Studio Sex (30 page)

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Authors: Liza Marklund

Tags: #Intriga, #Policiaco

BOOK: Studio Sex
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Anne Snapphane amenazó con el dedo.

—Ten cuidado, capitalina de mierda, estás hablando de mi terruño.

—Provinciana —repuso Annika—. Esto, por otra parte, significaría que el gobierno reconoce que ha tenido a un asesino entre sus ministros, aun cuando nunca sea juzgado. Si todos los socialistas tuvieran las manos limpias, el ministro, desde un punto de vista lógico, debería continuar.

—¿A pesar del recibo del puticlub?

—Puedes estar segura de que tendrán una buena excusa. Probablemente todo sea culpa del chófer —contestó Annika y esbozó una sonrisa.

El presentador estaba listo para resumir su programa y lo hizo con autoridad y seguridad. Annika tuvo que reconocer a su pesar que los datos eran sensacionales y estaban bien trabajados.

—Un ministro del gobierno socialdemócrata invita a siete representantes sindicales a un club de alterne —dijo el presentador—. Una bailarina rubia y de grandes pechos registra su cuenta a las cuatro y media de la madrugada. El ministro la firma y escribe claramente el nombre de los alemanes en la parte posterior del recibo. Media hora más tarde regresa a su apartamento, impetuoso. Sin darse casi cuenta pisa al perro de su vecina. A cincuenta metros de su apartamento se encuentra más tarde a la bailarina destripteaseasesinada. Ésta murió entre las cinco y las siete de la mañana. El ministro ha sido llamado a declarar en varias ocasiones, y ahora se oculta en un lugar desconocido…

Las últimas palabras quedaron en el aire cuando la guitarra eléctrica menzó a rugir. Annika apagó la radio.

Los viejos de la dirección se reunieron alrededor de la mesa de redacción. Ahí estaban Spiken y Jansson, Ingvar Johansson, Foto-Pelle y el jefe de deportes, Anders Schyman y el jefe de la redacción. Se quedaron de pie dándoles la espalda a todos.

—Mira qué foto más simbólica —dijo Annika—. No comprenden que están hundiendo el periódico con ese jodido muro de espaldas.

El grupo se movió de forma colectiva hacia la mesa de Carl Wennergren.

—¿Siempre trabaja Jansson?

—Tres ex mujeres y cinco hijos que sustentar —contestó Anne Snapphane.

Annika comió lentamente su marchita ensalada. Quizá sea así como uno acaba en este trabajo, pensó. Quizá sea mejor dejarlo antes de terminar como la banda de fieltro, un grupo de viejos hipócritas obsesionados con los escándalos cuyos cerebros sólo piensan en setenta y dos puntos Bodoni.

—Tú ocúpate de «Escalofríos» —dijo Spiken al pasar.

Una semana y media, pensó Annika, apretó los dientes y se fue a devolver el plato y la cubertería a la cafetería.

—Quizá me venga bien pasar una noche tranquila —dijo cuando se volvió a sentar.

—¡Ja! —exclamó Anne Snapphane—. Eso es lo que tú crees. Fíjate en el tiempo que hace. Todos los locos están sentados en casa llamando ininterrumpidamente a los teléfonos de noticias, en especial al nuestro.

Anne tenía razón, por supuesto.

—Me parece que la inmigración es una mierda —dijo una voz. Resonaba a los suburbios del sur de Estocolmo.

—Sí —dijo Annika—. ¿A qué te refieres?

—Que están por todas partes. ¿Por qué coño no arreglan sus problemas en Negrolandia en lugar de venir aquí con su mierda?

Annika se recostó en la silla y suspiró en silencio.

—¿Podrías ser más preciso?

—Primero se matan ahí en su país, violan a todas las tías. Luego vienen aquí a estrangular a nuestras mujeres. Mira el asunto ese de la tía asesinada en el parque, me juego la polla a que ha sido un negro de ésos.

