Un sonido sordo resonó por todo el lago torrencial, seguido por un crujido inmenso como si miles de árboles se cayesen a la vez. Los huesos no podían hacer nada contra la fuerza de aquel río puro, así que se agrietaron y se astillaron, explotando y abriendo un canal para que pasara el agua.
El torbellino resultante lanzó a Carlita por la nueva abertura y la lanzó río abajo entre los huesos rejuvenecidos que se estaban convirtiendo una vez más en espíritus de carne y hueso, libres ya de sus ataduras impías.
Carlita sintió una vez más una necesidad desesperada de aire y luchó por enderezarse y alcanzar la superficie. Sacó la cabeza y aspiró una gran bocanada de aire fresco y frío. El río la siguió llevando y alcanzó a ver los cuerpos de sus compañeros flotando en la superficie a su alrededor.
Nadó hacia el que tenía más cerca, Hijo del Viento del Norte, y tiró de él hasta alcanzar la orilla. En ese momento vio otra figura que se movía tirando de Julia hacia el borde del río, era Halaszlé, jadeante y cansado pero entero. Tan pronto como tuvo al Wendigo en tierra firme se metió en el agua de nuevo y se dirigió a Ojo de Tormenta que parecía atrapada en un remolino, en cuanto agarró a la Garra Roja el remolino desapareció, como si sólo hubiera aparecido para mantener a su compañera en su sitio.
Subió arrastrándose a la orilla del río para ayudar a Halaszlé a bombear agua de los pulmones de su compañeros. A los pocos segundos estaban todos conscientes y tosiendo, escupiendo restos del agua de las Perdiciones, todos mirándose con los ojos muy abiertos y preguntándose por qué estaban vivos todavía.
Como para responderles un enorme bulto se levantó en el agua, impasible ante el poderoso torrente que corría a su alrededor.
El Uktena miró a sus hijos pero luego la oscuridad le cubrió los ojos y miró furioso a lo lejos, hacia el horizonte por el que había corrido el río antes de que la presa se hubiera derrumbado y restaurado el curso natural del agua.
Un grito ensordecedor se escapó de su garganta, un aullido estentóreo de puma que les heló la sangre incluso ante lo que su tótem había hecho por ellos.
Y entonces, como si respondiera, se oyó un rugido atronador en la distancia. Un sonido que hizo algo más que helarles la sangre, los paralizó, los atrapó con un terror tan primario que no tuvieron memoria consciente de su fuente. Por fin tuvieron una vaga idea de lo que significaba para un ser humano verlos en la forma Crinos, sucumbir al bendito olvido del Delirio. Pero no pudieron olvidar aquel terrible rugido y supieron que les perseguiría por las noches durante años.
El río chapoteó y corrió más rápido, ahora sin prestar atención al Uktena, apresurándose una vez más a cumplir las órdenes de su lejano señor. Se había restaurado su curso, pero su flujo todavía lo llevaba a Jo'cllath'mattric.
El Uktena bajó la cabeza derrotado, miró a sus hijos, mojados y agotados en el río, y habló.
—No podía entrar en el Tisza sin despertar a Jo'cllath'mattric. Pero si vosotros podíais meter un poco de mí aquí, a este reino, a través de vuestra unión conmigo, yo podía entrar en estas aguas sin alertar a la bestia. Y así se hizo, pero demasiado tarde. El poder de Jo'cllath'mattric es ya demasiado grande, incluso sin el río romperá sus ataduras y se levantará. El Tisza fluyó hacia él, reforzándolo, durante demasiado tiempo. La profecía de la tercera manada era verdad, pero se cumplió demasiado tarde.
—¡No! —chilló Carlita intentando levantarse pero demasiado débil de momento—. ¡Vamos a seguir! ¡Vamos a llegar hasta él y vamos a detenerlo!
El Uktena la miró desde su gran altura, con una mirada casi tierna en sus terribles ojos.
