Tiempo de odio (20 page)

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Authors: Andrzej Sapkowski

Tags: #Fantasía épica

BOOK: Tiempo de odio
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—Por lo que poco después la convirtieron en cenizas a la propia Falka. En una hoguera.

—Eso es un hecho de todos conocido, los niños temerios y redanos todavía se siguen divirtiendo en quemar a Falka en la noche de Saovine. Volvamos, para que puedas mirar la otra parte de la galería... Veo que quieres preguntar algo. Te escucho.

—Me extraña la cronología. Sé, por supuesto, cómo funcionan los elixires de juventud, pero la aparición conjunta en los lienzos de personas vivas y otras que murieron hace tiempo...

—En otras palabras, que te extraña que en el banquete hayas conocido a Hen Gedymdeith y Tissaia de Vries, pero no estaban entre nosotros Bekker, Agnes de Glanville, Stammelford ni Nina Fioravanti.

—No. Sé que no sois inmortales...

—¿Qué es la muerte? —le interrumpió Vilgefortz—. ¿Según tú?

—El final.

—¿El final de qué?

—De la existencia. Por lo que veo, hemos comenzado a filosofar.

—La naturaleza no conoce el concepto de filosofía, Geralt de Rivia. Suele definirse la filosofía como un intento lastimoso y ridículo de comprender la naturaleza, acometido por el ser humano. Por filosofía se entienden también los resultados de tales intentos. Es como si un rábano indagara acerca de las causas y resultados de su existencia, aceptando como resultado de sus reflexiones el eterno y secreto Conflicto entre el Bulbo y las Hojas, y considerara la lluvia como la Fuerza Creadora Insondable. Nosotros, los hechiceros, no perdemos el tiempo en descifrar lo que sea la Naturaleza. Nosotros sabemos lo que es porque nosotros mismos somos Naturaleza. ¿Me entiendes?

—Lo intento, pero habla despacio, por favor. No olvides que estás conversando con un rábano.

—¿Has reflexionado alguna vez sobre lo que sucedió cuando Bekker obligó al agua a que surgiera de la roca? Es muy sencillo: Bekker dominó la Fuerza. Obligó a obedecer al elemento. Sometió a la Naturaleza, la gobernó... ¿Cuales son tus relaciones con las mujeres, Geralt?

—¿Cómo?

Lydia van Bredevoort se dio la vuelta con un susurro de terciopelo, y quedó quieta, esperando. Geralt vio que llevaba bajo la axila un cuadro empaquetado. No tenía ni idea de dónde había salido aquel cuadro, un momento antes Lydia no llevaba nada consigo. El amuleto en su cuello temblaba ligeramente.

Vilgefortz sonrió.

—Te he preguntado —le recordó— acerca de tu opinión en lo relativo a la relación entre el hombre y la mujer.

—¿En lo relativo a qué relación de esta relación?

—¿Se puede, en tu opinión, obligar a obedecer a una mujer? Me refiero, por supuesto, a mujeres de verdad, no a simples hembras. ¿A una mujer de verdad se la puede dominar? ¿Poseerla? ¿Lograr que se someta a tu voluntad? ¿Y si es así, en qué forma? Responde.

 

La muñeca de trapo no apartaba de ellos los botones de sus ojos. Yennefer desvió la mirada.

—¿Le respondiste?

—Le respondí.

La hechicera apoyó la manó izquierda en el codo de él y la derecha en los dedos que le tocaban los pechos.

—¿Y qué le dijiste?

—Ya lo sabes.

 

—Has comprendido —dijo al cabo Vilgefortz—. Y creo que siempre lo has entendido. Y por eso entenderás también que si muere y desaparece el concepto de voluntad y subordinación, de mandato y obediencia, de señor y sierva, entonces se alcanza la unidad. Comunidad, unión en un solo todo. La fusión mutua. Y si algo así sucede, la muerte deja de contarse. Allí, en la sala de banquetes está presente Jan Bekker, que fue agua surgiendo de las rocas. Decir que Bekker murió es como afirmar que el agua ha muerto. Mira este lienzo.

