Contestaron a la segunda señal.
—Woburn.
—Jefe.
—Señor!
Korolis casi oyó cuadrarse al jefe del destacamento negro.
—El almirante Spartan esta incapacitado mentalmente. Ya no es el de antes. En consecuencia, tomo yo el mando. Por favor, mantenga bajo vigilancia las habitaciones del almirante.
—Si, señor.
—Y venga a verme ahora mismo al Complejo de Perforación.
Cuando sonó el teléfono, Roger Corbett estaba en su despacho, tomando notas sobre el paciente que acababa de acudir al centro por que sufría ataques de pánico y agorafobia. Dejó la tabla digital y el marcador y cogió el auricular.
—Doctor Corbett —dijo.
—¿Roger? Soy Peter Crane.
—Hola, Peter. Déjeme que lo adivine. Se han filtrado mis ronquidos por el respiradero del baño compartido, ¿no?
Solo pretendía bromear, pero Crane, por la razón que fuera, no parecía muy interesado en hablar por hablar.
—Estoy esperando que me llame Michelle. ¿Usted sabe donde esta?
—No, hace bastante que no la veo.
—Habíamos quedado en que me llamaría hace tres cuartos de hora. La he llamado al móvil pero no contesta. Estoy un poco preocupado.
—Voy a ver si la encuentro. ¿Puedo ayudarlo?
Un momento de silencio.
—No, gracias, Roger. Con que busque a Michelle…
—Descuide.
Corbett colgó, se levantó, salió del despacho y se fue por el pasillo.
En recepción había cuatro personas esperando. En si ya era un hecho inhabitual (Bishopp lo tenia todo muy controlado, y no solía haber más de un paciente pendiente de visita). Corbett entro detrás del mostrador. Su residente de psiquiatría (un joven extremadamente serio que se llamaba Bryce) estaba sentado al lado de la enfermera, rellenando un impreso de solicitud de material.
—¿Alguien sabe donde esta la doctora Bishopp? —preguntó Corbett.
Bryce sacudió la cabeza.
—Lo lamento.
—Ha salido hace más o menos una hora —intervino la enfermera.
Corbett se volvió hacia ella.
—¿Ha dicho adonde iba?
—No, doctor.
Salió de la recepción y regreso por el pasillo a su despacho, donde abrió la lista de teléfonos internos de su agenda digital, buscó una extensión, cogió el teléfono y marco.
—Seguimiento, Wolverton —contestó una voz hosca.
—Soy el doctor Corbett, del centro médico. Necesitaría que me dijera donde esta Michelle Bishopp.
—Me da su contraseña, doctor?
Corbett lo hizo. Un ruido de teclas se filtro muy tenuemente por el auricular, seguido de nuevo por la voz de Wolverton.
—Ahora mismo esta en el sector de Control Ambiental, nivel ocho.
—¿Control Ambiental? —se preguntó Corbett en voz alta.
—Desea algo más, doctor?
—No, gracias.
Corbett colgó despacio, pensativo. Después cogió su móvil y se fue del centro médico, pasando por recepción para dejar a Bryce al frente de todo.
Control Ambiental era un gran laberinto prácticamente desocupado y formado por compartimientos poco iluminados, en un rincón apartado del nivel ocho. Estaba lleno de calderas, compresores, sistemas de humidificación, precipitadores electrostáticos y otros aparatos para que el aire del Complejo fuera todo lo respirable y libre de germenes posible. Aunque el suelo y las paredes vibrasen a causa del zumbido de una docena de turbinas, llamaba la atención el poco ruido que había. Aquel silencio vigilante incomodaba a Corbett. Abrió la boca para llamar a Bishopp, pero algo en el silencio le hizo pensárselo mejor. Cruzó sin hacer ruido los dos primeros compartimientos y entro en el tercero.
Estaba lleno de grandes tubos de aire acondicionado, y de filtros en cajas de acero que llegaban hasta el techo. En la penumbra, mayor aun que en los espacios anteriores, Corbett fue esquivando los tubos mientras miraba a izquierda y derecha. Y Bishopp? ¿Ya se había ido? Quizá el técnico de seguimiento se había equivocado, y no había bajado a aquella zona. Resultaba un lugar muy improbable, y…
De repente la vio. Estaba de rodillas delante de un mamparo, al fondo de la sala, de espaldas a el y totalmente absorta en algo. Durante unos segundos pensó que estaba practicando una RCP, pero al aguzar la vista se dio cuenta de que lo que le había parecido un cuerpo en realidad era un talego negro muy grande. Dio otro paso. Que raro… Los codos de Bishopp, efectivamente, se movían como si aplicase un masaje cardiaco. Corbett, perplejo, frunció el entrecejo. A juzgar por sus gruñidos, lo que hacia requería un gran esfuerzo.
Dio otro paso. Ahora veía por encima del hombro de Bishopp. Estaba amasando un bloque largo, como de arcilla, para convertirlo en una gruesa tira de unos sesenta centímetros de longitud.
Delante ya había dos, pegadas al mamparo de acero.
