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Authors: Edgar Rice Burroughs

Tarzán en el centro de la Tierra (30 page)

BOOK: Tarzán en el centro de la Tierra
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Los horibs se dirigían ahora contra el viento, por lo que Tarzán estaba seguro de que el olor que percibía y los seres de los que emanaba se encontraban delante de ellos. Desde el momento en que percibió aquel extraño aroma, el rey de la jungla pensó con rapidez y enseguida maduró un plan magnífico. Lo que más le interesaba era la seguridad de Jana, pero para poder salvarla, ante todo era preciso que se salvara él mismo. Había acabado por comprender que era absolutamente imposible que los dos huyeran juntos, pero ahora existía otra forma que les ofrecía enormes posibilidades de éxito. Detrás de él, montado en el mismo gorobor y tan próximo a Tarzán que sus cuerpos se tocaban, iba sentado un gigantesco horib. En una mano portaba una lanza, pero la otra la llevaba libre, y era preciso que Tarzán se moviera con mucha rapidez para que el horib no tuviera tiempo de sujetarlo y retenerlo con aquella otra mano. Hacerlo, por supuesto, exigía una agilidad casi sobrehumana, pero existían pocos seres que a ese respecto pudieran compararse con Tarzán de los Monos.

Las ramas de los árboles a veces se encontraban muy bajas, y Tarzán iba ya en guardia, esperando la oportunidad adecuada para aprovecharla. Por fin vio lo que buscaba: una rama gruesa y lo suficientemente larga y baja como para poder alcanzarla y perderse en las alturas, una especie de umbral en el techo de verde y sombrío follaje. Se inclinó hacia delante, con las manos descansando ligeramente sobre el cuello del gorobor. Prácticamente se encontraban ya debajo de la rama que había escogido, cuando Tarzán, de un solo salto, se puso en pie sobre el lomo de la bestia, y, con el mismo impulso, se colgó de la rama del árbol. Tan rápido había sido su movimiento, que el horib que iba custodiándolo no tuvo tiempo de darse cuenta de nada, y cuando lo hizo ya era tarde: el prisionero se había escapado. Entonces, al igual que otros horibs que habían presenciado también la fuga, lanzó un terrible grito, avisando a los que cabalgaban delante; pero ya ninguno era capaz de ver al fugitivo, puesto que Tarzán se movía rapidísimamente entre el follaje de los árboles, que le ocultaba por completo.

Jana, que iba un poco más atrás que Tarzán, presenció también la fuga, y un sentimiento de angustia la invadió. La Flor Roja de Zoram experimentó entonces un miedo como jamás experimentara antes en toda su vida. La presencia de Tarzán, al menos, había significado para ella un consuelo y un alivio. Pero ahora, al verle partir, la pobre muchacha tuvo una sensación de intensa inquietud, de mortal terror. Interiormente no podía censurar a Tarzán por haber escapado al aprovechar la primera oportunidad que se le había presentado, pero tenía la seguridad de que Jason no habría hecho algo semejante, abandonándola.

Siguiendo aquel olor que era su única guía, Tarzán avanzaba por entre el follaje de los árboles con extrema rapidez. Desde un primer momento, había subido a las cimas más altas de la arboleda, encontrándose en un mundo distinto, un mundo inundado de sol y de una exuberancia verdosa e infinita, poblado por extrañas aves de variado y maravilloso plumaje que saltaban de un lado a otro. Había también numerosos reptiles voladores y enormes insectos de vivísimos colores. Varias serpientes colgaban de muchas ramas, pero Tarzán desconocía aquellas especies y tampoco sabía si eran venenosas o no. Era a la vez un mundo bello y repugnante, pero lo que más llamaba la atención de Tarzán era el silencio que allí reinaba, pues todos sus habitantes parecían mudos. En cualquier caso, la abundancia de reptiles colgando de las ramas y la espesura de la selva en aquella parte, obligó a Tarzán a descender a un nivel más bajo, ya que, más cerca del suelo, la visibilidad era más clara y podía avanzar más rápidamente. Además, a ese nivel percibía mejor el olor que le iba guiando. 

En ningún momento había dudado Tarzán del origen de aquel olor, aunque le parecía increíble el haberlo percibido en el vastísimo mundo de Pellucidar.

Ahora avanzaba cada vez con mayor rapidez, pues deseaba alcanzar su destino antes de que los horibs llegasen al suyo. El hombre mono esperaba que su fuga retrasara la marcha de los monstruos, como, en efecto, así había sucedido, ya que, desde el momento en que lo vieron desaparecer entre el follaje, toda la columna había hecho alto y varios horibs trepaban por los árboles en busca del fugitivo. Apenas se podía observar un leve gesto de ira en sus inexpresivos rostros, aunque el tono azulado que habían adquirido sus escamas, denotaba la cólera que les había producido la facilidad con que aquel prisionero gilak se les había escapado. Finalmente, cuando se dieron por vencidos y reanudaron la marcha, lo hicieron en un silencio hosco y hostil que delataba su furia contenida.