Lo miró.

—Es extraordinariamente bello —dijo al cabo de un instante. Y de inmediato percibió un ligero temblor de su medallón de brujo.

—Lydia —sonrió Vilgefortz— te agradece el elogio. Y yo te alabo el gusto. El paisaje presenta el encuentro de Cregennan de Lod y Lara Dorren aep Shiadhal, legendarios amantes, separados y destruidos por el tiempo del odio. Él era hechicero, ella elfa, parte de la élite de Aen Saevherne, es decir Los Que Saben. Lo que pudo haber sido el principio de la reconciliación se convirtió en tragedia.

—Conozco esta historia. Siempre la tuve por un cuento. ¿Qué pasó de verdad?

—Eso —el hechicero se puso serio— no lo sabe nadie. Es decir, casi nadie. Lydia, cuelga tu cuadro aquí. Geralt, admira la nueva obra del pincel de Lydia. Es un retrato de Lara Dorren aep Shiadhal hecho sobre la base de una antiquísima miniatura.

—Enhorabuena. —El brujo se inclinó ante Lydia van Bredevoort y la voz ni siquiera le tembló—. Es una verdadera obra maestra.

La voz no le tembló aunque Lara Dorren aep Shiadhal le miraba desde el retrato con los ojos de Ciri.

 

—¿Qué pasó luego?

—Lydia se quedó en la galería. Nosotros dos salimos a la terraza. Y él se burló a mi costa.

 

—Por allí, Geralt, si no te importa. Pisa solamente en las baldosas oscuras, por favor.

Abajo el mar bramaba, la isla de Thanedd se erguía entre la blanca espuma de la resaca. Las olas se estrellaban contra los muros de Loxia, que se encontraban exactamente debajo de ellos. Loxia estaba llena de luces, lo mismo que Aretusa. El bloque pétreo del Garstang, que se elevaba sobre ellos, aparecía sin embargo oscuro y muerto.

—Mañana —el hechicero siguió la mirada del brujo— los miembros del Capítulo y del Consejo vestirán sus túnicas tradicionales, sus capas negras que conoces de los antiguos grabados y sus sombreros de cucurucho. Llevaremos también las largas varitas y bastones, cobrando un aspecto parecido a los hechiceros y meigas con los que se asusta a los niños. Es una tradición. En compañía de algunos otros delegados, nos dirigiremos allá arriba, al Garstang. Allí, en una sala especialmente preparada, celebraremos consejo. El resto esperará en Aretusa a que volvamos con nuestras decisiones.

—¿La reunión en Garstang, en un pequeño grupo, también es una tradición?

—La que más. Antigua y dictada por consideraciones prácticas. Sucedía que las reuniones de los hechiceros eran tormentosas y se llegaba a un intercambio de ideas bastante activo. Durante uno de aquellos intercambios, una bola de rayos dañó el peinado y el vestido de Nina Fioravanti. Nina dedicó todo un año de trabajo a rodear las paredes de Garstang con un bloqueo mágico y un aura increíblemente fuerte. Desde entonces los hechizos no funcionan en Garstang y las discusiones discurren con tranquilidad. Sobre todo si no se olvida quitarles los cuchillos a los disputadores.

—Entiendo. Y esta torre solitaria, por encima del Garstang, en la misma punta, ¿qué es? ¿Es algún edificio importante?

—Es Tor Lara, la Torre de la Gaviota. Una ruina. ¿Importante? Seguramente sí.

—¿Seguramente?

El hechicero se apoyó en la balaustrada.

—Según las tradiciones élficas, Tor Lara está conectada por medio de algún tipo de teletransporte con la enigmática Tor Zireael, la Torre de la Golondrina, la cual todavía no ha sido encontrada.

—¿Cómo? ¿Que no habéis conseguido descubrir ese telepuerto? No me lo creo.

