Sonidos del corazon (25 page)

Read Sonidos del corazon Online

Authors: Jordi Sierra i Fabra

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

BOOK: Sonidos del corazon
5.88Mb size Format: txt, pdf, ePub

En serio.

¿Qué habría sucedido en caso de besarla la tarde anterior?

¿Le habría rechazado?

¿Demasiado jóvenes para el amor y demasiado viejos para la música?

Cuando se asomaba a los ojos de Valeria creía ver un espejo, sus mismos sentimientos reflejados en ellos.

Pero el amor y la música casaban tan mal…

Tanto…

Sus manos desgranaron un puñado de notas buscando el encaje de una frase. Tarareó la canción en varios tonos, con distintas intensidades. Finalmente consiguió la melodía adecuada. La memorizó, la interpretó otras dos veces y la grabó con su portátil para no olvidarla. Era una canción de amor. Su mente bullía rock pero su corazón flotaba en medio de una sorprendente emoción romántica. Los ojos de Valeria, los labios de Valeria, las manos de Valeria, el cuerpo de Valeria…

De no haber aparecido Valeria, ¿se lo habría montado con Amalia?

Lo meditó.

Una chica potente, un regalo, puro sexo.

¿Quería únicamente eso?

Cualquier chico diría que sí.

Ahora sabía que él no, que por el bien del grupo la habría rechazado.

Y nada era lo mismo desde la aparición de su ángel rubio.

Valeria ya estaba allí, en su vida.

Llenó sus pulmones de aire y trató de centrarse en la canción. La letra, llena de tachones y cambios, la tenía escrita en una hoja de papel. Le faltaban algunos retoques.

Dependían de la música. Punteó la melodía con limpieza y se dejó arrastrar por su influjo. Era un hermoso tema.

Su padre había escrito y compuesto «Bárbara» en honor a su madre.

¿Le ponía él «Valeria» a la canción?

Sentirse romántico, cursi, le hizo experimentar de pronto cierta incomodidad.

Volvió a tocar la canción, entera, susurrando la letra con los ojos cerrados, y al terminar y abrirlos se encontró con su madre en el quicio de la puerta entreabierta.

Se quedaron mirando el uno al otro.

—Eso suena muy bien —dijo ella.

—Gracias.

—Más que bien: es precioso.

—Todavía no está terminada.

—Tu padre anda preocupado.

—¿Por qué?

—Dice que te estás pasando al lado oscuro de la fuerza.

La acompañó en su sonrisa.

—Me he quedado sin grupo. Solo estoy probando opciones.

—Tienes una bonita voz, siempre te lo he dicho. Se te da bien el rock, pero cantando cosas como ésa —señaló la guitarra que seguía entre sus manos— eres muy bueno.

Muchos grupos, incluidos algunos de los más fuertes, hacían sets acústicos en sus conciertos. Mira Led Zeppelin.

—Ya.

—¿Te encuentras bien?

—Sí, ¿por qué?

—Desde que entraste en el conservatorio es como… si tu vida se hubiera acelerado.

Intentó no ponerse rojo, porque ella lo iba a notar rápidamente.

—Estoy descubriendo nuevas perspectivas. —Fue ambiguo.

—Creo que serás un músico muy completo —afirmó ella—. Mucho más que tu padre, y con esto mejor amueblado. —Apuntó con el dedo índice de la mano a su cabeza—.

¿Puedo entrar?

Seguía en la puerta, apoyada en el quicio.

—Sí, claro. —Él se extrañó.

La aparecida se sentó en la cama y lo miró fijamente. Juanjo supo que iba a decirle algo importante.

Pensó que no quería nada malo.

—Es sobre la grabación con tu padre —comenzó ella.

—¿Pasa algo?

—No, pero puede pasar.

—¿Qué?

—Me parece maravilloso que toques con él, y que te lo haya pedido, y que no quieras formar parte de su grupo en los bolos que ya tiene. Son tus razones y… las comparto.