Delante, ya muy lejos de ellos, Tarzán de los Monos descendió a las ramas que bordeaban el suelo. El aroma que le guiaba era ahora muy fuerte, y le decía claramente que su meta no se encontraba ya muy lejos. En efecto, un momento después, Tarzán bajo al suelo, en una de las grandes naves o túneles verdosos formados por la selva, en medio de un grupo formado por diez corpulentos guerreros negros, que le vieron descender como si lo hiciera del cielo.

Durante unos instantes, los hombres le miraron con los ojos desmesuradamente abiertos por el asombro, y finalmente todos corrieron hacia Tarzán, postrándose de rodillas ante él, al tiempo que varios de ellos besaban sus manos con lágrimas de felicidad.

—¡Bwana, bwana! —gritaron a coro—. ¡Eres tú, al fin! ¡Mulungo ha sido bueno con sus hijos y ha hecho que vuelvas a ellos sano y salvo! ¡Oh, gran bwana!

—Bien, escuchadme, amigos míos —dijo Tarzán sonriendo—. ¡Hay trabajo para vosotros! Se acercan los hombres reptiles y traen con ellos a una pobre muchacha a la que han hecho prisionera. ¡Doy gracias a Dios por veros armados con rifles, y espero que tengáis suficientes municiones!

—¡Hemos conseguido ahorrar todas nuestras municiones, gran bwana, utilizando casi siempre nuestras lanzas y flechas!

—Perfecto —repuso Tarzán—. Ahora vamos a necesitar las armas de fuego. ¿Estamos muy lejos del dirigible?

—No lo sé —contestó Muviro por todos.

—¿No lo sabes? —preguntó Tarzán extrañado.

—No, bwana; estamos perdidos —contestó el jefe de los waziris—. Hace mucho tiempo que vagamos perdidos por las selvas.

—¿Pero qué hacéis fuera del dirigible?

—Salimos del gran globo, en unión de Gridley y von Horst, para buscarte, bwana.

—¿Y dónde están Gridley y von Horst?

—Hace mucho tiempo, aunque no podemos precisar cuánto, nos vimos separados de Jason Gridley, al que no hemos vuelto a ver más. Nos separaron de él unas terribles manadas de bestias. Luego también se perdió von Horst, sin que podamos saber cómo ni por qué. Habíamos encontrado una caverna y entramos en ella para dormir; cuando despertamos, von Horst había desaparecido, y no lo hemos vuelto a ver desde entonces.

—¡Callad! —dijo de pronto Tarzán—. ¡Ya vienen!

—Ya los oigo —dijo atento Muviro.

—¿Os habéis encontrado con ellos? —preguntó entonces Tarzán—. ¿Habéis visto alguna vez a esos hombres reptiles?

—No, bwana; hace muchísimo tiempo que no vemos a hombre alguno. Sólo bestias, bestias terribles.

—Pues ahora vamos a encontrarnos a unos hombres terribles también —advirtió Tarzán—. Pero no os asustéis por su espantoso aspecto. Con vuestras armas de fuego podéis abatirlos y vencerlos con facilidad.

—¿Cuándo has visto a un waziri asustado, bwana? —preguntó Muviro con una sonrisa feroz.

El hombre mono sonrió también.

—Bien —dijo entonces—. Uno de vosotros me dará su rifle, y luego nos esconderemos en la selva. No sé exactamente por dónde pasará la horda enemiga, pero en el instante en que cualquiera de vosotros los descubra haced fuego, y con la mejor puntería posible. Recordad que la muchacha prisionera va entre ellos y no debe resultar herida.

Apenas había acabado de hablar Tarzán, cuando el primero de los horibs apareció a lo lejos. Tarzán y los guerreros waziris no hicieron ningún esfuerzo por esconderse. Al ver a los hombres, el horib que iba en vanguardia lanzó un aullido de alegría, pero, en el mismo instante, sonó un disparo y el horib lanzó un grito de dolor, desplomándose al suelo donde quedó inerte. Los demás monstruos que también iban delante, confiando en la velocidad de sus monturas, se abalanzaron como flechas hacia el grupo de guerreros negros y su gigantesco jefe blanco. Pero más rápidas que los enormes lagartos eran las balas del mundo exterior, y los horibs empezaron a caer a racimos. Nunca hasta entonces habían conocido la derrota los horibs, y lívidos de rabia intentaban llegar hasta las filas de sus enemigos, pero su furia no impedía que se volvieran de un color terroso al desplomarse al suelo atravesados por las balas.

