Studio Sex (44 page)

Read Studio Sex Online

Authors: Liza Marklund

Tags: #Intriga, #Policiaco

BOOK: Studio Sex
3.5Mb size Format: txt, pdf, ePub

Annika pestañeó para contener una lágrima sin que se notara.

—Perfecto, lo tomo —repuso.

—Es una suplencia de medio año, así que habrá que negociarla —anunció el director—. El horario de trabajo es horrible. Comienzas a las 22 y trabajas hasta las 6, cuatro días de trabajo, cuatro libres. Tendrás que esperar el anuncio oficial, pero esta vez no me rendiré. Esta suplencia es tuya. ¿De acuerdo?

Él se levantó y le alargó la mano. Ella se puso de pie y la cogió, avergonzada de su mano fría y húmeda.

—Me alegro de que hayas vuelto —dijo Schyman y esbozó una sonrisa.

—Una cosa más —dijo Annika—. ¿Te acuerdas de que enStudio sexdijeron que encontraron la factura del puticlub en AA. EE.?

Schyman parpadeó, pensó y cabeceó.

—No lo recuerdo.

—Yo estoy segura —señaló Annika—. Pero la factura no se encontraba allí, sino que estaba en el Ministerio de Industria. ¿Qué crees que significa eso?

Schyman la observó detenidamente.

—Seguramente lo mismo que tú —repuso él—. Ellos no encontraron la factura.

Annika esbozó una sonrisa.

—Exacto.

—Algún cabildero se la proporcionó —constató Schyman—. Se la «plantaron».

—Irónico, ¿no? —replicó Annika y salió de la jaula.

La lluvia se dejaba caer desde algún lugar justo por encima de las copas de los árboles, el viento era frío. Se levantó el cuello del abrigo y se dirigió hacia Fridhemsplan. Sentía una tranquilidad interior grande y cálida, podría formar parte del periódico. La corrección de textos no era de lo más emocionante, pero, sin embargo, le parecía un primer premio. Estaría sentada en una esquina de la redacción y revisaría los artículos de los demás, corregiría los errores gramaticales, acortaría cuando fuera necesario, añadiría si faltaba algo. Escribiría el texto de los pies de foto y pequeños recuadros con datos, ayudaría en las propuestas de titulares y en aclarar conceptos.

No se hacía ninguna ilusión de por qué Schyman le había ofrecido aquel trabajo. En el periódico nadie lo quería, siempre se veían obligados a coger a alguien de fuera. A pesar de que el trabajo era muy significativo para el resultado final de la edición era considerado como un trabajo de mierda. Ningún «careto», nada de glamour, y ninguna posibilidad de brillar en el café después de terminar la jornada. Ningún factor de reconocimiento.

Nunca han jugado juegos de azar en una casa de putas, pensó Annika.

El viento se volvió más frío al llegar a Västerbron. Caminó lentamente, llenó los pulmones de aire, lo retuvo un momento. Cerró los ojos encarando la brisa y dejó que el cabello volara libremente.

Noviembre, pensó. Quedaban casi dos meses. Libertad para pensar y recargar las pilas. Limpiar el piso de Hälleforsnäs antes de entregarlo. Ir al Museo Moderno, ver el musical de Oscars. Visitar a la abuela, jugar conWhiskas.

De pronto echó de menos a su gato. No podría tenerlo en la ciudad, tendría que quedarse con la abuela.

Y tenía que acabar con Sven.

Ahí estaba. Ahora salía. Aquél era el pensamiento que había aplazado durante todo el verano. Tembló en medio del viento, se ajustó la chaqueta. El verano había acabado definitivamente, era hora de sacar la ropa de otoño.

Siguió caminando por Drottningholmsvägen, pateando las húmedas hojas que empezaban a amontonarse en las aceras. No fue hasta que estuvo justo al lado del parque cuando levantó la vista hacia el follaje.

La vegetación se cernía sobre Kronoberg como una masa atractiva y putrefacta.