—Ésta ya no es una tarea para cachorros. Volved con vuestros mayores y decidles que habéis triunfado y fracasado a la vez. —Luego se hundió en el agua y desapareció, ausentando ya su presencia del reino.
Carlita prácticamente se echó a llorar.
—¿Triunfar? ¿Dónde cojones triunfamos? ¡Fracasamos, joder! —golpeó el suelo con el puño por la ira y la frustración.
—No… —dijo Ojo de Tormenta, escupiendo agua todavía y poniéndose débilmente a cuatro patas—. Rompimos presa, trajimos Uktena aquí. Tú… lo llamaste a ventana…
Carlita miró a su empapada y agotada compañera. Fue incapaz de sonreír, su pena era demasiado grande para eso, pero asintió dándole la razón a la loba.
—Y tú nos guiaste. Como debías hacer. Como el Uktena te pidió.
La manada se quedó sentada en la orilla contemplando el río que ya no era grasiento y negro, pero que todavía llevaba más espuma de lo normal. Llevaba aún demasiados venenos que lo atraían hacia Jo'cllath'mattric.
Carlita se levantó, todavía chorreando agua, intentó pensar en algo que decir, sacar alguna victoria de aquella derrota, pero todo lo que le salió fue:
—Mierda.
La manada volvió agotada a Szeged por la carretera, relativamente a salvo en el mundo material. Estaban demasiado cansados para hablar pero las preguntas eran demasiado pertinaces. Al final fue Carlita la que rompió el silencio.
—No lo entiendo —dijo Carlita—. Si sólo estábamos aquí para proporcionarle al Uktena una entrada en el reino, ¿por qué no eligió a una manada más experta?
—No podía —dijo Julia—. La mayor parte de las manadas que no pertenecen al rango de principiantes ya han hecho sus votos a los tótems.
—¿Entonces por qué no utilizar a alguna de las manadas que tiene dedicadas?
Julia no parecía tener respuesta para eso.
—No dudes de él —dijo Hijo del Viento del Norte—. Es Uktena, no hay tótem que tenga más secretos que él. Una vez desconfié de Hermano Mayor pero no dudo que tuviera razones para hacer lo que hizo. Necesitaba cautela para cumplir su misión y unos Garou de más alto rango habrían atraído mucha más atención que unos cachorros.
Halaszlé habló.
—He visto algo muy poderoso esta noche; el Uktena arriesgó mucho para viajar hasta aquí, lejos de su hogar, para restaurar el curso del Tisza. No consiguió destruir a Jo'cllath'mattric pero ahora el río corre más limpio y con más suavidad. Por eso siempre le veneraré. ¡Y vosotros deberíais rendirle homenaje también! Os hizo un gran honor al escogeros para que fuerais sus miembros.
Ojo de Tormenta soltó un pequeño ladrido, una especie de aprobación e indicación a la vez para que dejaran el debate.
La luna ya estaba alta cuando alcanzaron las afueras de Szeged y todos se sintieron más seguros bajo su brillo bonachón. Halaszlé les guió por las calles de la ciudad de vuelta a casa de Madre y llamó a la puerta. Esta vez, la llamada secreta fue más lenta, no tenía fuerzas para golpearla más rápido.
La ventanita se abrió y Szabó miró hacia fuera, se le abrieron los ojos cuando vio quien era, giró los cerrojos a toda velocidad y abrió la puerta echándole los brazos a Halaszlé y abrazándolo muy fuerte.
—¡Oh, amigo mío! ¡Has vuelto!
Halaszlé sonrió y se deshizo del abrazo.
—Sí, estamos de vuelta. ¿Hay comida?
Szabó miró nervioso a la casa.
—Eh, sí, claro. Entrad. —Se hizo a un lado para que pudieran entrar y cerró la puerta detrás de ellos pasando luego el cerrojo.
La manada entró a trompicones en la salita. Allí había dos extraños (un hombre moreno y una mujer), uno a cada lado del sofá donde dormía Grita Caos. Se quedaron mirando a la manada con curiosidad pero sin ninguna señal de cordialidad.