Los gorobors se movían con rapidez, pero con tanta o más rapidez que ellos hacían fuego Tarzán y los waziris, por lo que la batalla quedó decidida a los pocos momentos de haber comenzado. Los horibs supervivientes, comprendiendo que no podrían alcanzar ni vencer a aquellos gilaks armados con esas extrañas armas que les herían y les mataban con mayor rapidez que la que ellos desplegaban al aproximarse para arrojar sus lanzas, acabaron por volver grupas y se diseminaron por la selva, alejándose de ellos, y pretendiendo seguir su camino por otro sitio distinto.

Tarzán no había podido ver a Jana, aunque sabía que la muchacha debía ir en la retaguardia. Pero en ese mismo instante la vio, cabalgando a lo lejos en uno de los horribles gorobors. Tarzán se echó el rifle a la cara, y ya iba a disparar, cuando un gorobor sin jinete, perdido y enloquecido por la batalla, dio un tremendo golpe en la espalda al rey de la jungla que le envió rodando por tierra. Cuando pudo ponerse en pie, Jana y sus captores habían desaparecido, ocultos por la espesura de la selva.

Cerca del grupo de hombres, pululaba un gran número de gorobors, que, perdidos y sin jinetes, habían llegado hasta donde ellos se encontraban. Uno de ellos era el que le había dado a Tarzán el tremendo golpe que lo había enviado por tierra. En ausencia de sus amos las horribles bestias parecían vagar sin rumbo, pero cuando una de ellas partió en pos de la horda que se alejaba, todas las demás la siguieron atropelladamente. Entonces aquel aluvión de bestias enloquecidas y salvajes llegó a constituir para el pequeño grupo humano una amenaza casi tan grande y terrible como la de los mismos horibs.

Muviro y sus guerreros tuvieron que refugiarse rápidamente detrás de los troncos de los árboles para librarse de la terrible avalancha, pero a Tarzán se le ocurrió una idea temeraria para alcanzar a los fugitivos horibs que se llevaban a la Flor Roja de Zoram, y ante el asombro y el espanto de los waziris, el hombre mono saltó con agilidad simiesca sobre el lomo de uno de los enormes lagartos. Tarzán clavó la punta de sus pies bajo los brazuelos de la bestia, tal y como había visto hacer a los horibs, y en un instante se vio conducido por la espantosa bestia a una velocidad fantástica tras la horda fugitiva. No necesitaba ningún medio para aumentar la carrera del gorobor, suponiendo que hubiera conocido alguna manera de hacerlo, ya que el enorme lagarto, todavía aterrado y excitado por la reciente batalla, corría a toda velocidad, sorteando los troncos de los árboles y dejando atrás a sus compañeros.

Al fin Tarzán vio ante él al horib que llevaba a Jana en su gorobor, y se dio cuenta que pronto los iba a alcanzar. Pero su propio gorobor corría a tal velocidad, que el hombre mono llegó a temer que adelantara al de Jana sin poder hacer nada para rescatar a la muchacha. Así es que se puso a pensar en la manera de detener a la bestia que llevaba a Jana y al horib.

Había que decidirse en un instante, y Tarzán optó por echarse el rifle a la cara y disparar. Quizá fue un blanco maravilloso, o tal vez pura casualidad, pero lo cierto es que el gorobor que llevaba a Jana estiró las patas traseras y se desplomó a un lado, arrojando a sus dos jinetes rodando por la hierba. La bala le había alcanzado en la espina dorsal, matándole al instante. Casi simultáneamente, el gorobor de Tarzán pasó junto al cuerpo del muerto, y el hombre mono, a riesgo de estrellarse, saltó a tierra, cayendo prácticamente de cabeza contra el gorobor muerto.

Levantándose, se quedó frente a frente con el hombre lagarto, y ya se disponía a atacarlo, cuando la tierra se hundió bajo los pies de Tarzán de los Monos, que cayó en una especie de extraño agujero, donde quedó sumido casi hasta la altura de los hombros. Luchaba desesperadamente por salir de allí, cuando sintió como alguien le cogía férreamente por los tobillos y tiraba de él hacia abajo, unos dedos fríos y durísimos que se agarraban con terrible energía a su carne, y le intentaban arrastrar hacia la oscuridad de alguna espantosa cavidad subterránea.

Capítulo XVI
La fuga

E
l O-220 cruzaba con lentitud por encima del país de Gyor Cors, mientras los ojos de sus tripulantes escudriñaban el terreno, aunque sin distinguir a más seres vivos que enormes dinosaurios. Las enormes bestias, asustadas o irritadas por la presencia del dirigible, trotaban aturdidas o daban círculos bajo la aeronave. Incluso, de vez en cuando, algún individuo aislado embestía, sin dejar de rugir, a la sombra que el dirigible proyectaba contra el suelo.

—¡Una preciosidad de criatura! —comentó con sarcasmo el teniente Hines, que había estado observando a las bestias desde una de las ventanillas del dirigible.

—¡Oh, sí, son horribles! ¿Verdad, mi teniente? —preguntó el cocinero Jones.

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