Subió lentamente hacia el cementerio, la humedad hacía que el hierro reluciera. El aire estaba quieto, el viento no tenía fuerzas para llegar a la acera. El sonido de la ciudad se amortiguaba y discurría a lo lejos, absorbido por el verdor mortecino.

Annika se detuvo a la entrada, colocó la mano sobre el candado, cerró los ojos. Pudo recordar inmediatamente el brillo del verano, el calor y el mareo el día en que Josefin yacía ahí dentro desparramada entre las tumbas, el juego del sol sobre el granito, el temblor del suelo al pasar el metro.

Qué absurdo era todo, pensó. ¿Para qué vivió Josefin Liljeberg? ¿Por qué nació, por qué aprendió a leer, a escribir, por qué se preocupó por los cambios que experimentó su bonito cuerpo? ¿Para qué?, ¿sólo para morir?

Tiene que haber algún significado, pensó Annika. Tenía que haber un fin oculto en todo. ¿Si no, cómo podríamos aguantar?

—Hola, ¿qué haces por aquí?

Annika suspiró.

—Hola, Daniella —respondió—. ¿Cómo estás?

—Bien, muy bien —dijo Daniella Hermansson—. Hemos estado en el parque pero ha empezado a hacer frío. Skruttis ya tiene plaza en la guardería. Empieza el lunes. Estamos un poco nerviosos, Skruttis y yo, ¿verdad, Skruttis?

El bebé miró enfadado desde el cochecito.

—¿Quieres subir a tomar una taza de café? Skruttis tiene que comer, nosotras podemos hablar de cosas de mujeres.

Annika recordó horrorizada el tibio café de Daniella.

—Otro día —replicó y esbozó una sonrisa—. Tengo que ir a casa.

Daniella miró rápidamente a su alrededor y se acercó entrañablemente a Annika.

—Oye, tú que trabajas en la prensa —dijo en un susurro teatral—. ¿Llegaron a pillar a ese tipo?

—¿Al que asesinó a Josefin? No, no lo hicieron.

Daniella suspiró.

—Es horrible que ande suelto.

—La policía sabe quién es —relató Annika—. Lo acabarán atrapando, por otra cosa. Lo meterán en prisión.

Daniella Hermansson respiró.

—¡Dios mío, es bueno saberlo! Sí, nosotros nunca creímos que fuera Christer.

—Tampoco tu vecina, la mujer del perro.

Daniella rió, una risita nerviosa e iniciada.

—Mira —dijo—, no se lo digas a nadie, pero Elna encontró el cuerpo a las cinco de la mañana.

Annika se quedó de piedra, tuvo que esforzarse para parecer amable.

—¿Sí? —inquirió—. ¿Y eso?

—El perro de la señora, ¿lo has visto,Jesper?Precioso, ¿verdad? Bueno, el perro entró corriendo y mordió a la chica, la tía Elna se desesperó. No se atrevió a llamar a la policía, creía que meterían aJesperen la cárcel. ¿Has oído algo más alucinante?

Daniella se partió de risa, Annika tragó saliva.

—No —repuso—. No, nunca.

Skruttis dio un berrido desde el cochecito, cansado de su parlanchina madre.

—Bueno, corazón, ahora nos vamos a casa y te daré un plátano, eso te gusta, ¿verdad, corazoncito?

La mujer se contoneó a lo largo de Kronobergsgatan hasta llegar a su puerta. Annika se quedó observándola.

Todo tiene una explicación, pensó.

Empezó a caminar lentamente en dirección opuesta, hacia el cuartel de bomberos. Al doblar la esquina vio los coches de policía, bloqueaban toda la cuesta de Hantverkargatan. Se detuvo.

Han llegado temprano, pensó. Espero que encuentren los libros.

Tomó otro camino hacia casa.

Diecinueve años, once meses y un día

La aspereza contra la piel desnuda, el aire pesado a causa del polvo, el oxígeno consumido: mi espacio vital se ha reducido al tamaño de un féretro. La tapa oprime el cerebro, las rodillas y los codos arañados.

Hoyo profundo, tumba oscura, olor a tierra.

