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Authors: Elisabeth Kübler-Ross

Sobre la muerte y los moribundos (30 page)

BOOK: Sobre la muerte y los moribundos
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Doctora:
En casa, ¿quién se cuida de quién?

Paciente:
Bueno, cuando salí del hospital el mes de octubre pasado, nos prometimos mutuamente que yo sería sus ojos y él sería mis pies, y ése es nuestro plan.

Doctora:
Es muy bonito. ¿Ha dado buen resultado?

Paciente:
Pues ha salido bastante bien. Él vuelca las cosas de la mesa sin querer, y luego yo lo hago a propósito para que él crea que no lo hizo por culpa de su vista. Si pasa algo, si tropieza o algo así, bueno, yo le digo que a mí me pasa muchas veces y tengo dos hermosos ojos, para que no le sepa mal.

Capellán:
¿A veces le sabe mal?

Paciente:
Oh, sí, a veces le molesta.

Doctora:
¿Ha solicitado... o ha pensado en comprarse un perro o en recibir adiestramiento, hacer prácticas de movimientos y cosas así?

Paciente:
Nos ayuda en la casa una persona miembro del Ejército de Salvación. Y ha venido a vernos la asistenta social. Le dijo que iba a ver si podía ayudarle de alguna manera.

Doctora:
El Faro del Ciego puede evaluar sus necesidades, ellos enseñan a moverse a los ciegos y les dan un bastón si es necesario.

Paciente:
Bueno, eso estaría muy bien.

Doctora:
Así que en casa se ayudan el uno al otro y cada uno hace lo que el otro no puede hacer. O sea que a usted le debe preocupar mucho cómo se desenvuelve él cuando usted está en el hospital.

Paciente:
Sí, me preocupa.

Doctora:
¿Cómo se desenvuelve él?

Paciente:
Bueno, cena con mis hijos. La auxiliar del Ejército de Salvación viene tres veces por semana y se encarga de la limpieza y la plancha. Él puede lavarse las cosas. Yo no le disuado de nada de lo que hace. Veo que hace mal muchas cosas, pero le digo que están bien, que siga haciéndolo, y dejo que se encargue de hacerlo.

Doctora:
Le dice esto para hacer que él se sienta bien.

Paciente:
Lo intento.

Doctora:
¿Hace eso también consigo misma?

Paciente:
Trato de no quejarme de cómo me siento. Cuando él me pregunta cómo me encuentro, yo siempre le digo que me encuentro muy bien, hasta que llego a un punto en que he de decirle que tengo que ingresar en el hospital. Es entonces cuando él se entera.

Doctora:
¿Cómo? ¿Nunca le ha dicho él antes que lo hiciera?

Paciente:
No, obro así porque tenía una amiga que se autoconvenció de que estaba realmente enferma y se instaló en una silla de ruedas. Desde entonces decidí que, antes de quejarme, tenía que estar muy mal. Creo que es una lección que aprendí gracias a ella. Acudió a médicos de toda la ciudad tratando de que le dijeran que tenía una esclerosis múltiple. Los médicos no podían encontrarle nada. Ahora está en una silla de ruedas y no puede andar. No sé si tiene la esclerosis o no, pero lleva así unos diecisiete años.

Doctora:
Pero ése es otro extremo.

Paciente:
Sí, pero me refiero a que se está quejando constantemente... Y luego tengo una cuñada que dice que le hacen daño las uñas, y que le molesta depilarse las piernas y todo lo demás, y no puedo aguantar esas quejas constantes de las dos. He decidido que tengo que encontrarme muy mal antes de quejarme.

Doctora:
¿Quién era como usted en su familia? ¿Sus padres fueron tan combativos como usted?

Paciente:
Mi madre murió en el 49 y sólo la vi realmente enferma dos veces. La última vez fue cuando tenía leucemia, y murió. A mi padre no lo recuerdo mucho, pero sólo sé... lo que recuerdo es que tuvo la gripe cuando la epidemia de gripe de 1918, y entonces murió. O sea que no puedo decir demasiado de mi padre.

Doctora:
Entonces, para usted quejarse equivale a morir, porque ellos sólo se quejaron justo antes de morir.

Paciente:
¡Eso es! ¡eso es!

Doctora:
Pero, ¿sabe?, hay muchas personas que manifiestan sus achaques y dolores y no se mueren.

Paciente:
Ya lo sé. Tengo esa cuñada, el capellán también la conoce.

Capellán:
Otro aspecto de la estancia en el hospital de la señora L. es que a menudo vienen a visitarla otros pacientes. Y entonces ella hace de consoladora de los demás.

Paciente:
Oh, no sé...

Capellán:
Y a veces me pregunto: ¿no desearía tener a alguien con quien hablar, que pudiera consolarla, en vez de que los demás se apoyaran siempre en usted?

