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Authors: David Nicholls

Tags: #Romance

Siempre el mismo día (21 page)

BOOK: Siempre el mismo día
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Habla en voz baja, dolorida; y aunque Emma le considere un tío estupendo, la palabra «tripa» tiene algo que le da ganas de darle un portazo en la cara.

–Ya te dije que el beicon estaba pasado, pero no me hiciste caso…

–No es por eso…

–Ah, no, tú dices que el beicon no se pasa, que está curado.

–Yo creo que es un virus.

–Pues será el bicho que está corriendo por ahí. En el cole lo tiene todo el mundo. Igual te lo he pasado yo.

Ian no la contradice.

–No he dormido en toda la noche. Me encuentro fatal.

–Ya lo sé, cariño.

–Encima de resfriado, diarrea…

–Es una combinación que nunca falla. Como luz de luna y música.

–Odio resfriarme en verano.

–No es culpa tuya –dice Emma, sentándose.

–Para mí que es gripe gástrica –dice él, regodeándose en la unión de las palabras.

–Sí que suena a gripe gástrica.

–Me encuentro tan… –Busca con los puños apretados la palabra que resuma toda esa injusticia–. Tan… ¡taponado! Así no puedo ir a trabajar.

–Pues no vayas.

–Es que tengo que ir.

–Pues ve.

–¿Cómo quieres que vaya? Es una sensación como de tener un litro de moco justo aquí. –Se cubre toda la frente con la mano–. Un litro de moco espeso.

–Me acordaré todo el día de la imagen, para animarme.

–Perdona, pero es la sensación que tengo.

Ian pasa de milagro al lado de la cama, y con otro suspiro de mártir se mete en su lado bajo el edredón.

Emma se arma de paciencia antes de levantarse. Es un gran día para Emma Morley, un día monumental, y no está para esas cosas. Por la noche se estrena el montaje de
Oliver!
del instituto de Cromwell Road, y el potencial de desastre es casi infinito.

También es un gran día para Dexter Mayhew. Enroscado en las sábanas húmedas, abre mucho los ojos al imaginarse todo lo que puede salir mal. Por la noche saldrá en directo para todo el país, en un programa propio. Un vehículo. Es un vehículo para sus talentos, y de pronto no está seguro de tener ninguno.

La tarde anterior se acostó temprano, como un niño pequeño, solo y sobrio, cuando en la calle aún era de día, con la esperanza de amanecer fresco de cara y rápido de reflejos mentales; pero ha estado despierto siete de las nueve horas, y los nervios le tienen exhausto, mareado. Suena el teléfono. Se incorpora de golpe y escucha su voz por el contestador. «¡Bueno, ya puedes hablar!», dice la voz, urbana y segura de sí misma. Piensa: tienes que cambiar de mensaje, idiota.

Un pitido del contestador.

«Ah. Vale. Hola, soy yo.»

Siente el alivio de siempre al oír la voz de Emma. Justo antes de ponerse, se acuerda de que discutieron, y de que debería estar de morros.

«Perdona que te llame tan temprano, y todo eso, pero es que algunos tenemos que salir a trabajar de verdad. Sólo quería decirte que esta noche es la gran noche, y que mucha, mucha suerte, de verdad. En serio, mucha suerte. Te saldrá muy bien. Mejor que bien: genial. Tú ponte algo bonito, y no hables con esa voz tan rara. Ya sé que te molesta que no vaya, pero lo veré y gritaré como una idiota delante de la tele…»

Dexter ya está fuera de la cama, desnudo, mirando fijamente el contestador. Se plantea ponerse.

«No sé a qué hora volveré; ya sabes cómo pueden desmadrarse las actuaciones escolares. Esta locura que llamamos espectáculo. Luego te llamo. Buena suerte, Dex. Muchísimos besos. Por cierto, tienes que cambiar el mensaje del contestador.»