Por lo menos había gente que no escuchabaStudio sex.

—Bueno —repuso Annika—. No creo que la policía comparta tus sospechas.

—¡Lo ves! ¡Es la hostia! ¡Los maderos protegen a esos cabrones!

—¿Qué piensas que se debería hacer? —preguntó Annika suavemente.

—Expulsar a esa chusma. Enviarlos de vuelta a la selva, coño. Al fin y al cabo todos son unos monos.

Annika esbozó una sonrisa.

—Me cuesta un poco compartir tu opinión porque soy negra —replicó.

El hombre al otro lado del auricular se quedó totalmente en silencio. Anne Snapphane dejó de escribir y levantó la vista hacia ella, sorprendida. A Annika le resultaba difícil mantenerse seria.

—Quiero hablar con otra persona —pidió el racista cuando se recompuso.

—Lo siento, pero estoy sola —repuso Annika.

—¿Quién es ese idiota? —inquirió Anne Snapphane.

—No lo estás —contestó el hombre—. Oigo a una tía por ahí detrás.

—Sí, claro, es Anne. Es coreana. Espera, te la paso —dijo Annika.

—¡Gilipollas! —exclamó el hombre y colgó.

—Cuánto cretino anda suelto —dijo Annika.

—Coreana, sí, gracias —replicó Anne Snapphane—. Nunca seré tan guapa...

Se levantó su arrugada camiseta clara y oprimió con fuerza su primer michelín.

—No estás tan gorda —repuso Annika y se puso en pie para ir a buscar café.

—Mejor delgada y rica que gorda y pobre —dijo Anne.

Llamaron de nuevo, Annika respondió.

—¿Puedo permanecer en el anonimato?

La voz era la de una joven asustada.

—Claro —respondió Annika—. ¿De qué se trata?

—Bueno, es sobre este hombre de la televisión, ese viejo presentador. ..

Nombró a uno de los periodistas de televisión más populares y respetados de Suecia.

—Sí, ¿y...? —inquirió Annika.

—Se viste con ropa de mujer, y toquetea a las jovencitas.

Annika dio un respingo, de pronto recordó que ya había oído esto.

—La gente tiene derecho a vestirse como quiera en este país.

—También va a clubes raros.

—Además tenemos libertad de opinión, de religión y de reunión —repuso Annika y sintió cómo aumentaba su malestar.

La muchacha en el auricular perdió el hilo.

—Bueno, ¿así que no vais a escribir sobre esto?

—¿Ha hecho algo ilegal?

—Nooo...

—Tú has dicho que toqueteaba, ¿quieres decir que ha violado a alguien?

—Nooo, en absoluto, ellas se dejaban...

—¿Ha comprado sexo con dinero público?

La muchacha se desconcertó.

—¿Qué quiere decir eso?

Annika suspiró.

—¿Se ha ido de putas con el dinero de los contribuyentes?

—No lo sé...

Annika dio las gracias por la información y finalizó la conversación.

—Tenías razón —dijo Annika—. Es la noche de los locos.

La línea caliente volvió a sonar por tercera vez, Annika arrancó el auricular.

—Me llamo Roger Sundström y vivo en Piteå —informó un hombre—. ¿Estás ocupada o tienes tiempo para hablar un momento?

Annika se sentó en la silla de puro asombro. ¡Un loco educado!

—Sí, tengo tiempo. ¿En qué puedo ayudarte?

—Bueno —dijo el hombre con un claro acento de Norrland—, tiene que ver con el ministro este, Christer Lundgren. En el programa de radioStudio sexdicen que estuvo en un puticlub de Estocolmo, pero no es cierto.

Annika prestó atención, el hombre tenía algo en su voz que hizo que lo tomara en serio. Encontró un bolígrafo debajo del teclado.

—Cuéntame —dijo ella—. ¿Qué te hace pensar eso?