Corbett no pudo evitar un grito ahogado. Bishopp soltó enseguida el bloque que parecía de masilla y se levantó de un salto; luego se volvió hacia el.
—Usted es la saboteadora —dijo Corbett, aunque fuera una obviedad—. Quien intentó romper la cúpula.
Ella no dijo nada.
Corbett era consciente de que tenia que hacer algo (correr, pedir ayuda), pero estaba aturdido, paralizado por la impresión.
—Que es —preguntó—. ¿Semtex?
Ella seguía sin abrir la boca.
La cabeza de Corbett daba vueltas. Era cierto que a pesar de los meses de trabajo en común en el fondo sabia muy poco de Michelle Bishopp. Aun así parecía imposible. ≪No puede ser. No puede ser. Quizá sea un error≫.
—¿Que hace? —preguntó.
Esta vez si contestó.
—Me parece evidente. El radio de presión sur queda justo al otro lado de este mamparo.
Por alguna razón, oír su voz (reconociendo que era una traidora) saco a Corbett del atolladero.
—Los radios de presión están llenos de agua —dijo—. Va a romper el casco. Inundara el Complejo.
Retrocedió un paso.
—Quédese donde esta.
En la voz de Bishopp había algo que lo paralizo.
—¿Por que lo hace?
Al mismo tiempo que lo preguntaba, junto las manos en la espalda con toda la naturalidad posible.
Ella no respondió. Parecía que estuviera preparando el siguiente paso.
Corbett, despacio y con gran disimulo, saco su móvil del bolsillo trasero, lo abrió haciendo el menor ruido posible y marco 1231 con el pulgar. Era la extensión de su residente, Bryce, un número que podía marcar deprisa y fácilmente, sin mirar. Buscó el botón de silencio, pero como no lo encontraba tapo el altavoz con el pulgar.
—A este lado de la Barrera no tenemos C-4 —dijo—. ¿De donde lo ha sacado?
La expresión de Bishopp ya no tenia nada de indecisa. La pregunta le arranco una risa sarcástica.
—En la Bañera van y vienen todo tipo de derivados médicos, ya lo sabe, y tampoco es que los vigilantes tengan demasiadas ganas de rebuscar en las bolsas rojas de basura. De este modo se pueden pasar muchas cosas. Como esto.
Metió la mano en un bolsillo de su bata de laboratorio y saco una pistola.
Corbett, aturdido aun por la sorpresa, miró el arma con cierta indiferencia. Era una pequeña pistola muy fea, más brillante de lo normal, con un silenciador encajado en el cañón. Cuando estaba a punto de preguntar como lo había pasado por el detector de metales, fue el propio brillo del arma el que le dio la respuesta: era un compuesto de cerámica y polímero, caro e ilegal.
—Si inunda el Complejo también morirá —dijo.
—Voy a poner los detonadores para dentro de diez minutos. Para entonces estaré en el nivel doce, de camino hacia la capsula de salvamento.
Corbett sacudió la cabeza.
—No lo haga, Michelle; no traicione así a su país. No se para cual trabaja, pero no vale la pena. No es la solución.
De pronto Bishopp pareció indignarse.
—¿Por que piensa que trabajo para un gobierno extranjero? —preguntó con vehemencia—. ¿Por que piensa que trabajo para algún gobierno?
—Pues… —empezó a decir Corbett, pero se calló, desconcertado por su acaloramiento.
—No podemos permitir que Estados Unidos se quede con lo que hay aquí debajo. América ya ha demostrado muchas veces como abusa del poder que le dan. Teníamos la bomba atómica, y que hicimos? Destruir dos ciudades en seis meses.
—Eso no se puede comparar con…
—Que cree que hará Estados Unidos con la tecnología de aquí debajo? Un poder así no puede dejarse en sus manos.
—Tecnología? —preguntó Corbett, sinceramente confuso—. De que tecnología habla?
El desahogo de Bishopp acabo tan bruscamente como había empezado. Se limito a sacudir con rabia la cabeza, sin contestar.
En el silencio se oyó una voz distorsionada de hombre.
Por primera vez, Corbett sintió autentico miedo en sus entrañas. Debido al nerviosismo había olvidado tapar el altavoz del móvil con el pulgar.
La expresión de Bishopp se endureció todavía más.
—Déjeme ver sus manos.
Corbett las levantó despacio. Tenía el móvil en la derecha.
—Maldito…!
Con un raudo movimiento de serpiente al ataque, Bishopp lo apunto con la pistola y apretó el gatillo.
Apareció una nube de humo, se oyó un ruido curiosamente parecido a un estornudo y en el pecho de Corbett estallo un insoportable ardor. Una fuerza brutal lo arrojo contra la caja de un ventilador. Cayó al suelo resollando, entre sonidos guturales. Justo antes de que lo envolviese una oscuridad irresistible, vio (como entre nieblas) que Bishopp pisoteaba brutalmente el teléfono móvil y volvía a arrodillarse para seguir amasando el bloque de explosivo contra el mamparo externo.
Crane subió al ascensor y pulsó el botón del nivel uno. Empezó a dar vueltas por la cabina incluso antes de que se hubieran cerrado las puertas.
