Read Temerario I - El Dragón de Su Majestad Online
Authors: Naomi Novik
Tags: #Histórica, fantasía, épica
—Procure descansar un poco —le aconsejó Laurence—. Yo se la llevaré. Temerario está dormido, y yo no tengo nada que hacer.
Harcourt, pálida a causa de la ansiedad, estaba ya levantada y bastante despierta, dando órdenes a la tripulación y alimentando a Lily con trozos de filete de buey aún humeantes, que le daba con su propia mano, sin parar de musitar palabras de ánimo. Laurence le había traído un poco de pan con tocino; ella pretendió tomar el sándwich con las manos ensangrentadas, ya que no quería interrumpir lo que hacía, pero él logró con paciencia que se aseara un poco y comiera mientras la reemplazaba un miembro de su tripulación. Lily continuó comiendo con un ojo dorado puesto en Harcourt, para asegurarse de que no se iba.
Choiseul regresó antes de que a la aviadora le quedara poco para terminar, sin el pañuelo ni el abrigo y con un criado tras él que traía un tazón de café, fuerte y caliente.
—Su teniente le anda buscando, Laurence; Temerario ha comenzado a desperezarse —dijo, dejándose caer pesadamente al lado de la aviadora—. No consigo dormirme; el café me ha sentado bien.
—Gracias, Jean Paul, le agradecería mucho que me hiciera compañía si no está demasiado cansado —respondió ella, casi apurando ya su segunda taza—. Procure no entretenerse mucho, Laurence: estoy segura de que Temerario debe de sentirse angustiado. Le agradezco mucho que haya venido.
Laurence se despidió de ellos con una leve inclinación. Se sintió incómodo por primera vez desde que había empezado a tratar con Harcourt. Ella se había reclinado, al parecer sin darse cuenta, contra el hombro de Choiseul, y él la miraba sin disimular su afecto. A la postre, era bastante joven y no pudo evitar echar de menos la ausencia de una buena carabina.
Se consoló al pensar que no iba a ocurrir nada estando Lily y toda la dotación presentes, incluso aunque ninguno de los dos estuviera molido, como era el caso. De todos modos, en las actuales circunstancias, no podía quedarse allí. Se encaminó a toda prisa hacia el claro donde se hallaba Temerario.
Pasó el resto del día gratamente sumido en la holgazanería, cómodamente sentado en su lugar habitual en el pliegue del codo de la pata delantera de Temerario, escribiendo cartas. Había mantenido una extensa correspondencia con sus conocidos durante su estancia en alta mar, al disponer de muchas horas sin nada que hacer, y ahora muchos de ellos eran devotos corresponsales. También su madre se había aficionado a escribirle cartas rápidas y escuetas, evidentemente sin el conocimiento de su padre; al menos no habían sido franqueadas, por lo que no le quedaba otro remedio que pagar por el franqueo al recibirlas.
Temerario se había atiborrado para compensar la falta de apetito de la noche anterior. Ahora atendía a las cartas que Laurence escribía y le dictaba sus propias contribuciones, enviando saludos a lady Allendale y a Riley.
—No te olvides de decirle al capitán Riley que le dé mis mejores deseos a la tripulación del Reliant —dijo—. Parece que ha pasado tanto tiempo, Laurence, ¿no te parece? No he tomado pescado desde hace meses.
Laurence sonrió ante esta peculiar forma de medir el paso del tiempo.
—Han ocurrido muchas cosas, eso es cierto. Me resulta extraño pensar que aún no ha transcurrido un año —comentó mientras sellaba el sobre y escribía la dirección—. Sólo espero que estén todos bien.
Aquélla era la última misiva y, con satisfacción, la puso sobre una pila bastante grande; ahora se sentía mucho mejor consigo mismo.
—Roland —llamó. Ella se aproximó corriendo desde el lugar donde los cadetes estaban jugando a las tabas—. Ve y entrega esto en el despacho de correos —le ordenó mientras le entregaba el montón.
—Señor —dijo ella con cierto nerviosismo al recoger las cartas—. Cuando termine, ¿puedo tomarme libre la tarde?
A él le asombró la petición. Varios alféreces y suboficiales habían efectuado la misma solicitud y estaba seguro de que deseaban ese permiso para visitar la ciudad, pero se le antojaba absurda la idea de que una cadete de diez años vagabundeara por Dover, incluso aunque no se hubiera tratado de una chica.
—¿Es para irte tú sola, o irás con alguno de los otros? —preguntó, pensando que quizá la habría invitado alguno de los oficiales mayores para una excursión respetable.
—No, señor, sólo yo —contestó ella.
Parecía tan esperanzada que, por un momento, Laurence pensó concedérselo e incluso llevarla él mismo, pero no quería dejar solo a Temerario para que le diera vueltas a lo acaecido el día anterior.
—Quizás en otro momento, Roland —replicó con delicadeza—. A partir de ahora, vamos a pasar mucho tiempo en Dover, y te prometo que habrá otras oportunidades.
—¡Vaya! —exclamó ella, alicaída—. Sí, señor.
