Un día perfecto (33 page)

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Authors: Ira Levin

BOOK: Un día perfecto
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—Jodidos bastardos —dijo Julia.

—Es un principio, al menos —dijo Chip—. Podemos empezar a encargar cosas. Y contratar al capitán Gold.

—Lo repetiremos dentro de unas semanas —dijo Julia—. ¿Por qué estuviste tan nervioso? ¡Tienes que hablar con más convicción!

Nació el bebé, un niño, y lo llamaron Jan. Tenía los dos ojos castaños.

Los domingos y las tardes de los miércoles, en una buhardilla desocupada de la fábrica de Julia, Chip, Dover, Zumbido, Jack y Ria estudiaban las distintas formas de pelear. Su profesor era un oficial del ejército, el capitán Gold, un hombre bajo y sonriente a quien a todas luces desagradaban y que parecía disfrutar en hacer que se golpearan entre sí y se arrojaran unos a otros a la delgada colchoneta extendida en el suelo.

—¡Pegad! ¡Pegad! ¡Pegad! —no dejaba de repetir, balanceándose delante de ellos en camiseta y pantalones del ejército—. ¡Pegad! ¡Así! ¡Esto es pegar, no eso! ¡Esto es derribar a alguien! ¡Dios santísimo, vosotros los acerícolas sois imposibles! ¡Vamos, Ojo Verde, pégale!

Chip lanzó su puño contra Jack, que voló por los aires y cayó de espaldas sobre la colchoneta.

—¡Muy bien! —dijo el capitán Gold—. ¡Eso pareció ya un poco humano! ¡Levántate, Ojo Verde, aún no estás muerto! ¿Qué te dije acerca de agacharte?

Jack y Ria aprendían más rápido, pero Zumbido era más lento en el arte de pelear.

Julia dio otra cena, en la que Chip habló más enérgicamente. Consiguieron tres mil doscientos dólares.

El bebé se puso enfermo —tuvo fiebre y una infección estomacal—, pero mejoró y pronto volvió a estar contento y feliz chupando vorazmente los pechos de Lila, que se mostraba más comprensiva que antes, estaba complacida con el bebé y más interesada en lo que Chip le contaba acerca de la recogida de dinero y el desarrollo gradual del plan.

Chip encontró a un sexto hombre, un obrero de una granja cerca de Santanyí que había venido de Afr un poco antes que Chip y Lila. Era de mayor edad de lo que a Chip le hubiera gustado, cuarenta y tres años, pero era fuerte y de movimientos rápidos, además estaba convencido de que Uni podía ser derrotado. Había trabajado en cromatomicrografía en la Familia, y se llamaba Morgan Newmark, aunque seguía haciéndose llamar por su nombre de la Familia, Karl.

—Creo que ahora sería capaz de encontrar ese maldito túnel por mí mismo —dijo un día Ashi a Chip, tendiéndole veinte páginas de notas que había copiado de libros de la biblioteca. Chip las llevó, junto con los mapas, a cada una de las personas a las que había consultado antes, y tres de ellas estuvieron dispuestas ahora a aventurar una proyección del trazado más probable del túnel. De ello resultaron, como era de esperar, tres localizaciones distintas de su entrada. Dos de ellas se hallaban a menos de un kilómetro una de otra, y la tercera a seis kilómetros.

—Esto será suficiente, si no podemos conseguir nada mejor —dijo Chip a Dover.

La compañía que fabricaba las máscaras antigás quebró —sin devolver el adelanto de ochocientos dólares que había dado Chip—, y tuvieron que buscar otro fabricante.

Chip habló de nuevo con Newbrook, el antiguo profesor de la academia tecnológica, acerca del tipo de plantas de refrigeración que podía tener Uni. Julia dio otra cena, y Ashi una fiesta; fueron reunidos otros tres mil dólares. Zumbido tuvo una pelea con una pandilla de nativos y, aunque les sorprendió peleando con eficiencia, resultó con dos costillas rotas y un tobillo fracturado. Todos empezaron a buscar otro miembro que sustituyera a Zumbido en el caso de que éste no pudiera ir.

