Treinta noches con Olivia (7 page)

Read Treinta noches con Olivia Online

Authors: Noe Casado

Tags: #Erótico, Romántico

BOOK: Treinta noches con Olivia
11.11Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Sí, deplorable. Horrible, desfasado. Y me quedo corto.

—¿Y? ¿Eso es todo? ¿No se te ocurre nada más? Venga, sácalo. —Movió las manos invitándolo a seguir en plan chulesco—. Estoy segura de que un estirado como tú necesita desfogar su frustración metiéndose con los demás. Venga, no te cortes.

—Pero ¿estás bien de la cabeza? ¿De qué hablas? Yo no necesito sacar nada de…

—Para empezar, el palo que tienes metido en el culo.

—¡¿Perdón?!

—Sí, ese que hace que seas un estirado pomposo.

Thomas se pasó la mano por el pelo. Esto, si se lo contaba a alguien, no se lo creería. Se había armado la de Dios es Cristo por una miserable mesa.

—Mira, guapa. Porque tengas que vivir rodeada de objetos de tercera mano, en un pueblo de mala muerte y con un novio gilipollas no es necesario que te desquites conmigo. —Y parafraseándola añadió—: Quizá la que debe sacarse el palo del culo eres tú, bonita.

—Eres… eres… de lo que no hay. Vienes aquí, nos jodes la vida y encima te crees con derecho a criticar la casa.

—Llevo aquí poco más de veinticuatro horas y aún no he jodido nada, ¿de acuerdo?

Ella captó la insinuación sexual que desprendían sus palabras y recogió el guante.

—No me extraña… —Miró de arriba abajo haciendo una mueca de disgusto.

Pero tenía un contrincante de primera.

Imitó su gesto y subió la apuesta:

—No todos vamos mostrando la mercancía de forma tan altruista.

—¡¿Cómo?!

—¡Dios me libre de criticar! —Se cruzó de brazos y se apoyó en la encimera. Se estaba divirtiendo de lo lindo. Por primera vez desde que llegó tenía ganas de reírse—. Pero tu atuendo de… mercadillo resulta demasiado elocuente.

Por la cara que puso ella, estaba claro que había dado en el clavo. Pero aunque quisiera dar marcha atrás, que no era el caso, ya que ellas habían comenzado la pelea, ya no tenía sentido buscar la reconciliación.

Como ella lo miraba hecha una furia decidió rematar la jugada y ganar el partido.

—Si quieres te explico lo que significa elocuente.

—Vete a tomar por el culo. —Se acercó hasta la puerta y gritó—: ¡Julia! ¡Baja a cenar!

Estaba claro que la convivencia iba de mal en peor.

Debería buscar un alojamiento para los cuatro días que aún tendría que esperar a que el ilustre notario apareciera, pero, ya fuera por comodidad o por amor propio, había decidido que resistiría hasta el final. Después tendría unas cuantas anécdotas que contar en su círculo de amistades sobre lo pintoresco de la situación.

El calor nocturno resultaba asfixiante y, tanto si abría la ventana como si no, la temperatura no se alteraba en absoluto. No soplaba ni la más mínima corriente de aire.

Era evidente que le habían dado la peor habitación, parecía un horno, amén de la habitual y horrorosa decoración y el colchón rompeespaldas.

Como no podía hacer nada interesante con su portátil, dado que un ordenador sin conexión a Internet es como un jardín sin flores, se acercó hasta el borde de la ventana y se apoyó contra el marco para ver si corría un poco de aire.

No estaba acostumbrado a no hacer nada, pero enfadarse por tal motivo no venía al caso. Ya buscaría al día siguiente la forma de obtener una conexión a la red y adelantar trabajo.

Oyó las voces de sus inigualables compañeras de casa. Estaban sentadas sobre una esterilla, en el suelo. La una junto a la otra, en plena conversación femenina.

