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Authors: Pandora Rebato

Tags: #Erótico, relato

Sexpedida de soltera (8 page)

BOOK: Sexpedida de soltera
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Tan serio me pareció el caballero que me dio miedo al principio preguntar qué tal les iba en la cama. Pero con Carmen no hace falta; igual que interroga, desembucha sus intimidades y, tras la primera noche juntos, abandonó el lecho insistiendo en acudir a un
brunch
dominguero que podíamos haber celebrado perfectamente sin ella.

—¿Qué haces aquí que no te lo estás comiendo ahora mismo para desayunar? —pregunté—. ¿Tan malo ha sido?

—¿Te pusiste el conjunto de lencería verde de raso, ese que compramos en La Perla?

Elena, como siempre, a sus cosas, no pareció defraudada por la elección de Carmen.

—El rojo con
strass
. Y no, no ha sido malo. De hecho, ha sido fantástico, para ser británico, claro. Si hubiera sido francés o italiano, lo de ayer habría sido un desastre.

De sexo y nacionalidades nadie sabe más que nuestra Carmen, así que nosotras nos limitamos a asentir como si conociéramos igual de bien las diferencias entre echar un polvo con un hijo de la Gran Bretaña y otro de Bélgica, por ejemplo.

Pero en eso sí que Carmen es una experta, y además sostiene que los tópicos nacionales valen para uno y para todos los ciudadanos de una nación. Yo a veces prefiero no preguntar cómo lo sabe, pero imagino que debe de ser por atracones como el que se dio el primer verano después de conocernos, cuando nos fuimos juntas de vacaciones a Irlanda. Ella, para darle un repaso a algunos aspectos de su variedad lingüística favorita. Yo, para apuntarme a un curso intensivo y avanzado que me pondría por fin en la línea de manejo del idioma de Shakespeare que mi padre esperaba de mí.

Carmen se encargó de organizarlo todo y no sé por qué no me sorprendió comprobar que, en lugar de alquilar un apartamento para las dos, había cogido una habitación doble en una residencia.

—Es mucho más barato, Pandora.

No te fastidia… Por supuesto que era más barato, infinitamente, pero también menos íntimo.

En aquel viaje aprendí dos cosas fundamentales que no he olvidado nunca más de Carmen. La primera es que es bastante tacaña; si se puede ahorrar un euro, se lo ahorra. Economiza en casi todo, menos en la ropa (donde invierte inútilmente ingentes cantidades de dinero y siempre sigue pareciendo un diamante hermoso pero sin pulir). Y la segunda, que es muy capaz de encontrar un hombre distinto casi cada día.

A veces, también es cierto, no se iba muy lejos a buscarlos, porque las únicas noches que pude descansar (más o menos) sin tener que esconder la cabeza bajo la almohada y maldecirla por follar ruidosamente en la cama de al lado, se metía en casa del vecino, un congoleño excepcionalmente bien dotado.

Pero también cayeron en sus redes un coreano, un francés, un suizo, varios irlandeses, un inglés, un marroquí, un colombiano y un español despistado que, como quien dice, pasaba por allí. ¡Y eso en sólo quince días!

Mientras tanto, yo tonteé con un surafricano rubio y de ojos azules durante una semana y compartí cama con él cuatro o cinco días más, pero sin sexo. ¡Sin sexo!

El tipo (¿era Andrew?) estaba empeñado en que la penetración era prescindible y, aunque íbamos bien pertrechados de preservativos (al menos yo), no quiso rematar ni una sola vez.

Me acariciaba hasta volverme loca y yo le ponía las piernas perdidas con mi flujo mientras buscaba algo duro con lo que rozarme. Un par de veces consintió en penetrarme con los dedos, pero ni una sola vez con su pene, que guardaba celosamente dentro de un slip abultado que sólo me dejaba acariciar por fuera de la tela.

Nunca supe el motivo de aquella exquisita tortura. Cuando intentaba explicármelo en su inglés oscuro y cantarín, yo no me enteraba de nada. Una vez estuve tentada a pedirle que lo repitiera delante de Carmen, para que ella me sirviera de intérprete, pero el pobre muchacho (tan joven, tan rubio y tan pálido, que se apretaba contra mí como si quisiera meterse dentro de mi piel con los calzoncillos puestos) me dio pena y empecé a pensar si no sería virgen y estaría reservándose para una novia de verdad. Nunca lo supe, pero el chico me caía bien y nos gustábamos. Así que jugamos unos cuantos días a este juego ante el estupor de mi amiga.

A Carmen le cuesta mucho trabajo entender que servidora sólo se acuesta con gente que le parece atractiva y/o interesante.

No voy por la vida enganchando por el pene a tipos que no me gustan ni de lejos y no me llaman la atención. Tiene que existir una chispa que encienda la llama, un
feeling
personal, además de físico.

Si no hay leña para el fuego ni candela…, no hay hoguera que valga. Pero eso ella no lo entiende, porque va por ahí con una linterna encendida deslumbrando a casi todos los hombres que se encuentra, como los cazadores furtivos a los ciervos por la noche. Les deslumbra, les aturde y les dispara sus inmensos ojos negros y toda su capacidad de seducción.

