, seguramente por una buena suma de dinero.
—¿Percival Fortescue? —preguntó el inspector Neele, sabiendo que se equivocaba. El retrato que la señorita Marple hiciera del asesino no tenía el menor parecido con Percival Fortescue.
—¡Oh, no! —repuso la señorita Marple—. Percival, no. Lance.
—¡Es imposible! —exclamó el inspector Neele.
Echándose hacia atrás en su butaca observó a la señorita Marple como fascinado. Como bien dijera la solterona, no estaba sorprendido. Sus palabras eran una negativa, no de probabilidad, sino de posibilidad. Lance Fortescue cuadraba con su descripción: la señorita Marple le había definido perfectamente. Pero el inspector Neele no conseguiría, ver cómo Lance pudo haberlo hecho.
La señorita Marple, inclinándose hacia delante y con la misma persuasión como se explican las reglas aritméticas a un niño, fue exponiendo su teoría.
—Siempre ha sido así. Quiero decir, que siempre fue
malo
. Malo dé pies a cabeza, a pesar de que siempre resultó
atractivo
. Sobre todo para las
mujeres
. Tenía una inteligencia despierta y no temía arriesgarse... y a causa de su atractivo la gente siempre pensaba de él lo mejor y no lo peor. Durante el verano vino a ver a su padre. No creo ni por un momento que su padre le escribiera o enviara a buscar... a menos, naturalmente, que usted tuviera prueba de ello. —Hizo una pausa a modo de interrogante.
—No —dijo Neele—. No tengo pruebas de que su padre le pidiera que viniera. Tengo una carta que Lance le escribió después de haber estado aquí, pero Lance pudo fácilmente haberla deslizado entre los papeles de su padre el día de su llegada.
—Es muy listo —dijo la señorita Marple asintiendo con la cabeza—. Bueno, como le digo, probablemente vino aquí para intentar reconciliarse con su padre, pero el señor Fortescue no quiso saber nada. Lance hacía poco que se había casado y la pequeña pitanza de la que iba viviendo y que sin duda fue aumentando de diversas maneras, todas deshonrosas, se había agotado. Estaba muy enamorado de Pat, que es una muchacha dulce y encantadora, y quería para ella una vida tranquila, respetable... y segura. Y para ello, desde su punto de vista, se necesitaba mucho dinero. Cuando estuvo en Villa del Tejo debió haber oído hablar de esos mirlos. Tal vez su padre o Adela los mencionara, y llegó a la conclusión de que la hija de Mackenzie estaba instalada en la casa y se le ocurrió que elfo sería una buena escapatoria para su crimen. Porque cuando comprendió que no conseguiría que su padre accediera a sus deseos, debió decidir asesinarle a sangre fría. Puede que al ver que su padre no estaba... er... muy bien... tuviera miedo de que a su muerte la firma se hubiese arruinado del todo.
—Conocía perfectamente el estado de salud de su padre —dijo el inspector.
—¡Ah..., eso explica muchas cosas! Tal vez la coincidencia de su nombre;
Rex
, unido al incidente de los mirlos, le sugirió la idea de la tonadilla infantil. Convertirlo todo en una locura... y mezclarlo con la venganza de los Mackenzie. Luego podría matar a Adela también y esas cien mil libras volverían a quedar en la sociedad. Pero debía haber un tercer personaje, «la doncella tendiendo la ropa en el jardín»... y supongo que eso le inspiró el plan más diabólico. Un cómplice inocente a quien poder silenciar antes de que hablara. Y eso le proporcionaría lo que deseaba... una coartada auténtica para su primer crimen. El resto fue sencillo. Llegó aquí desde la estación poco antes de las cinco, que era cuando Gladys llevaba la segunda bandeja a la biblioteca. Se acercó a la puerta lateral, la vio en el vestíbulo y le hizo señas. Luego la estranguló y arrastrando el cadáver fue a dejarlo en la parte de atrás de la casa, donde estaban las cuerdas de tender la ropa, cosa que sólo debió emplearle tres o cuatro minutos. Luego tocó el timbre, y entró en la casa por la puerta principal, reuniéndose con la familia, para tomar el té. Después subió a ver a la señorita Ramsbatton. Al bajar, se deslizó hasta la biblioteca, y encontrando a Adela sola bebiendo su última taza de té, sentóse a su lado en el sofá y mientras le hablaba, se las arregló para echar cianuro en su taza. No le sería difícil. Un pedacito de una substancia blanca, parecida al azúcar. Pudo servirle un terrón de azúcar y dejarlo caer con él en la taza. Riéndose diría: «Mira, te he puesto más azúcar en el té.» Ella respondería que no le importaba, y lo bebería. Debió hacerlo con audacia y facilidad. Si, es un individuo muy audaz.
—Es posible... si —dijo el inspector Neele, despacio. —Pero la verdad, señorita Marple, no veo... qué es lo que salía ganando con esto. Dando por supuesto que a menos de no morir el viejo Fortescue el negocio se hundiría, ¿es su parte tan importante como para hacerle cometer tres crímenes? No lo creo, la verdad.
