Read Trilogía de la Flota Negra 3 La Prueba del Tirano Online
Authors: Michael P. Kube-McDowell
Pero cuando las armas, más poderosas del
Orgullo de Yevetha
—del
Intimidador
, se recordó a sí mismo Sorannan— ya sólo necesitaban un minuto de carga más para ser capaces de asestar un golpe efectivo al navío de la Nueva República más cercano, Sorannan decidió que no podía seguir esperando ni un instante más. Sosteniendo el peine delante de él con las dos manos, lo hizo girar bruscamente entre sus dedos hasta que el peine se partió por la mitad. Uno de los fragmentos en que había quedado convertido le proporcionó una delgada varilla provista de tres diminutos botones que había estado escondida dentro de la espina hueca del peine.
Sorannan siguió vigilando con un ojo a los guardianes y los hologramas de seguimiento mientras desplazaba la varilla hasta su mano derecha y empuñaba el desintegrador con la izquierda. Mientras lo hacía, Nil Spaar empezó a transmitir su desafiante respuesta a las dos flotas.
—Sois unas criaturas impuras e insignificantes, y vuestras amenazas no significan nada para mí —dijo el virrey—. Vuestra presencia ensucia la perfección del Todo y ofende el honor de los Benditos. Abriré en canal los blandos vientres blancos de vuestras naves y esparciré sus asquerosas entrañas por el espacio para que todos puedan verlas. Vuestros pulmones anhelarán el aire, pero no lo encontrarán. Vuestra sangre tibia y falta de vigor hervirá en vuestros oídos. Vuestras súplicas no obtendrán respuesta, y vuestros alaridos no serán escuchados por nadie. Vuestros cuerpos caerán dentro del sol y serán consumidos. Vuestros descendientes os olvidarán, y vuestras compañeras traerán sangre nueva a sus camas.
«Estúpido —pensó Sorannan—. Superan a tu flota en una proporción de tres a uno..., y la superioridad pronto será de cinco a uno.»
Sin que su expresión cambiara en lo más mínimo, Sorannan presionó los primeros dos botones de la varilla con su pulgar y después alzó el desintegrador hasta dejarlo alineado con su hombro y empezó a disparar.
Ábaht estaba escuchando la salvaje arenga de Nil Spaar con la mandíbula sombríamente tensa y los últimos destellos de esperanza agonizando en sus ojos.
—Bien, se acabó —dijo—. Saquen a esas personas de la cubierta de observación: estar ahí arriba pronto va a ser bastante peligroso. Rompan la formación Escaparate y energicen todas las baterías hasta el nivel de máxima potencia.
—¡El navío insignia yevethano está reduciendo la velocidad, general! —anunció el oficial táctico.
Ábaht inclinó la cabeza para indicar que le había oído.
—Si Nil Spaar ha decidido permitir que el resto de la flota se encargue de librar la batalla por él, eso quizá nos facilite un poco las cosas.
—Todos los tipos imperiales están reduciendo la velocidad, señor... El Súper, el Interdictor, los DE... Todos lo están haciendo. Y además parece que tienen mucha prisa por detenerse... Se han quedado inmóviles en el espacio y no están haciendo nada. No consigo entender esta táctica... Los tipos-I resultan más difíciles de destruir, pero los diseños imperiales tienen más potencia de fuego.
Ábaht clavó la mirada en la pantalla táctica.
—Comunique a la armada que todas las naves deben reducir la velocidad a un octavo. Vamos a ganar un poco de tiempo para tratar de entender todo esto. ¿Y qué pasa con los tipos-I? ¿Hay alguno que se haya detenido?
—No, ni uno solo. Siguen viniendo hacia nosotros —dijo el oficial táctico.
Transcurrieron unos segundos —. General, los tipos imperiales están alterando el rumbo. Ya no cabe ninguna duda de ello. No sé qué puede estar ocurriendo... Puede que el virrey haya tenido un ataque de cordura.
Ábaht pensó inmediatamente en la afirmación, oficialmente negada, de que la Liga había firmado un tratado con algo llamado la Gran Unión Imperial.
—O alguien que no es el virrey acaba de tenerlo —dijo—. Puede que haya habido una pequeña discrepancia entre amigos mientras venían hacia aquí. Vamos a ver si podemos agravarla. Fuerzas Expedicionarias Liana Negra, Ápice y Cerradura: ya pueden quitarse el bozal. Persigan al enemigo e inicien la confrontación con él.
A bordo del
Orgullo de Yevetha
había 513 veteranos del Mando Espada Negra y más de 15.000 yevethanos. Esas proporciones no preocupaban al mayor Sorannan. Su contingente estaba armado con algo más que los desintegradores y una profunda motivación. La nave ya se hallaba bajo su control, y ocuparse de sus últimos propietarios no era más que un simple detalle.
Sorannan pensó que había una ironía deliciosa en el hecho de que el instrumento principal de su libertad fuese un circuito de control remoto al que los ingenieros solían referirse llamándolo circuito esclavo.
