Miró a Karin. Le había cambiado el color de la cara.
—¡Joder! ¿Qué clase de loco es este? —farfulló Wittberg.
Karin no dijo nada. Knutas miró a sus colegas.
—Sí, podemos estar seguros de que se trata del mismo autor. La herida de la cabeza parece idéntica a la de Peter Bovide.
Un par de coches patrulla subían por la cuesta. Erik Sohlman saltó del primero.
—¿Qué ha pasado?
Antes de que ninguno de ellos pudiera responder, Sohlman estaba ya delante del cuerpo. Se paró en seco y miró consternado el rostro del muerto.
—Morgan… Morgan, ¡joder!
Karin se acercó a él y le puso la mano en el hombro.
—¿Estás bien? ¿Lo conocías?
—Pero si es Morgan —farfulló Erik—, Morgan Larsson.
E
n la cantera pequeña había algunas casetas que servían de oficinas y sala de personal. Allí esperaba Kjell Johansson, el capataz que se encontraba en la cantera cuando se produjo el asesinato. Tenía cincuenta años, y estaba pálido y circunspecto.
—¿Puede contarnos lo que pasó? —comenzó Knutas.
—Subimos a la cantera, como de costumbre, un cuarto de hora más o menos antes de la explosión. Morgan ya estaba allí, siempre llegaba pronto.
—¿Advirtió algo raro por el camino?
—No, nada.
—¿Y qué ocurrió cuando llegaron?
—Mi colega y yo nos ocupamos cada uno de un borde, como solíamos hacer, en el lado opuesto al de Morgan. Hablamos por radio, como siempre, pero entonces Morgan dijo que le parecía haber visto a alguien moverse en la garita en la que él se refugia durante la detonación.
—¿Dónde se encontraba él entonces?
—Estaba controlando los barrenos. Siempre lo hacía.
—¿Qué fue lo que vio?
—Eso no lo dijo; solo que le pareció ver que algo se movía. Me pidió que lo comprobara, y así lo hice. No vi nada.
—¿Qué pasó después?
—Después no sé lo que pasó. Dieron las once y media y Morgan siempre estallaba la carga en el segundo exacto. Para él era como un pequeño juego, lo de detonar la carga en el momento justo. Pero esta vez pasaron unos minutos de las once y media sin que ocurriera nada. Yo intenté llamarlo, pero no me contestó. Luego llegó la explosión.
Kjell Johansson enmudeció y se quedó mirando sus manos callosas.
—¿Pudo ver bien a esa otra persona?
—Solo lo vi un momento, pero llevaba mucha ropa para el calor que hacía. Creo que vestía unos pantalones oscuros y una camisa también oscura y larga.
Knutas miró seriamente al hombre que tenía al otro lado de la mesa.
—Es de vital importancia lo que diga ahora. Usted ha visto al agresor con sus propios ojos. Intente recordar todo lo que pueda de su aspecto; todos y cada uno de los pequeños detalles son importantes.
—Tómese el tiempo que necesite —añadió Karin—. Piénselo.
—Solo lo vi unos segundos y de lejos. Salía de la garita de Morgan, justo después de la explosión. Se movía de un modo particular, algo torpe. Quizá cojeara un poco. Era más bajo que Morgan, que creo que andaría en torno al metro ochenta y cinco. Era al menos diez centímetros más bajo. De eso estoy seguro.
—¿Eso quiere decir que la persona a la que vio medía aproximadamente un metro setenta y cinco?
—Sí, algo así.
—¿Alguna cosa más?
—No, todo fue muy rápido.
—¿Qué piensa usted hacían?
—Creo que estaban hablando. Como Morgan no contestaba por la radio, mantuve todo el tiempo la vista puesta en la garita a través de los prismáticos. Cuando estalló la carga, la garita desapareció envuelta en una nube de polvo, y entonces salió él y se alejó en dirección al bosque.
—¿Y luego?
—Nada más. Yo estaba preocupado por Morgan, así que cogimos el coche y fuimos para allá directamente.
—Y para entonces el otro había desaparecido, ¿no es así?
—Sí.
—¿Sabe si Morgan conocía a Peter Bovide, el constructor al que asesinaron hace un par de semanas? —preguntó Karin.
El rostro de Kjell Johansson se ensombreció.
—No lo creo, pero noté que se ponía raro cada vez que los demás, aquí en el trabajo, hablábamos del asesinato de Fårö.
—¿Ah, sí? ¿En qué sentido?
—Se ha hablado mucho del tema, claro está. Peter Bovide vivía aquí, en Slite, y su empresa ha hecho algunos trabajos en la fábrica; renovaron las casetas, entre otras cosas. Morgan era el único que nunca hablaba del asesinato. Al principio no pensé en ello, pero al cabo de unos días noté que enmudecía o se largaba cada vez que salía la conversación. Y un día le pregunté si conocía a Peter Bovide.
Karin se inclinó hacia delante.
—¿Y...?
—Lo negó y me preguntó que por qué creía eso. Parecía muy inquieto, como si lo pusiera nervioso solo la pregunta.