¿Por que tardaba tanto Bishopp?
Ya había transcurrido más de una hora y media desde su conversación, y ella le había dicho que no tardaría más de treinta minutos en reunir a los científicos.
¿Había tenido algún problema?
Al final, cansado de morderse las uñas en la enfermería provisional, había tomado la decisión de intentar convencer otra vez al almirante Spartan. Era necesario. Había demasiadas cosas en juego para no insistir. Además, cualquier cosa era mejor que estar cruzado de brazos, incluso una discusión.
Tuvo una idea justo cuando volvía a abrirse el ascensor. Salió, cogió el teléfono móvil que llevaba en el bolsillo y llamó a Servicios Centrales.
—¿Que desea? —preguntó una voz de mujer.
—Tengo que hablar con alguien que se llama Vanderbilt, Gene Vanderbilt, de Investigación Oceanográfica, y no tengo lista de teléfonos a mano.
—Un momento, le paso.
Mientras Crane caminaba deprisa por el pasillo de color rojo claro, su teléfono hizo un par de ruidos secos hasta que se oyó una voz de hombre.
—Oceanografía, soy Vanderbilt.
—¿Doctor Vanderbilt? Soy Peter Crane.
Una breve pausa.
—El doctor Crane, ¿verdad? El hombre de Asher.
—Exacto.
—Que gran pérdida.
—¿Se ha puesto en contacto con usted Michelle Bishopp?
—¿La doctora Bishopp? No, últimamente no.
Crane se quedó de piedra.
—¿Como que no? ¿Usted ha estado en su laboratorio?
—Si, durante las últimas horas.
Volvió a caminar, pero más despacio.
—Doctor Vanderbilt, ocurre algo pero no puedo explicárselo por teléfono. Voy a necesitar su ayuda y la de los demás científicos de máximo nivel.
—¿Que es, una emergencia medica?
—Se podría decir así. Le facilitare los detalles personalmente. De momento solo puedo decirle que atañe a la seguridad de todo el Complejo, y que es muy posible que no se quede ni mucho menos ahí.
Otra pausa.
—De acuerdo. ¿Que quiere que haga?
—Reúna a sus principales colegas con la mayor rapidez y discreción, y llámeme cuando lo haya hecho.
—Puede que tarde unos minutos. Hay algunos en el área restringida.
—Pues dese toda la prisa que pueda. Pídales que no digan nada a nadie. Es de la máxima importancia, doctor Vanderbilt, se lo aseguro. Ya se lo explicare personalmente.
—De acuerdo, doctor. —El tono de Vanderbilt se había vuelto lento y pensativo—. Tratare de reunir a un grupo en el centro de conferencias del nivel doce.
—Llámeme al móvil, esta en el listín. Enseguida subiré.
Crane colgó y sujeto el clip del teléfono al bolsillo de su bata de laboratorio. ≪Si Spartan entra en razón le diré a Vanderbilt que ya esta todo arreglado≫, pensó.
Tenía delante la doble puerta del Complejo de Perforación. Advirtió con sorpresa que ya no estaba vigilada por marines, sino por dos agentes del destacamento negro armados con M-16. Cuando se acercó, uno de ellos levantó una mano para detenerle y solo se apartó después de haber mirado atentamente su identificación, a la vez que abría una de las puertas.
El complejo era un hervidero de actividad. Crane se quedó justo en la entrada, mirando a todas partes. En todos los puntos estratégicos había marines y agentes del destacamento negro. Por todo el hangar circulaban técnicos y brigadas de mantenimiento. La mayor concentración de actividad estaba en medio, donde un brazo robot aguantaba una de las dos Canicas restantes. Al lado estaba el cortador laser en su andamio.
En los rincones del techo había altavoces que escupían estática.
≪Diez minutos para el inicio del descenso de la Canica Tres. Todos los oficiales de control de inmersión a sus puestos≫.
Crane respiro hondo y empezó a caminar en dirección a la Canica, donde estaban los tres miembros de la tripulación (reconocibles por sus monos blancos) rodeados de técnicos. Si Spartan no estaba cerca, al menos podrían darle alguna indicación…
A pocos metros, uno de los tripulantes se volvió a mirarlo; Crane se quedó de piedra. Había reconocido sobre el mono blanco la cara arrugada y el pelo blanco despeinado del doctor Flyte.
Al verlo, Flyte abrió mucho los ojos. Se apartó del grupo y fue a su encuentro.
—Doctor Flyte —dijo Crane—, ¿por que lleva uniforme?
Flyte lo miró. Sus rasgos finos, como de ave, delataban cansancio y nerviosismo.
—No por que quiera llevarlo. !En absoluto! Mi trabajo es reparar el brazo, mejorarlo y enseñar sus misterios a los demás, no manipularlo yo mismo. Pero el ha insistido. ≪Es terrible el dios del Olimpo para con el tener que compararse.≫ —Miró furtivamente por encima del hombro y bajó la voz—. Yo tengo que estar aquí, pero usted no. Debe irse. Como ya le dije: se ha roto todo.