—Bueno —respondió el hombre—, en julio fuimos toda la familia de vacaciones a Mallorca. Fue una estupidez, pues hizo más calor en Suecia que en España, pero no lo podíamos saber cuando... bueno, estábamos regresando a Piteå, y habíamos reservado vuelo desde Arlanda con Transwed, pues son algo más baratos...

Un niño reía de fondo. Annika oyó cantar a una mujer.

—Continúa —rogó ella.

—Entonces vimos al ministro —dijo Roger Sundström—. Estaba en el aeropuerto a la misma hora que nosotros.

—¿Cuándo? —preguntó Annika.

—El viernes 27 de julio, a las ocho y cinco de la noche.

—¿Cómo puedes estar tan seguro de la hora?

—Lo pone en el billete.

¡Por supuesto!

—Pero ¿por qué crees que el ministro no estuvo en el puticlub? El recibo deStudio sexindica que lo firmó a las cuatro y media de la madrugada siguiente. Una vecina le vio en la puerta de su casa.

—A pesar de que entonces no estaba en Estocolmo.

—¿Cómo lo sabes?

—Él estaba volando. Le vimos al facturar. Tenía un maletín y una maleta pequeña.

Annika sintió que se le erizaba el pelo de la nuca, esto podía ser importante. Sin embargo, sospechó.

—¿Por qué miraste tan detenidamente al ministro? Y ¿cómo es que lo reconociste?

El niño comenzó a cantar, sonaba como Mora Träsk. Roger Sundström rió, algo embarazado.

—Bueno —repuso—, intenté hablar con él, pero parecía muy estresado. Creo que ni siquiera se percató de mi presencia.

—¿Estresado? —preguntó Annika—. ¿Cómo?

—Estaba completamente sudado, y le temblaba la mano.

—Ese día hacía mucho calor, yo también sudé mucho —dijo Annika.

Roger Sundström contestó pacientemente.

—Bueno, pero él no estaba como de costumbre. Tenía la mirada confusa.

Annika sintió cómo su excitación decrecía, a pesar de todo Roger Sundström era un loco.

—¿Qué quieres decir?, ¿cómo que confusa?

El hombre se esforzó en pensar.

—Estaba muy tenso, él siempre suele estar muy seguro y relajado.

—¿Lo conoces? —preguntó Annika sorprendida.

—Christer está casado con mi prima Anna-Lena —contestó Roger Sundström—. Viven en algún lugar de Luleå, sus gemelos tiene la misma edad que nuestra Kajsa. No nos vemos mucho, la última vez fue en el entierro del abuelo, pero Christer no suele estar así, ni siquiera en un entierro...

El guardó silencio, presintió que Annika no le creía.

Annika no sabía qué pensar, pero decidió, por el momento, que el hombre decía la verdad. Por lo menos, él mismo creía en lo que decía.

—¿También le viste a bordo del avión?

Roger Sundström dudó.

—Era un avión de esos grandes y estaba muy lleno. No creo que lo viera.

—¿Pudo volar de vuelta a Estocolmo esa misma noche?

El hombre al otro lado del auricular comenzó a dudar de sí mismo.

—No lo sé —respondió—. Quizá haya podido. No sé cuándo sale el último avión.

Annika cerró los ojos y pensó en los datos deStudio sexsobre las diez mil personas que pertenecían a grupos de presión en Estocolmo, quizá tuvieran una oficina local en Piteå.

—Hay una cosa más que me gustaría preguntarte, Roger —dijo ella—, y quiero que me respondas con toda sinceridad. Es muy importante.

—Sí, ¿de qué se trata?

Annika presintió desconfianza y miedo en la voz.

—¿Te ha pedido alguien que llamaras?

El hombre no comprendió.

—¿Qué quieres decir?

—¿Que si alguien te ha pedido que llamaras?

Él volvió a pensar.

—No —replicó—, primero hablé con Britt-Inger. Ella creyó que debía llamar.

