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Authors: David Moody

Tags: #Terror

Septiembre zombie (30 page)

BOOK: Septiembre zombie
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—¿Estás bien?

—Sí —contestó Emma, y se dio la vuelta para mirarlo a la cara, pero sin cruzar con él la mirada—. Sólo estoy cansada, eso es todo.

—¿Seguro? —insistió él, sin estar convencido.

Ella negó con la cabeza, y los ojos se llenaron de lágrimas.

—No —admitió finalmente, agarrándose a él. Lo atrajo y le apoyó la cara en el pecho—. No creo que podamos salir nunca de esta casa.

—Todo irá bien —contestó él instintivamente y sin la más mínima convicción.

—Sigues diciéndolo —sollozó—. Sigues diciéndolo, pero no sabes si es verdad, ¿no?

Emma tenía razón. Michael lo sabía y decidió que era mejor no decir nada. Aún fuertemente abrazados, Michael fue hasta la ventana y miró hacia el exterior. Como ya había dicho Emma, allí fuera no había cambiado nada.

—Va, tenemos que irnos —anunció de repente.

—¿Qué? —protestó Emma, apartándose de él—. ¿De qué demonios estás hablando? Aún no estamos preparados...

—No va a mejorar —contestó Michael, con una voz sorprendentemente tranquila e indiferente—. Podemos esperar aquí durante meses, pero nos engañaremos si pensamos que en algún momento será más fácil.

—Pero ¿qué pasa con Carl? —replicó Emma nerviosa—. No podemos irnos hasta que...

—Estás poniendo excusas. Ambos llevamos haciéndolo toda la noche. Ya deberíamos habernos ido. No hay más que hacer.

Emma sabía que tenía razón y no se molestó en discutir. La verdad era que los dos habían intentado retrasar lo inevitable, pero él parecía decidido a empezar a moverse. Había una nueva fuente de fuerza y convicción en su voz que ella comprendía, pero que también la asustaba. Sabía que ya estaba todo dicho. Sabía que tenía razón y que irse era la única opción, pero eso no lo hacía más fácil de aceptar. Se lo quedó mirando mientras se pasaba un jersey grueso por la cabeza y se apretaba los cordones de las botas.

Michael levantó la vista y vio la preocupación en su cara.

—¿Estás bien?

Emma asintió con rapidez, pero le fue imposible ocultar el miedo. Le pesaban las piernas a causa de los nervios. Casi no podía respirar.

—Mira, voy a intentar arrancar el generador —prosiguió Michael—. Hay menos en la parte trasera y...

—¿Qué, sólo quinientos en lugar de mil?

—Hay menos —continuó Michael sin hacerle caso—. Veremos si el ruido los distrae y se alejan del Landrover.

De alguna manera, Michael había conseguido desconectar de sus emociones y estaba concentrando toda su atención y esfuerzo en la tarea que tenía entre manos. Fue hasta la puerta, se detuvo y se volvió para mirar a Emma. Parecía dispuesto a decir algo, pero no lo hizo.

—¿Estás seguro de lo que hacemos? —preguntó Emma.

Él se encogió de hombros.

—No —contestó con una honestidad brutal—, pero no puedo quedarme aquí sentado pensando en ello toda la noche. Me querrás hacer un favor e intentarás levantar a Carl. Prepáralo para irnos. En cuanto vuelva dentro, saldremos corriendo.

Se dio la vuelta y desapareció en la oscuridad dejando a Emma sola, mirando fijamente el espacio que él acababa de ocupar, intentando desesperadamente darle sentido a la repentina confusión que la rodeaba.

Michael bajó por las escaleras, temeroso de que incluso el más mínimo ruido enloqueciera a la enorme multitud que rodeaba la casa. Quizás, incluso algo tan insignificante como pisar una plancha del suelto suelo y que crujiese, podría ser el detonante que llevara a las masas putrefactas a un frenesí que les hiciera forzar la entrada en la casa.