—Y haces bien. Descubrimos el portal, pero hubo que bloquearlo. Hubo protestas, todos se lanzaron a hacer experimentos, cada hechicero quería hacerse famoso como explorador de Tor Zireael, la sede mítica de los sabios y magos élficos. El portal está torcido sin remedio y su funcionamiento es un caos. Hubo víctimas, así que se bloqueó. Vamos, Geralt, hace frío. Cuidado. Pisa sólo en las baldosas oscuras.

—¿Por qué sólo en las oscuras?

—Estos edificios están en ruinas. La humedad, la erosión, los fuertes vientos, la sal en el ambiente, todo esto afecta terriblemente a los muros. Arreglarlo costaría mucho, así que utilizamos ilusiones. Prestigio, comprendes.

—No del todo.

El hechicero alzó una mano y la terraza desapareció. Estaban delante de un abismo, sobre un precipicio erizado en el fondo con dientes de roca bañados de espuma. Se hallaban sobre un estrecho cinturón de baldosas oscuras dispuestas como un trapecio entre el pórtico de Aretusa y los pilares que sustentaban la terraza.

Geralt mantuvo con esfuerzo el equilibrio. Si hubiera sido un ser humano, y no un brujo, no hubiera conseguido mantenerlo. Pero incluso él se dejó sorprender. Su violento movimiento no escapó a la atención del hechicero y en el rostro también tuvo que ser visible un cambio. El viento le balanceaba sobre una estrecha pasarela, el abismo le reclamaba maligno con el estrépito de sus olas.

—Temes a la muerte —constató con una sonrisa Vilgefortz—. Y pese a todo la temes.

 

La muñeca de harapos les miraba con los botones de sus ojos.

—Se burló de ti —murmuró Yennefer, apretándose contra el brujo—. No había peligro, seguro que os había envuelto a los dos con un campo de levitación. No se hubiera arriesgado... ¿Y qué más pasó?

—Fuimos a otra ala de Aretusa. Me condujo a una gran habitación, seguramente era el gabinete de alguna de las profesoras, puede que incluso de la rectora. Nos sentamos a la mesa sobre la que había una clepsidra. La arena estaba cayendo. Sentí el olor del perfume de Lydia, supe que había estado en la habitación antes que nosotros...

—¿Y Vilgefortz?

—Hacía preguntas.

 

—¿Por qué no te hiciste hechicero, Geralt? ¿Nunca te atrajo el Arte? Sé sincero.

—Lo seré. Sí me atrajo.

—¿Por qué entonces no seguiste la voz de la inclinación?

—Estimé que sería más razonable dejarse llevar por la voz de la razón.

—¿Es decir?

—Años de trabajo en la profesión de brujo me han enseñado a medir las fuerzas para lo que me proponga. Sabes, Vilgefortz, conocí una vez a un enano que, cuando era niño, soñaba con llegar a ser un elfo. ¿Qué piensas, hubiera llegado a serlo si hubiera seguido la voz de la inclinación?

—¿Y esto es una comparación? ¿Un paralelo? Si es así, es completamente erróneo. El enano no podía llegar a ser elfo. Porque no tenía una madre elfa.

Geralt guardó silencio largo rato.

—Bien —dijo por fin—. Me lo podría haber imaginado. Has estado hurgando un poco en mí curriculum. ¿Puedes decirme con qué intención?

—¿No será —el hechicero sonrió ligeramente— que sueño con una pintura en la Galería de la Gloria? Nosotros dos, ante una mesa, y en una tablilla de hojalata un letrero: «Vilgefortz de Roggeveen cierra un pacto con Geralt de Rivia».

—Eso sería una alegoría —dijo el brujo—. El título: «El saber triunfa sobre la ignorancia». Preferiría una imagen más realista, que llevara el título: «Vilgefortz le explica a Geralt de qué va esto».

Vilgefortz unió los dedos de ambas manos a la altura de los labios.

—¿No es evidente?

—No.