Se alejó con el ánimo tan decaído que Laurence se sintió culpable. Temerario la observó marcharse e inquirió:
—Laurence, ¿hay algo que sea particularmente interesante en Dover, tanto que debamos ir a verlo? Mucha gente de nuestra tripulación se está preparando para hacer una visita.
—Bueno… —repuso Laurence. Se sentía bastante incómodo ante la perspectiva de tener que explicarle que la principal atracción de la ciudad consistía en las prostitutas y el licor barato del puerto. Probó suerte—. Bien, en una ciudad hay mucha gente y se ofrecen algunos entretenimientos de una cierta intimidad.
—¿Te refieres a algo parecido a los libros? —preguntó Temerario—. Aunque yo nunca he visto leer a Dunne o a Collins, parecían muy excitados con la perspectiva de la visita. No hablaron de otra cosa en toda la tarde de ayer.
Laurence maldijo silenciosamente a los dos desafortunados suboficiales por complicarle tanto la tarea y empezó ya a planear la larga lista de encargos de ambos durante la próxima semana con ánimo vengativo.
—También hay conciertos y teatro —continuó sin convicción, pero esto ya era llevar el disimulo demasiado lejos. Le desagradaba el hedor de la mentira y no soportaba la idea de engañar al dragón, que después de todo, ya estaba bastante crecido—. Aunque me temo que algunos van allí a beber y mantener contactos con compañías poco recomendables —aseguró con más franqueza.
—Ah, quieres decir con prostitutas —apostilló Temerario, sorprendiendo tanto al aviador que éste estuvo a punto de caerse—. Ignoraba que las hubiera también en las ciudades, pero ahora lo entiendo.
—¿Dónde diablos has oído hablar de ellas? —preguntó Laurence, tranquilizándose; ahora que se veía aliviado de la tarea de explicárselo, se sintió ofendido irracionalmente por el hecho de que alguien más hubiera decidido ilustrar a Temerario.
—Bueno, Vindicatus me lo contó en Loch Laggan, porque yo me preguntaba por qué bajaban al pueblo los oficiales si ellos no tenían allí familia —contestó Temerario—. Sin embargo, tú nunca fuiste, ¿estás seguro de que no te habría gustado? —añadió, casi esperanzado.
—Mi querido amigo, no digas esas cosas —replicó Laurence, ruborizándose y sacudiendo la cabeza de las risotadas a la vez—. No es un tema de conversación respetable, en absoluto, y si no se puede evitar que los hombres abandonen el hábito, al menos no se les debe estimular. Voy a hablar con Dunne y Collins, desde luego; no deberían alardear de ello, especialmente donde puedan oírles los jóvenes alféreces.
—No lo entiendo —dijo Temerario—. Vindicatus sostenía que realmente era algo beneficioso para los hombres, e incluso deseable, ya que, de otra manera, se empeñarían en casarse y esto sí que no parecía nada aconsejable. Aunque, si tú lo desearas mucho, de verdad, supongo que a mí no me importaría.
El dragón pronunció la última parte de su discurso con una falta de sinceridad evidente, mirando a Laurence de reojo, como si quisiera comprobar el efecto causado por su propuesta.
La vergüenza y las risas de Laurence desaparecieron de repente.
—Me temo que te han dado una información algo incompleta —dijo amablemente—. Perdóname, debería haberte hablado antes de estos temas. Te ruego que no te inquietes: tú eres mi primera preocupación y siempre lo serás, incluso si me casara alguna vez, y dudo que lo haga.
Se detuvo un momento para sopesar si abundar en el tema preocuparía aún más a Temerario, pero al final decidió que si tenía que equivocarse en algo, mejor que fuera por mostrar exceso de confianza y añadió:
—Antes de que te conociera hubo algo parecido a un cierto entendimiento entre una dama y yo, pero después, ella me ha dejado en libertad.
—¿Te refieres a que te ha rechazado? —dijo Temerario, totalmente indignado, de modo que así demostraba que los dragones podían expresar el rechazo de la misma manera que los hombres—. Lo siento muchísimo, Laurence, y si algún día quieres casarte, estoy seguro de que podrás encontrar a alguien mucho mejor.
—Eso suena muy halagador, pero te aseguro que no tengo el menor deseo de buscar una sustituta —comentó Laurence.
Temerario agachó un poco la cabeza y no puso más reparos; en realidad, parecía bastante complacido.
—Pero Laurence… —comenzó, para pararse luego—. Si no es un tema apropiado, ¿eso quiere decir que no debería hablar de él nunca más?
—Debes procurar no mencionarlo cuando estemos en compañía de otras personas, pero siempre debes hablarme de lo que quieras —dijo Laurence.
—Sólo estoy siendo algo curioso pero, si eso es todo lo que hay en Dover… —replicó Temerario—, la cadete Roland parece demasiado joven para andar con prostitutas, ¿no crees?
—Estoy empezando a sentir la necesidad de beber un vaso de vino para tomar fuerzas si vamos a seguir con esta conversación —contestó Laurence con aspecto compungido.