Pero este fin de semana, en la grabación del disco… —su rostro se contrajo en una mueca de cautela—. Ten cuidado, hijo.

—¿Por qué?

—Tu padre en escena es un verdadero espectáculo, un animal, en el buen sentido de la expresión, del rock. Tú lo sabes, lo has visto. Es colega, animoso, divertido, brillante…

Pero en el estudio de grabación se transforma. Ahí no tiene público. Ahí está él solo con su trascendencia. Siempre dice que cuando un músico de hoy se muere, lo que queda son sus discos, no lo que se diga o se invente y tergiverse el bla-bla-bla de los medios de comunicación. Por eso graba en el límite. Por eso se exige y exige lo máximo de todos.

Tiene un oído privilegiado, sabe si una nota no llega o si alguien se pasa. Lo controla todo y puede llegar a ser… desagradable.

—Lo tendré en cuenta, aunque ya lo sabía.

—No, Juanjo, no —insistió ella—. En este sentido no le conoces porque hace mucho que no graba un disco y tú no estabas allí. En directo es sublime, pura energía. En el estudio de grabación puede convertirse en el mayor de los cabronazos. Pierde el norte y tanto le da que al lado esté Jimmy Page o el mismísimo John Lennon. Tú no sabes la de grabaciones en las que hemos salido en globo, todos, los músicos y nosotros.

—Pero él está feliz de que grabe esas tres canciones.

—Feliz es poco. Está radiante. Está que se sale. Se lo anda diciendo a todo el mundo.

Pero cuando estéis en el estudio y empiece la grabación dejarás de ser su hijo, serás un músico, trabajarás para él y para su disco. «Su» disco —insistió en el matiz—. O tienes paciencia o…

—La tendré.

—Júramelo.

—Caray, mamá.

Ella sonrió cansina.

—Bueno, da igual que lo jures. Si todo va bien, será precioso. Si va mal y te empuja y empuja o te acorrala, tanto da que hayas hecho un juramento. Yo también he querido estrangularle muchas veces, y probablemente lo querré hacer una vez más este fin de semana cuando me diga cómo he de cantar o hacer tal coro. —Se levantó de la cama y abrió sus dos manos con las palmas hacia arriba—. El lunes lameremos las heridas.

—Creo que lo malo es la necesidad de grabarlo todo en solo un fin de semana —

apuntó Juanjo—. Esa urgencia…

—Los estudios de grabación cuestan dinero, y por mucho que él registre el disco en el de un amigo o que los músicos colaboren… Las estrellas pueden alquilar un estudio un mes entero. Nosotros somos pobres, no lo olvides. El rock hispano, salvo excepciones honrosas, siempre ha sido anoréxico.

Su madre llegó a la puerta.

Señaló su guitarra.

—Eso que estabas tocando era precioso —volvió a decirle antes de dejarle solo.

Capítulo 47

Cuando Valeria llegó al piso de Lester, Juanjo ya lo había hecho con unos minutos de antelación y la esperaba sentado en el sofá. Los dos se miraron con una turbación que nunca antes habían sentido. La misma turbación que el beso de sus ojos disparó la última vez. Quizá por ello la chica tardó en ocupar su lugar habitual y lo hizo cuando ya el viejo rockero se disponía a continuar con su historia.

—¿Estás bien? —le preguntó Lester a Juanjo.

Se puso rojo.

—¿Yo? Sí, ¿por qué? —Trató de salir del apuro como pudo.

—Estás algo así como pasmado —insistió.

—He dormido poco. —Fue lo primero que se le ocurrió decir.

—La última vez no hablaste de los Beatles. —Valeria estuvo al quite.

—Ya os conté que se separaron en1970, después de
Let it be
.

—Y que John y Paul se pelearon, sí, y que George hizo el concierto de Bangladés, pero musicalmente ¿qué hicieron?

—Tuvieron cinco años frenéticos en solitario. Ya no era lo mismo, pero se trataba de ellos, de cuatro buenos artistas. Libre de Paul, John hizo algo tan extraordinario como

«Imagine», su mejor obra personal. John se quedó en Estados Unidos, tuvo a su hijo Sean con Yoko Ono y de 1975 a 1980 bien poco hizo. Cuando se decidió a volver, ya sabéis que le mató aquel loco asesino fan suyo. Paul, por su parte, también libre de John, formó un grupo nuevo llamado Wings, con su mujer, Linda, y retomaron las actuaciones en directo y las giras. Su éxito fue aplastante, la prueba de que era el trabajador incansable de los Beatles. Se convirtió en el artista más laureado de la historia y con más discos de oro, platino y titanio entre los Beatles, él solo y Wings. Tremendo.

Con el fin de Wings y la muerte de Linda continuó solo. El más beneficiado y el primero que golpeó, sin embargo, fue George Harrison porque él quedó libre de John y de Paul.

Hasta la separación del grupo como mucho se incluían un par de canciones suyas en los elepés de los Beatles, así que con todo lo que tenía hecho editó un triple álbum que fue número uno en todo el mundo. Luego mantuvo una carrera muy sólida, creó una compañía discográfica en 1974, Dark Horse Records, se metió en el mundo del cine a través de Hand Made Films, se juntó con Bob Dylan, Roy Orbison, Tom Petty y Jeff Lynne y creó el grupo Traveling Wilburys… Una pena que muriera joven, en 2001. El último Beatle, Ringo, se benefició de la amistad de los otros tres y durante algunos años grabó canciones de lo más comerciales, hizo cine… Pero no hablemos de los Beatles.

Estamos en 1973: en octubre de ese año, árabes e israelíes volvieron a las andadas y, como ya le ponían número a sus guerras, montaron la cuarta, la del Yom Kippur. El mundo ya no fue el mismo.

—Siempre hay guerras. ¿Por qué ésa fue especial? —Valeria se sorprendió.

—Los árabes tenían la llave del petróleo… y la cerraron. Por una vez hicieron algo en conjunto para presionar al mundo en contra de Israel. Cuando Israel ganó la guerra, todo estuvo a punto de paralizarse. Hubo escasez y la OPEP, la Organización de Países Exportadores de Petróleo, comenzó una escalada de precios monstruosa, y en muy poco tiempo. Y cuando digo monstruosa es que fue… Si hablamos del mundo del disco…

TODO dependía del petróleo.

—¿Todo? —Valeria se quedó boquiabierta.

—Los vinilos de los discos, el plástico de las casetes, las cintas magnetofónicas, el mismo papel de las portadas… Todo, querida. Porque en la fabricación de los discos intervenían productos derivados del petróleo. —Alzó las cejas—. No había materias primas para los discos. Tampoco hubo grandes giras, tenía que ahorrarse electricidad, y gasolina.

—¿No se prestaba atención a la ecología como ahora? —preguntó Valeria.

—Fue entonces cuando aparecieron términos como
polución, desgaste, extinción
… La Tierra no era un almacén infinito y generoso. La crisis derivó en esto. ¿Qué haríamos sin petróleo? Fue una toma de conciencia. La búsqueda de energías alternativas comenzó entonces. Los primeros meses de la crisis, de octubre a diciembre de 1973, fueron dramáticos. No había energía y había que ahorrarla. El carbón era obsoleto y la energía nuclear andaba en pañales. Se volvió a una palabra que no se oía desde la Segunda Guerra Mundial:
racionamiento
. Aquellas Navidades fueron muy difíciles. La venta de discos había aumentado el cuarenta por ciento en los años anteriores y se pasó a la recesión.

—¿Y cuándo acabó todo eso?

—A finales de 1974 la situación empezó a normalizarse, pero los precios ya no bajaron. Y a lo largo de 1975, en el lento camino hacia la recuperación, lo mismo. El peligro era que estallara otra vez la guerra entre árabes e israelíes, y ése era un ¡ay!

diario. El renacer del rock en 1975 nos demostró que ya nada era igual. Todos los grandes surgidos entre 1969 y 1973 frenaron, y para cuando en 1976 surgió el punk rock quedó demostrado que se trataba de otro tiempo, otra circunstancia, otra vuelta de tuerca a la historia.