Podía retirarse y otorgarles la privacidad que ellas creían tener. Pero a falta de algo mejor…

Su hermana parecía la más vehemente, por cómo movía las manos y por los gestos que hacía.

—Deberíamos echarlo de casa —sentenció Julia.

Olivia asintió. Inspiró profundamente.

—No podemos —aseveró, indignada por darse cuenta de ese hecho—. Está en su derecho de quedarse todo el tiempo que quiera.

—¿Eso incluye hacernos la vida imposible?

Thomas no compartía esa opinión, al menos desde su punto de vista. En todo caso, quienes estaban comportándose inadecuadamente eran ellas. Y así había sido desde el primer minuto.

—Pues parece que sí —convino Olivia.

—Entonces no queda otra que ajo y agua —murmuró Julia—. Pero no pienso tolerar que me insulte, o se meta conmigo, ¿me entiendes? De ninguna manera.

«¿De qué está hablando ésta?», se preguntó él intentando recordar todas sus conversaciones, también llamadas encontronazos. Puede que sus comentarios fueran ácidos, pero en ningún momento pretendían herirla deliberadamente.

—Tendremos que intentar coincidir con él lo menos posible.

—Ya, eso intento, pero es capaz de provocarme con cualquier cosa —manifestó Julia—. Hoy, por ejemplo, podría haber sido más considerado, ¿no?

¿Considerado? Pero ¿de qué demonios hablaba?

—Lo sé —suspiró Olivia dejándose caer hacia atrás y tapándose los ojos con un brazo. Estaba cansada después de pasarse todo el día de pie, en el centro de belleza, aguantando a clientas quisquillosas. Lo único que deseaba al volver a casa era un poco de tranquilidad. Y dos hombres, a falta de uno, se habían propuesto sacarla de quicio.

Thomas dio un paso atrás. Y no por sentirse violento al escucharlas, tampoco se sorprendía de la opinión que tenían de él, que además le daba igual. Lo que hizo que se sintiera repentinamente inquieto fue observar a Olivia tumbada, con las piernas dobladas y no todo lo cerradas que debería. En una postura sumamente incitadora.

«El puto calor me está afectando», pensó al sentir bajo sus bóxers cómo se empalmaba.

—Podría al menos no ofenderme y respetar las cosas que son importantes para mí.

—Creo que no puede —murmuró Olivia moviéndose un poco, sin ser consciente de que alguien iba a tener otros problemas, aparte del calor, para conciliar el sueño—. Es un estirado, petulante y engreído.

—Vamos, el chulo de toda la vida.

—Ajá.

—Te lo dije. Puede que mi padre quisiera juntarnos y todo eso, pero ¿cómo lograrlo si ni siquiera respeta sus cosas?

Thomas, que estaba cada vez más perdido en lo que a la conversación se refería, se iba excitando cada vez más con la posturita de la tía. No podía alejarse y buscar una forma medianamente saludable de dormir, pues aun arriesgándose a pasar la noche en vela, no quería perderse nada.

—Sé que a veces mis padres tenían un gusto muy particular y compraban cosas viejas para restaurarlas. Yo hubiese preferido muebles nuevos, pero era su ilusión, su proyecto. Querían trabajar juntos, y construirlo todo de nuevo. —Se limpió una lágrima con el dorso de la mano—. Y él lo único que hace es insultarme criticando la decoración.

—Cariño…

Olivia se incorporó para abrazar a su sobrina. Para una chica de su edad que en menos de un año había perdido a una madre y a un padre, cualquier cosa referente a ellos tocaba una fibra muy sensible. Intentaba ser fuerte y se sorprendía de cómo su sobrina afrontaba la situación, pero era inevitable que de vez en cuando tuviera un momento de bajón.

Si a eso se sumaba un abogado cabronazo e insensible…

Estaba claro que la función había acabado. Por eso se retiró de la ventana y volvió a la cama. Se sentó, apoyándose contra el cabecero, y encendió su portátil, seguro que tenía algún documento lo suficientemente aburrido para dormirse leyéndolo.

