Romance Extremo (34 page)

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Authors: Alvaro Ganuza

BOOK: Romance Extremo
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-Eres muy inteligente, Victoria, seguro que con un par de consejos de Abel lo harías de maravilla.

-¿Abel?- sonríe divertida.- ¿Qué confianzas son esas con el señor Pons?

Río y bajo mi boca a su cuello.

-Victoria, quiero casarme contigo. ¡Lo deseo!

Mi chica cruza las piernas alrededor de mi cintura y clava las uñas en mi espalda.

-Y yo deseo que me hagas tuya ahora.

Rodamos por la cama conforme las prendas de ropa salen volando en todas direcciones.

Despierto calmado y feliz, con su dulce aroma colándose por mis fosas nasales y su cálido y suave cuerpo pegado al mío, bajo las sábanas de algodón. Su respiración es sosegada, síntoma de que sigue dormida, y mis brazos la rodean, entrelazados con los suyos.

Estamos en posición de cucharita y aprovecho para besar su hombro desnudo. También deslizo una mano de sus pechos a su abdomen y la dejo ahí. Hemos hecho el amor sin protección y lo más sorprendente de todo es... que no me preocupa en absoluto. De hecho, sonrío con la idea de tener un hijo con Victoria.

-Mi familia.- susurro soñador conforme vuelvo a besar su hombro y aprieto levemente la mano en su abdomen.

La luz diurna del domingo ilumina las cortinas y tras varios minutos soñando con un posible futuro magnífico y verla dormir, me separo con cautela para no despertarla y me levanto de la cama.

Me calzo el pantalón gris de sport que traje de Madrid y tras una ojeada más a mi chica, salgo de la habitación.

-Buenos días, familia.- saludo entrando en la cocina.

Mis padres se encuentran sentados a la mesa, con Gito.

-Buenos días.- responden.

-Hola, tito Gabi.

Me acerco a ellos, beso a mi sobrino en la cabeza y me siento a su lado.

-Hola, colega. ¿Qué tal has dormido?

-Bien.

Repartidos por la mesa hay varios platos: tostadas de pan con aceite, jamón serrano, magdalenas y galletas...

Mis padres beben café y el peque, un cola-cao con ayuda de su abuela.

-¿Te pongo un café, cariño?

-Tranquila, mamá, ya me sirvo yo.

Observo sonriente cómo mi querido Gito coge con sus pequeñas manitas la taza de plástico de Spiderman y se la lleva a la boca. Mi madre que está pendiente, coloca una de las suyas en la parte inferior de la taza, para que no se le caiga.

-¿Lo pasasteis bien anoche?- pregunta papá.

Asiento y me estiro a coger una loncha de jamón. Es entonces cuando me fijo que hay varios folios apartados, con unas plastidecor de colores encima.

-¿Y eso?- curioseo según me llevo el jamón a la boca.

-Es mío.- contesta el peque.

-Gito ha estado pintando.- aclara papá.- Échales un ojo, ya verás que bonitos.

Me limpio las manos con una servilleta y miro a mi sobri.

-¿Puedo verlos?

El niño sonríe y asiente permisivo.

El primer dibujo, un rostro femenino, me eriza la piel de todo el cuerpo. Evidentemente, está hecho por un niño de tres años y varios meses, pero esos ojos azules, esa melena morena... es reconocible al cien por cien.

-¿Has dibujado a Victoria?

Gito vuelve a sonreír y a asentir.

-Es muy bonito, colega.- le digo y beso su cabeza una vez más.- A ella le va a encantar cuando lo vea.

El siguiente dibujo me hace sonreír ampliamente. Es de una pareja que va agarrada de la mano, feliz y con una sonrisa en la cara. Ella es la morena del dibujo anterior, él es un chico de pelo castaño y ojos verdes.

-Tú con tu novia.- explica el canijo.

Río y le abrazo.

-Pero, ¡qué artista tenemos en la familia!

-Un gran artista.- confirma mi padre.

-Tendrás que poner tu nombre para que los ponga en casa, ¿eh?- le digo.

El niño asiente.

-Abu, pis.

Mi madre se levanta de la silla, pero papá la detiene.

-Ya le llevo yo, cariño.

Abuelo y nieto salen de la cocina y mi madre marcha a la cafetera.

-¿Victoria se levantará enseguida?

-No sé, mamá, he querido dejarla dormir un poco más, que ayer llegamos tarde y estaba cansada.

-Sí, me ha sorprendido que te levantaras tan temprano.

Observo que el reloj de cocina marca las nueve de la mañana mientras ella llena media taza con café y le añade un chorro de leche.

-Ayer descansé con la siesta y eso ayuda.

Mamá se acerca con la taza en las manos y me la entrega.

-Gracias.

Cojo el azucarero y vierto un par de cucharadas.

-Es una joven encantadora.- dice, tomando asiento.

-Sí.

-Es una lástima que siendo tan joven ya no tenga a sus padres.

Dejo de remover el café de golpe y la miro.

-¿Te lo ha contado?

-Quise saber si su familia vivía en Valencia capital y nos lo dijo.

Suspiro y asiento.