Henry Lowett III fue sólo uno de ellos, pero se quedó más tiempo y ya llevaban juntos algo más de un año. Cada uno en su casa (y a veces, incluso, en su país), pero unidos por un vínculo que Patricia siempre ha identificado con el complejo de Edipo y la figura del padre y las demás, con cierta sensación de hartazgo por la vida de sexo nómada que lleva. Yo, además, presumo que Henry es su retiro dorado para cuando definitivamente decida sentar la cabeza. Sabemos que ya se lo ha pedido un par de veces, pero Carmen sólo se casará con él cuando ella quiera. Lo que, teniendo en cuenta la imprevisibilidad de su carácter, puede ser mañana o dentro de un mes. Un día cualquiera. A saber…

Mientras ese momento llega, lo que hace es llevar una vida múltiple y, aunque Henry le llena un 60 por ciento de su tiempo libre, para el 40 por ciento restante siempre encuentra a algún voluntario que le alegre las ausencias. Tener un novio británico, tan educado y tan cortés, implica que jamás se presenta en su casa sin avisar primero. Supongo que, en parte, como no es tonto, para no encontrarse lo que no se quiere encontrar.

—Bueno. ¿Con quién? —repito aferrándome a la única posibilidad de escape que tengo.

Carmen pone los ojos en blanco y abre la boca para contestar, cuando suena el timbre de la puerta y todos pegamos un respingo en la silla. «Ni por asomo te creas que te has librado. No confieses hasta que vuelva».

Laurita, la hija de mi portero, me saluda con un movimiento de cabeza y tira para dentro sin esperar siquiera que la invite.

—Pandora… Hola,
everybody
. ¡Tenéis comida china! ¿Me puedo quedar a cenar?

Se sienta ante mi plato, coge mi tenedor y empieza a atacar mi ternera. Voy camino de la cocina, en busca de otro servicio para mí, cuando Laura da por sentado de lo que estamos hablando y suelta, así por las buenas:

—¿Os ha contado ya lo del blog? Ha puesto que se va a casar con el cursi ese.

Qué tía… Es lo peor.

Con lo que me ha costado mantener a raya la conversación…

Hago como si no la hubiera escuchado mientras revuelvo dignamente en el cajón de los cubiertos. Fuera escucho las risas de Carmen, Elena, Martín y Laura y la voz pausada de Patricia, intentando, supongo, poner un poco de calma, y doy gracias porque al final se haya decidido a venir a cenar. Así me siento un poco menos sola frente al despelleje inclemente de los otros.

Tengo claro que Patricia no se siente a veces muy cómoda entre nosotras. Al principio estaba de acuerdo con Carmen en que nos miraba con distancia y altivez, pero luego me di cuenta de que no es eso. Patricia no nos tiene lástima, nos tiene un poco de envidia, pero sólo por una cosa: nuestra «fascinante», como dice ella, capacidad para desligar amor de sexo.

A ver, es psicóloga, y eso por una parte le da ventaja sobre nosotras por su capacidad innata y adquirida de análisis de las situaciones. Pero también es judía, hija de unos padres muy conservadores, y miles de años de tradición y educación restrictiva ejercen en ella un bloqueo absoluto ante nuestra promiscuidad.

—La teoría me la sé mejor que tú, Pandora. ¿Qué me quieres decir con eso de que sexo y amor no son la misma cosa? Yo sé que no, y se lo digo a todos mis pacientes, pero eso no vale para mí, ¿entiendes? Yo necesito el paquete completo. Pero no te puedo negar que me das envidia: todos esos amantes, todo ese sexo sin rastro de remordimiento…

Porque el sexo le gusta. Seguro que más incluso que a mí. Y es que las cosas que me ha contado que le ocurrieron con su novio, aquél con el que se fue a un kibutz en Israel y estuvo a punto de casarse, no son precisamente de mojigata.

Todavía me río cuando me acuerdo de la historia del calabacín que el muy capullo, jugando a
Nueve semanas y media
, metió sin lavar y sin condón en la vagina de mi amiga cuando ésta tenía los ojos vendados. No se separaron por la infección de hongos que le provocó el muy inútil (yo le habría matado), sino porque ella se enamoró de otro colono que estaba casado. La situación se volvió tan insostenible, que Patricia hizo el petate y los dejó a los dos.

Se instaló en España, la patria de su padre, que le pillaba a medio camino, para no tener que reencontrarse con la familia de su ex, que viven en el barrio donde se crió en Buenos Aires. Abrió un gabinete de psicoterapia y contrató los servicios de Raúl (mi pagafantas) para que le hiciera la página web y la imagen corporativa y él nos la presentó. En aquel momento intentaba seducirla, pero Patricia era un témpano. Todavía no ha llegado para ella la etapa del deshielo; de hecho, sigue viviendo un invierno templado a la espera del hombre que provoque en ella un cambio climático. Sólo espero que, cuando llegue, ese hombre esté soltero.

Desde entonces, tener a Patricia cerca es como una apelación a la cordura.