Empapado de un sudor frío y pegajoso, Michael se puso a cuatro patas y gateó por el pasillo para ser invisible a través de todas las ventanas y de todas las puertas; todos sus movimientos eran lentos y estudiados. Enseguida llegó a la parte trasera de la casa, se incorporó y se apretó contra la pared para ocultarse en las sombras. Una vez de pie tuvo una visión clara del patio trasero a través de un pequeño panel cuadrado de vidrio sucio. Seguía habiendo muchos, muchísimos cuerpos en el exterior, pero en esa parte de la casa su número parecía menor y mucho más disperso. Contempló la oscura silueta de una de las patéticas criaturas tambaleándose. En cuanto se alejó, giró la llave en la cerradura y abrió lentamente la puerta. Conteniendo la respiración se deslizó por el hueco más pequeño que pudo y cerró la puerta a su espalda. Estaba en el exterior.

Durante los últimos días había visto miles de cadáveres putrefactos y, aun así, en esos momentos de gran peligro, no conseguía apartar los ojos de ellos. A medida que se descomponían, su apariencia seguía deteriorándose horriblemente. Cada uno que veía era más asqueroso que el anterior, hasta que la siguiente aberración aparecía ante su vista. Se quedó totalmente quieto y contempló cómo se movían a su alrededor. Se tambaleaban y bamboleaban, piernas pesadas y descoordinados. La mayoría tenía la cabeza inclinada, colgaban pesadamente hacia delante, y parecía que levantar la mirada era un trabajo superior a sus fuerzas.

El cobertizo del generador se encontraba a unos veinte metros de donde él estaba. Sabía que correr hacia allí llamaría mucho la atención. Tenía más sentido caminar lentamente imitando el paso trabajoso de los cadáveres, pero moverse despacio parecía aumentar infinitamente el esfuerzo mental y la tensión de cada paso individual. Estaba a unos pocos centímetros del cuerpo más cercano y sabía que un movimiento en falso era lo único necesario para poner en marcha una mortífera reacción en cadena de la enorme muchedumbre. La monstruosidad que tenía ante él era horrorosa. La mitad de su ropa había sido arrancada, pero el destrozo y la putrefacción era tal que ni siquiera podía decir si se trataba de un hombre o de una mujer. Bajo la fugaz luz de la luna vio que la mayor parte de la piel que le cubría la cara y el cuello había sido arrancada. Las heridas estaban secas, pero cada raja y cada corte estaban cubiertos por el movimiento incesante de cientos de moscas y gusanos.

Paso tras doloroso y arrastrado paso, Michael se forzó a atravesar el patio trasero. Los cuerpos se tambaleaban a su lado, algunos incluso chocaron con él, y aun así se forzó a permanecer centrado y a no dejarse llevar por el pánico. El hedor a carne podrida estaba por todas partes; Michael quería correr, quería patear y golpear los malditos cadáveres que le rodeaban y abrirse paso hasta el generador, pero no se atrevía a hacerlo. Era como jugar con fuego, era como verse forzado a tomar un baño de agua hirviendo y no moverse. Cada segundo era una agonía, pero cualquier alternativa imaginable era peor.

Otro cadáver se cruzó en su camino. Durante una fracción de segundo miró en sus ojos fríos y nublados antes de bajar rápidamente la vista hacia el suelo. Se estremeció de repulsión cuando el cuerpo colisionó con él, e instintivamente levantó las manos para protegerse. El torso de la cara era débil y estaba podrido. Las manos de Michael se hundieron sin esfuerzo en la carne corrompida y penetraron en la cavidad pectoral. Mordiéndose los labios para no gritar de asco, se apartó con cuidado y siguió hacia el generador.