Ojo de Tormenta cambió a su forma natural de loba y empezó a gruñirle a los dos extraños que permanecían tan cerca de su compañero inconsciente.
—Tranquila —dijo Madre saliendo de la cocina—. No hay necesidad de problemas aquí. Me alegro de veros sanos y salvos. —Abrazó a Halaszlé fuerte pero el Roehuesos no intentó zafarse de este abrazo.
—Saludos, Manada del Río de Plata —dijo el hombre extraño. Vestía pantalones de cuero negros, botas y chaqueta, como salido de una novela de espías—. ¿Nos traéis nuevas de una victoria?
—¿Tú quién eres? —dijo Carlita sentándose—. ¿Y qué te importa?
—Ah —dijo el hombre mirando a su compañera, vestida de forma similar—. Me disculpo. No podíais saber de nuestra llegada.
La mujer se adelantó.
—Yo soy Ilanya Pie de Plata y éste es Bela Brama en las Cumbres. Pertenecemos al clan del Cielo Nocturno.
Halaszlé pareció consternado y se refugió en la cocina. Madre se movió para situarse entre él y los huéspedes sonriéndole protectora.
—¿La gente de Konietzko? —dijo Julia—. ¿Qué estáis haciendo aquí?
—Hemos venido a reclamar el túmulo, cosa que nuestros compañeros de clan ya han logrado durante vuestra ausencia.
—¿Qué? —dijo Carlita—. ¿Rededicásteis el túmulo mientras no estábamos? ¿Cómo carajo lo hicisteis? La piedra del sendero estaba escondida.
Bela Brama en las Cumbres se encogió de hombros.
—La encontramos. Con ayuda de Madre, claro.
La manada se volvió hacia Madre en busca de confirmación y ella se encogió de hombros también.
—Es cierto. Los invité después del consejo. No tenía elección, el túmulo no podía corromperse. Eso habría condenado a todos.
Halaszlé gimoteó.
—Pero Madre, si vienen a Szeged… ¿qué será de mí?
—Shhh —dijo Madre—. No te preocupes. El margrave me hizo un juramento y su gente no arriesgaría a romperlo por miedo a enfadarlo.
—Es verdad —dijo Ilanya Pie de Plata—. No nos importan tus transgresiones, Halaszlé. Pertenecen al pasado. El margrave Yuri Konietzko es un hombre justo, te ha absuelto de tu crimen a cambio del favor que le ha concedido Madre.
—Un momento —dijo Carlita—. ¿Decís que ya habéis encontrado la piedra del sendero y rededicado el túmulo? Eso no parece posible.
—La piedra del sendero está en nuestras manos —dijo Bela—. La trasladaremos a un sitio seguro y realizaremos el rito para despertarla mañana por la noche. Estáis, por supuesto, invitados; pero, por favor, contarnos vuestras aflicciones y victoria.
La manada intercambió algunas miradas, todos preguntándose cual iba a hablar y pareció elegida Carlita, que lo resumió lo mejor que pudo intentando no hacer hincapié en lo fácilmente que les había pateado el culo. Si no hubiera sido por el Uktena, jamás habrían salido vivos de allí.
Los dos Señores de la Sombra asentían mientras escuchaban y los dos parecieron impresionados ante la intervención del Uktena y afligidos ante su fracaso a la hora de destruir a Jo'cllath'mattric.
—Eso explica una cosa —le comentó Bela a Ilanya—. Precisamente cuando nos preparábamos para luchar contra un ejército de Perdiciones para ganar la piedra del sendero, se vieron arrastradas río abajo, como si gran fuerza tirara de ellas. Eso debió ser cuando vosotros (es decir, el Uktena) rompió la presa. —Se levantó—. Muy bien, ya sabemos lo que pasó. No deseo llevarle al margrave unas nuevas tan terribles sobre Jo'cllath'mattric pero se le debe informar. Madre os llevará al rito mañana por la noche. Os invito a participar de nuestra alegría por recuperar un túmulo para Gaia.