Una noche Lila despertó a Chip.

—¿Qué ocurre? —preguntó éste.

—¿Chip? —dijo ella.

—¿Sí? —Podía oír la acompasada respiración de Jan, dormido en su cuna.

—Si tienes razón —dijo ella—, y esta isla es una prisión en la que nos ha metido Uni... —¿Sí?

—Y los ataques que se han intentado antes...

—¿Sí? —insistió él.

Ella guardó silencio —podía verla tendida de espaldas en la cama, con los ojos muy abiertos.

—¿No puede Uni haber puesto a otras personas aquí, miembros «sanos», para avisarle de otros posibles ataques?

Él la miró fijamente y no dijo nada.

—¿Quizá incluso para... tomar parte en ellos? —añadió ella—. ¿Y conseguir que todo el mundo fuera «ayudado» en Eur?

—No —dijo él, y negó con la cabeza—. Es... No. Tendrían que recibir tratamientos, ¿verdad? Para seguir «sanos».

—Sí —dijo ella.

—¿Crees que puede haber algún medicentro secreto en alguna parte? —preguntó él sonriendo.

—No —admitió ella.

—No —dijo él—. Estoy seguro de que no hay ningún... «espía» aquí. Antes de que Uni llegara a eso, simplemente hubiera matado a los incurables de la forma que tú y Ashi dijisteis que podía haber hecho.

—¿Cómo lo sabes? —insistió ella.

—Lila, no hay espías —dijo él—. No haces más que buscar cosas para preocuparte. Duérmete. Jan va a despertarse de un momento a otro. Vamos, duérmete.

La besó, y ella se dio la vuelta. Al cabo de un momento pareció haberse dormido.

Chip siguió despierto.

No era posible. Necesitarían tratamientos...

¿A cuánta gente le había contado el plan, lo del túnel, los auténticos bancos de memoria? Era imposible contarla. ¡Cientos de personas! Y cada una de ellas podía habérselo dicho a otras...

Incluso había puesto un anuncio en el
Inmigrante:
«Se compran bolsas de viaje, monos, sandalias...»

¿Alguien del grupo? No. ¿Dover? Imposible. ¿Zumbido? No, nunca. ¿Jack o Ria? No... ¿Karl? Todavía no conocía lo suficiente a Karl: era un hombre agradable, hablaba mucho, bebía un poco más de la cuenta, pero no lo bastante como para preocuparse por ello... No, Karl no podía ser más de lo que parecía, trabajando en una granja en medio de la nada...

¿Julia? Estaba fuera de toda consideración. ¡Cristo y Wei! ¡Dios de los cielos!

Lila se estaba preocupando demasiado, eso era todo.

No podía haber espías, nadie que estuviera secretamente del lado de Uni, porque necesitarían tratamientos para seguir así.

Iba a seguir adelante, pasara lo que pasara.

Se durmió.

Llegaron las bombas: fardos de delgados cilindros marrones envolviendo uno central, negro. Fueron guardadas en un almacén detrás de la fábrica. Cada una de ellas tenía una pequeña manija de metal, azul o amarilla, sujeta a un lado. Las manecillas azules eran fulminantes de treinta segundos; las amarillas de cuatro minutos.

Una noche probaron una en una cantera de mármol. La metieron en la grieta de un risco y tiraron de la manija de su fulminante, azul, con cincuenta metros de cable, desde detrás de un montón de bloques cortados. La explosión que se produjo fue estruendosa. Cuando fueron a comprobar los resultados, hallaron en el risco un agujero del tamaño de una puerta, lleno de cascotes, vomitando polvo.

Fueron de excursión en bicicleta por las montañas, todos excepto Zumbido, cargados con bolsas de viaje llenas de piedras. El capitán Gold les mostró cómo cargar una pistola de balas y enfocar un rayo L; cómo sacar el arma de su funda, apuntar y disparar... a planchas apoyadas contra la pared del fondo de la fábrica.

—¿Vas a dar otra cena? —preguntó Chip a Julia.