Tres minutos después de que hubiera presionado el botón que había desviado las naves de la trayectoria de confrontación con la flota de la Nueva República para dirigirlas hacia Byss, el capitán Eistern y tres hombres más que en el pasado habían desempeñado funciones de mando en la sección de ingeniería se reunieron con él en la sala de control de fuego.
—Parece que ha conseguido arreglárselas muy bien sin nosotros, señor —dijo Eistern mientras contemplaba la carnicería del pozo y los zarcillos de humo que todavía brotaban de los controles sobre los que había derrumbados tres cadáveres ennegrecidos.
—No me han dado ningún problema —dijo Sorannan con evidente satisfacción.
Eistern alzó la mirada hacia el holograma de seguimiento.
—Ojalá pudiera decir eso acerca de la Alianza —murmuró—. Parece que vienen a por nosotros... Supongo que ya sabe que no estamos preparados para pilotar esta nave en una situación de combate, ¿verdad?
—Nos iremos antes de que puedan alcanzarnos —dijo Sorannan.
—Ni siquiera saben qué está ocurriendo aquí. Si lo supieran, quizá ni se molestarían en acabar con nosotros.
—Tengo intención de explicárselo, pero no por esa razón —dijo Sorannan—. Quiero que sepan a quién deben esta victoria.
Volvió a su sillón de control, extrajo un par de tableros de sistemas de los paneles y volvió a introducirlos después de haberles dado la vuelta.
Los monitores parpadearon mientras las pantallas se alteraban para reflejar las nuevas funciones que estaban siendo controladas desde aquel nexo.
—¿Puede oír esta transmisión, general Ábaht?
—Aquí Ábaht. —Había curiosidad en su tono—. Tenga la bondad de identificarse.
—Me enorgullece poder hacerlo, general. Aquí el mayor Sil Sorannan del Mando Espada Negra de la Armada Imperial, capitán en funciones del Destructor Estelar
Intimidador
y comodoro del Escuadrón del Campamento Pa'aal.
—No estoy familiarizado con su unidad, mayor.
Sorannan dejó escapar una seca carcajada.
—Acaba de entrar en acción, general, y lamento que usted no haya podido estar presente para asistir a su bautismo de fuego.
—Si sus intenciones no son hostiles...
—Siguen sin gustarnos tan poco como la última vez en que nos enfrentamos a ustedes —dijo Sorannan—, pero no lucharemos para defender a quienes nos esclavizaron.
—Entréguense y no sufrirán ningún daño.
—Oh, no —dijo Sorannan—. Ya llevamos demasiado tiempo aquí. Hemos aguantado casi trece años de infierno en este sitio, y sin disfrutar de un solo día de vacaciones... No, general. Esto es una despedida. Nos llevamos todo lo que nos pertenece, empezando por nuestra libertad y estas naves. En cuanto a los yevethanos, dejaremos que ustedes se ocupen de ellos.
Sorannan presionó los botones central y tercero de la varilla y una señal de hipercomunicaciones que no podía ser bloqueada ni interferida atravesó el vacío hasta llegar a los circuitos de control remoto enterrados en las profundidades de la arquitectura del sistema de mando de cada navío de combate imperial desplegado en N'zoth y en sus mundos-hijos esparcidos por todo el cúmulo.
Los pilotos automáticos calcularon los vectores de salto y los motivadores de hiperimpulsión invocaron el inmenso poder de los reactores de ionización solar. El espacio tembló, se retorció y se abrió en un inmenso bostezo alrededor de los navíos para acoger su repentina aceleración.
Y unos momentos después la retirada del Mando Espada Negra del Cúmulo de Koornacht por fin quedó completada.
Un estallido de vítores hizo temblar el puente del
Intrépido
cuando el corazón de la flota yevethana desapareció de las pantallas de seguimiento, pero Ábaht enseguida puso fin a la erupción de alegría.
—No tenemos ninguna forma de verificar lo que acabamos de oír —dijo—. Esas naves podrían salir del hiperespacio a medio año luz de distancia y regresar a toda velocidad para caer sobre nuestro flanco. Y además todavía quedan más de cuarenta naves del tipo-I ahí fuera, y por el momento ninguna de ellas ha abandonado la formación. Esto aún no ha terminado.
Ya faltaba muy poco para que la fragmentada formación yevethana y la flota de la Nueva República se encontraran. Ábaht invirtió la mayor parte de ese tiempo en enviar otra llamada a la rendición, dirigiéndola a los distintos capitanes de las naves que se aproximaban a su flota y poniendo un gran énfasis en la superioridad numérica de sus efectivos.
Pero no hubo ninguna réplica, y tampoco se produjo ningún cambio en el despliegue de la flota yevethana. Fueran cuales fuesen las órdenes que Nil Spaar había impartido antes de esfumarse, al parecer seguían siendo obedecidas. Más que ninguna otra cosa, eso convenció a Ábaht de que todavía no habían visto por última vez al contingente imperial.