Sólo faltaban unos metros. El viento era frío y el aire húmedo a causa de la llovizna, pero Michael no le prestaba atención. Tres metros, después dos metros. Casi había llegado. Con manos torpes y temblorosas fue a coger el picaporte. Resistiendo la tentación de aumentar la velocidad en lo más mínimo, abrió la puerta y se deslizó al interior con mucha cautela. El viento racheado empujó la puerta y la cerró de golpe a sus espaldas. Michael maldijo el ruido, que atravesó el silencio como si fuera un disparo.

Había una linterna en el cobertizo, que habían dejado allí para casos de emergencia. Bajo la luz mortecina de la bombilla a punto de fundirse, revisó el panel del control de la máquina. Hacía días que no habían utilizado el generador y rezó para que funcionase esa noche. Recordó las instrucciones de Carl, que les había enseñado a manejar el sistema, y empezó a preparar la máquina. Levantó la vista y vio a través de la puerta bamboleante, que se abría y cerraba impulsada por el viento, que había cuerpos por todas partes. Apretó el interruptor para arrancar el generador y, al traquetear y pararse, hasta el último de los cuerpos que podía ver se dio inmediatamente la vuelta y empezó a andar hacia el cobertizo. Intentó arrancar el generador otra vez y otra, pero se paraba. Una vez más y la misma respuesta. Aterrorizado e incapaz de pensar con claridad, lo intentó por cuarta vez. Finalmente la máquina cobró vida y empezó a traquetear y resoplar de forma tranquilizadora. Nubes de humo sucio se elevaron como remolinos en el aire nocturno.

Alrededor de la casa y por toda la zona de los alrededores, más de un millar de cadáveres empezó a avanzar lentamente hacia el ruido mecánico.

Sin tiempo para pensar. Michael abrió la puerta de una patada y corrió hacia la casa, abriéndose camino a través de un espeso mar de cadáveres grotescos, que avanzaban hacia él. Pateó y golpeó y cargó hacia la puerta trasera, que intentaba alcanzar con desesperación. Agarró y empujó el picaporte cuando más de una docena de pares de manos retorcidas y putrefactas se clavaron en él, agarrándole del pelo, de la ropa, de los hombros, de las piernas y de los brazos. Gritó y se sacudió para soltarse, pero era inútil. Se liberaba del agarrón de un cadáver sólo para que cayeran sobre él muchos más. Se dio cuenta que lo estaban empezando a empujar hacia la podrida muchedumbre.

—¡Michael! —chilló Emma.

Él levanto la cabeza y vio que estaba al otro lado de la puerta y la mantenía abierta. Michael consiguió arrastrarse un par de pasos hacia su derecha y consiguió meter un brazo por la puerta. Emma lo agarró y tiró de él hacia la casa, arrastrando consigo un cuerpo. Mientras Michael pateaba y golpeaba sin aliento a la desdichada criatura, Emma cerró de golpe la puerta, cortando un escuálido brazo.

El cadáver en el suelo dejó de moverse, y Michael se dobló hacia delante, intentando recuperar el aliento. Se sacudió los trozos de carne y sangre seca.

—¿Estás bien? —preguntó Emma, gritando para hacerse oír por encima del ruido que procedía de la multitud frenética en el exterior. Se estaban lanzando contra la puerta.

Michael asintió.

—Eso creo. Pero necesitamos... —empezó Michael antes de que lo interrumpiera otro ruido, esa vez desde la parte delantera del edificio.

Michael miró a Emma durante una fracción de segundos antes de erguirse y correr hacia el vestíbulo. Era Carl.

—¡Mierda! —chilló—. ¿Qué demonios estás haciendo?

Contemplaron impotentes cómo giraba la llave de la puerta delantera. Llevó la mano hasta el picaporte, se detuvo y se volvió para mirarlos a los dos cuando oyó que se acercaban.

—¿Preparados? —preguntó, sonriendo de excitación. Su rostro era grotesco y casi irreconocible. Arañados, ensangrentados y magullados, sus rasgos quedaban aún más distorsionados por las oscuras sombras de la casa sitiada. Una sonrisa trastornada indicaba que era felizmente inconsciente del peligro que le esperaba al otro lado de la puerta.