Y cuelga. Dexter se plantea contestar enseguida, pero tiene la impresión de que tácticamente habría que prolongar un poco más los morros. Han vuelto a discutir. Emma cree que a Dexter no le gusta su novio, y a pesar del apasionamiento con que lo desmiente Dexter, no se puede negar que no le gusta el novio de Emma.

Se ha esforzado, de verdad que sí. Han ido los tres al cine, a restaurantes baratos y a antros de mala muerte, donde Dexter miraba a Emma a los ojos y le sonreía con aprobación mientras Ian le acariciaba el cuello con la boca: el dulce amor de juventud con un par de pintas encima. Se ha sentado a la minúscula mesa de la cocina del minúsculo piso de Emma en Earls Court, a jugar una partida de Trivial Pursuit de una competitividad tan salvaje que era como boxear sin guantes. Incluso ha ido con los de Sonicotronics al Laboratorio de la Risa de Mortlake, para ver los monólogos costumbristas de Ian, con Emma al lado, sonriendo nerviosa, y dándole golpecitos con el codo para indicarle cuándo reír.

Pero por muy bien que se porte, la hostilidad es tangible, y mutua. Ian aprovecha cualquier ocasión para dar a entender que Dexter es un farsante, por la simple razón de que tiene presencia pública, y un esnob y un pijo sólo porque prefiere los taxis a los autobuses nocturnos, los clubes exclusivos a los garitos, y los restaurantes buenos a la comida para llevar. Y lo peor es que Emma le respalda en su constante menosprecio, recordándole sus fallos. ¿No se dan cuenta de lo difícil que es seguir siendo buena persona y tener la cabeza sobre los hombros cuando te pasan tantas cosas, y tienes una vida tan activa y llena? Si Dexter paga la cuenta después de cenar, o se brinda a pagar un taxi en vez de ir en autobús, los dos mascullan y ponen mala cara, como si les hubiera insultado de alguna manera. ¿Por qué a la gente no le gusta que le vayan bien las cosas, ni le agradece su generosidad? El último espanto de velada: los tres en un sofá hecho polvo, mirando
Star Trek: La ira del Khan
y bebiendo latas de birra mientras un
curry
le manchaba de salsa fluorescente los pantalones de Dries van Noten… Eso fue la gota que colmó el vaso. En adelante, si ve a Emma, la verá a ella sola.

Contra toda razón y sensatez, se ha puesto… ¿Qué? ¿Celoso? No, celoso no; resentido, si acaso. Siempre esperaba que Emma estuviera disponible, un recurso del que echar mano a cualquier hora, como un servicio de urgencias. Desde el cataclismo de la muerte de su madre, la Navidad pasada, su dependencia de ella ha ido creciendo en proporción inversa a la de ella respecto a él. Antes Emma le devolvía enseguida las llamadas, mientras que ahora se pasa días sin dar señales de vida. Dice que ha estado «fuera, con Ian», pero ¿adónde van? ¿Qué hacen? ¿Comprar muebles juntos? ¿Ver pelis? ¿Ir a concursos de pub? Ian hasta ha conocido a los padres de Emma, Jim y Sue. Según ella, están encantados. ¿Cómo se explica que Dexter no conozca a Jim y Sue? ¿No estarían más encantados con él?

Lo más molesto de todo es que parece que Emma disfrute de haberse independizado. Dexter tiene la impresión de que le han dado una lección, y de que el nuevo estatus de Emma, tan satisfecha, le da bofetadas en la cara. «No puedes esperar que la gente monte su vida alrededor de ti, Dexter», se ha regodeado en decirle ella; y ahora han vuelto a discutir, sólo porque Emma no estará en el estudio para la transmisión en directo del programa de Dexter.

–¿Qué quieres que haga, cancelar
Oliver!
porque sales por la tele?

–¿No podrías venir después?

–¡No! ¡Son kilómetros!

–¡Te mando un coche!

–Después tengo que hablar con los chicos, los padres…

–¿Por qué?