—No puedo creer que una unidad que ha sido diezmada o, mejor dicho, que ha sufrido un destino todavía peor que ése, antes de que empiece la batalla, que ha perdido a sus comandantes antes de que se haya efectuado un solo disparo y que se enfrenta a una fuerza vastamente superior sea capaz de seguir unida sin desmoronarse —dijo el general—. Sean cuales sean los criterios racionales que utilicemos, resulta obvio que esos comandantes deberían estar pensando en la rendición o en la retirada.
—Bien, pues no lo están haciendo —dijo el coronel Corgan—. Los blancos dieciocho, veinte y veintiuno acaban de abrir fuego sobre los elementos fantasma de la Fuerza Expedicionaria Símbolo.
—Y por lo tanto me veo obligado a llegar a la conclusión de que ninguna de esas cosas ha ocurrido —dijo Ábaht—. Su fuerza no ha sido diezmada, y sólo ha quedado dividida. Su estructura de mando sigue estando intacta..., y disponen de otras fuerzas que todavía no han sido asignadas a la zona de combate. En consecuencia, podemos suponer que nos enfrentamos a una serie de efectivos de baja valoración que han sido enviados aquí meramente para mantenernos ocupados, perturbar nuestra formación y ablandarnos con vistas al contraataque que planean lanzar posteriormente.
—Estoy de acuerdo en que las evidencias pueden ser interpretadas de esa manera —dijo el coronel Corgan—. Bien, general... ¿Cómo hemos de jugar nuestras cartas a partir de ahora?
Ábaht estudió la pantalla táctica durante unos momentos antes de responder.
—Debemos neutralizar esta fuerza sin poner en peligro la integridad o la movilidad de nuestra unidad —dijo por fin—. Transmita las siguientes órdenes: los bombarderos permanecerán en sus hangares. Las pantallas de patrulla se mantendrán lo más cerca posible, y los interceptores ala-A serán lanzados al espacio únicamente en respuesta a una amenaza directa procedente de otros pájaros pequeños. La unidad operacional que emplearemos durante todo este enfrentamiento será el escuadrón de la flota, y los comandantes de escuadrón disponen de autonomía operacional a partir de este mismo instante. Que todas las unidades persigan a todos los blancos que se les pongan a tiro, y que entablen combate con ellos y los destruyan. Dado que insisten en querer luchar, vamos a satisfacer sus deseos.
—¿Qué hay de los rehenes, señor?
Ábaht meneó la cabeza.
—Rece por ellos, coronel. Es lo único que podemos hacer.
Un gran conflicto no es más que el resultado de unir muchas pequeñas contiendas, y así ocurrió con la batalla de N'zoth. No había ningún punto de observación privilegiado desde el que se pudiera abarcar su totalidad, y ni siquiera la cubierta de observación del navío insignia de la Nueva República permitía ver claramente todo lo que estaba ocurriendo.
Luke y Akanah habían despedido al teniente que se presentó para sacarlos de la cubierta. El comienzo de las hostilidades no había supuesto el fin de los esfuerzos de Wialu que, para gran sorpresa de Luke, seguía proyectando la ilusión de los navíos de combate fantasmas a pesar de que las andanadas de los cañones iónicos y las baterías láser ya estaban empezando a iluminar la negrura del espacio a su alrededor.
—Me dijo que mantendría la integridad de la proyección mientras fuera capaz de seguir haciéndolo, incluso si los yevethanos no se rendían —murmuró Akanah.
Luke asintió.
—Si los navíos fantasmas consiguen atraer su cuota de disparos yevethanos...
—Wialu dijo que nadie moriría a bordo de una nave que no estaba ahí.
Pero los dos podían ver con toda claridad que el esfuerzo estaba empezando a afectar a Wialu. A medida que la batalla proseguía y los restos llameantes de los navíos de combate empezaban a tachonar el negro telón de las estrellas, Wialu se fue encorvando visiblemente. Finalmente, unos momentos antes de que un navío de escolta de la Nueva República se volatilizara en una espectacular explosión a pocos kilómetros de distancia, el cuerpo de Wialu se desplomó hacia adelante hasta caer sobre la cubierta encima de la que había estado sentada y los fantasmas desaparecieron de las formaciones de la Nueva República.
Pero incluso entonces, Wialu volvió a sorprender a Luke cuando se negó a permitir que la ayudaran a salir de la cubierta de observación del
Intrépido
.
—Veré el final. Sea cual sea el camino que sigues, nunca debes olvidar lo que significa la guerra —dijo, permitiendo que Akanah la guiara hacia uno de los sillones semirreclinables.
Luke llevaba horas queriendo hacerle una pregunta que se había ido volviendo más apremiante con la espera.
—Hay una cosa que he de saber, Wialu —dijo, acuclillándose junto a su sillón y dando la espalda a la batalla—. ¿Hay fallanassis a bordo de alguna de esas naves?
—Sí —respondió Wialu.
Luke respiró hondo y dejó escapar el aire en una lenta y prolongada exhalación.
—¿Y Nashira... se encuentra a bordo de alguna de esas naves?