Pánico.

Él dice que lo equivoco todo, que aprecio las proporciones de una forma completamente errónea. La vida no es pequeña, soy yo quien es demasiado grande.

Él dice

que nunca

me dejará marchar.

Domingo, 9 de septiembre

Maduró la resolución durante la noche. Acabaría la relación. Había otra vida. Por fin había encontrado su camino de salida.

La decisión la llenó de tristeza y vacío. Ella y Sven habían estado juntos desde hacía mucho tiempo. Nunca había hecho el amor con otro hombre. Sollozó en la ducha.

Había escampado, el sol era pálido y frío. Se preparó un café y llamó a SJ para informarse del horario de los trenes. Dentro de una hora y diez minutos saldría el próximo tren a Flen.

Abrió la ventana del cuarto de estar, se sentó en el sofá y contempló el lento aleteo de las cortinas. Podría quedarse aquí. Podría vivir su propia vida.

Annika se había levantado, se había puesto la chaqueta y ya se disponía a salir cuando oyó un ruido de llaves al otro lado de la puerta de la calle. Se sobresaltó, pero se relajó al ver que era Patricia quien entraba.

—Hola —dijo Annika—. ¿Dónde has estado?

Patricia cerró la puerta cuidadosamente tras de sí, permaneció agarrada al tirador unos segundos y luego levantó la mirada.

—¿Cómo pudiste? —le espetó sofocada.

Su rostro estaba encendido y los ojos enrojecidos por el llanto. Annika se quedó completamente horrorizada, un momento después comprendió lo que había ocurrido.

—Estabas en el club —dijo—. ¡Te detuvieron en la redada!

—Me has quemado, has hundido el club, ¿cómo pudiste hacerlo?

Patricia se dirigió hacia ella con los labios retorcidos y las manos como garras, Annika permaneció inmóvil e intentó tranquilizarla.

—Yo no he fastidiado ningún club —explicó.

Patricia dio un paso y la empujó, tiró las llaves del apartamento al suelo, Annika dio un par de pasos involuntarios hacia atrás.

—Lo hice para ayudarte —gritó Patricia—. Necesitabas dinero, te conseguí un trabajo. ¿Por qué me has hecho esto?

Annika levantó las palmas de las manos mientras retrocedía hacia el cuarto de estar.

—Venga, Patricia, no quería hacerte daño, lo tienes que entender. ¡Te deseo lo mejor! Quiero ayudarte, quiero que escapes del club, de la degradación...

—¿No entiendes lo que va a pasar? —chilló Patricia—. ¡Joachim me echará la culpa! ¡Se ha follado a todas las chicas, todas han sido suyas! Yo era de Josefin, no me guarda ninguna lealtad. ¡Me arrastrará a la mierda con él! ¡Oh Dios!

La mujer rompió a llorar, Annika la cogió por los hombros, la agitó.

—¡Eso no es cierto! —exclamó—. Las otras chicas contarán la verdad. Irán a la policía y dirán la verdad, te creerán.

Patricia lanzó la cabeza hacia atrás y rió, en voz alta y aguda.

—Annika, eres tan inocente... —respondió con las lágrimas cayéndole por las mejillas—. Crees que la bondad siempre vencerá al final. Crece de una vez, niñata: nunca es así.

Se zafó de ella y corrió al cuarto de servicio, metió sus cosas en la bolsa de deporte y arrastró el colchón tras de sí. Este se enganchó en la puerta, Patricia tiró y maldijo.

—No tienes por qué irte —dijo Annika.

El colchón se desenganchó, Patricia estuvo a punto de caerse. Temblaba a causa del llanto mientras tiraba de la gomaespuma.

—Voy a seguir aquí —anunció Annika—. Me han vuelto a dar un trabajo en elKvällspressen.Puedes vivir conmigo todo el tiempo que quieras.

Patricia ya había alcanzado la puerta de la calle, pero ahora se quedó paralizada.

—¿Qué has dicho? —preguntó—. ¿Has conseguido trabajo?

