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Authors: Gregorio Marañón
Tags: #Biografía, Historia
El alma resentida, después de su primera inoculación, se sensibiliza ante las nuevas agresiones. Bastará ya, en adelante, para que la llama de su pasión se avive, no la contrariedad ponderable, sino una simple palabra o un vago gesto despectivo; quizá sólo una distracción de los demás. Todo, para él, alcanza el valor de una ofensa o la categoría de una injusticia. Es más: el resentido llega a experimentar la viciosa necesidad de estos motivos que alimentan su pasión; una suerte de sed masoquista le hace buscarlos o inventarlos si no los encuentra.
El párrafo, con la prosa limpia y exacta de Gregorio Marañón, forma parte del estudio que publicó en 1939 sobre la figura del emperador Tiberio. Condenado como un monstruo de crueldad comparable a la de Nerón o Calígula, la figura de Tiberio, el emperador contemporáneo de Cristo y de Pilatos, empezó a ser rehabilitada en el siglo XVIII por Voltaire.
Le tocó vivir y gobernar en una época crítica y conflictiva. Entre un mundo pagano que se desmorona y la pujante mentalidad cristiana, Tiberio es uno de esos hombres que vivió en un terreno de nadie, en una época confusa y desolada.
Marañón le dedicó uno de sus libros más interesantes, una teoría del resentimiento y un estudio biográfico e histórico que profundiza en las raíces de su conducta en el contexto problemático de una crisis generalizada del imperio. Años de devastación evocados por Marañón en años de devastaciones, los de la guera civil española, que inevitablemente está pesando al fondo de este magnífico libro, de un ensayo ejemplar entre la biografía, la psicología y el estudio histórico.
Gregorio Marañón
Tiberio
Historia de un resentimiento
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Mezki18.05.12
Título original:
Tiberio, historia de un resentimiento
Gregorio Marañón, abril 1991.
Diseño/retoque portada: Mezki
Editor original: Mezki
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A mi hermano José María
1936-1939
GREGORIO MARAÑÓN. Nació en Madrid el 19 de mayo de 1887, ciudad donde falleció el 27 de marzo de 1960. Casado con Dolores Moya en 1911, tuvieron tres hijas y un hijo (Carmen, Belén, María Isabel y Gregorio, Marqués de Marañón). Hombre austero, humanista y liberal, está considerado como uno de los más brillantes intelectuales españoles del siglo XX.1 Además de su erudición, destacó por su elegante estilo literario. Como otros intelectuales de la época, se implicó política y socialmente: combatió la dictadura de Primo de Rivera y se manifestó crítico con el comunismo, apoyó en un primer momento la Segunda República aunque no tardó en criticarla por su incapacidad de aunar a todos los españoles[cita requerida], al posicionarse cada vez más hacia la extrema izquierda. Mantuvo en todo momento, desde su compromiso con la dignidad humana, una actitud crítica hacia los excesos de ambos bandos en el drama de la guerra civil española, lo que en el Madrid del Frente Popular puso en grave peligro su vida.
Su contribución a la Medicina se centró pronto en la Endocrinología, de la que fue uno de sus precursores. Creó el primer tratado de Medicina Interna en España, junto con el Dr. Hernando, y su libro Manual de diagnostico etiológico (1946) fue uno de los libros de medicina más difundido en todo el mundo por su novedoso enfoque en el estudio de las enfermedades y por sus infinitas e inéditas aportaciones clínicas.
Además de su dedicación intensa a la medicina, escribió sobre casi todo: historia, arte, la cocina, el vestido, el peinado, etc. En sus obras analizó, con un género literario singular e inédito: «ensayo biologico», las grandes pasiones humanas a través de personajes históricos, y sus características psíquicas y fisiopatológicas: la timidez en su libro Amiel, el resentimiento en Tiberio, el poder en El Conde Duque de Olivares, la intriga y la traición política en Antonio Perez, uno de los hacedores de la leyenda negra española, el «donjuanismo» en Don Juan, etc.
Fue admitido y colaboró en cinco de las ocho Reales Academias españolas. Si bien la huella de Marañón es imborrable en el plano de la ciencia, lo que hace eterna, universal y aún más singular su obra es el descubrimiento y «describimiento» del plano ético, moral, religioso, cultural, histórico... en definitiva «humano», que la acompaña.
Hoy en día, lleva su nombre el mayor hospital de Madrid así como numerosas vías públicas e instituciones educativas de toda España.
Lo que sabemos de la vida pública y privada de Tiberio proviene de cuatro fuentes principales: los Anales, de Tácito; el libro de Los Doce Césares, de Suetonio; y las Historias de Roma, de Dión Casio y de Veleio Patérculo. Encontramos también referencias interesantes, pero puramente anecdóticas, en las Antigüedades de los judíos, de José, y en los libros de Filón, de Juvenal, de Ovidio, de los Plinios y de nuestro Séneca
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Con la excepción de algunos detalles, principalmente de orden cronológico, las investigaciones modernas arqueológicas y epigráficas apenas han podido añadir nada a lo que nos transmitieron estos historiadores y escritores antiguos.