Por fortuna, Temerario se dio por satisfecho con algunas explicaciones adicionales sobre lo que eran los conciertos, el teatro y otras atracciones de la ciudad. Centró su atención de buen grado en la discusión sobre la ruta más adecuada para su patrulla, que un mensajero había traído esa mañana, e incluso preguntó sobre la posibilidad de tomar algo de pescado para cenar. Laurence estaba contento de verle con el ánimo tan recuperado después de los desgraciados acontecimientos del día anterior y acababa de decidir que, si Temerario no ponía ninguna objeción, llevaría a Roland a la ciudad de todos modos. Cuando la vio regresar, iba en compañía de otro capitán: una mujer.
Permanecía sentado sobre la pata delantera de Temerario cuando tuvo repentina conciencia de cuan desarreglado iba. Se deslizó apresuradamente al lado opuesto para que el cuerpo de Temerario le ocultara por completo. Aunque no dispuso de tiempo para ponerse la chaqueta que colgaba de la rama de un árbol a una cierta distancia, sí consiguió remeterse la camisa dentro de los pantalones y se anudó el pañuelo a toda prisa alrededor del cuello.
Se acercó para saludarlas con una reverencia y estuvo a punto de trastabillar cuando la pudo ver con claridad, ya que, aunque no era poco agraciada, el rostro estaba marcado por una grave herida, una cicatriz que sólo podía haber hecho una espada. El ojo izquierdo daba la sensación de estar un poco caído en la esquina externa, ya que la hoja parecía haber errado por poco y a partir de ahí, la carne mostraba un surco bermejo e hinchado que recorría toda la cara y se desvanecía en una fina cicatriz blanca al cruzar el cuello. La mujer tendría aproximadamente su edad, tal vez un poco más, la cicatriz hacía difícil saberlo; pero de cualquier modo, lucía las triples barras que la identificaban como un capitán de alto rango, incluso llevaba una pequeña medalla de oro del Nilo en la solapa de su abrigo.
—Laurence, ¿no es así? —afirmó sin esperar ningún tipo de presentación mientras él aún luchaba para ocultar su sorpresa—. Soy Jane Roland, la capitana de Excidium; me gustaría que me concediera el favor personal de llevarme a Emily esta tarde, si ella no tiene nada pendiente que hacer…
Miró con intención hacia los cadetes y alféreces que haraganeaban por allí; hablaba con tono sarcástico y parecía claramente ofendida.
—Le pido perdón —rogó Laurence, dándose cuenta de su error—. Creía que ella quería quedarse libre para ir a visitar la ciudad. No sabía que… —Apenas pudo detenerse en este punto antes de decir algo inconveniente; estaba bastante seguro de que eran madre e hija, no sólo debido al apellido, sino también por un cierto parecido en los rasgos y la expresión, aunque sencillamente le costaba asumirlo—. Por supuesto que puede llevársela —finalizó en lugar de continuar con el pensamiento anterior.
Al escuchar su explicación, la capitana Roland se relajó de pronto.
—¡Ja! Ya veo, en menudas diabluras habrá pensado usted que iba a meterse —comentó, al tiempo que soltaba una risa campechana y poco femenina—. Bien, le prometo que no dejaré que se desmande y la tendré aquí de vuelta a las ocho de la tarde. Gracias. Excidium y yo no la hemos visto en casi un año y corremos el riesgo de olvidar cómo es.
Laurence volvió a inclinarse y las vio marchar. Emily se esforzaba para mantener la zancada masculina de su madre, hablando todo el tiempo con una excitación y entusiasmo evidentes, y despidiéndose con la mano de sus amigos mientras se marchaba. Mirándolas alejarse, Laurence se sintió un poco estúpido; había terminado por acostumbrarse a la capitana Harcourt, y debería haber sido capaz de llegar por sí solo a la conclusión natural de que eran madre e hija. Después de todo, Excidium era otro Largario y, posiblemente, también habría insistido en tener una capitana, tal como había hecho Lily, y con todos sus años de servicio, su capitán apenas podría haber evitado el combate. Aun así, Laurence tuvo que reconocer que estaba sorprendido, incluso algo aturdido, al ver una mujer tan atrevida. Harcourt, su otro ejemplo de una capitana, era, sin duda, femenina, pero también bastante joven y consciente de su reciente promoción, por lo cual aún no se sentía segura.
Con el tema de su matrimonio todavía fresco en la mente después de la conversación con Temerario, no pudo evitar preguntarse por el padre de Emily. Si el matrimonio era un asunto incómodo para un aviador, parecía casi inconcebible en el caso de una mujer. Lo único que se le ocurría era que Emily fuera una hija ilegítima pero, tan pronto la idea surgió en su mente, se reprendió a sí mismo por pensar así de una mujer tan perfectamente respetable como la que acababa de encontrar.
Sin embargo, llegado el momento, aquella intuición se vería confirmada.
La capitana le había invitado a reunirse con ella para una cena a última hora en el club de oficiales cuando volvió con Emily. Tras unos cuantos vasos de vino, él no había sido capaz de resistirse a la idea de hacer una pregunta tentativa sobre la salud del padre de Emily, a lo que la capitana respondió: