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Authors: Mike Resnick

Tags: #Ciencia Ficción

Starship: Mercenario (31 page)

BOOK: Starship: Mercenario
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—Sí, señor.

—Si tienen alguna pregunta, que me la hagan personalmente. Además, una vez que estemos en marcha, no puedo perder el contacto con ellos. ¿Tiene nuestro sistema de comunicaciones la capacidad de mantenernos en contacto constante con esos diez líderes de grupo?

—Sí, señor.

—Creo que sí —dijo Christine.

—Sí —corroboró Briggs—. Dispondremos de frecuencias codificadas independientes para los líderes y las cifraremos para que Csonti no pueda captarlas. —Se detuvo, frunciendo el ceño—. Pero aún no sé qué frecuencias funcionarían mejor.

Los dos empezaron a conversar entusiasmados en una jerga técnica que para Cole no tenía más sentido que el molario sin traducir, así que se fue para buscar algo de comer.

Cole supervisó los preparativos para el día siguiente. Después, cuando creyó que había hecho todo lo que podía, se dirigió a su cabina, se quitó las botas y cayó dormido en cuestión de segundos.

No tenía idea de cuánto tiempo había dormido, pero le despertó la voz incorpórea de Christine.


¿Señor
?

Gruñó y se dio media vuelta.


¿Capitán Cole
?

—Sí ¿qué pasa? —dijo, resignándose a tener que hablar y, en consecuencia, a tener que despertarse.


Hemos avistado las naves de Csonti, señor
.

—¡Genial! —dijo Cole, súbitamente despierto—. ¿Están todos nuestros oficiales superiores a bordo?


No, señor. La coronel Blacksmith, el comandante Forrice y el señor Odom aún están en la estación. También la teniente Mueller y el señor Chadwick
.

—Que estén aquí dentro de media hora y páseme a Domak.

La imagen de un polonoi de la casta guerrera apareció ante él.

—Teniente, contacte con Blacksmith. Tiene una lista de todos los que se han ofrecido voluntarios para unirse a nuestra lucha contra Csonti. Más aún, tiene una lista de sus naves. Elija las seis más veloces. Éstas, junto con nuestras cuatro naves menores, serán nuestros líderes de grupo. La teniente Mboya tiene una lista de los seis oficiales que asumirán temporalmente el control de esas naves.

—Lo sé, señor —replicó Domak—. Soy una de ellos.

—Cada líder de grupo estará directamente a mis órdenes. Nadie romperá la formación y nadie disparará si no le he dado una orden expresa. ¿Entendido?

—Sí, señor.

—Bien. Su trabajo es asegurarse que los otros nueve líderes entienden la cadena de mando.

—Sí, señor.

Su imagen desapareció para ser reemplazada por la de Forrice.

—¿Qué pasa, Wilson? —dijo el molario.

—Hemos avistado su flota. Vamos a despegar lo antes posible. No vuelvas a la
Teddy R
. Christine o Domak te dirán desde qué nave has de informar.

—¿Sharon te ha dado los números? —preguntó Forrice—. La última vez que hablé con ella, lo que no puede haber sido hace más de diez minutos, teníamos una flota de 1.237 naves.

—¿Tantas?

—Y la cifra va aumentando.

—Bien —dijo Cole—. Vamos a prepararnos para patear algún culo.

Capítulo 31

Tal y como esperaba Cole cuando reunió su flota, no ocurrió nada.

Las naves exploradoras señalaron la localización de Csonti en los alrededores del sistema Offenbach. Había treinta y siete naves, incluyendo la
Esfinge Roja
.

Csonti echó una ojeada a la fuerza masiva que se le aproximaba, vio que lo superaban ampliamente y se retiró a toda prisa. La mayoría de sus naves, ahora sin líder, planearon de forma errática, sin saber muy bien qué hacer. Una nave, la
Esfinge Roja
, se mantuvo en sus trece.

Finalmente, un mensaje llegó a través de la radio subespacial de la
Teddy R
.


Hoy habéis ganado, pero no he dicho la última palabra
.

—¿Respondemos, señor? —preguntó Christine.

—Sí, lo haremos. ¿Estoy en el aire?

—Sí, señor.

—Di eso otra vez, Csonti, y te seguiremos hasta el Núcleo Galáctico si es necesario y te haremos volar en mil pedazos.

Silencio.

—Lo ha recibido, señor —dijo Christine—. No hay respuesta.

—Bien. Ahora quiero dirigirme a sus naves.

—¿Incluida la
Esfinge Roja
, señor?

—Sí. Avíseme cuando pueda hablarles.

Christine le hizo una señal un minuto después.

—Todo está dispuesto, señor.

—Gracias. —Se aclaró la garganta—. Aquí Wilson Cole, el capitán de la
Theodore Roosevelt
. Vuestro líder os ha abandonado y huido cobardemente. Todas las naves restantes tienen tres opciones: podéis plantar cara y luchar, en cuyo caso os destruiremos; podéis seguir a Csonti, en cuyo caso no seréis dañadas ni perseguidas, pero seréis identificadas para destruirlos en el caso de que volváis a este sector; o podéis comprometeros a poneros a las órdenes de la
Theodore Roosevelt
, en cuyo caso os convertiréis en parte de mi creciente flota y todos vuestros delitos anteriores, incluyendo éste, serán olvidados. No hay una cuarta alternativa. Espero que todos y cada uno de vosotros decidáis en diez minutos estándar.

—Me apuesto quinientos a uno a que nadie escoge la opción uno —dijo Briggs con una sonrisa.

—Están empezando a llamar ya mismo, señor —dijo Christine.

—Hágame saber los resultados en diez minutos —respondió Cole.

Sólo tardaron siete minutos. Veintidós naves optaron por unirse a la flota de Cole y trece partieron hacia lugares desconocidos.

—¿Qué pasa con Val? —preguntó.

—La
Esfinge Roja
no se ha decidido. No está disparando, no está avanzando, no se está retirando y no está contestando.

—Creo que es su manera de decir que no está intimidada —dijo Cole—. Vale, ordene a la flota, incluyendo las nuevas naves, que regresen a la Estación Singapore.

—¿Y qué pasa con la
Esfinge Roja
, señor?

Cole se encogió de hombros.

—Ya vendrá cuando le apetezca.

Capítulo 32

Cole declaró un permiso de una semana en la Estación Singapore, mientras se iba familiarizando con los capitanes y los oficiales de sus veintidós nuevas naves.

Val apareció el segundo día, entró en El Rincón del Duque como si nunca lo hubiera abandonado, pero se mantuvo alejada de la tripulación de la
Teddy R
. Su actitud parecía ser que, ya que no había disparado un solo tiro, tenía todo el derecho a estar en la estación que había estado a punto de destruir.

Cole y Sharon alquilaron una habitación de hotel que les pareció enorme en comparación con los estrechos confines de la nave. Forrice dividió su tiempo entre el burdel y la mesa de stort. Jacovic encontró cuatro teronis más y pasó la mayor parte de su tiempo con ellos. Los otros miembros de la tripulación encontraron otros modos de entretenerse.

Pérez entró en el casino al tercer día y se dirigió directamente a la mesa del duque, donde éste, Cole, Sharon y David Copperfield estaban sentados con sus bebidas.

—Tengo que hablar con usted, señor —dijo Pérez.

—¿En privado o puede discutirlo aquí mismo? —preguntó Cole.

—No tiene nada de privado —dijo Pérez—. Señor, quiero un puesto a bordo de la
Teddy R
. No me importa lo insignificante que sea, pero tengo que salir de la
Esfinge Roja
.

—¿Qué ha pasado?

—Le dije que rechazaría cualquier orden de disparar a la
Theodore Roosevelt
. Me encerró en el calabozo hasta esta mañana, luego me soltó y me dijo que no me quería de vuelta en la nave. Por mí, perfecto.

—Me hago cargo de su punto de vista —dijo Cole—. Desobedeció las órdenes directas de su capitán en una confrontación militar.

—Yo me enrolé para luchar con usted, no contra usted, señor —dijo Pérez—. Si usted no me acoge, merodearé por la Estación Singapore hasta que pueda incorporarme a otra nave.

—Eso no es problema —dijo Cole—. Tengo más naves, de las que puedo recordar. —Suspiró—. Sí, le encontraremos un hueco.

—Gracias, señor.

Pérez se dio media vuelta y se dirigió a una de las mesas de juego.

—Es un buen hombre —dijo Cole.

—Y también el comandante Jacovic —dijo Sharon.

—Lo sé. Y probablemente hayamos reclutado otra docena esta semana —dijo Cole—. Es una pena que, una vez que los entrenemos y estén en forma, sólo seamos unos simple mercenarios que se venden al mejor postor. Debería haber algo más útil que pudiera hacer una maldita flota de casi treinta naves.

—Diantres —dijo el duque—, si todo lo que quieres es un objetivo y un desafío, te pagaré para que vayas a enfrentarte a la Flota de la almirante García.

—Los números mejoran semana a semana —replicó Cole, sonriendo— pero aún siguen siendo un par de cientos de millones contra treinta y siete.

—¿No eran treinta y ocho?

—Val estaba dispuesta a luchar contra nosotros por dinero —explicó Cole—. Luchar por dinero se ha convertido en nuestro negocio, y no usaré ese argumento contra ella, pero no va a formar parte de nuestra flota.

—Bueno, yo lo usaré contra ella —dijo el duque—. Ni siquiera ha venido a disculparse. Mírala ahí, en las mesas, bebiendo y jugando como si no estuviéramos siquiera en el mismo local.

—Sé cómo funciona su mente —dijo Cole—. No cree que haya nada por lo que disculparse.

—Estás siendo demasiado blando con ella.

—Hay muchas posibilidades de que la mayoría o toda la tripulación de la
Teddy R
estuviera muerta de no ser por ella —respondió Cole—. Eso le da cierto margen.

El duque meneó la cabeza.

—No entiendo esa actitud.

—Hubo un tiempo en que pensé que estaba encaprichado con ella. Pero no lo estaba. Es sólo que ve algo especial en ella —acotó Sharon.

—Tiene un montón de rasgos y habilidades admirables —dijo Cole.

—Es grande y fuerte —dijo el duque, claramente poco impresionado—. También Csonti.

—Es mucho más que eso —respondió Cole—. Cuando la traje a bordo de la
Teddy R
, todos los miembros de la tripulación la odiaba a muerte. Al fin y al cabo, la promoví por encima de todos ellos, exceptuando a dos personas. Pero en menos de un mes era casi la persona más popular en la nave—. Hizo una pausa—. Los oficiales, como mi amiga, la directora de Seguridad, están diciéndome constantemente que no abandone mi nave en territorio enemigo. He tenido que hacerlo en varias ocasiones y siempre he confiado en que Val me guardaría las espaldas. Nunca me ha fallado. —Miró al otro lado de la sala y vio un remolino de cabello rojo elevándose por encima de las mesas—. Vamos a echarla de menos.

—Bueno, la has perdido pero has ganado veintidós naves —dijo el duque—. Diría que no te ha ido mal.

—¿Tú qué crees, David? —preguntó Cole.

—Preferiría tener a la valkiria antes que a las naves —respondió Copperfield.

Cole miró al otro lado de la mesa, al duque.

—Ahí tienes la respuesta.

—Está bien —dijo el duque—, conoces mejor a tu personal que yo. Pero me parece que estás idealizando a una traidora.

