Tormenta (24 page)

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Authors: Lincoln Child

Tags: #Aventuras, Intriga

BOOK: Tormenta
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El científico hizo un ruido despectivo con la nariz.

—Es una comparación poco adecuada.

—Y un cuerno. Tú das por sentado que son amigos. Crees que lo sabes todo. Pues te digo una cosa: la naturaleza no es amiga de nadie. !Este planeta esta lleno de formas de vida que se pasan el día intentando matarse entre si!

El operario volvía a levantar la voz.

—No culpes a otros por los defectos de nuestro planeta —dijo el primer científico.

—Quizá han sembrado estas cosas en planetas de todo el universo. —Chucky estaba pálido, y le temblaban un poco las manos—. Cuando las desenterramos emiten una señal a sus dueños, que entonces vienen y nos destruyen. Un sistema muy eficaz para eliminar a posibles competidores.

El segundo científico sacudió la cabeza.

—Una idea un poco paranoica, ¿no crees?

—¿Paranoica? Pues explícame tú que ha pasado. !Todos los accidentes y todos los problemas de los que nadie quiere hablar!

—Tranquilízate —gruño el suboficial.

Chucky tiró la silla al levantarse.

—Entonces ¿por que muere gente? ¿Por que hay enfermos? ¿Por que yo mismo estoy poniéndome enfermo? Por que pasa algo malo, por que pasa algo malo en mi cabeza…

Justo cuando Crane se disponía a intervenir, el operario se calló de golpe. Levantó la silla y se sentó, mientras el suboficial apoyaba una mano en su hombro para frenarlo.

Acababa de entrar en la cafetería el comandante Korolis, acompañado por dos oficiales con uniforme negro y botas de combate.

Todo quedó en suspenso. Solo se oía la respiración agitada del operario.

El comandante enfocó en Crane sus ojos claros y estrabicos, momento en el que su expresión se endureció con una sombra de reproche. Después traslado su mirada al grupo de la mesa y la paseo por todos sus integrantes, como si aprendiera sus caras de memoria. Por ultimo, con gran lentitud y parsimonia, se volvió y salió otra vez sin haber dicho nada.

32

Tres horas después fue convocado por Asher. Michelle Bishopp había salido de la cuarta planta para supervisar los electroencefalogramas que le había pedido Crane, quien, cuando sonó el teléfono, acababa de anotar las novedades de la mañana y se preparaba para buscar a Chucky, el operario, y someterlo a una evaluación física y psicológica obligatoria.

Cruzó la salita y cogió el teléfono.

—Al habla el doctor Crane.

—¿Peter? Soy Howard Asher. Necesito que me ayude, por favor.

—Por supuesto. ¿Esta en su despacho? Ahora mismo…

—No, estoy en Terapia Hiperbarica. Séptima planta. Se sitúa?

—Si, claro, pero…

—Venga enseguida, por favor.

Se corto la llamada.

Crane miró el teléfono, sorprendido. No tenía ningún sentido que Asher se encontrara en aquel lugar.

No tardó más de diez minutos en cruzar la Barrera y subir a la séptima planta. En el nivel científico reinaba la actividad de siempre, pero el conjunto de pequeñas salas del pasillo sin salida que formaba Terapia Hiperbarica estaba vacio y presentaba un aspecto casi fantasmal. De hecho era previsible. Dado que en realidad la atmosfera del Complejo no estaba presurizada, tampoco había que curar dolencias relacionadas con la presión. Crane lo había averiguado por las malas, a través de su teoría inicial sobre el síndrome de descompresión.

El centro de terapia se componía de una sala de control minúscula, de una sala de espera contigua a la cámara hiperbarica y de la cámara propiamente dicha, un cilindro metálico de algo menos de dos metros de diámetro y tres de longitud, con una ventanilla de observación en la escotilla de entrada y otra en un lado. Dentro había dos bancos acolchados, uno en cada pared, y dos tiras de control idénticas en el techo, que además de las luces alojaban el sistema de aspersores de emergencia.

Asher estaba en la sala de espera con John Marris, el criptoanalista del NOD. Marris llevaba una bolsa grande al hombro. Asher parecía cansado, casi demacrado. Tenía vendada la mano izquierda, pegada al cuerpo en un gesto protector. Al ver entrar a Crane lo miró con cara de preocupación.

—No tiene muy buena cara —dijo Crane—. ¿Duerme bastante?

La respuesta de Asher fue una sonrisa glacial.

Crane señaló la mano vendada con la cabeza.

—¿Que le ha pasado?

—Mírelo usted mismo. Suavemente, por favor. —Asher se volvió hacia Marris—. Vamos a ejecutar otra vez las rutinas de lenguaje común, pero doblando la profundidad del árbol. Quizá cambie el resultado.

Crane desabrocho con cuidado el clip metálico en mariposa y deshizo el vendaje. Debajo de la gasa, en el dorso de la mano de Asher, se había formado una ulcera que tenia bastante mal aspecto.