–¡No digas tonterías, Dexter! ¡Es mi trabajo!

Él es consciente de estar siendo grosero, pero le iría muy bien tener a Emma entre el público. Es mejor persona con ella cerca. ¿Los amigos no están para eso, para auparte y sacar siempre lo mejor de ti? Emma es su talismán, su amuleto de la suerte. Ahora no estará, ni su madre, y Dexter se preguntará para qué lo hace.

Tras una larga ducha, se encuentra algo mejor. Se pone un jersey de pico, ligero y de cachemira, sin camisa, y unos pantalones claros de lino, con cordón, sin calzoncillos; se calza unos Birkenstock, y en cuatro brincos baja al quiosco para leer los preestrenos de la tele y comprobar que hayan hecho su trabajo los de Prensa y Publicidad. El quiosquero sonríe a su cliente famoso tal como se merece la ocasión. Dexter regresa a casa con una montaña de periódicos. Ya se encuentra mejor, nervioso, pero también eufórico. Mientras la cafetera espresso se calienta, vuelve a sonar el teléfono.

Antes de que salte el contestador, algo le dice que será su padre, y que él no se pondrá. Desde que se murió su madre, las llamadas se han vuelto más frecuentes y más acongojantes: balbuceos, vueltas a lo mismo, angustia… Parece que a su padre, el hombre hecho a sí mismo, ahora le supere hasta lo más sencillo. El luto le ha dejado apático. Las pocas veces que ha ido a verle, Dexter se lo ha encontrado mirando el hervidor con impotencia, como si fuera un artefacto extraterrestre.

«¡Bueno, ya puedes hablar!», dice el idiota del contestador.

«Hola, Dexter, soy tu padre. –La voz pesada de cuando habla por teléfono–. Sólo llamo para desearte buena suerte en el programa de esta noche. Te estaré viendo. Es muy emocionante. Alison habría estado muy orgullosa. –Un momento de pausa, mientras los dos se dan cuenta de que probablemente no sea verdad–. No quería decirte nada más. Ah, sí, una cosa: no hagas caso a los periódicos. Tú diviértete y ya está. Adiós. Adiós…»

¿Que no le haga caso a qué? Dexter se lanza hacia el teléfono.

«¡… adiós!»

Su padre ha colgado. Primero ha puesto el temporizador de los explosivos, y luego ha colgado. Dexter mira la montaña de periódicos, que ahora están llenos de amenazas. Se aprieta el cordón de los pantalones de lino y abre las páginas de Televisión.

Cuando Emma sale del baño, Ian está hablando por teléfono. Por su tono de voz, coqueto y cantarín, deduce que es con su madre. Lo de su novio con Sue roza la aventura desde que se conocieron, en Leeds, en Navidad. «Qué plantas más bonitas, señora M.», «Pero qué pavo más jugoso»… Sus ansias mutuas son eléctricas. Lo único que pueden hacer Emma y su padre es poner los ojos en blanco.

Espera pacientemente a que Ian se despegue del teléfono.

–Adiós, señora M. Sí, espero que sí. Sólo es un resfriado de verano. Ya se me pasará. Adiós, señora M., adiós.

Coge el teléfono, mientras Ian, que vuelve a estar mortalmente enfermo, se arrastra hacia la cama.

Su madre está nerviosa, aturrullada.

–Qué buen chico. ¿A que es buen chico?

–Sí, mamá.

–Espero que le estés cuidando.

–Ahora tengo que ir a trabajar, mamá.

–Oye, y ¿para qué llamaba yo? Se me ha olvidado completamente para qué llamaba.

Llamaba para hablar con Ian.

–¿Para desearme buena suerte?

–¿Buena suerte para qué?

–La obra del colegio.