—¿Ya llegamos al punk?

—No. —Detuvo a Juanjo—. Con crisis o no, sucedieron cosas. Emerson, Lake & Palmer declaraban en 1974: «Amamos a Inglaterra, y mucho, pero si los impuestos siguen llevándose el ochenta y tres por ciento de lo que ganamos, no vamos a tener más remedio que irnos a vivir a Estados Unidos». Fue el detonante de la gran huida de cerebros. Led Zeppelin, Rolling Stones, Cat Stevens, Rod Stewart, Olivia Newton-John, Bee Gees… Se iban a Estados Unidos la mitad de los miembros de algunos grupos y eso dificultaba luego poder trabajar juntos, como en el caso de Roger Daltrey y Keith Moon en los Who o algunos de Deep Purple. La crisis también desencadenó el segundo escándalo Payola. Se buscó hacer otra «limpieza general» y se acusaron a diecinueve particulares y seis corporaciones discográficas de fraude telegráfico y postal, evasión de impuestos, sobornos, conspiración, perjurio…

—¿Hubo algo de bueno entre todo ese mar de fondo?

—Sí —Lester sonrió—, regresó Dylan.

—¿Cómo que regresó?

—Hablo de las actuaciones, no de los discos. Nunca se demostró, pero se dijo que una de las consecuencias de la guerra árabe-israelí fue la vuelta de Bob. El 2 de diciembre, menos de dos meses después del Yom Kippur, Bob anunció su primera gira en ocho años. Se desencadenó la locura. La gira le reportó tres cientos cincuenta millones de dólares. ¿Se compraron balas en Israel con ese dinero? Misterio. También reapareció Elvis en vivo, en un concierto desde Hawái transmitido a todo el mundo por televisión.

Una demostración de fuerza del Rey.

—¿No hubo artistas nuevos en ese tiempo?

—Muy pocos, todos puntuales. Las grandes aportaciones británicas fueron Queen y Mike Oldfield. Liderado por Freddie Mercury, Queen fue el último gran grupo de rock de esa era dorada, y hasta la eclosión de U2 al despuntar los años ochenta. Todo lo que hicieron fue espectacular, gigante, y contaron con la tremenda voz y el carisma de Mercury así como la buena guitarra de Brian May. Su historia llega hasta la muerte de Freddie a causa del sida en 1991. Mike Oldfield, por su parte, fue todo un referente. Con veinte años grabó él solito un disco tocando todos los instrumentos:
Tubular bells
, una de las obras más bellas y singulares de la historia.

Valeria miró a Juanjo.

—¿Qué pasa? —preguntó Lester.

—Nada —dijo él.

—Venga, suéltalo.

—Ése es mi sueño, hacerme un disco yo solito —confesó.

—Hazlo.

—Ya.

—No te fijes en si Mike tenía veinte años. Tú solo piensa en hacerlo, cuando llegue el momento, y entonces a por él.

—Tú tienes una fe ciega en todo, ¿no?

—Sí. —El viejo rockero fue categórico—. Si deseas algo has de ir a por ello, sin detenerte. Chaval, sin pelear, sin luchar, sin partirte el culo, no hay éxito ni satisfacción que valga. Si solo quieres ser famoso unos días, semanas, puede que incluso unos años, pocos, entonces vete a un programa hortera de la tele a decir mamonadas y a que te vean el culo. ¿Dónde estaba?

—Has dicho que Oldfield y Queen fueron las grandes aportaciones británicas. ¿Y en Estados Unidos?

Other books

The Kiss Off by Sarah Billington
Christmas in Wine Country by Addison Westlake
The Immortal Game by Miner, Mike
An Imperfect Process by Mary Jo Putney
Bloodforged by Nathan Long
Escaping Christmas by Lisa DeVore
Napoleon's Pyramids by William Dietrich
Lost in the Funhouse by Bill Zehme
Fat Boy Swim by Catherine Forde