Annika sonrió nerviosa.

—He conseguido mucha información y se la he contado al director del periódico, me ha vuelto a contratar.

Patricia dejó caer el colchón al suelo, se volvió y se acercó a Annika. Sus ojos negros ardían como el fuego.

—¡Joder! —espetó—. Menuda hija de puta que quema a una amiga.

Annika intentó explicarse.

—Pero no era nada contra ti, o el club...

—También se lo contaste a la policía, ¡hija de puta! ¿Cómo coño podían saber que los libros de contabilidad estarían justo ahí? Me has jodido, a tu amiga, ¡por un jodido trabajo! —Patricia perdió el control y berreó.

—¡Joder, eres hija de puta! ¡Que te jodan!

Annika retrocedió, oyó sus propias palabras resonar en su cabeza. Dios mío, Patricia tiene razón, ¿qué he hecho, qué he hecho?

La joven corrió de nuevo hasta el colchón, tiró de él y abandonó el piso sin cerrar la puerta. Annika se apresuró hacia la ventana y vio a Patricia caminar arrastrando el colchón por la gravilla del patio. Apoyó la frente contra el cristal frío. Se dirigió lentamente hacia el cuarto de servicio. Había un vaso caído en el suelo, en la pared aún colgaba el vestido rosa de Josefin. Annika sintió que sus ojos se arrasaban en lágrimas.

—Lo siento —susurró—. No quería que pasara esto.

El aturdimiento duró todo el camino hasta Flen. Vio pasar volando las granjas de Sörmland, incapacitada para sentir o comer. El traqueteo de los raíles fue como un conjuro en su cerebro, Studio Sex, su culpa, Patri-ci-a, su culpa, enga-ño, su culpa, su culpa, su culpa...

Se llevó las manos a los oídos y cerró los ojos.

El autobús estaba en la parada junto a la estación, siempre era un pequeño consuelo. Partió hacia Hälleforsnäs unos minutos después, pasó por Mellösa y se detuvo junto al supermercado de la construcción de Flenmo.

Quizá sea la última vez que volver a casa sea así, pensó.

Se apeó como de costumbre, permaneció parada junto a Konsum y vio cómo el autobús desaparecía cuesta abajo hacia el quiosco de salchichas. No tenías fuerzas para ir a casa, no tenía ánimos para encontrarse con el piso abandonado. Después de dudarlo un rato se decidió a ir a casa de su madre.

Sería una exageración decir que su madre se alegró.

—Pasa —dijo—. Acabo de hacer café.

Annika se sentó a la mesa de la cocina, todavía en un estado de vergüenza aturdida.

—He encontrado una casa —anunció su madre y sacó una taza más.

Annika simuló no oírla, miró hacia el techo de chapa de la fábrica.

—Porche y piscina —continuó su madre más alto—. Ladrillo mexicano. Es grande, siete habitaciones. Sven y tú también tendréis sitio.

—No quiero vivir en Eskilstuna —replicó Annika sin abandonar la vista.

—Está en Svista, en las afueras. Hugelstaborg. Es una buena zona. Gente bien.

Annika parpadeó borrando la imagen frente a ella, cerró los ojos irritada.

—¿Para qué quieres siete habitaciones?

Su madre detuvo sus labores, ofendida.

—Sólo quiero tener sitio para vosotros, para ti y Sven y Birgitta. Y para los nietos, claro.

Annika se puso en pie, su madre parpadeó significativamente.

—Entonces tendrás que confiar en Birgitta —repuso Annika—. No voy a tener hijos en mucho tiempo.

Se dirigió al fregadero, cogió un vaso del armario superior y lo llenó de agua del grifo. La siguió la mirada de su madre, ligeramente desaprobadora.

—¿Sven no tiene nada que decir a esto?

Other books

The Hungry Ghosts by Shyam Selvadurai
Dominion by Marissa Farrar
The Tutor's Daughter by Julie Klassen
Sadie Walker Is Stranded by Madeleine Roux
The Awakening by Marley Gibson
Sorry by Zoran Drvenkar