Último intento (63 page)

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Authors: Patricia Cornwell

Tags: #Policíaco, #Thriller

BOOK: Último intento
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—Veo un silo verde en las nueve en punto —Comenta Lucy—. ¿Te parece que será ése?

Sigo su mirada hacia una pequeña granja que se extiende hasta un arroyo. Sobre el otro lado de esa angosta y barrosa corriente de agua, los techos y las viejas casas rodantes asoman por entre gruesos pinos y se convierten en el Motel y Camping Fort James. Lucy vuela en círculos sobre la granja a quinientos pies de altura para asegurarse de que no hay ningún peligro como cables eléctricos. Estudia la zona y parece satisfecha al desacelerar y reducir la velocidad a sesenta nudos. Empezamos nuestro acercamiento a un claro que hay entre los bosques y la pequeña casa de ladrillos donde Benny White pasó sus cortos doce años. Lucy aterriza el helicóptero con suavidad y se asegura de que esté nivelado. La señora White sale de la casa. Nos mira y se protege los ojos del sol con una mano; y, después, un hombre alto de traje se para junto a ella. Permanece en el porche mientras Lucy repasa el apagado de motores durante dos minutos. Al bajar del helicóptero y caminar hacia la casa, me doy cuenta de que los padres de Benny se han vestido para nosotras con su mejor ropa. Tienen el aspecto de haber regresado recién de la iglesia.

—Jamás pensé que algo así podría aterrizar en mi granja.—El señor White observa el helicóptero con una expresión seria en la cara.

—Por favor, pasen —dice la señora White—. ¿Puedo ofrecerles café o alguna otra cosa?

Conversamos acerca del vuelo, de trivialidades, y la ansiedad flota pesadamente en el ambiente. Los White saben que estoy aquí porque debo investigar el lugar para averiguar qué le pasó realmente al hijo de ambos. Ellos parecen creer que Lucy es parte de la investigación y se dirigen a nosotras dos cada vez que hablan. La casa está muy ordenada y agradablemente amueblada con sillones grandes y cómodos, alfombras trenzadas y lámparas de bronce. El piso es de pino; las paredes de madera están encaladas y de ellas cuelgan acuarelas con escenas de la Guerra Civil. Junto a la chimenea del living hay estantes que están repletos de balas de cañón, balas cónicas para rifles, un juego portátil de utensilios de campaña con su estuche, frascos antiguos y toda clase de objetos que probablemente son de la Guerra Civil. Cuando el señor White adviene mi interés, me explica que es un coleccionista. Es un buscador de tesoros y revisa toda la zona con un detector de metales cuando no está ocupado en la oficina. Es contador. Su granja no está activa, pero ha pertenecido a la familia durante más de cien años, nos dice a Lucy y a mí. —Supongo que soy un fanático de la historia —Continúa—. He encontrado hasta botones de la Guerra de la Independencia. Nunca se sabe lo que se va a encontrar por estos alrededores.

Ahora estamos en la cocina y la señora White le da a Lucy un vaso de agua. —¿Y Benny? —Pregunto—. ¿A él le interesaba buscar tesoros? —Sí, claro que sí —contesta su madre—. Siempre tenía la esperanza de encontrar un tesoro real, como el oro.—Ella ha empezado a aceptar la muerte de su hijo y habla de él en pasado.

—Ya sabe, la antigua leyenda de que los confederados escondían todo ese oro que nunca se encontró. Bueno, Benny creía que él iba a encontrarlo —dice el señor White y tiene en la mano un vaso de agua, como si no supiera qué hacer con él. Lo apoya en la mesada sin beber ni una gota. —Le encantaba estar afuera. Con frecuencia pensé que era una lástima que ya no trabajáramos la granja, porque creo que a Benny le habría gustado mucho hacerlo.

—En especial, todo lo referente a animales —Agrega la señora White—. Ese chico amaba los animales más que nadie que yo haya conocido jamás. Era tan bondadoso y compasivo —dice y se le llenan los ojos de lágrimas—. Si un pájaro golpeaba contra la ventana, él salía corriendo de la casa para tratar de encontrarlo y después volvía histérico porque el pobrecito tenía el cuello roto, que es lo que por lo general sucede.

El padrastro de Benny mira por la ventana con una expresión triste en la cara. La madre del chiquillo permanece en silencio. Sin duda lucha por recuperar la compostura.

—Benny comió algo antes de morir —les digo—. Creo que el doctor Fielding les habrá hecho preguntas sobre ese tema para ver si era posible que le hubieran dado algo de comer en la iglesia.

El señor White niega con la cabeza sin dejar de mirar hacia afuera.

—No, señora. En la iglesia no sirven comida, salvo la cena de los miércoles. Si Benny había comido algo, no tengo idea de dónde fue.

—Él no comió aquí —Añade enfáticamente la señora White—. Yo preparé estofado de carne para la cena y, bueno, él no cenó aquí. El estofado era uno de sus platos favoritos.

—Tenía rosetas de maíz y
hotdogs
en el estómago —digo—. Parece que los comió poco antes de morir. —Me aseguro de que entiendan lo extraño que es esto y lo importante que es encontrar una explicación.