La examino con atención. La piel del contorno era de color alabastro. Lo alarmante, sin embargo, era que Asher tenia las puntas de los dedos de un negro azulado alrededor de las uñas.

—¿Cuando se ha dado cuenta? —preguntó, mirando intensamente al director científico.

—Anoche.

—Pues no es para tomárselo a la ligera. —Crane rehízo el vendaje con cuidado—. Es un efecto de la insuficiencia vascular que sufre. Ahora la mano esta ulcerada, y encima hay síntomas de necrosis incipiente. Tendrá que pasar por el centro médico. Habrá que hacerle una ecografía Doppler de la mano y un bypass de la zona obstruida…

—No! —dijo Asher con vehemencia. Respiro hondo para controlarse—. No. No hay tiempo para operaciones.

Crane lo miró inquisitivamente.

—¿Por que?

—Tenemos que descifrar el código. Acaban de morir tres hombres, y es crucial que conozcamos la naturaleza del mensaje. Me oye, Peter? Mientras no lo hayamos hecho no puedo permitirme un tiempo de inactividad.

Crane frunció el entrecejo.

—Pero es que la mano…

—Sigo tomando Coumadin. Esta mañana, cuando me han vendado la mano en el centro médico, el residente de guardia me ha recetado antibióticos. Y ahora esto.

Asher hizo un gesto hacia la cámara.

Crane ya había tenido en cuenta aquella posibilidad. La terapia hiperbarica solía usarse como tratamiento adicional en cuadros de insuficiencia arterial o de infecciones necrotizantes de los tejidos blandos. Bajo presión, el oxigeno puro penetraba los tejidos con más eficacia y aumentaba la concentración de glóbulos blancos en el cuerpo. Ahora bien, no podía sustituir un tratamiento más agresivo y directo.

—Escuche, Peter —dijo Asher, adoptando un tono grave y persuasivo—, ya estamos cerca. Si los centinelas han pasado a transmitir en una infinidad de frecuencias es gracias a usted. Para nosotros ha supuesto un paso enorme. Ahora que hay distintos mensajes en cada una de las frecuencias, disponemos de muchas más muestras que estudiar. Lo malo es que hemos desperdiciado varios días tomando el rábano por las hojas.

—¿En que sentido?

—Creíamos que lo teníamos resuelto. Pensábamos que los centinelas habían estado transmitiendo una… expresión matemática.

—Una expresión matemática?

Durante unos segundos la cara de Asher mostro cierta vergüenza.

—Si, una expresión matemática muy simple.

—¿Cual?

Como Asher no respondía, Marris metió la mano en el bolsillo y tendió a Crane una hoja impresa.

Paso 1 de 1

Modo: reductivo

x = l / 0

Paso completo

Integridad comprobada

Ciclos maquina: 236.340

Crane se la devolvió.

—¿Uno dividido por cero? Lo primero que aprendí en matemáticas era que no se puede dividir por cero.

Asher empezó a pasear inquieto por la sala.

—Evidentemente que no. La división por cero esta prohibida por todas las leyes del universo, pero la descodificación salía tan bien, y todo cuadraba tanto… que lo atribuimos a un simple error de cálculo en nuestra traducción. Por eso no se lo he dicho antes, y por eso hemos desperdiciado tanto tiempo en simulaciones informáticas y pruebas criptográficas, intentando encontrar el error. Ahora veo que nos equivocamos de camino desde el primer momento. —Hizo una pausa y se volvió hacia Crane con la mirada encendida—. Pasaremos las señales por una serie de analizadores multilenguaje. Lo habríamos hecho hace tiempo de no haber estado dando palos de ciego. —Señaló el papel que tenia Crane en la mano—. Hemos perdido un tiempo del que no disponíamos. Por eso ahora no podemos parar, y por eso le ordeno… no, le pido que prepare la cámara para la terapia con oxigeno.

Crane no se movió.

—No es una cura. Solo retrasara lo inevitable.

Se notaba que Asher hacia un esfuerzo para no perder la calma.

—Ya lo se. Lo único que necesito es tiempo, no se si unas horas o todo un día, para pasar las señales por los analizadores de lenguaje. Después iré directamente al centro médico y me someteré al tratamiento o al procedimiento que le parezca mejor. De lo otro puede encargarse Marris, al menos de momento.

—¿Lo otro? —preguntó Crane.

—Marris cree que ha descubierto el método de transmisión que usa el saboteador para introducir y sacar información del Complejo.

—¿De verdad? ¿Cual es?

—Ahora no tengo tiempo de explicárselo, pero en cuanto yo salga de la cámara Marris pondrá su teoría a prueba intentando localizar la fuente de las transmisiones. De momento he enviado e-mails a todos los jefes de departamento (Ferguson, Conover, Bishopp y los demás) para que estén atentos a cualquier detalle sospechoso. —Hizo una pausa—. Pero todo a su tiempo. De momento nuestra prioridad es descifrar las señales.

Crane suspiró.

—De acuerdo, pero le espero en el centro médico en cuanto salga de la cámara.