Salvo que me vea en plan suicida, como Carmen, nunca me recrimina nada, pero es un faro siempre encendido cuando me dan esos ataques de indecisión tan inoportunos que ella siempre resuelve con la misma pregunta:

—Pero ¿tú qué es lo que quieres hacer, Pandora?

Hablar con ella es un desahogo y un alivio. Como hoy. La escucho templando los ánimos de los otros en el salón.

—Déjala, Carmen, no la pinchéis. Tenéis que respetar las decisiones de los otros. El tipo es un boludo, eso es cierto, pero si ella le quiere… ¿Qué podemos hacer? Nuestra obligación ahora es apoyarla y vigilar que no se convierta en una mema. Que ya sabemos todos cómo es Pandora cuando se enamora, es capaz de tirarse de cabeza a las ruedas de un carro si el otro se lo pide.

La comparación con Anna Karénina me parece dramática y excesiva y estoy a punto de entrar en el salón cuando escucho a Carmen.

—Pero es que ese tipo no da buen rollo, Patricia. No es que sea un cursi, es que tiene algo peligroso. No me fío y él se fía menos de nosotros. Hay algo raro, pero no sé qué es.

Por el murmullo supongo que todos coinciden en el diagnóstico y, aunque estoy molesta porque es mi novio quien está en entredicho, reconozco que me conmueve la preocupación general.

Laurita, tan resolutiva como siempre, da un paso más:

—Carmen, si quieres yo puedo investigarle un poco. Si ha asomado la nariz en Internet, aunque haya sido una sola vez, le encontraré.

Se me escapa un ruidoso suspiro y abandono la cocina repitiéndome a mí misma que lo hacen todo por mí, que no tienen mala intención, pero es que hay cariños tan cansinos…

Yo las adoro a las dos, pero cuando están juntas son absolutamente estrangulables. Nunca he visto a dos personas más compenetradas que ellas. Si no supiera que la hija de mi portero es huérfana de madre, pensaría que es fruto de un mal cálculo de juventud de una casquivana Carmen.

Pero no. De hecho, Amadeo, el padre de Laura, no soporta que mi amiga ejerza ese madrinazgo sobre su hija. Cree que es una mala influencia. Pobre Amadeo… Laura, a sus 19 años, ya sabe más que yo cuando tenía 24. Desde luego, hace tiempo que ya no es virgen. Aunque creo que, durante generaciones, la virginidad ha estado sobrevalorada, la verdad es que me habría gustado que Laura esperase a alguien menos zopenco que Marcos, esa especie de novio intermitente que tiene, que va y viene de sus piernas a las de otra cualquiera.

En cuanto llegué al edificio, Amadeo me cogió por banda y me contó la triste historia de la madre de Laura, fallecida cuando ésta era casi un bebé. Se me pusieron los vellos de punta imaginando cómo debió de ser el papel de padre viudo y portero a tiempo completo y asumí sin dudarlo la tutoría femenina de la joven, que en esos momentos bebía sabiduría de las fuentes de Carmen. Amadeo estaba espantado con las noticias que le traía Laurita después de cada una de aquellas veladas en casa de mi vecina.

—Papá, ¿es verdad que a los hombres os gusta un tipo de mujeres para casaros y otro para follar como conejos? —le preguntó una vez al pobre hombre mientras éste intentaba arreglar un enchufe.

Casi le da una descarga.

Carmen y sus cinismos. No la culpo. En la historia remota de mi amiga está el desencanto y el dolor de verse plantada a un mes de su boda. Con el vestido prácticamente terminado (¿qué haces con un montón de tela blanca sin acabar de ajustar que sabes que no te vas a poner?), el banquete reservado, las invitaciones enviadas y toda la ilusión del mundo hecha añicos, Carmen hizo sus maletas y abandonó Zaragoza.

A su familia no le hizo ninguna gracia que se ocultara en la gran ciudad, pero a ella, que hasta entonces había sido el paradigma de novia modélica, se le puso en las narices que su vida iba a cambiar, pero bajo sus designios, no por el abandono de aquel novio de juventud que la dejó tirada con 26 años y una casa comprada.

Dejó su trabajo de traductora de libros y encontró empleo como intérprete en Madrid. Cuando llegó a mi edificio, Laurita no tenía más de 11 años, así que no es extraño que muchas de las frases que escucho decir a esta mocosa respondona tengan el sello de Carmen; son de su escuela de desengaño y suenan a Marlene Dietrich en plan: «Déjame decirte cómo son las cosas, nena».

Al más puro estilo de su antigua maestra, Laura se conduce con absoluta desinhibición en cuanto al sexo. En los años que llevo ejerciendo su tutela en solitario, he conseguido al menos que no se eche en brazos de cualquiera. Y pongo a Dios por testigo de que esa minucia es toda una victoria.

—Sí, me voy a casar con Javi, y no es un cursi, niñata. No me gusta que hables así de él y abstente de investigarle ni en Internet ni en ningún otro sitio. No sé por qué no os cae bien a ninguno.

BOOK: Sexpedida de soltera
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