—¿Y qué le dijo usted?
—Ah, nada. Noté que aquel era un tema delicado, así que no insistí. Y ahora también se han cargado a Morgan. ¡Joder!
Kjell Johansson parecía desesperado.
—¿Hay algo más que nos pueda contar de Morgan? —preguntó Knutas—. Algo que le sorprendiera o le pareciera extraño. Tal vez alguna persona nueva a la que había conocido…
El capataz se frotó los ojos y levantó la mirada hacia los dos policías.
—Sí, hay una cosa.
—¿Qué es?
—Parecía que le ponía histérico su viaje a la isla de Gotska Sandön.
—¿Gotska Sandön?
—Sí, estuvo allí el fin de semana pasado. Iba con cierta frecuencia, aunque no era para nada uno de esos entusiastas de la naturaleza. Detestaba todo lo que fueran paseos por el bosque y vida al aire libre, y cuando teníamos alguna actividad en el exterior, aquí en el trabajo, nunca quería participar. A Morgan le gustaba más estar sentado en un bar y beber una cerveza o ver deporte en la tele. Esa era su manera de relajarse. Sin embargo, tenía que ir a Gotska Sandön. El fin de semana pasado había reservado un viaje y aunque tuvimos una situación realmente crítica en el trabajo, porque varios compañeros se pusieron enfermos, se negó en redondo a cambiar la fecha. Sé que el jefe intentó convencerlo para que se quedara con distintos incentivos, pero fue inútil. Tenía que ir de todas, todas, y era absolutamente imposible que aplazara el viaje.
—¿Qué tenía que hacer en Gotska Sandön? —preguntó Knutas.
—Ni idea. Sé que iba de vez en cuando; había estado varias veces allí antes.
—¿Viajaba solo?
—Sí, eso creo. Era un lobo solitario. No tenía familia ni chica. Vivía solo y creo que lo hacía casi todo solo.
—¿Cuándo fue a la isla exactamente?
—Se fue el viernes y volvió a casa ayer por la tarde.
—Así pues, eso fue lo último que hizo, una visita a la isla de Gotska Sandön. ¿Había estado allí antes, dice?
—Sí, por lo menos unas cuantas veces.
—¿Sabe por qué?
—Ni idea. Nunca me había detenido a pensar en sus escapadas a la isla, pero esta vez era muy evidente que nada podía hacerle posponer ese viaje, así que debía de tratarse de algo muy especial. Le pregunté por qué era tan importante ese dichoso viaje para que nos dejara con el culo al aire, y entonces se cabreó de verdad y me gritó que eso no era asunto mío. Me quedé realmente sorprendido. Reaccionó de una forma jodidamente exagerada.
—Tenemos que investigarlo de inmediato —resolvió Knutas.
Miró suplicante a Karin.
—Tranquilo, yo me encargo de ello. Puedo viajar hasta allí ahora mismo.
J
ohan se permitió el lujo de levantarse tarde, a pesar de que era lunes. No sabía si tenía fuerzas para ir al trabajo. Los problemas con Emma lo estaban hundiendo. Había pasado una semana entera desde su bronca y no había sido capaz de ponerse en contacto con ella. Madeleine se había vuelto a Estocolmo al día siguiente de aquel domingo aciago; mejor así. Se había pasado toda la semana trabajando y procurando no pensar en Emma. Necesitaba distanciarse de ella y de todos los problemas. Se había tomado un día libre para viajar hasta la casa de los padres de Emma en Fårö a buscar a su hija y pasó todo el día con ella. Fue estupendo, a la vez que doloroso, porque no podía estar con Elin todo el tiempo.
Estaba cansado y se sentía deprimido. Llamó a Pia y le dijo que se quedaba en casa si no ocurría algo especial. Grenfors podía decir lo que quisiera. Se volvió a meter en la cama unas horas hasta que al final se levantó de puro hastío.
Se duchó y preparó café. Cuando fue a la entrada, con el pelo mojado y una toalla alrededor de la cintura para buscar los periódicos de la mañana, descubrió una carta en la alfombra. Reconoció la letra.
«Para Johan», era todo lo que ponía en el sobre.
Lo cual significaba que ella había estado allí y la había echado al buzón personalmente.
Tenía que ser algo importante. Tuvo que servirse una taza de café y buscar un cigarrillo antes de abrirla. No solía fumar dentro de casa pero ¡qué demonios! Mil pensamientos cruzaron por su cabeza mientras rompía el sobre con dedos torpes.
Se humedeció los labios antes de empezar a leer.
C
uando Pia llamó, aún se encontraba sentado con la tarjeta en la mano, incapaz de moverse. Estaba totalmente ocupado tratando de ordenar sus pensamientos.
Su voz delataba que había ocurrido algo importante.
—Han asesinado a un hombre a tiros en la cantera de Slite. Ha ocurrido hace solo media hora. Paso a buscarte; espérame en la Puerta Sur, estaré ahí dentro de cinco minutos.
Johan se levantó. Hacía falta algo de ese calibre para despegarlo de la tarjeta de Emma. Se puso los pantalones y la camiseta y echó a correr hacia la Puerta Sur con el pelo aún mojado.