Los dos parecen desconcertados. En sus ojos aparece una mezcla de fascinación y confusión. Dicen que no tienen la menor idea de dónde pudo conseguir Benny esa comida basura, como ellos la llaman. Lucy les pregunta por los vecinos, si no es posible que Benny hubiera pasado por la casa de alguien antes de ir al bosque. Una vez más, no lo imaginan haciendo una cosa así, no a la hora de la cena; y los vecinos son en su mayoría personas grandes que nunca le darían a Benny una comida o incluso un bocadillo sin llamar primero a sus padres para preguntarles si están de acuerdo.

—Nunca le arruinarían la cena sin preguntarnos. —La señora White está segura de ello.

—¿Le importa si yo veo su dormitorio? —Pregunto—. A veces entiendo más a un paciente si veo dónde pasaba su tiempo privado.

Los White parecen dudar un poco.

—Bueno, supongo que está bien —Decide el padrastro.

Nos llevan por un pasillo hacia la parte de atrás de la casa y, en el camino pasamos por un dormitorio que hay a la izquierda y que parece el cuarto de una niña, con cortinas color rosa pálido y un acolchado rosado. En las paredes hay posters de caballos y la señora White explica que ése es el dormitorio de Lori, la hermana menor de Benny, que en este momento está en Williamsburg, en casa de su abuela. Ella todavía no fue al colegio y no lo hará hasta después del funeral, que se celebrará mañana. Aunque no lo dicen, me parece entender que no creían que fuera una buena idea que la criatura estuviera aquí cuando la médica forense descendiera del cielo y comenzara a hacer preguntas acerca de la muerte violenta de su hermano.

El cuarto de Benny es un verdadero zoológico de animales de peluche: dragones, osos, pájaros, ardillas, todos peludos y dulces y muchos de ellos cómicos. Hay docenas. Sus padres y Lucy permanecen junto a la puerta mientras yo entro y me detengo un momento en el centro de la habitación, mirando en todas direcciones y dejando que ese entorno me hable. Sujetos a las paredes hay dibujos coloridos hechos con marcador, una vez más de animales, que exhiben imaginación y gran talento. Benny era todo un artista. El señor White me dice desde la puerta que a Benny le encantaba llevar su cuaderno de dibujo a todas partes y dibujar árboles, pájaros, lo que viera. Además, siempre hacía dibujos para regalarle a la gente. El señor White sigue hablando mientras su esposa llora en silencio y las lágrimas surcan su cara.

Miro un dibujo que hay en la pared a la derecha de la cómoda. Ese diseño colorido e imaginativo muestra a un hombre en un bote pequeño. Usa un sombrero de ala ancha y está pescando, su caña curvada como si en ese momento tuviera la suerte de que un pez picara la carnada. Benny ha dibujado un sol radiante y unas pocas nubes y, en segundo plano, en la costa, hay un edificio cuadrado con muchas ventanas y puertas.

—¿Éste es el arroyo que hay detrás de la granja de ustedes? —Pregunto. —Así es —responde el señor White y rodea a su mujer con un brazo—. Está bien, querida —Le dice todo el tiempo y traga fuerte, como si también él estuviera a punto de llorar.

—¿A Benny le gustaba pescar? —Pregunta Lucy desde el pasillo—. Me lo pregunto porque a las personas que aman mucho a los animales no les gusta pescar. O, de lo contrario, dejan ir siempre a su presa.

—Un punto interesante —digo—. ¿Puedo mirar adentro del ropero? —Les pregunto a los White.

—Adelante, no hay problema —dice el señor White sin dudar—. No. A Benny no le gustaba pescar nada. Lo cierto es que sólo le gustaba salir en el bote o encontrar un lugar en la orilla. La mayor parte del tiempo se quedaba allí sentado, dibujando.

—Entonces éste debe de ser usted, señor White —digo y miro hacia el dibujo del hombre en el bote.

—No, creo que debe de ser su papá —contesta el señor White con cierta melancolía—. Su padre solía salir en el bote con él. Lo cierto es que yo no salgo en el bote. —Hace una pausa. —Bueno, no sé nadar, así que siento desasosiego cuando estoy en el agua.

—Benny era un poco tímido con respecto a sus dibujos —dice la señora White con voz temblorosa—. Creo que le gustaba llevar siempre su caña de pescar porque, ya sabe, creía que lo hacía parecer igual a los otros chicos. No creo que se molestara siquiera en llevar carnada. No lo imagino matando siquiera a una lombriz, y mucho menos un pez.

—Pan —dice el señor White—. Se llevaba pan como si fuera a preparar con él unas bolitas. Yo solía decirle que si usaba pan como carnada no iba a conseguir nada muy grande.

Reviso trajes, pantalones y camisas en las perchas, y zapatos alineados en el piso del ropero. La ropa es conservadora y da la impresión de haber sido elegida por sus padres. Apoyado en el fondo del ropero hay una pistola Daisy BB y el señor White dice que con esa arma Benny disparaba contra blancos y latas vacías. No, nunca la usaba con pájaros o cosas así. Desde luego que no. Ni siquiera se animaba a pescar, fue algo que sus padres repitieron.