Paciente:
No siento necesidad de consuelo, Padre. Y desde luego no quiero compasión porque no creo que nadie deba compadecerse de mí. Tengo la impresión de que no me ha pasado nada tan malo como para quejarme. Sólo me compadezco de los pobres médicos.

Doctora:
¿Lo siente por ellos? No debería compadecerse de ellos porque ellos tampoco quieren compasión, ¿no?

Paciente:
Ya sé que no quieren compasión pero, cuando salen de las habitaciones, de oír hablar a todo el mundo de sus achaques y sus dolores, apuesto a que en realidad les gustaría marcharse a otro sitio. A las enfermeras también.

Doctora:
A veces lo hacen.

Paciente:
Pues si lo hacen, no se lo reprocho.

Doctora:
Usted dice que coopera con ellos. ¿Deja de decirles algo alguna vez para no agobiarles?

Paciente:
No, no. Creo que les digo lo que me pasa, porque, ésa es la única manera en que pueden trabajar. ¿Cómo pueden curarte si no les dices lo que va mal?

Doctora:
¿Tiene alguna molestia física?

Paciente:
Me encuentro maravillosamente, pero me gustaría poder hacer lo que quiero hacer.

Doctora:
¿Qué le gustaría hacer?

Paciente:
Levantarme y andar e ir directamente a casa andando todo el camino.

Doctora:
¿Y luego qué?

Paciente:
Bueno, no sé lo que haría cuando llegara allí, probablemente meterme en cama. (Risa.) Pero me encuentro realmente bien. En estos momentos no tengo ninguna molestia ni ningún dolor.

Doctora:
¿Y lleva así desde ayer?

Paciente:
Bueno, hasta ayer tenía esa sensación de hormigueo en las piernas, y desapareció. No era terrible, pero en casa yo estaba un poco preocupada porque hacía unas dos semanas que no podía andar tan bien como antes. Ya sé que probablemente fue culpa mía porque, si lo hubiera reconocido desde el principio, hubiera pedido ayuda y me hubiera ocupado de ello, no habría llegado al punto a que llegó. Pero siempre pienso que el día siguiente será mejor.

Doctora:
O sea que espera un poco y confía en que desaparezca.

Paciente:
Espero y espero hasta que veo que no mejoro. Entonces llamo.

Doctora:
Y se ve obligada a afrontarlo.

Paciente:
Me veo obligada a afrontar los hechos.

Doctora:
¿Qué pasará cuando llegue su hora? ¿Se lo tomará de la misma manera?

Paciente:
Esperaré a que llegue el día. Así lo espero. Estuve cuidando a mi madre hasta que ingresó en el hospital y yo diría que ella fue aceptando las cosas a medida que fueron viniendo.

Doctora:
¿Ella lo sabía?

Paciente:
No sabía que tenía leucemia.

Doctora:
¿No?

Paciente:
Los médicos me dijeron que no debía decírselo.

Doctora:
¿Qué piensa usted de eso? ¿Tiene alguna opinión al respecto?

Paciente:
Bueno, a mí no me parecía bien que no lo supiera porque ella decía al doctor todo lo que le pasaba. Y creo que, al no saberlo, entorpecía el trabajo de los médicos. Porque ella decía que tenía molestias en la vejiga de la hiel y se lo cuidaba ella misma y tomaba medicamentos que no eran buenos para una persona que se encontrara en su estado.

Doctora:
¿Por qué cree que no se lo dijeron a su madre?

Paciente:
Pues no lo sé, no tengo ni idea. Cuando el doctor me lo dijo, yo le pregunté qué pasaría si ella se enteraba, y él dijo que no, que no debía saberlo.

Doctora:
¿Qué edad tenía usted entonces?

Paciente:
Bueno, entonces estaba casada. Tenía alrededor de treinta y siete años.

Doctora:
Pero hizo lo que le dijo el doctor.

Paciente:
Hice lo que me dijo el doctor.

Doctora:
O sea que ella murió sin saberlo en realidad o sin hablar de ello.

Paciente:
Sí.

Doctora:
Así que es muy difícil saber cómo se lo tomó.

Paciente:
Sí.

Doctora:
¿Qué cree usted que es más fácil para un paciente?

Paciente:
Oh, creo que es algo muy personal. En lo que a mí se refiere, me alegro de saber lo que tengo.

Doctora:
Um hm. Y su padre...

Paciente:
Y mi padre sabía lo que tenía. Tenía la gripe. Yo he visto diferentes pacientes que están enfermos y no saben lo que tienen. El capellán conoce a la última. Ella sabía lo que tenía pero no sabía que iba a morir. Era la señora J. Había montado todo un tinglado, estaba decidida a volver con su marido. Su familia le ocultaba lo mal que estaba, y ella nunca sospechó nada. Quizá para ella fuera mejor. No lo sé. Creo que depende de la persona. Creo que los médicos deberían saber la mejor manera de llevar una cosa así. Creo que ellos pueden juzgar mejor a una persona y saber cómo se lo va a tomar.