Lo dijo con una falta de alegría tan superficial que Carlita casi se burló pero se contuvo y no dijo lo que pensaba mientras los dos Señores de la Sombra se dirigían a la puerta. Szabó les dejó salir y luego cerró la puerta con cerrojo detrás de ellos. Madre suspiró y se sentó, obviamente tan cansada como la manada.
—Sólo rezo para que las cosas salgan bien.
Halaszlé le puso las manos en los hombros.
—Hiciste lo que creíste que era bueno para la ciudad, Madre. Nuestras vidas son algo secundario ante eso.
Ella posó su mano sobre la de él y se la acarició.
—Una ciudad en que tú siempre serás parte, Halaszlé. Siempre, incluso después que yo me vaya. Así ha jurado el margrave.
Carlita se moría por saber lo que había hecho exactamente Halaszlé para cabrear tanto a los Señores de la Sombra, pero puesto que no se lo decían por propia voluntad tenía la impresión de que sería de mala educación preguntarlo, sobre todo ahora.
Madre se levantó y le chilló a Szabó y Ferenc que bajaron de la planta superior y se precipitaron a reunir mantas y extenderlas para la manada mientras Halaszlé sacaba tazones de sopa. La manada comió agradecida y cayó en las mantas sin intercambiar ni una palabra más. Mañana habría palabras suficientes, y no todas buenas.
La manada, llevando a Grita Caos con ellos en el taxi de Ferenc, siguieron a Madre y Halaszlé a una casa increíble construida en un intrincado estilo Art Nouveau no lejos de las orillas del Tisza, al norte de Szeged. Le pertenecía, al parecer, a un Parentela distante de los Señores de la Sombra, un banquero. La tribu acababa de trasladarse ayudando al Parentela a encontrar otro lugar mientras él ponía el lugar a nombre de Ilanya y Bela.
La piedra del sendero estaba colocada ahora en el sótano vigilado de la casa y el túmulo recién rededicado tendría allí su centro. El antiguo túmulo era lo bastante fuerte para extender su boun por todo Szeged y esperaban que el nuevo hiciera lo mismo.
Llegaron los Garou locales del consejo anterior y ninguno parecía demasiado contento de estar compartiendo un túmulo con Señores de la Sombra del norte, pero Nagy Pénz ocultaba bien su desilusión y hacía todo lo que podía para congraciarse con sus nuevos vecinos.
Cuando Ilanya y Bela vieron a la manada se acercaron a ellos y Bela dijo:
—He sabido del margrave. Debemos abrir un puente lunar inmediatamente a la Forja del Klaive y enviaros allí para que informéis a la jarlsdottir. Siento que no podáis quedaros para el rito.
—No lo entiendo —dijo Carlita—. ¿Cómo puedes abrir un puente antes de rededicar el túmulo?
—Porque el túmulo antiguo todavía existe —dijo Ilanya—. Todavía puede abrir puentes lunares así como recibirlos, como descubristeis al venir aquí. Con la ayuda del Guardián de la Puerta de la Forja del Klaive podemos abrir un puente a ese túmulo. Él va a esperar nuestra señal y luego trabajar desde su lado para fraguar un camino.
—¿Y ya está? —dijo Julia—. ¿Correr a contarles vuestra historia? ¿Y qué pasa con Grita Caos? ¡Todavía no hemos encontrado a las Perdiciones que le hicieron esto! ¡No podemos irnos hasta que lo curemos!
—Lo siento —dijo Bela—. Son órdenes directas del margrave. Si alguien puede ayudar a vuestro amigo, con toda seguridad está reunido ahora mismo en la Forja del Klaive.
—Esto no me gusta ni un pelo —dijo Carlita—. ¡Y no confío en que mantengáis vuestra palabra sobre Halaszlé cuando nos vayamos!