—¿Britt-Inger?

—Mi mujer.

—¿Y por qué creía Britt-Inger que debías llamar aquí?

—Bueno, los deStudio sexestán equivocados —dijo Roger Sundström y comenzó a irritarse—. Primero telefoneé allí, pero no quisieron hablar conmigo. Dijeron que estaba equivocado, aunque yo sé lo que vi, Britt-Inger también lo vio.

Annika pensó febrilmente.

—¿Y nadie más te ha pedido que llamases?

—Nadie.

—¿Estás seguro de eso?

—Oiga, señora...

—Okey—dijo Annika rápidamente—. Me parece que tu información es muy interesante. Esto le da a las aseveraciones deStudio sexotro color. Investigaré si puedo utilizar o publicar estos datos en el futuro. Muchísimas gracias por...

Roger Sundström ya no estaba en la línea.

En el mismo momento en que ella colgaba el auricular de «Escalofríos», sonó su propio teléfono.

—¡Tienes que ayudarnos, no sabemos qué hacer!

Era Daniella Hermansson.

—¿Qué pasa? —preguntó Annika.

—Llaman todo el tiempo a casa de la tía Elna, ahora está aquí conmigo en mi casa. Hay quince periodistas con cámaras de televisión y antenas y cosas fuera, en la puerta. Están colgados del timbre y armando escándalo y quieren entrar, ¿qué podemos hacer?

Estaba muy nerviosa, Skruttis berreaba al fondo. Annika utilizó su tono de voz más tranquilo.

—No tenéis que dejar entrar a nadie si no queréis. Ni tú, ni Elna Svensson estáis obligadas a hablar con ningún periodista. ¿También te llaman por teléfono?

—Todo el tiempo.

—Cuando hayas terminado de hablar conmigo no cuelgues, entonces dará la señal de comunicar. Si te sientes acosada o asustada por los periodistas de la escalera puedes llamar a la policía.

—¿La policía? No, no me atrevo.

—¿Quieres que lo haga yo? —preguntó Annika.

—¿Podrías? Por favor...

—No cuelgues, que les voy a llamar desde otro teléfono —dijo Annika.

Cogió el auricular de «Escalofríos» y marcó el número directo del centro coordinador de emergencias.

—Hola, estoy llamando desde Sankt Göransgatan 64 —dijo ella—. La prensa ha invadido nuestra escalera, están asustando a las personas mayores. Los reporteros gritan y chillan, llaman a todas las puertas y molestan a la gente. Los de la radio son los peores. Tengo en mi casa a cinco pensionistas aterrorizados. Escalera derecha, segundo piso.

Cambió de auricular.

—Van en camino.

Daniella respiró.

—Muchísimas gracias, no sé cómo agradecértelo. Has sido un cielo, esto no lo olvidaré....

Annika no la escuchó.

—¿Por qué habló Elna Svensson con el reportero deStudio sex?

—Ella dice que no ha hablado con ningún reportero.

—Ha debido de hacerlo, yo la oí por la radio. Hoy o ayer.

Daniella apartó el auricular y habló con alguien en la habitación.

—La tía Elna dice que no ha hablado con nadie.

Annika recapacitó.

—Entonces, ¿Elna es senil?

La respuesta llegó rápida y segura.

—En absoluto, tiene la cabeza clarísima. Ningún reportero, está segura.

—Ha tenido que hablar con alguien, a no ser que el resto de los periodistas de ahí fuera y yo hayamos alucinado.

—Un policía —informó Daniella—. Habló con un policía por la mañana. Él le dijo que deseaba completar el interrogatorio.

—¿Utilizó una grabadora?

—¿Te grabó las respuestas? —preguntó Daniella a la habitación.

Siguió un largo murmullo.

—Sí —respondió Daniella en el auricular—. Para la transcripción. El policía dijo que era muy importante documentar el interrogatorio.

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