9

Una semana después, a Thomas volvieron a cabrearlo pero bien, además.

Dispuesto con todo lo necesario para acudir preparado a la cita prevista, con la maleta cargada en el coche para volverse a casa cuanto antes con la tarea hecha, se personó en la notaría para escuchar estupefacto cómo el ilustre notario había decidido prolongar sus vacaciones durante todo el mes de agosto. Con lo cual le quedaban, al menos, otras tres semanas de insufrible convivencia.

En los últimos días había conseguido una tensa calma, una especie de pacto de no agresión mutua. Era uno contra dos y tenía las de perder si se consideraba la situación desde el punto de vista numérico, pero a persistente no lo ganaba nadie.

Claro que también, aunque le jodiese reconocerlo, había momentos de un surrealismo indescriptible que por grotescos y absurdos resultaban hasta divertidos.

Y luego, esos otros extraños y desconcertantes. Y hasta excitantes. Como por ejemplo, ver colgar la ropa interior, compuesta casi exclusivamente por tangas y sujetadores a juego, eso sí de todos los colores, estampados y dibujos inimaginables.

Sabía a ciencia cierta a quién pertenecían, ya que por casualidad escuchó una conversación de esas a las que muy pocos hombres, sólo unos privilegiados, tienen acceso sobre qué es más cómodo para el día a día en lo que a ropa íntima se refiere.

Según la solterona, un tanga es lo mejor porque no se marca ni con pantalones ni con faldas, por muy ajustados que sean, además de ser mucho más favorecedor, estéticamente hablando. Thomas leyó entre líneas y extrajo otra conclusión: que eran mucho más excitantes. Pero, y era de agradecer la prudencia, a una adolescente a punto de sufrir una alteración hormonal no conviene darle demasiada información. Primero para no avivar la imaginación, y segundo para no estropear la sorpresa y la emoción que supone descubrir las cosas por uno mismo.

Así que allí estaba, sentado en la terraza de una cafetería de Lerma de la que ya lo podían empezar a considerar un cliente habitual.

Tras tomarse el café sacó el móvil para hablar con su secretaria y que organizara su regreso. Por muy divertido que fuera aquello, prefería cien veces estar en su casa, en su ambiente, con sus comodidades.

Frunció el ceño, normalmente Helen contestaba, como mucho, al tercer tono.

Comprobó la cobertura, por si acaso, antes de pulsar el botón de rellamada.

Pero siguió sin obtener respuesta.

—¡Joder!

Tras descargar verbalmente su frustración con palabras malsonantes de variada inspiración, se acordó de que su secretaria estaba de vacaciones, tal y como le había informado hacía más de dos meses.

Ahora tenía que ocuparse personalmente de buscar vuelo, hacer la reserva y organizarse, cosa que no hacía desde tiempos inmemoriales. Para eso estaban las secretarias, ¿no?

Podía ser un poco más cabrón de lo habitual y llamar al teléfono personal de Helen; ella había insistido en que lo anotara, por si acaso. Pero lo cierto era que, si bien la idea resultaba atractiva, no quería que ella malinterpretara la situación. Conocía los sentimientos de esa mujer y, aunque ella no tardaría ni media hora en arreglar las cosas, prefería resolverlo por su cuenta. Traspasar la barrera de lo profesional no sería adecuado.

Así que utilizó una de esas expresiones tan extrañas que había oído en casa de esas dos, «ajo y agua». Cuando comprobó el significado se rió entre dientes. Esas cosas no se enseñaban en clase.

Pero, a pesar de que recordar las tonterías de sus compañeras de convivencia le podía poner de buen humor, la larga lista de incompetencias desde que había puesto un pie en territorio español y, en concreto, la dificultad para encontrar una jodida plaza en un avión le estaba agriando el día.

Le importaba un comino el importe.