Sin embargo, la Historia no se hace sólo con datos, sino también con interpretaciones. Los mismos hechos, vistos por historiadores de la Edad Media, del Renacimiento, de los siglos XVII y XVIII y de los decenios liberales que han seguido a la Revolución Francesa, aparecen con un significado completamente distinto ante el observador actual. Los nuevos conocimientos en las diversas disciplinas del saber humano o simplemente la mayor experiencia histórica, nos permiten explicar muchas cosas que antes nos parecían oscuras; o dar a las ya explicadas una interpretación nueva. Sobre todo ha influido en este progreso la aplicación, hoy tan frecuente (aunque no siempre afortunada) de las disciplinas biológicas al estudio de la Historia clásica.
Esta Historia clásica era casi exclusivamente cronológica y arqueológica; muchas veces, simple escenografía. No ya en los centones históricos antiguos, sino hasta en los grandes tratados de la época moderna, el lector recoge la impresión de que asiste a un gran espectáculo teatral en el que, merced a pacientes estudios, se han reconstruido escrupulosamente el paisaje, la indumentaria, los gestos y las palabras de la pretérita vida oficial. Expertos actores representan solemnemente en este escenario la gran tragicomedia del pasado. Pero si comparamos la vida así resucitada con la que estamos, cada uno de nosotros, viviendo, nos damos cuenta de la simplicidad de aquel artificio. Los personajes que representan ante nuestros ojos los grandes papeles de protagonistas son, en realidad, entes simbólicos: uno es el buen rey, otro el caballero heroico, el capitán invencible, el traidor, el mártir, la esposa abnegada o la mujer fatal. Y lo cierto es que cada ser humano hace en esta vida papeles distintos: los que le imponen las fuerzas ocultas que brotan de su alma en combinación, inexorablemente variada, con las reacciones del ambiente, las de los otros hombres y las cósmicas. Somos, sin saberlo, instrumento ciego del juego contradictorio del destino, cuyo secreto sentido sólo conoce Dios.
El esfuerzo de los escritores modernos se dirige a transformar esa solemne representación histórica en simple vida. Vida e Historia son una cosa misma: la Historia aparatosa del pasado es nuestra misma vida humilde y cuotidiana. La vida de hoy, mañana será Historia, tal como es hoy, sin pasar por las grandes retortas mistificadoras de los profesores.
Los técnicos de la Historia clásica se afanaban, ante todo, en separar, en el legado de la antigüedad, el dato exacto de la leyenda. El naturalista de hoy sabe que la leyenda es parte de la vida que fue; tan importante y tan necesaria para conocer esa vida como la misma Historia oficial. Con el hecho preciso que la Historia recoge, nace también, en su manantial mismo, la leyenda. Representa ésta la reacción del ambiente ante la personalidad del gran protagonista o ante el suceso trascendente; y nos enseña, por lo tanto, mucho de lo que fue aquel ambiente y mucho de lo que fue la personalidad del héroe, y, por lo tanto, parte de la verdad estricta del acontecimiento.
Con datos exactos y con leyendas debemos, pues, tratar de reconstruir la Historia, interpretándolos con un criterio de naturalistas. Insisto en esta palabra, de noble amplitud, para alejar la sospecha de que trate de defender aquí las interpretaciones exclusivamente psicológicas de los personajes pretéritos y de sus hazañas, tan en boga en la literatura actual. Por el contrario, me parece que la mayoría de estas interpretaciones, hechas de terminología pura y arbitraria, están llamadas inexorablemente a desaparecer. La Vida, que es más ancha que la Historia, es mucho más ancha que la Psiquiatría, ciencia inexistente; y, sobre todo, que la Psiquiatría de ciertas escuelas. La Vida es, desde luego, en gran parte, Psicología, en su sentido más dilatado y casi empírico; pero nunca Patología de mentalistas a la última moda.
Cuadran estas consideraciones, de un modo particularmente exacto, a la vida de Tiberio. Los historiadores antiguos, algunos contemporáneos estrictos del emperador, otros muy poco posteriores a él
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nos han transmitido una visión de su reinado hecha con la mezcla habitual de Historia y de Leyenda; pero acaso es Tiberio uno de los grandes héroes en que más difícil es separar el punto donde empieza la Leyenda y donde termina la Historia.
La apología que de él escribió su contemporáneo Veleio Patérculo es pura leyenda, pero fundada en indudables virtudes del César. La diatriba de Suetonio es leyenda también, pero igualmente fundada en los innegables vicios del emperador. Leyenda son hasta sus retratos en mármol, que nos representan como impecables aquellas facciones, cuya belleza original estaba deformada por repugnantes úlceras y cicatrices. Sobre estas dos facetas de la verdad, la histórica y la legendaria, los comentaristas modernos han ido, con el ritmo de los tiempos, haciendo interpretaciones, no ya distintas, sino diametralmente opuestas del personaje. Todas son igualmente Historia: porque representan lo que cada etapa del pensamiento humano va añadiendo a la personalidad del héroe; proceso que no termina con su muerte, sino que después de ésta se perpetúa en su fama, en inacabable evolución.