—Esta es una pequeña dificultad —admitió la anciana—. Sí, estoy de acuerdo con usted. Eso presenta dificultades. Supongo... —vaciló mirando al inspector—. Supongo... soy tan ignorante en cuestiones financieras... pero supongo... ¿es verdad que la mina del Mirlo
está
agotada?
Neele reflexionó. Varias piezas sueltas empezaban a encajar en su mente. El deseo de Lance de quedarse con las acciones de menor valor o interés. Sus palabras al despedirse aquel día... diciendo a Lance que era mejor que se desprendiera de la mina del Mirlo y su maldición. Una mina de oro. Una mina de oro agotada. Pero tal vez
no
lo estuviese. Y no obstante, parecía poco probable que el viejo se equivocase, aunque era posible que la hubieran vuelto a examinar recientemente. ¿Dónde
estaba
la mina? Lance dijo que en el África Occidental, Sí, pero otra persona... ¿fue la señorita Ramsbatton?... había dicho que estaba en el
Este
de África. ¿Mentiría Lance deliberadamente al decir Oeste en vez de Este? La señorita Ramsbatton era vieja y olvidadiza, y no obstante pudo
tener
razón. África oriental. Lance acababa de llegar de allí. ¿Se habría enterado de algo?
De pronto otra de las piezas fue a unirse al rompecabezas mental del inspector... Cuando iba en el tren leyendo el
Times
.
Descubrimiento de yacimientos de urania en Tanganika
. Suponiendo que esos yacimientos estuvieran junto a la mina del Mirlo... Eso lo explicaría todo. Lance había tenido conocimiento de ello, y fue a comprobarlo sobre el terreno, y habiendo depósitos de uranio, aquello valdría una fortuna. ¡Una inmensa fortuna! Suspiró, mirando a la señorita Marple.
—¿Y cómo cree usted que voy a poder probar alguna vez todo eso? —le preguntó en tono de reproche.
La señorita Marple le dirigió una mirada animosa; como la tía que alienta a un sobrino inteligente convencida de que aprobaría el examen escolar.
—Lo probará —le dijo—. Usted es un hombre muy...
muy
inteligente, inspector Neele. Lo he comprendido desde el primer día. Ahora que sabe quién es, tiene que poder encontrar las pruebas. Por ejemplo, en ese pueblecito de veraneo es posible que reconozcan su fotografía. Le costará poder justificar por qué estuvo allí durante una semana haciéndose llamar Alberto Evans.
El inspector pensó para sus adentros:
«Si, Lance Fortescue era inteligente y sin escrúpulos... Pero también temerario. Los riesgos que corrió fueron demasiado grandes. ¡Le cogeré!»
Luego, dudando, miró a la señorita Marple.
—Todo son meras suposiciones —dijo.
—Sí... pero usted está seguro, ¿verdad?
—Supongo que sí. Al fin y al cabo, he conocido a muchos de su calaña.
La anciana asintió.
—Sí... eso es muy importante... por eso
estoy
segura.
Neele la miró divertido.
—A causa de su gran conocimiento de los criminales.
—¡Oh, no... claro que no! Es por Pat.. una chica encantadora... de esas que siempre se casan con un bala perdida... eso es lo que al principio me hizo pensar en él...
—Yo puedo estar seguro... en mi interior —dijo Neele—; pero hay muchas cosas que necesitan explicación... el asunto de Rudy Mackenzie, por ejemplo. Podría jurar que...
La señorita Marple le interrumpió:
—Y tiene usted razón. Pero se equivoca de persona. Vaya a hablar con la esposa de Percival.
—Señora Fortescue —dijo el inspector Neele—, ¿le importaría decirme cuál es su nombre de soltera?
—¡Oh! —exclamó Jennifer, asustada.
—No se intranquilice, señora, pero es mucho mejor que diga la verdad. ¿Me equivoco al creer que antes de casarse se llamaba Rudy Mackenzie?
—Yo... bueno... ¡Oh, Dios mío!... Bueno... ¿por qué no? —replicó la esposa de Percival.
—Por nada —repuso el inspector con toda amabilidad—. Estuve hablando con su madre, hace pocos días, en el sanatorio de «Los Pinos».
—Está muy enfadada conmigo —dijo Jennifer—. Nunca voy a verla, porque sólo consigo trastornarla. ¡Pobre mamá! ¡Estaba tan enamorada de mi padre!...
—¿Y la educó a usted en la idea de llegar a vengarse?
—Sí —repuso Jennifer—. Me hacía jurar constantemente sobre la Biblia que no lo olvidaría nunca y que algún día le mataría. Una vez fui al hospital, la empecé a estudiar y me di cuenta de que su equilibrio mental no era el que debía ser.
—A pesar de ello, ¿no sintió usted deseo de venganza, señora Fortescue?
—¡Pues claro! ¡Prácticamente, Rex Fortescue asesinó a mi padre! No quiero decir que le disparara un tiro ni nada parecido, pero estoy convencida de que le
dejó
morir. Viene a ser lo mismo, ¿verdad?