Dos minutos después estaban de camino a Slite. Johan se pasó la mayor parte del viaje al teléfono. Primero con la policía, que no quería decir nada, solo que había aparecido un hombre muerto en la cantera de Slite, y luego con Grenfors, quien apenas podía creer que fuera cierto que se hubiera perpetrado un nuevo asesinato en Gotland.
Arriba, las entradas a la cantera y al recinto de la fábrica estaban acordonadas.
—Qué mierda, no vamos a poder entrar. ¡Qué putada!
Pia suspiró.
Estaban allí fuera como dos tontos mirando fijamente la valla, cuando de pronto a Pia se le ocurrió una idea.
—Tengo un amigo que trabaja aquí. Voy a intentar localizarlo —dijo.
La zona donde había tenido lugar el asesinato era enorme y resultaba imposible acceder a ella desde donde estaban. El personal que trabajaba en la fábrica se mantenía alejado de la entrada, así que tampoco había nada que hacer por ese lado.
Cuando Pia terminó de hablar por teléfono, miró a Johan con cara de triunfo.
—Ya sé lo que vamos a hacer.
Poco después habían llegado a la parte alta de la cantera. Pia abandonó la carretera y tomó una pequeña pista forestal. El coche avanzaba dando tumbos. La formación de roca caliza era omnipresente. El suelo estaba teñido de blanco. Y a los árboles y arbustos que sobrevivían en ese medio aparentemente hostil los cubría una fina capa de polvo.
—Parece irreal —comentó Johan—. Fantasmal.
El camino se iba estrechando cada vez más y, finalmente, Johan se preguntó si deberían arriesgarse a continuar.
—Imagínate que no se puede dar la vuelta más allá.
—Tendremos que correr ese riesgo —afirmó Pia con la vista fija al frente. Las ramas golpeaban contra las ventanillas y tuvieron que avanzar a través de los matorrales. Poco a poco se fue abriendo un claro, donde aparcaron.
Pia cogió la cámara y ambos siguieron una senda aún más pequeña a través del bosque. Enseguida llegaron a la cantera, que se abría delante de ellos como un enorme cráter.
—¡Dios mío! —exclamó Pia—. ¿Has visto algo semejante?
—No, nunca.
La vista era tan fascinante como aterradora.
—Típico, no nos hemos traído nada de beber. Siento que tengo la garganta tan llena de polvo como estos terrenos.
Se arriesgaron a acercarse más al borde y vieron varios coches de policía y gente que se movía alrededor de ellos. Enseguida retrocedieron hasta la linde del bosque para que no los descubrieran.
—¿Qué es eso? —preguntó Pia apuntando hacia el otro lado de la cantera.
—Ni idea —Johan entornó los ojos bajo los fuertes rayos del sol—. Parece una pequeña caseta.
Pia montó su trípode y empezó a filmar. Tomó una vista panorámica de la cantera y detuvo la imagen en la caseta.
—Pero ¿qué es esto?
—¿Qué pasa?
Pia levantó la mano para hacerlo callar. Estuvo tanto tiempo filmando el mismo plano que Johan se puso nervioso bajo aquel sol de justicia. Además, tampoco veía nada, el motivo estaba demasiado lejos. Cuando por fin terminó, lo miró sin decir nada y sonrió picarona.
—Creo que en otoño tendré trabajo en
Rapport
. Para que lo sepas.
K
arin tuvo mala suerte. Los helicópteros de la policía estaban ocupados y la Guardia Costera en ese momento realizaba unas maniobras de gran envergadura en otro sitio. Interrumpirlas y dirigirse al estrecho de Fårö para recoger a Karin llevaría más tiempo que si ella cogía un ferry de la línea regular hasta la isla de Gotska Sandön. El siguiente barco salía a las dos y media de la tarde. Alguien en la comisaría había sido lo bastante precavido y le había enviado por fax los datos personales de Morgan Larsson y una copia de la fotografía de su pasaporte antes de que ella abandonara la cantera.
C
uando Knutas volvió a su despacho, en la comisaría la actividad era febril. Los colaboradores chocaban entre sí al entrar y salir de los despachos intercambiando información. Kihlgård se acercó a él.
—Oye, ¿qué demonios está pasando? ¡El llamado «Paraíso estival» se está convirtiendo en una auténtica Sicilia!
La comparación quizá fuera algo exagerada, pero Knutas aún tenía reciente el recuerdo de los asesinatos del verano anterior, cuando incluso aparecieron caballos degollados; comprendió la asociación de ideas de Kihlgård. Prefirió no contestar, solo tomó a su colega del brazo y lo guió hasta la sala de reuniones.
—¡Reunión! ¡Brigada de Homicidios! ¡Ahora! —gritó a voz en cuello mientras avanzaba deprisa por el pasillo. Pese al murmullo y el jaleo, fue como si la orden hubiera atravesado las paredes porque a los pocos minutos estaban todos reunidos.
Además de Karin, faltaba Erik, que aún se encontraba en el lugar del crimen.