-Lo ha pasado muy mal.- musito.

-Tú conociste a su padre, ¿verdad? Nos dijo que te tenía aprecio.

Trago saliva y pienso en Bruno.

-Sí, bueno...- carraspeo y doy un sorbo al café.- Sabía que adoro a su hija.

Mi madre sonríe y me agarra el antebrazo.

-Ahora vive con sus abuelos en Madrid.- le cuento.

-Lo sé.

-Su abuelo no me aprecia tanto, de momento.

Mamá se ríe y palmea mi brazo.

-Lo hará, cariño.

-¡Ya estoy!- exclama Gito, que entra corriendo en la cocina seguido por el abuelo.

-¡Bieeeenn...!- celebra mi madre dando palmaditas.

Acabo con todo lo que había sobre la mesa y dos cafés, en menos que canta un gallo. Después me recuesto junto a Gito y dibujo con él.

-¿Qué es eso, tito?

-Un perrito.- contesto mostrándoselo.- ¿Te gusta?

Debo decir que mis dibujos son como los de un niño de tres años. Puede ser un perro... o un zorro... o una oveja desnutrida.

-Sí.- contesta benevolente.- ¿Puedo pintarlo?

-Claro, colega.

-¡Oh! Buenos días, cielo. Pasa pasa.- murmura mamá.

Miro a mis espaldas y veo a mi preciosa chica, sonriente en la entrada de la cocina. Lleva el pijama blanco y las zapatillas de casa rojas que le compré, y el pelo recogido en moño.

-Buenos días.- saluda y se acerca.

Me levanto de la silla, la abrazo y la beso.

-Buenos días, preciosa. ¿Qué hacías ahí parada?

-Me encanta verte con tu sobrino.

-¿Sí?- sonrío.- ¿Has dormido bien?

-Muy, muy bien.- sonríe.- ¿Qué haces sin camiseta y descalzo? Te vas a resfriar.

La estrujo un poco más contra mí y rozo nuestras narices.

-No hace frío, además tú me das calor suficiente.- susurro, haciéndola reír.

-¡Anda, zalamero, deja que Victoria se siente a la mesa!- me reprende mi madre.- ¿Qué te apetece desayunar, cielo?

-Un café con leche, gracias.

-¿Solo eso? ¿No quieres unas tostadas o magdalenas?

-No, gracias, Teresa. No suelo desayunar mucho.

-Otra como Paula.

Mi chica se ríe mientras toma asiento en mi silla. Yo lo hago junto a ella.

-Buenos días, guapetón.- saluda a Gito, acariciando su pelo negro.

-Buenos días, tita.

Victoria y yo nos miramos sorprendidos y reímos.

-Aquí tienes, bonita.

-Gracias, Teresa.

Coge el café y apenas le echa media cucharada de azúcar. Aprovecho para enseñarle los dibujos que ha hecho Gito de nosotros y Victoria sonríe encantada.

-Pero, ¿qué bien me has dibujado?- le dice al niño.

Éste sonríe vergonzoso y se recuesta en la silla.

-¡Sorpresa!

Mi hermana mayor entra en la cocina, seguida por su marido y mi padre, que llega de comprar el pan y la prensa.

-¡Mami!

Gito baja de la silla y corre a abrazar a sus padres.

-Bebe el café y vámonos a la ducha.- susurro divertido a Victoria.

Ella sonríe y lo hace. Nos levantamos y agarro su mano para sacarla de aquí.

-Nosotros vamos a cambiarnos.- aviso a mi familia.

Subimos corriendo las escaleras entre risas y cosquillas que hago a mi chica. Cuando llegamos arriba, se detiene y gira hacia mí. La abrazo y la beso apasionado.

-Gabriel.- musita junto a mi boca.- No podemos volver a hacerlo sin...

-Shsss...- chisto y vuelvo a besarla.- No pensemos en nada, amor.

De camino al baño, cojo un par de toallas del armario del pasillo.

Continuamos el domingo visitando Salamanca, una de las ciudades más bonitas del país y que desde 1988 es Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.

Bajo un sol radiante y agarrados de la mano como una pareja de enamorados más, recorremos las calles, visitamos los monumentos y nos sacamos numerosas fotos con mi móvil. Victoria está inmensamente feliz y yo otro tanto, solo de verla así.

-¿Sabes qué decía Miguel de Cervantes?

-No.- contesta.- ¿Qué decía?

Sonrío al verla tan interesada.

-En uno de sus relatos, El licenciado Vidriera, decía:
Salamanca que enhechiza la voluntad de volver a ella a todos los que de la apacibilidad de su vivienda han gustado.

Victoria me mira y sonríe divertida.

-Vamos, un elegante: el que viene una vez, regresa. Estallo en carcajadas y la abrazo fuerte.

-Exacto.- le digo.- Ya sabes como eran estos grandes literarios.

Seguimos paseando y contemplamos la impresionante Plaza Mayor o la Casa de las Conchas, con la que Victoria queda maravillada al ver su hermosa fachada de roca con las más de 300 conchas decorándola o su bello patio interior bordeado de arcos y balcones, y que cuenta con un pozo en el centro.

-¿Será de los deseos?- pregunta divertida, apoyándose en él.

-No sé.- me encojo de hombros.- ¿Quieres una moneda para pedir uno?

Victoria se ríe y me abraza.

-No. ¿Para qué necesito deseos si ya tengo todo lo que quiero?

La estrujo entre mis brazos y la beso.

Comemos en el bar de tapas de mi amigo Samuel. Colega de toda la vida con el que me apunté incluso a las oposiciones de policía. Él las dejó a la mitad, ya que descubrió que prefería la hostelería.

Una vez saciados e hidratados, nos despedimos de mi colega, que cómo no, ha quedado embobado con mi chica, y retomamos la ruta turística.

Vemos la impresionante catedral y después disfrutamos de un agradable paseo por el parque de los Jesuitas, degustando un delicioso helado.

Regresamos a casa de mis padres sobre las seis de la tarde y tras recoger nuestras cosas de la habitación, bajamos para despedirnos.

-Hijo, ven un momento.

Sigo a mi padre por el pasillo hacia el comedor, mientras mi chica se despide del resto de familia en la entrada.

-¿Qué ocurre?- le pregunto.

Papá se mete la mano en el bolsillo y saca una pequeña cajita de ante marrón. Me la entrega y la acepto algo confuso. Al abrirla, veo un precioso anillo de oro con pequeños diamantes incrustados. Alzo la vista a mi padre y él, sonriente, apoya una mano en mi hombro.

-Este anillo se lo dio mi padre a mi madre cuando le pidió matrimonio.- me cuenta.- Después se lo dí yo a tu madre y ahora... te lo doy a ti para que se lo des a la mujer con la que elijas pasar el resto de tu vida.

Trago saliva y bajo la vista de nuevo al anillo. Deslizo el pulgar por la elegante sortija y sonrío de medio lado al imaginarlo puesto en el dedo de Victoria.

-Es muy bonito.- le digo.

Papá asiente.

-Llévala a cenar y pídeselo. Esa chica está loca por ti. Abrazo fuerte a mi padre y él me lo devuelve.

-Lo haré, gracias.- murmuro.

Regresamos a la entrada y tras besar por última vez a mi familia, salimos de casa.

-¡Qué tengáis buen viaje!- desea mamá desde la puerta.

Les decimos adiós con la mano y subimos a mi Giulietta. La pequeña caja del anillo se clava en mi muslo y me recuerda lo que tengo que hacer seriamente.

-Bueno.- resoplo y arranco el coche.- Ha sido breve, pero magnífico.

Victoria asiente con el rostro serio.

-¿Te encuentras bien?- pregunto a la vez que conecto la música.

Victoria apaga la radio y se gira hacia mí.

-He pasado uno de los mejores fines de semana de mi vida.- dice.- Y... me gustaría que mi vida fuera así.

-Victoria...- musito sonriente.

-No, escúchame, por favor. Quiero que mis días sean así, felices y contigo. Y para eso...

Se acerca a mí y me besa dulcemente en los labios.

-Tienes que acabar con Román y yo te lo voy a poner en bandeja.- musita.

Arqueo las cejas sorprendido y la miro fijamente. Ella se coloca bien en el asiento y me sonríe.

-¡Vamos, tira!- me anima.- Tengo algunas cosas que contarte.

CAPÍTULO 10

 

 

Detengo el coche exactamente en el mismo lugar que lo hice la primera vez que vine a ver a sus abuelos. Junto a un pequeño parque, enfrente de los adosados.

-¿Estás bien?- pregunta Victoria.- Has estado muy callado estos últimos kilómetros.

-Sí.- suspiro y me giro hacia ella.- Estoy asimilando lo que me has contado.

Vicky apoya la cabeza en el asiento y estira una mano hacia mí. La envuelvo entre las mías y se la aprieto.

-No quiero que vuelvas a verle.- le digo, refiriéndome a Sorel.

-No quiero verle más.

-Quiero que te quedes con tus abuelos hasta que lo atrapemos.

-Lo haré, pero prométeme que tendrás cuidado, quiere matarte y hay un topo entre vosotros.

Me quito el cinturón de seguridad, me acerco a ella y la beso.

-Y después te casarás conmigo.- aseguro.

-Sí.

Aparto la cara como si hubiera recibido un tirón y la miro perplejo.

-¿Cómo has dicho?

Ella sonríe y se acerca para besarme, pero me aparto.

-¿Puedes repetir eso?- insisto jocoso.

-Gabriel.- musita sonriente.- Sí, me casaré contigo.

Una inmensa sensación de calor y bienestar se apodera de todo mi ser.

-¡Dios! Qué feliz me acabas de hacer.

La sujeto por la nuca y la beso como nunca antes, como mi prometida.

Bajamos del coche y mientras nos dirigimos a la parte trasera, intento sacar el anillo de mi bolsillo. No es una cena romántica, pero ella ya me ha dicho que sí.

-Espera, Victoria.- la detengo antes de que abra el maletero.- Quiero darte algo.

-¿Qué es?- se emociona.

-Se está resistiendo.- murmuro entre risas conforme sigo intentando sacar la cajita del bolsillo.

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