—Moralmente, sí...
—De modo que quise pagarle en la misma moneda —dijo Jennifer—. Cuando una amiga mía vino a cuidar de su hijo, conseguí que se marchara y me dejara reemplazarla. No sabia exactamente cuál era mi propósito... La verdad es que nunca tuve intención de
asesinar
al señor Fortescue. Creo que más bien pensaba cuidar mal a su hijo... dejarle morir... Pero cuando se es una enfermera profesional, no se pueden hacer esas cosas. Me costó mucho que se pusiera bien. Luego me tomó cariño y me pidió que me casara con él, y pensé: «Bueno esa es una venganza mucho más grande que ninguna otra.» Quiero decir, que si me casaba con el hijo mayor del señor Fortescue conseguiría que volviera a mis manos el dinero que él estafó a papá. Creo que era una venganza magnífica.
—Sí, desde luego. —dijo Neele—, y más razonable. —Y agregó—: Supongo que sería usted quien puso los mirlos sobre su mesa y en el pastel.
La esposa de Percival enrojeció.
—Sí. Fue una tontería por mi parte... Pero un, día el señor Fortescue estuvo hablando de los incautos, y alardeando de cómo les timaba. ¡Oh, —de un modo completamente
legal
! Y pensé que me agradaría darle... bueno, una especie de susto. ¡Y vaya si
le
asusté! Estaba como loco. —Y agregó con ansiedad—. Pero yo no hice nada
más
. De verdad, inspector. Usted no puede decir que haya
asesinado
a nadie.
El inspector Neele sonrió.
—No —dijo—, no lo digo. A propósito, ¿ha estado usted dando dinero a la señorita Dove, últimamente?
Jennifer se quedó boquiabierta.
—¿Cómo lo sabe usted?
—Nosotros sabemos muchas cosas —dijo el inspector Neele, añadiendo para sí—: Y adivinamos otras muchas, también.
Jennifer continuaba hablando a toda prisa:
—Vino a decirme que usted la había acusado de ser Rudy Mackenzie y que si le daba quinientas libras le dejaría seguir pensándolo. Dijo que si usted sabía que yo era Rudy Mackenzie sospecharía que había asesinado al señor Fortescue y a, mi madre política. Me costó mucho reunir el dinero, porque claro, no podía pedírselo a Percival. El no sabe nada. Tuve que vender mi anillo de compromiso y un collar muy bonito que me regaló el señor Fortescue.
—No se preocupe, señora Fortescue —dijo Neele—. Creo que podré devolverle ese dinero.
Al día siguiente el inspector Neele tuvo otra entrevista con la señorita Dove.
—Quisiera saber, señorita Dove, si podría darme un cheque de quinientas libras pagadero a nombre de la esposa de Percival Fortescue —le dijo y tuvo el placer de verla perder su aplomo.
—Supongo que esa tonta debió decírselo.
—Si, el
chantaje
, señorita Dove, es un cargo bastante grave.
—No era precisamente eso, inspector. Creo que le costaría acusarme de chantajista. Sólo hice a la señora Fortescue un servicio especial y ella me recompensó.
—Bueno, si me da ese cheque puede que lo dejemos así, señorita Dove.
Mary Dove fue en busca de su talonario de cheques y su pluma estilográfica.
—Me viene muy mal —dijo con un suspiro—. En, estos momentos ando algo apurada.
—Supongo que estará buscando otro empleo para en breve...
—Sí. Este no ha salido del todo de acuerdo con mis planes. Ha resultado desgraciado desde mi punto de vista.
—Si —convino el inspector Neele—, la ha colocado en una posición difícil, ¿verdad? Quiero decir, que era muy probable que en cualquier momento revisáramos sus antecedentes.
Mary Dove, otra vez fría y dueña de sí, enarcó las cejas.
—La verdad, inspector, le aseguro que en mi pasado no hay nada vergonzoso.
—Sí, es cierto —repuso Neele alegremente—. No tenemos la menor cosa contra usted, señorita Dove. Aunque es una curiosa coincidencia, que en las últimas tres casas en las que usted ha trabajado tan admirablemente, haya habido robos después de su marcha. Los ladrones parecían muy bien informados de dónde se guardaban los abrigos de visón, joyas, etc. Curiosa coincidencia, ¿no le parece?
—Suelen ocurrir muchas casualidades, inspector.
—¡Oh, sí! —dijo Neele—. Las hay. Pero no tan a menudo, señorita Dove. Me atrevo a asegurar —agregó—, que volveremos a encontrarnos en el futuro.
—Espero... —dijo Mary Dove—. No quisiera parecerle grosera, inspector Neele... pero yo espero que no.
La señorita Marple comprimió el contenido de su maleta y tras remeter el extremo de un chal de lana que sobresalía, la cerró. Dio una vuelta para echar un vistazo a su alrededor. No, no se olvidaba nada. Crump subió a recoger su equipaje. La señorita Marple se trasladó a la —habitación contigua para despedirse de la señorita Ramsbatton.