—Dentro de una o dos semanas —dijo ella.

Pero no lo hizo. No volvió a mencionar el dinero, y él tampoco.

Pasó algún tiempo con Karl, y quedó satisfactoriamente convencido de que no era un «espía».

La pierna de Zumbido curó casi completamente, e insistió en que podía ir.

Llegaron las máscaras antigás, las pistolas que faltaban, herramientas, zapatos, navajas, hojas de plástico, bolsas de viaje rehechas, relojes, rollos de cable grueso, la balsa hinchable, palas, brújulas y los binoculares.

—Pégame —dijo el capitán Gold, y Chip le pegó y le partió el labio.

Les ocupó hasta noviembre tener todo preparado, casi un año. Entonces Chip decidió aguardar e ir por Navidad para moverse por ’001 durante la fiesta, cuando los caminos de bicicletas, las aceras, autopuertos y aeropuertos estarían más llenos; cuando los miembros se moverían algo menos lentamente de lo normal e incluso algún que otro «sano» podía olvidar la placa de un escáner.

El domingo antes de la partida llevaron todo lo almacenado a la buhardilla y llenaron las bolsas de viaje y las otras bolsas de viaje que sacarían cuando llegaran a tierra. Julia estaba allí y también el hijo de Lars Newman, John, que traería de vuelta el bote de la A.I., y la amiga de Dover, Nella, de veintidós años y tan rubia como él, excitada por todo lo que pasaba. Ashi se asomó y también el capitán Gold.

—Estáis locos, estáis locos —dijo el capitán Gold.

—Lárgate, zopenco —le dijo Zumbido.

Cuando estuvo todo listo, cuando todas las bolsas de viaje estuvieron envueltas en plástico y fuertemente atadas, Chip pidió a los que no pertenecían al grupo que salieran. Reunió al grupo en un círculo sobre las almohadillas.

—He estado pensando mucho en lo que puede ocurrir si uno de nosotros es atrapado —dijo—, y quiero que sepáis qué he decidido. Si alguno de nosotros, aunque sólo sea uno, es atrapado..., los demás daremos media vuelta y regresaremos a Mallorca.

Le miraron fijamente.

—¿Después de todo el trabajo? —preguntó Zumbido.

—Sí —dijo Chip—. Si uno de nosotros es tratado y le dice a un médico que vamos a entrar por el túnel, no tendremos ninguna oportunidad. Así que en ese caso es mejor que regresemos, rápida y discretamente, y encontremos uno de los botes. De hecho, quiero intentar localizar uno cuando desembarquemos, antes de emprender el viaje al interior.

—¡Cristo y Wei! —dijo Jack—. Estaría de acuerdo si tres o cuatro de nosotros fueran atrapados, pero, ¿uno?

—Ésa es la decisión —dijo Chip—. Y es la correcta.

—¿Y si el atrapado eres tú? —quiso saber Ria.

—Entonces Zumbido tomará el mando —dijo Chip—, y todo dependerá de él. Pero mientras tanto, así es cómo lo haremos: si alguien es atrapado, todos los demás regresaremos.

—Entonces mejor que no cojan a nadie —dijo Karl.

—Exacto —respondió Chip. Se puso en pie—. Eso es todo —dijo—. Dormid todo lo que podáis. El miércoles a las siete.

—El wooderles —corrigió Dover.

—El wooderles, el wooderles, el wooderles —admitió Chip—. El wooderles a las siete.

Besó a Lila como si fuera a ver a alguien y pensara estar de vuelta dentro de pocas horas.

—Adiós, amor —dijo.

Ella lo abrazó fuertemente y apoyó su mejilla contra la de él, pero no dijo nada.

La besó de nuevo, apartó los brazos que le rodeaban y se dirigió a la cuna. Jan estaba ocupado intentando atrapar una caja de cigarrillos vacía colgada de un hilo. Chip le dio un beso en la mejilla y le dijo adiós.

Lila se acercó y él la besó. Se abrazaron y besaron. Luego Chip salió sin mirar hacia atrás.

