Trilogía de la Flota Negra 3 La Prueba del Tirano (9 page)

BOOK: Trilogía de la Flota Negra 3 La Prueba del Tirano
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—Discúlpeme, amo Lando, pero... ¿Ha tenido en su poder ese artefacto durante todo este tiempo?

—Ésa es una pregunta muy estúpida, Cetrespeó..., incluso para un androide de protocolo.

—No me parece que haya ninguna razón que justifique el responder a una simple frase interrogativa con un lamentable despliegue de...

—Permíteme que te ahorre la molestia de tener que emitir más «simples frases interrogativas» —le cortó Lando—. Sí, lo he llevado encima todo el tiempo y no lo he utilizado. La razón por la que no lo he utilizado es que no podemos controlar el Vagabundo. Si hago que el
Dama Afortunada
acuda al sitio en el que hagamos nuestra próxima parada, sea cual sea éste, ninguna de las dos cosas que pueden ocurrir nos servirá de mucho. ¿Qué puede ocurrir? Bien, veamos: o el yate asusta al Vagabundo y hace que salga corriendo, o el Vagabundo considera que el yate es una provocación y dispara contra él. Y si el Dama Afortunada queda incapacitado, entonces sí que estaremos metidos en un lío realmente muy serio. ¿Ha quedado claro?

—Sí, amo Lando.

—Me alegro —dijo Lando—. En ese caso voy a volver a lo que estaba haciendo, y tú vas a dejar de distraerme. ¿Por qué? Pues porque no podremos volver a casa hasta que no hayamos hecho lo que hemos venido a hacer aquí, y porque estoy tan hambriento y tan cansado que he agotado mis reservas de paciencia para aguantar a los androides entrometidos. Si he de escoger entre escucharte aunque sólo sea un minuto más y desmontarte de un disparo, elijo lo segundo. Espero que eso también haya quedado claro.

—Tan claro como el aire del amanecer en la luna de Kolos. —Cetrespeó se volvió hacia Erredós y golpeó suavemente su cúpula con los dedos de su mano buena—. Vamos, Erredós. Me parece que aquí estamos estorbando.

El compartimento de proa del Vagabundo era por lo menos cinco veces más voluminoso que cualquier otro de los descubiertos anteriormente por el grupo de Lando. La cámara formaba un grueso disco colocado en equilibrio sobre el borde, con la superficie interior convexa y la superficie exterior cóncava y situada a unos cinco metros de distancia. Contando aquel por el que acababan de entrar, había cinco accesos situados a intervalos regulares a lo largo del borde del disco. Cada una de aquellas nuevas puertas parecía servir de entrada a otra larga serie de compartimentos.

—Todos los caminos estelares llevan a la Ciudad Imperial —dijo Lando—. No sé si este sitio es el nexo de control, pero no cabe duda de que es algo distinto a cuanto hemos visto hasta ahora. Y está bastante claro que los qellas querían asegurarse de que acabarías llegando aquí.

Mientras los androides flotaban cerca del centro del compartimento, Lando y Lobot iniciaron una tarea que a esas alturas ya les resultaba muy familiar y empezaron a examinar las superficies con las manos en busca de activadores de contacto. Pero toda la superficie del compartimento demostró ser singularmente inerte. Lobot no encontró ningún activador en la superficie externa, y Lando sólo encontró uno en la interna.

Aquel activador hizo aparecer una pauta de proyecciones curvadas y dispuestas a intervalos regulares, que se extendieron por toda la superficie interior de la cámara. Cada gancho de punta roma en forma de L tenía el grosor de la muñeca de Cetrespeó y la longitud del antebrazo de Lando, y la pauta general invitaba al ojo a ver trapezoides, rectángulos comprimidos y triángulos de lados ondulantes que se superponían entre sí.

—¿Qué opinas, Lobot? —preguntó Lando, que estaba flotando en el aire cerca de los androides—. ¿Crees que puede ser un panel del puente de control al estilo qella? En lo que a mí respecta, esas cosas me están pidiendo que las agarre.