Doctora:
Entonces ¿cada caso es especial?

Paciente:
Creo que sí.

Doctora:
Y no se puede generalizar. Estamos de acuerdo. Eso es lo que estamos intentando hacer aquí, mirar a cada individuo y tratar de aprender cómo podemos ayudar a ese tipo de persona. Y creo que usted es de esas personas combativas que hacen todo lo posible hasta el último día.

Paciente:
Es lo que voy a hacer.

Doctora:
Y entonces, cuando tenga que afrontarlo, lo afrontará. Su fe le ha ayudado mucho a mantener la sonrisa a pesar de todo esto.

Paciente:
Espero que sí.

Doctora:
¿A qué confesión pertenece?

Paciente:
Pues luterana.

Doctora:
Dentro de su fe, ¿qué es lo que la ayuda más?

Paciente:
No sé. No puedo decirlo exactamente. Me ha ayudado mucho hablar con el capellán. Incluso le he llamado por teléfono para hablar con él.

Doctora:
Cuando se encuentra realmente deprimirla y sola, y no tiene a nadie a su alrededor, ¿qué clase de cosas hace?

Paciente:
Bueno, no sé. Cualquier cosa que se me ocurre que se ha de hacer.

Doctora:
¿Por ejemplo?

Paciente:
Bueno, estos últimos meses ponía la televisión para no pensar. Eso era lo único. Mirar otra cosa o telefonear a mi nuera para charlar con ella y con los niños.

Doctora:
¿Por teléfono?

Paciente:
Por teléfono, y manteniéndome ocupada.

Doctora:
¿Haciendo cosas?

Paciente:
Se trata de hacer algo para no pensar. Llamo al capellán de vez en cuando para que me preste un poco de apoyo moral. En realidad, no hablo de mi estado con nadie. Mi nuera generalmente comprende cuando la llamo, que estoy deprimida o melancólica. Pone al teléfono a uno de los niños o me cuenta algo que ha hecho durante el día.

Doctora:
Admiro su valor por venir aquí para la entrevista. ¿Sabe por qué?

Paciente:
No.

Doctora:
Tenemos a un paciente cada semana, y hacemos esto cada semana, pero estoy descubriendo que usted es alguien que en realidad no quiere hablar de esto, y, aunque sabía que íbamos a hablar de ello, a pesar de todo ha querido venir.

Paciente:
Bueno, si puedo ayudar a alguien de alguna manera, quiero hacerlo. Como he dicho, en lo que se refiere a mi estado físico o a mi salud, bueno, me noto tan sana como usted o el capellán. No estoy enferma.

Doctora:
Creo que es extraordinario que la señora L. se prestara a venir aquí. Usted quería ser útil de algún modo, ayudamos.

Paciente:
Espero haberlo hecho. Si puedo ayudar a alguien, estoy contenta de hacerlo, aunque no pueda salir ni hacer nada. Me van a ver mucho por aquí. Tal vez puedan hacerme otras entrevistas. (Risa.)

La señora L. aceptó nuestra invitación a compartir algunas de sus preocupaciones, pero mostró una discrepancia peculiar entre su enfrentamiento con la enfermedad y su negación de la misma. Hasta después de esta entrevista no pudimos comprender algo de esta dicotomía. Ella se prestó a venir al seminario, no porque quisiera hablar de su enfermedad o su muerte, sino para prestar un servicio a pesar de ver sus movimientos restringidos y no poderse levantar de la cama. “Mientras esté activa, vivo”, dijo una vez. Consuela a otros pacientes, pero en realidad está bastante resentida por no poder descargarse sobre los hombros de otro. Llama al capellán para una conversación privada y confidencial, casi en secreto, pero durante la entrevista sólo reconoce brevemente algunos sentimientos de depresión ocasional y de necesidad de conversación. Termina la entrevista diciendo: “Estoy tan bien y tan sana como usted y el capellán”, lo cual significa: “He levantado el velo, pero ahora voy a cubrirme la cara otra vez.”

En esta entrevista quedó patente que para ella quejarse equivalía a morir. Tanto su padre como su madre no se quejaron nunca y sólo reconocieron que estaban enfermos antes de morir. La señora L. tiene que actuar y mantenerse ocupada si quiere vivir. Tiene que ser los ojos de su marido casi ciego y le ayuda a negar la pérdida gradual de la vista. Cuando él tiene un accidente por culpa de su mala vista, ella finge un accidente similar para resaltar que no tiene que ver con su enfermedad. Cuando está deprimida tiene que hablar con alguien, pero sin quejarse: “¡Las personas que se quejan se pasan diecisiete años en una silla de ruedas!”

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