Asher sonrió fugazmente, con la sonrisa que recordaba Crane de los primeros días a bordo de Deep Storm.

—Gracias, Peter. —Se volvió hacia Marris—. ¿Lo tiene todo?

Marris levantó el ordenador portátil y asintió con la cabeza.

—Podremos acceder inalámbricamente a la WAN desde dentro —dijo Asher—. Los centinelas están unas plantas por debajo de nosotros. Aquí no habrá ninguna interferencia.

—Voy a preparar la cámara —dijo Crane, volviéndose. Se paro a medio camino—. Un momento. Como que ≪podremos≫?

—Yo entrare con el doctor Asher —dijo Marris.

Crane frunció el entrecejo.

—Me parece poco ortodoxo. No es usted quien necesita la terapia.

—Es el único modo de seguir trabajando sin interrupción —dijo Marris.

Crane vaciló, pero acabo encogiéndose de hombros. A fin de cuentas no era más que oxigeno.

—De acuerdo. Si son tan amables ya pueden entrar en la cámara. Los someteré a los preparativos a través del micrófono interno.

Cuando entro en la sala de control, descubrió que Asher lo había seguido. El director científico le puso la mano derecha en el brazo.

—Peter —dijo en voz baja—, no se lo diga a Spartan.

—¿Decirle que?

—El error que cometimos, o lo cerca que estamos ahora.

Sus palabras tomaron por sorpresa a Crane.

—Creía que el sentido de todo esto era contarle a Spartan lo que han averiguado…

Asher sacudió la cabeza con vigor.

—No, todavía no. No me fio de Spartan. —Bajo todavía más la voz—. Y de Korolis aun menos. —La presión de su mano aumento—. Me lo promete, Peter?

Crane titubeo. De pronto, al oír las palabras de Asher y ver una luz extraña en su mirada, se le ocurrió algo completamente nuevo: que la insuficiencia vascular no fuese el único problema de salud de Asher. Quizá también había empezado a hacer mella en el lo que afectaba al resto del personal.

Era una idea profundamente entristecedora e inquietante.

Apartó suavemente la mano de Asher de su brazo.

—Muy bien.

Asher asintió, volvió a sonreír y se dirigió hacia la cámara hiperbarica. Mientras Crane lo preparaba todo en la sala de control (poner los compresores en marcha, verificar que estuvieran llenos los depósitos ASME y comprobar el buen funcionamiento de las válvulas de escape y los indicadores de presión), no pudo apartar de su cabeza la expresión atormentada y angustiada de los ojos de Asher.

33

Despacio, con pasos vacilantes y arrastrados, Charles Vasselhoff se encamino hacia el Bajo, el comedor de la tercera planta. Mas que por hambre (tenia la boca seca como si hubiera un nido de polillas dentro, y una sensación desagradable en la boca del estomago), iba por falta de otro lugar adonde ir. Los escalofríos que sacudían su fornido cuerpo no le impedían sentirse a la vez muy acalorado; tanto que había tenido que abrir la cremallera de su mono naranja hasta la mitad. Pero lo que más le molestaba era la cabeza. Al principio, como parecía una simple jaqueca, lo había atribuido al estrés o al exceso de trabajo, pero se había convertido poco a poco en una sensación extraña e irritante de presión, como si su cerebro se hubiera vuelto demasiado grande para el cráneo. Veía borroso, y se le habían dormido las puntas de los dedos. En consecuencia, tras interrumpir su trabajo en el taller de Electromecánica (donde arreglaba los daños del choque del Gusanito alfa), se había ido a su camarote.

Inútil. No hacia más que dar vueltas en la cama, empapar la almohada de sudor frio y enredarse las piernas y los brazos en las sabanas. Por si fuera poco, Patroni, uno de los que compartían el dormitorio con el, estaba, con sus pies grandes y apestosos apoyados en la mesa común, viendo un programa de cocina en el canal interno del Complejo. La perorata del experto en cocina cada vez le molestaba más, mientras empeoraba por momentos la extraña sensación de su cabeza, que hacia que le zumbaran los oídos; por no hablar de como lo miraba Patroni, disimulando y de reojo, como se mira a alguien que habla a solas un poco demasiado fuerte. Hacia un par de días que Vasselhoff sorprendía miradas (más o menos desde que empezó el dolor de cabeza, si no se equivocaba), pero no en sus compañeros de dormitorio. Su reacción fue susurrar una palabrota y bajar los pies de la litera para salir al pasillo, tras cerrar la puerta sin despedirse.

Ahora sus pasos lo llevaban hacia el Bajo; al menos creía que era en esa dirección, hasta que se encontró frente a un laboratorio de radiología. Se balanceo un poco, parpadeando, y dio media vuelta. Seguro que se había equivocado de camino. Segundo intento. Volvió por el estrecho pasillo, poniendo un pie delante del otro con cuidado.

Se cruzó a un hombre con bata blanca de laboratorio y una tabla digital en la mano, que dijo sin pararse:

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