Lobot, que estaba flotando sobre la superficie interior, estiró la mano y se agarró a una de las protuberancias. No hubo ninguna respuesta dentro de la cámara, y tampoco hubo ninguna respuesta detéctale por parte de la nave.

—Si son sistemas de control, quizá sólo funcionen si se usan de manera combinada —dijo Lobot, volviéndose hacia Lando—. Conocer la forma básica del cuerpo y la longitud de los miembros de los qellas nos sería de gran utilidad, desde luego... Naturalmente, el tamaño de esta cámara permite acomodar sin ninguna dificultad a más de un operador.

Lando se impulsó hacia adelante.

—Bueno, ¿qué hacen los críos cuando dejas que se sienten en el sillón de control por primera vez? Empiezan a pulsar botones al azar, ¿no? —Empezó a alargar la mano izquierda hacia la protuberancia más cercana y después la retiró sin haber llegado a tocarla—. Erredós, ¿puedes detectar algún tipo de escritura en cualquier punto de esta pared..., algo parecido a lo que viste en la escotilla cuando entramos en el Vagabundo, por ejemplo?

La cúpula plateada del androide giró de un lado a otro durante unos segundos. Después Erredós emitió un corto graznido electrónico que no necesitaba ser traducido.

—Muy típico de nuestra mala suerte habitual —dijo Lando—. Estamos tratando con una especie que nunca llegó a inventar el signo.

Lobot ya estaba avanzando sobre la superficie de la cámara usando las protuberancias como asideros para las manos.

—No creo que sean sistemas de control, Lando —dijo—. O si lo son, entonces los controles están bloqueados... Ya he tocado catorce pares distintos, y no está ocurriendo nada. Aun suponiendo que estuviera ocurriendo algo en otro lugar de la nave, debería haber alguna clase de confirmación aquí.

—Quizá todos estamos equivocados respecto a esta cámara.

—Estoy más y más convencido de ello a cada momento que pasa —dijo Lobot—. Apenas si puedo llegar de un asidero a otro... Aunque los qellas fuesen más grandes que nosotros, dispersar los controles por un área tan considerable no parece una solución demasiado cómoda.

—Quizá estemos en el sitio donde colgaban a los prisioneros, o a las doncellas, o conmemoraban los grandes sacrificios..., como los mascarones de proa, ya sabes.

—Me parece improbable.

Lando sonrió, inició una lenta rotación mediante una emisión casi imperceptible de gases impulsores y siguió girando en el aire hasta que estuvo flotando cabeza abajo en relación con los demás.

—¿Sabes una cosa, Lobot? Vistos desde aquí todavía tienen más aspecto de asideros para las manos..., y de apoyos para los pies. Me pregunto si...

—Estiró el cuello hacia atrás hasta que pudo ver la superficie exterior de la cámara—. ¿Cuántas de esas formas rectangulares hay allí, Erredós?

Cetrespeó se encargó de transmitirle la respuesta unos instantes después.

—Erredós me informa de que hay veintisiete.

—¿Existe alguna protuberancia extra que no forme parte de esas veintisiete?

Cetrespeó consultó con Erredós antes de informarle.

—No, amo Lando.

—¿Qué estás pensando, Lando? —preguntó Lobot.

Lando se agarró a una protuberancia con la mano izquierda y utilizó ese punto de apoyo para girar hasta que su espalda quedó dirigida hacia la superficie interior, lo que le permitió estirar el brazo derecho y agarrarse a la siguiente protuberancia. En cuanto hubo adoptado esa nueva posición, descubrió que sus piernas hubieran debido tener unos veinte centímetros más de longitud para poder llegar hasta las esquinas inferiores del rectángulo.

—¿Qué estoy pensando? Que este sitio puede acoger a veintisiete espectadores sentados, eso es lo que estoy pensando..., aunque un wookie o un elomin estarían bastante más cómodos que yo.