Ashi aguardaba abajo en las escaleras, en su motocicleta. Condujo a Chip hasta el muelle de Pollensa.

Estaban todos en las oficinas de la A.I. a las siete menos cuarto, y mientras se cortaban el pelo unos a otros llegó el camión. John Newman, Ashi y un hombre de la fábrica cargaron las bolsas de viaje y la balsa hinchable en el bote, y Julia desenvolvió bocadillos y café. Los hombres cortaron primero sus barbas y luego se afeitaron cuidadosamente las caras.

Se pusieron pulseras y las cerraron con eslabones que parecían auténticos. La pulsera de Chip decía Jesús AY31G6912.

Le dijo adiós a Ashi y besó a Julia.

—Haz tu bolsa de viaje y prepárate para ver el mundo —dijo.

—Ve con cuidado —respondió ella—. E intenta rezar.

Subió al bote, se sentó en cubierta frente a las bolsas con John Newman y los otros, Zumbido, Karl, Jack y Ria. Se sentían extraños y de nuevo con el aspecto de pertenecer a la Familia, con su pelo recortado y sus rostros sin barba, todos parecidos.

Dover puso en marcha el bote y lo orientó hacia la salida del puerto, luego se dirigió hacia el débil resplandor naranja que irradiaba de ’91766.

2

Se deslizaron de la barcaza a la pálida luz que precede al amanecer y empujaron la balsa cargada con las bolsas de viaje para mantenerse apartados de ella. Tres empujaban y tres nadaban a un lado, observando la negra orilla de altos riscos. Avanzaron lentamente, a unos cincuenta metros mar adentro. Cada diez minutos más o menos, cambiaban de lugares; los que habían estado nadando empujaban, los que habían estado empujando nadaban.

Cuando estuvieron más abajo de ’91772, giraron y empujaron la balsa hacia la orilla. Desembarcaron en una pequeña ensenada arenosa de impresionantes paredes rocosas y descargaron las bolsas de viaje y las desenvolvieron. Abrieron las bolsas secundarias y se pusieron los monos, en cuyos bolsillos guardaron pistolas, relojes, brújulas, mapas. Luego cavaron un agujero y metieron dentro las dos bolsas vacías y los envoltorios de plástico, la balsa deshinchada, sus ropas de Libertad y la pala que habían usado para cavar. Llenaron el agujero y lo pisotearon hasta dejarlo nivelado, después con las bolsas colgadas al hombro y las sandalias en la mano empezaron a andar uno detrás de otro por la estrecha franja de playa. El cielo se fue iluminando y sus sombras aparecieron delante de ellos, deslizándose sobre la base rocosa del risco. En la parte de atrás de la fila, Karl empezó a silbar la melodía de
Una poderosa Familia.
Los otros sonrieron y Chip, delante, se le unió. Algunos de los otros lo hicieron también.

Pronto llegaron a un bote, un viejo bote azul volcado de costado, que aguardaba a otros incurables que se creerían enormemente afortunados. Chip se volvió hacia sus compañeros y mientras andaba de espaldas dijo:

—Aquí lo tenemos, si lo necesitamos.

—No lo necesitaremos —dijo Dover. Y Jack, después de que Chip se hubiera vuelto de nuevo, al pasar al lado de la barca, recogió una piedra del suelo, se volvió, la lanzó contra el bote y falló.

Cambiaron sus bolsas de viaje de hombro mientras caminaban. En poco menos de una hora llegaron a un escáner colocado de espaldas a ellos.

—De nuevo en casa —dijo Dover.

Ria gruñó.

—Hola, Uni, ¿cómo estás? —dijo Zumbido, y palmeó el escáner al pasar por su lado. Caminaba sin cojear. Chip lo había estado observando varias veces.

La franja de playa empezó a hacerse más ancha. Llegaron a una cesta para la basura y luego a otras, después vieron las plataformas de los salvavidas, los altavoces y el reloj: «6.45 jue 25 dic 171 A.U.», y una escalera que zigzagueaba risco arriba, con adornos rojos y verdes enrollados a los postes de la barandilla.

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