–Ah, sí, buena suerte. Perdona que no vayamos a verla. Es que Londres es tan caro…

Emma corta la llamada con la excusa de que se ha incendiado la tostadora. Luego va a ver al paciente, que se está asando bajo el edredón en un intento de que «se le pase sudando». Tiene la conciencia, vaga y parcial, de estar fallando como novia. Para ella es un papel nuevo, y a veces se sorprende plagiando «actitudes de novia»: cogerse de la mano, hacerse arrumacos delante de la tele y cosas así. Ian la quiere; se lo dice él mismo si acaso con frecuencia algo excesiva. A Emma le parece que podrá corresponderle, pero que le hará falta práctica. Está claro que lo piensa intentar. En un gesto de compasión forzado, se pega a Ian en la cama.

–Si no te ves capaz de venir esta noche a ver la obra…

Él se sienta, alarmado.

–¡No! No, no, no; voy seguro.

–Yo lo entendería…

–… aunque tenga que ser en ambulancia.

–Si es una tontería, una obra de colegio. Con la vergüenza ajena que dará…

–¡Emma! –Ella levanta la cabeza para mirarle–. ¡Que es tu gran noche! No me lo perdería por nada del mundo.

Sonríe.

–Vale. Me alegro.

Se agacha a darle un beso antiséptico, con los labios juntos. Luego coge el bolso y sale del piso de puntillas, preparada para su gran día.

En el titular pone:

¿EL HOMBRE MÁS ODIOSO

DE LA TELE?

y al principio Dexter cree que se han equivocado, imprimiendo su foto por casualidad debajo del titular, sobre una sola palabra: «Engreído», como si fuera su apellido: Dexter Engreído.

Sigue leyendo, con el pulgar y el índice muy apretados en torno a su tacita de espresso.

Esta noche

¿Hay alguien más listillo, engreído y pagado de sí mismo en la televisión actual que Dexter Mayhew? Una imagen subliminal de su cara de chulillo guaperas nos da ganas de reventar la tele a patadas. En el colegio teníamos una frase para eso: mira, uno que se cree que es LO MÁS. Lo raro es que en MediaLand debe de haber alguien tan encantado con él como consigo mismo, porque después de tres años de
marcha loca
(¿a vosotros no os dan rabia las minúsculas? ¡Qué 1990!), ahora presenta su propio programa de música nocturno,
El After
. O sea…

Mejor no seguir leyendo, cerrar el periódico y pasar a otra cosa, pero su visión periférica ya ha atisbado una o dos palabras. Una de ellas era «inepta». Sigue leyendo…

O sea, que si de verdad os apetece ver a un niño bien con pretensiones de encarnar al hombre de hoy, pronunciando a lo cañí y tonteando con las churris, uno que intenta estar en la misma onda que los chavales sin darse cuenta de que los chavales se ríen de él, aquí lo tenéis. Teniendo en cuenta que es en directo, puede ser interesante observar su famosamente inepta técnica de entrevistador. Otra posibilidad es que os marquéis la cara con una plancha a temperatura máxima. La copresentadora es la pizpireta Suki Meadows, y la música la ponen Shed Seven, Echobelly y los Lemonheads. No digáis que no os hemos avisado.

Dexter tiene un archivo de recortes, una caja de zapatos Patrick Cox al fondo de un armario, pero este artículo decide no guardarlo. Se prepara otro espresso, haciendo mucho ruido y desordenándolo todo.

El síndrome de la mediocridad es lo que es, la enfermedad de este país –piensa–. Un poco de éxito y ya te quieren ver por los suelos pues a mí me da igual me gusta mi trabajo y lo hago de puta madre y es mucho más difícil de lo que se cree la gente los huevos de hierro tienes que tener para ser presentador de tele y el cerebro como un como un que piense rápido vaya además no hay que tomarse las críticas a pecho qué falta hacen los críticos nadie se ha despertado pensando quiero ser crítico pues mira prefiero poner yo la cara que ser un un eunuco hablando mal de los demás por doce mil al año total a un crítico nunca le han hecho una estatua se van a enterar se van a enterar.

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