—¿Un teatro? —preguntó Lobot, empezando a imitar los movimientos de Lando.

—Quizá. Y es posible que la función no empiece hasta que todo el mundo esté sentado... Erredós, Cetrespeó, venid aquí y encontrad un sitio al que sujetaros.

Erredós remolcó a Cetrespeó hasta la superficie interior y esperó hasta que el androide de protocolo se hubo agarrado a una protuberancia con su mano intacta. Después el pequeño androide astromecánico se colocó junto a su congénere y utilizó una garra para sujetarse a la pared.

Unos instantes después la cámara quedó sumida en la oscuridad más absoluta.

—Luces, Erredós —se apresuró a decir Lobot.

—No, espera —dijo Lando—. No querrás echar a perder la función, ¿verdad?

Unos instantes después los cuatro curiosos espectadores pudieron ver aparecer ante ellos un tenue resplandor que se fue intensificando rápidamente y que parecía estar mucho más lejos que la superficie exterior de la cámara. La claridad siguió intensificándose, y no tardó en adquirir nitidez y separarse en varias masas brillantes. Después, en un abrir y cerrar de ojos, todo quedó bañado por una potente luz y se volvió increíblemente claro y definido ante ellos.

Los corazones de Lando y Lobot reaccionaron saltándose un latido. Los sentidos humanos insistían en que ya no se encontraban dentro del Vagabundo. Se hallaban suspendidos en la oscuridad y contemplaban un hermoso planeta marrón rojizo moteado por las centelleantes manchas azules de los océanos y envuelto en un velo parcial de nubes blancas que parecían estar hechas de encajes. Una estrella amarilla, brillante pero pálida, iluminaba la superficie del planeta, que estaba esculpida por las líneas serpenteantes de montañas negras y manchas de un verde oscuro que brotaban de los cursos de los ríos. Dos lunas —la más pequeña de un gris polvoriento, la más grande de un rojo sorprendentemente vivo— se arrastraban a lo largo de sus órbitas invisibles.

Lando se dio cuenta de que estaba experimentando una mezcla de vértigo, temor respetuoso y esa peculiar falta de aliento jadeante que suelen padecer quienes han sufrido la fría mordedura del espacio.

—El mundo natal —murmuró, casi para sí mismo—. El centro de todo el espectáculo... Es como si supieran que nunca volverían a verlo.

—Me siento como si estuviera caminando por el espacio, Lando —dijo Lobot, también en un susurro—. O por lo menos, me parece que esto es lo que se debe de sentir cuando caminas por el espacio... ¿Es real?

—No. Hay algo que falla... Esto es más real que la realidad —dijo Lando—. Pero tendrías que haber estado allí para poder darte cuenta de que las proporciones están equivocadas, de que todo es demasiado grande y se encuentra demasiado junto, de que el planeta es demasiado brillante en relación con la estrella y el tiempo está comprimido, y etcétera etcétera. Aunque nada de todo eso importa, claro... En todos los aspectos realmente importantes, es total y absolutamente perfecto.

Lobot volvió la cabeza hacia los androides sin apartar los ojos del panorama.

—¿Qué te dicen tus sensores sobre lo que tenemos delante, Erredós? —preguntó.

Incluso la larga respuesta de Erredós pareció respetuosamente suave y pausada.

—Erredós dice que la superficie exterior de la cámara sigue estando donde estaba —tradujo Cetrespeó—, pero que ha pasado a tener un índice óptico de absorción situado por debajo de una centésima parte del uno por ciento.

—Y en todos los materiales que conozco eso quiere decir que estamos hablando de una transmisión casi perfecta —dijo Lobot.

—¿Quieres decir que no es un holograma? —preguntó Lando.

—Amo Lando, Erredós dice que la estrella se encuentra a cuarenta y cuatro metros de distancia. El planeta se encuentra a unos diecisiete metros de distancia.