—Dios santo, no —gritó Michael, corriendo hacia él—, ¡no abras la puta puerta!

Emma se había quedado clavada de miedo. No podía moverse, ni siquiera pensar. Sus labios formaban palabras silenciosas de desesperación y terror.

Carl levantó la escopeta oxidada que habían encontrado y volvió a sonreír a Michael.

—Va, Mike, nos los vamos a cargar. ¡Tú y yo vamos a cargarnos a todo ese jodido montón!

Michael podía oír los cuerpos tratando de entrar en la casa, arañando las ventanas y la puerta, espoleados a un frenesí incontrolable por el sonido de sus voces.

—No lo hagas, Carl —le suplicó—. ¡Detente!

Era demasiado tarde. Carl abrió la puerta. Durante un segundo, que pareció durar una eternidad, no ocurrió nada. La tranquilidad y la calma inesperada se vio repentinamente rota por una marea de carne y huesos putrefactos que inundaban la casa.

Michael se dio la vuelta y corrió.

—¡Arriba! —le gritó a Emma.

La cogió del brazo y la arrastró escalera arriba, empujándola delante de él cuando se acercaron al rellano. Michael se detuvo y al mirar atrás vio la imparable ola de cadáveres que seguía llegando, levantando a Carl limpiamente del suelo y aplastándolo contra la pared. Carl intentó luchar, pero cayó al suelo bajo el peso de los muertos. En segundos todo el vestíbulo estuvo completamente lleno, y Carl había desaparecido, engullido por la enorme multitud, que seguía avanzando.

Michael se volvió con rapidez y subió corriendo los últimos escalones en busca de Emma, que ya estaba escondida en el dormitorio de Carl en la buhardilla. Él la siguió y cerró la puerta a su espalda.

—¡Trae la cama! ¡Rápido! Colócala delante de la puerta.

Cogieron cada uno un extremo, arrastraron la pesada cama de madera por la habitación y la pusieron de lado, para que bloqueara totalmente la puerta.

—¿Dónde está Carl? —preguntó Emma, aunque tenía la sensación de que ya conocía la respuesta.

Michael no se molestó en contestar. Corrió hacia la ventana y miró hacia abajo. El dormitorio daba a la parte delantera de la casa. Estaba oscuro, pero pudo distinguir la forma del Landrover en el patio.

—Tenemos que salir de aquí —dijo, la voz temblando de pánico—. Sigo teniendo las llaves del Landrover...

—Pero ¿qué pasa con nuestras cosas? Dios santo, todas nuestras cosas...

—Olvídalas.

—¿Cómo vamos a salir? No podemos...

Michael no hizo caso de las preguntas nerviosas de Emma. Abrió la ventana y se inclinó hacia fuera. Unos pocos cuerpos a sus pies lo vieron, y su ferocidad aumentó cuando él salió al tejado.

—Sígueme —ordenó, dándose la vuelta durante un instante para mirar a Emma.

Ella se inclinó por la ventana y miró abajo.

—No puedo... —tembló.

—Tendrás que hacerlo. No hay alternativa.

Luchando para mantener la calma y el control, Emma contempló a Michael tumbarse bocabajo sobre el tejado inclinado y deslizarse hasta que sus pies descansaron en el canalón. Tendido y con la barriga apretada contra las tejas, se fue moviendo hacia un lado hasta que estuvo directamente encima del porche. Una vez allí, se detuvo y volvió a mirar hacia la ventana del dormitorio.

—Va —susurró.

Emma lo miró y después miró la masa de cuerpos en el patio. Cada vez había más, que reaccionaban a la voz de Michael. Insegura, se subió al alféizar y con precaución puso un pie fuera. Moviéndose con dolorosa lentitud, se fue agachando hasta colgar de espaldas de la ventana. Se detuvo de nuevo, paralizada por el miedo.

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