Así que, agradeciendo que esa cafetería dispusiera de wifi, siguió indagando en diferentes webs de compañías aéreas y agencias de viajes.

Thomas se encontraba enfrascado en sus cosas, y pidió otro café para que no lo mirasen mal en la cafetería. Sin embargo, hay conversaciones que, por mucho que uno lo intente evitar, llegan a sus oídos. Más que nada por la odiosa manía que tiene la gente de hablar en voz alta y en público de sus asuntos personales.

—No insistas, no puedo.

—Pichurri…

Era imposible concentrarse con ese par de cursis detrás de él, pelando la pava.

Hizo un serio esfuerzo por no escuchar.

—¿Es por ella? —preguntó la mujer, ocultando con zalamería cuánto le disgustaba hablar de otra mujer.

—No —respondió él, tardando algunos segundos más de lo prudente y evidenciando con ello su falta de veracidad.

—Me han dicho que el otro día fuiste a su casa, pichurri.

—Pasaba por allí.

Thomas, más que acostumbrado a oír declaraciones, se percató de que el tipo mentía y que se avecinaban problemas.

—¿Pasabas por allí? —La incredulidad marcaba la pregunta—. Vive a las afueras del pueblo.

—Tenía que ver unas fincas.

—Ya…

Estaba claro que ella no se tragaba el cuento. Pero, por lo menos, parecía que no insistiría más y así no daría la tabarra.

Claro que algunas mujeres saben molestar sin hablar. Oyó cómo empezaba a hacerle arrumacos.

—Yo te quiero mucho, pichurri.

Thomas iba a vomitar el desayuno, lo cual sería una pena, ya que estaba delicioso.

—Y yo a ti, cariño.

—Ella no se merece a un hombre como tú. Ella no puede darte lo que yo. Además… —La conversación se interrumpió porque al parecer necesitaba sobarlo un poco—. Me han dicho… —Más sonidos inconfundibles de besuqueo baboso—… Y quien me lo ha contado sabe muy bien de qué habla… —Otra pausa imprescindible—… Que se ha liado con ese inglés que vive en su casa.

Thomas perdió de repente todo su interés en la pantalla del portátil, en su viaje de regreso, en la disponibilidad de plaza en un avión y hasta de la economía global, llegado el caso.

¿De qué cojones hablaba la cursi esa?

—¿De qué cojones hablas? —preguntó el Pichurri.

Los hombres, cuando los sorprendes de una forma desagradable, suelen ser muy limitados a la hora de elegir vocabulario.

—Gloria, la del bar, oyó por casualidad una conversación de Julia sobre su tía.

—Gloria no es lo que se dice de fiar —replicó él intentando aclarar ese asunto, cosa que era difícil ya que no dejaba de distraerse con el besuqueo incómodo al que estaba siendo sometido.

—Pero eso no es lo peor…. —La aspirante a mujer oficial del Pichurri hizo un mohín. Si pretendía que fuera seductor, había fracasado.

—Deja los arrumacos para otro momento, dime qué te contaron.

—Bueno… pues que… no es la primera vez que…

—¡Suéltalo de una puta vez!

«Joder, sí», pensó Thomas, uniéndose silenciosamente a la petición.

—Que no es la primera vez.

—¿Ha estado más veces liada con él?

Pero qué gilipollas es ese tío.

—¡No! Según he oído en la peluquería, Claudia, la secretaria del notario, viene todas las semanas y me contó, así por encima, ya que había más clientas, que es la primera vez que viene por aquí, al parecer su padre lo nombró en el testamento.

Other books

Foreigner by Robert J Sawyer
We Put the Baby in Sitter 3 by Cassandra Zara
Indestructible by Linwood, Alycia
Bloody Bones by Laurell K. Hamilton
The Book of Luke by Jenny O'Connell
The Virgin's Proposition by Anne McAllister
The Absolute Value of Mike by Kathryn Erskine