—Es un planetario —dijo Lobot—. Estamos contemplando un enorme planetario que muestra el sistema de los qellas. Me encantaría poder inspeccionar sus mecanismos...

Lando, que ya había empezado a inclinar la cabeza para indicar que estaba de acuerdo con las conclusiones de Lobot, le interrumpió.

—Es suficiente, Lobot —dijo—. Y ahora no quiero oír ni una palabra más, ¿de acuerdo?

—¿Por qué? ¿Qué ocurre?

—Nada —dijo Lando, tragando aire y dejándolo escapar en un prolongado suspiro—. Quizá nunca vuelva a ver una obra de arte tan maravillosa como ésta. Sólo quiero disfrutar de ella durante un rato antes de que sigamos adelante.

El contenedor refrigerado que estaba siendo introducido en el compartimento de carga del vehículo de superficie de Drayson, en la pista de descenso que el Instituto Obroano tenía reservada en el Puerto Nuevo, había hecho el viaje más rápido posible desde Maltha Obex hasta Coruscant.

Aun así, el rostro de Drayson mostraba con toda claridad la impaciencia que sentía mientras contemplaba cómo los estibadores manipulaban aquel gran objeto en forma de ataúd.

—Discúlpeme... —dijo alguien que acababa de detenerse junto a Drayson.

El almirante giró sobre sus talones para encontrarse con un rostro bronceado por el sol y aureolado de cabellos blancos que le estaba observando con evidente curiosidad.

—¿Sí?

—¿Es usted Harkin Dyson? El encargado del hangar me dijo que el propietario había venido a recoger el cargamento.

—Sí—dijo Drayson, dando la espalda a las operaciones de descarga—. Y usted es...

—Joto Eckels —dijo el desconocido—. Estaba al frente del grupo de excavación. Verá, el caso es que necesitaba saber si usted era Dyson porque... Bueno, quería expresarle mi agradecimiento personalmente.

—¿Por qué, doctor Eckels?

—Si usted no hubiera adquirido el contrato, nuestro viaje a Maltha Obex habría sido cancelado. Quizá habríamos tenido que esperar años antes de poder recuperar los cuerpos de Kroddok y Josala. —Alzó la mano por encima de su hombro para señalar la lanzadera del
Meridiano
—, Y también quiero agradecerle que accediera a permitir que los trajera conmigo en este viaje... Sus familias se lo agradecerán.

—Cualquiera hubiese hecho lo mismo —dijo Drayson.

—Eso es lo que nos gustaría pensar, señor Dyson, pero no es así —dijo Eckels—. Sé que ésa no es la razón por la que adquirió el contrato, pero quiero hacerle saber lo mucho que significaba esa oportunidad para todos los que conocimos al equipo de excavación. Y además quiero volver a asegurarle que esto no ha retrasado en lo más mínimo la entrega de su material —añadió dirigiendo una inclinación de cabeza al contenedor, que ya había sido introducido en el compartimento de carga.

—Ya lo sé —dijo Drayson, obsequiándole con una sonrisa tranquilizadora—. Le agradezco su amabilidad y todo lo que ha hecho por mí, doctor Eckels. El
Meridiano
volverá a llevarle a Maltha Obex cuando quiera; ya he dado las instrucciones pertinentes al capitán Wagg. Ah, y le ruego que transmita mi gratitud al resto de su equipo.

—Lo haré —dijo Eckels—. Y una cosa más, por cierto... Basándome en lo que vi antes de marcharme, supongo que cuando vuelva a reunirme con ellos ya habrán recuperado y catalogado una considerable cantidad de material. Contamos con doce expertos que conocen muy bien su oficio, y los doce están viviendo en campamentos térmicos y pasan largas jornadas de trabajo en las excavaciones. Puede estar seguro de que volveremos con material más que suficiente para permitirnos autentificar esos posibles artefactos de los qellas.

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