—¿Ya te has olvidado? La imagen con la que sueño cuelga en la Galería de la Gloria, la contemplan futuras generaciones que saben perfectamente de qué va, qué acontecimientos presentan esas pinturas. En el lienzo, los Vilgefortz y Geralt pintados se ponen de acuerdo y forjan un pacto a resultas del cual Geralt, siguiendo la voz, no de no sé qué ración ni inclinación, sino de una verdadera vocación, entraría por fin en las filas de los magos, poniendo punto a su existencia actual, no demasiado sensata y carente de futuro.

—Y pensar —dijo el brujo después de un largo instante de silencio— que no hace mucho opinaba que ya nada podía sorprenderme. Créeme, Vilgefortz, voy a recordar este banquete y esta comedia de acontecimientos mágicos durante mucho tiempo. En verdad que merece la pena esta imagen: «Geralt parte de la isla de Thanedd muriéndose de risa».

—No lo he entendido. —El hechicero se inclinó algo—. Me he perdido entre las fiorituras de tu lenguaje, tan densamente entretejido de palabras rebuscadas.

—Las causas de tu incomprensión están claras para mí. Somos demasiado diferentes para entendernos. Tú eres un poderoso mago del Capítulo, que ha alcanzado la unidad con la naturaleza. Yo soy un vagabundo, un brujo, un mutante, que va por los caminos y mata monstruos por dinero...

—Las florituras —le interrumpió el hechicero— han sido sustituidas por banalidades.

—Somos demasiado diferentes. —Geralt no se dejó interrumpir—. Y el nimio hecho de que mi madre fuera, por casualidad, una hechicera, no es capaz de borrar esta diferencia. Pero así, por curiosidad, ¿qué era tu madre?

—No tengo ni idea —dijo, sereno, Vilgefortz.

El brujo se calló de inmediato.

—Los druidas del Círculo de Kovir —siguió al cabo el hechicero— me encontraron en una alcantarilla en Lan Exeter. Me acogieron y me educaron. Para druida, se entiende. ¿Sabes qué es un druida? Es un mutante, un vagabundo, que va por los caminos y se arrodilla ante los robles sagrados.

El brujo callaba.

—Y luego —siguió Vilgefortz— durante ciertos rituales druídicos salieron a la luz mis talentos. Talentos que con toda claridad y sin lugar a duda permitieron definir mis orígenes. Me concibieron, por supuesto casualmente, dos personas de las cuales por lo menos una era un hechicero.

Geralt callaba.

—El que descubrió mis modestos talentos fue, por supuesto, un hechicero al que conocí casualmente —siguió con tranquilidad Vilgefortz—. Y éste me obsequió con una enorme generosidad: me propuso educación y perfeccionamiento y la perspectiva de ingresar en la Hermandad de los Magos.

—Y tú —dijo sordo el brujo— aceptaste la propuesta.

—No. —La voz de Vilgefortz se volvía cada vez más fría y desagradable—. La rechacé de una forma poco cortés, incluso grosera. Descargué contra el vejete toda mi rabia. Quería que se sintiera culpable, él y toda su mágica fraternidad. Culpable, por supuesto, de la alcantarilla de Lan Exeter, culpable de que uno o dos magos canallas, unos cabrones carentes de corazón y de sentimientos humanos, me arrojaran a aquella alcantarilla después de mi nacimiento y no antes. El hechicero, está claro, ni lo entendió ni se molestó por lo que le dije entonces. Encogió los hombros y se fue, tan ensoberbecido él como el común de sus conmilitones, unos hijos de puta insensibles, arrogantes y dignos del mayor odio.

Geralt guardaba silencio.

—De los druidas estaba ya sinceramente harto —siguió Vilgefortz—. Así que abandoné los robles sagrados y me fui a correr mundo. Hice muchas cosas. De algunas me avergüenzo todavía hoy. Por fin me convertí en soldado a sueldo. Mi vida posterior fue, puedes imaginarte, como un estereotipo. Soldado vencedor, soldado perdedor, desertor, saqueador, violador, asesino, al cabo huida al fin del mundo escapando de la horca. Huí al fin del mundo. Y allí, en el fin del mundo, conocí a una mujer. Hechicera.

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