Sobre el pupitre hay una pila de textos de colegio y una caja de marcadores. Sobre ésta hay un cuaderno de dibujo y les pregunto a sus padres si lo han hojeado. Ellos contestan que no. Les pregunto si me permiten hacerlo y asienten. Me paro junto al pupitre. No me siento ni de ninguna manera me pongo cómoda en la habitación de su hijo. Muestro respeto por el cuaderno y vuelvo las páginas con cuidado, observando los meticulosos dibujos al lápiz. El primero es un caballo en un prado y es sorprendentemente bueno. El siguiente son varios bosquejos de un halcón sentado en las ramas de un árbol desnudo, con agua en segundo plano. Benny dibujó una cerca vieja y rota. Dibujó también varias escenas nevadas. El cuaderno está lleno hasta la mitad, y todos los dibujos muestran coherencia entre sí, hasta que llego a los últimos. Entonces el ambiente y el tema cambian decididamente. Hay una escena nocturna en un cementerio, una luna llena detrás de árboles desnudos que ilumina con suavidad lápidas torcidas. El siguiente es una mano, una mano musculosa cerrada en un puño y, por último, encuentro un perro. Es una perra gorda y doméstica que muestra los dientes, tiene los pelos del cuello parados y está agazapada, como si la estuvieran amenazando.

Miro a los White.

—¿Benny les habló alguna vez de la perra de los Kiffin? —Les pregunto—. ¿Una perra llamada Señor Peanut?

En la cara del padrastro aparece una expresión extraña y los ojos se le llenan de lágrimas. Suspira.

—Lori es alérgica —dice, como si eso contestara mi pregunta. —Benny siempre se quejaba de la forma en que trataban a ese animal —dice la señora White—. Él quería que nosotros tuviéramos a Peanut. Amaba a esa perra y dijo que le parecía que los Kiffin se la darían, pero nosotros no podíamos tenerla.

—A causa de Lori —Conjeturo.

—Además, era un animal viejo —Agrega el señor White. —¿Era? —Pregunto.

—Bueno, es muy triste —dice ella—.Justo después de Navidad, Señor Peanut no parecía sentirse bien. Benny dijo que el pobre animal temblaba y se lamía mucho, ya sabe, como si estuviera dolorido. Entonces, hace alrededor de una semana, debe de haberse alejado para morir. Ya sabe cómo hacen eso los animales. Benny iba todos los días a buscar a Señor Peanut. A mí se me rompía el corazón. Ese chico sí que amaba a esa perra —Añade la señora White—. Creo que ésa es la razón por la que se iba allá, para jugar con Señor Peanut. Y buscó a la perra por todas partes.

—¿Fue entonces cuando su conducta comenzó a cambiar? —Sugiero—. ¿Después de la desaparición de Señor Peanut?

—Sí, más o menos por esa época —responde el señor White, y ninguno de los dos padres de Benny parecen soportar poner los pies en el cuarto de su hijo. Se cuelgan del marco de la puerta como si sostuvieran así las paredes. —¿No creerá usted que hizo algo así a causa de un perro, verdad que no? —Lo pregunta con tono casi lastimero.

Unos quince minutos más tarde Lucy y yo enfilamos juntas hacia los bosques y dejamos en la casa a los padres de Benny. Ellos no han estado en el mirador para cazadores de ciervos donde Benny se ahorcó. El señor White me dijo que estaba enterado de la existencia del mirador y lo había visto muchas veces cuando salía con su detector de metales, pero ni él ni su esposa se animan a ir ahora por allí. Les pregunté si pensaban que otras personas conocían el lugar donde Benny había muerto —me preocupa la posibilidad de que el lugar hubiera sido pisoteado por curiosos—, pero ellos no creen que la gente sepa exactamente dónde se encontró el cadáver de Benny. No, a menos que el detective se lo hubiera revelado a los de los alrededores, añade la señora White.

El terreno donde aterrizamos estaba entre la casa y el arroyo, una media hectárea árida que no parecía haber sido arada en muchos años. Hacia el este hay kilómetros de bosques, el silo estaba casi en la otra orilla y se elevaba, oxidado y oscuro como un faro cansado y grueso que parece mirar al Motel y Camping Fort James, del otro lado del agua. Al imaginar a Benny de visita en casa de los Kiffin, me pregunto cómo llegó allá. No hay ningún puente sobre el arroyo, que tiene un ancho de alrededor de treinta metros y ningún desaguadero. Lucy y yo seguimos el sendero a través de los bosques y escudriñamos con mucha atención todo lo que nos rodea. Hay una línea de pescar enredada en los árboles cerca del agua y veo también algunas viejas cápsulas servidas y latas de gaseosas. No hemos caminado más de cinco minutos cuando llegamos al mirador paca cazadores de ciervos. Parece una casa sobre un árbol, pero decapitada, que alguien construyó con gran apuro con peldaños clavados al tronco. Una soga amarilla de nylon cortada cuelga de una rama transversal y se balancea con la leve brisa fría que sopla desde el agua y susurra entre los árboles.

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