—Puedes tener tu opinión —dijo Cole—. Demonios, incluso podrías tener razón. Mis juicios no son perfectos. —Sonrió con pesar—. Si lo fueran, todavía estaría luchando para la almirante García.

—Olvídalo —dijo el duque.

—¡Wilson! ¡Agáchate! —gritó Sharon de repente.

Sobresaltado, Cole se volvió hacia ella mientras una silla volaba por los aires y rebotaba contra su cabeza.

Cayó al suelo, después se levantó aún atontado, mientras la sangre caía sobre su ojo izquierdo desde un enorme tajo en su frente. Tardó un momento en recuperar el equilibrio y centrar la vista con el único ojo con el que veía claro, y cuando lo hizo, se encontró frente a Csonti.

—¿Cómo demonios has llegado aquí? —murmuró Cole.

—¿Crees que sólo tengo una nave? —le soltó el hombretón—. Te dije que no había dicho la última palabra… Pero soy lo último que verás.

Le lanzó un golpe con la derecha. Cole, con el ojo ensangrentado, no lo vio venir. Lo golpeó y Cole se estampó sobre la mesa del duque.

—¡Levántate, hombrecillo! —bramó Csonti—. ¡Levántate y enfréntate a la muerte!

Cole intentó levantarse, cayó de rodillas y lo volvió a intentar. Antes de que pudiera ponerse de pie, un hombre se había lanzado a la espalda de Csonti y había rodeado con sus brazos el enorme cuello del tipo.

Csonti gruñó sorprendido, se tambaleó un poco y luego rodeó con su mano una de las muñecas del hombre. Durante un momento, ninguno de los dos se movió. Luego se oyó un sonoro crujido y el hombre lo soltó.

Era Pérez y, obviamente, su muñeca estaba rota. Csonti se volvió, lo agarró por el cuello y apretó. Pérez empezó a agitar sus brazos. Gradualmente, la agitación aminoró, luego cesó y Csonti dejó caer al hombre, inconsciente, al suelo.

—¡Estúpido, estúpido! —gruñó Csonti, asestando una patada innecesaria a la cabeza de Pérez—. ¡Como si pudieras detenerme! Se volvió hacia Cole, quien aún estaba en equilibrio inestable y tratando de limpiarse la sangre de su ojo—. ¿Dónde estábamos?

Y de repente, un alienígena impecablemente vestido se interpuso entre ambos.

—¡Vas a dejarlo en paz! —dijo David Copperfield con voz temblorosa.

—¡Aparta de mi camino antes de que te aplaste como a un insecto! —bramó Csonti.

Copperfield empezó a temblar, pero se mantuvo en sus trece.

—Es mi amigo. No dejaré que le hagas daño.

—¡Esto va a ser divertido! —dijo Csonti con una sonrisa maligna—. ¿Sabes que voy a hacerte, pequeña y fea verruga? —Dio un paso amenazador hacia adelante—. ¡Voy a arrancarte las orejas y los ojos por tener la osadía de interponerte entre Csonti y su enemigo!

Estiró una manaza hacia Copperfield y, de repente, la recia mano de una mujer salió de la nada y le agarró la muñeca.

—Quizás deberías probar a pelear contra los de tu tamaño —dijo Val, empujándolo—. Ve a esconderte debajo de la mesa, David. Yo me lo llevaré de aquí.

—¡No quiero pelear contigo! —dijo Csonti, mostrándose súbitamente precavido—. ¡Lo quiero a él! —Hizo un gesto en dirección a Cole.

—No puedes tener siempre lo que quieres, trozo de mierda —dijo Val, dirigiendo una patada a la rodilla de Csonti—. De todos modos, nunca me has gustado.

Csonti se repuso en un segundo, doliéndose de la pierna, pero aún así era amenazador. Le propinó un puñetazo que podría haberla decapitado si le hubiera dado, pero Val se agachó y le asestó un rápido golpe en la nuez.

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