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Authors: Donald Kingsbury

Tags: #Ciencia-Ficción

Rito de Cortejo (50 page)

BOOK: Rito de Cortejo
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Los sacerdotes Stgal iban ataviados de carmesí, despejados de todas sus insignias, y observaban con terror cómo aquellos extranjeros vestidos de negro imponían un Suicidio Ritual sobre otro sacerdote, también extranjero.

Gaet se hallaba a un costado, inescrutable. Un coro de jóvenes Kaiel estaba allí para entonar los Salmos... y para vigilar. Una cortesana del templo, con ropas llamativas que dejaban su torso al descubierto, esbozó una sonrisa y se dispuso a suministrar los últimos placeres. La vista desde la torre era imponente: la aldea que se fundía con el mar, donde se reflejaba una luna gigantesca, y al otro lado las montañas violáceas.

Teenae suprimió su odio. Gaet le había dicho que no podría dirigir el Rito Final a menos que hubiese purificado su alma. Ella estaba dispuesta a hacer ese sacrificio. El Amo de las Tormentas Tonpa permanecía muy pálido. Se tambaleó. ¿Alguna vez había sido temible? ¿La había colgado cruelmente en el penol de su gavia? ¿Había jugado con ella, estuvo a punto de ahogarla? Teenae sentó al gran hombre del mar frente al cuenco para la sangre y lo esposó. Entonces dio comienzo a su Rito.

—No poseíamos kalothi. Morimos por el Peligro Ignoto. Dios, en Su misericordia, se apiadó y nos sacó del Lugar Ignoto, llevándonos a través de Su Cielo para que pudiésemos hallar kalothi. Lloramos cuando Él nos otorgó Geta. Nos lamentamos cuando nos echó fuera. Pero el Corazón de Dios fue como una piedra ante nuestras lágrimas...

Teenae apenas si escuchaba la monotonía de las palabras memorizadas. En su mente repasaba la receta de carne asada con salsa y patatas. Cuando estuviese a solas con Gaet en las colinas, se la prepararía. Ella conocía a un curtidor y zapatero maravilloso allí en la aldea. Las botas serían altas hasta los muslos. Incluso le quedaría cuero suficiente para hacerse un nuevo chaleco. Tal vez lo usase con la blusa verde y los pantalones pardos.

Extendió los brazos a modo de saludo, mostrando el talismán de madera de la sacerdotisa: la Mano Negra y la Mano Blanca.

—Dos Manos crean kalothi. La Vida es la Prueba. La Muerte es el Cambio. La Vida nos brinda Fortaleza. La Muerte nos rescata de la Debilidad. Para que la Raza encuentre kalothi, el Pie de la Vida debe seguir por el Camino de la Muerte.

Durante un instante se olvidó de las palabras y sonrió a Tonpa, pero entonces se volvió hacia Gaet avergonzada. Sintió deseos de reír al ver las expresiones consternadas de los Stgal.

—Todos contribuimos al Propósito de Dios... Estaba impaciente por llegar a la Donación de los Últimos Placeres. La mujer del templo era hermosa. Habría Salmos y luz de luna. El miedo de Tonpa, que ya era visible y manaba por sus poros, ¿sería suficiente para volverlo impotente?

—... el mayor honor es contribuir con la Muerte, ya que todos amamos la vida. —¡Dios, la vista desde allí arriba era vertiginosa!—Con gran reverencia, acepto la ofrenda de tus genes defectuosos...

Tonpa la miraba con rencor. No pudo resistir una mueca de desprecio.

—¡Todos vosotros sufriréis una muerte horrible!

Capítulo 53

Cuando juegan los maestros la traición es la última de las tácticas, ya que a pesar de que suele resultar efectiva jamás se pueden medir sus consecuencias a largo plazo. ¿No es verdad que al final, el jugador traicionero acaba aislado por la desconfianza?

Tae ran-Kaiel en el Banquete Funerario de Seir on-Biel

Con su espíritu asesino tan invisible como su nombre secreto, la Reina de la Vida antes de la Muerte merodeó alrededor de la fiesta de la victoria del Viento Rápido bajo el personaje se-Tufi de Caramelo, una mujer que vestía ropas chillonas diseñadas por ella misma, coqueteaba sin demasiado interés en el sexo y se mostraba siempre ávida de rumores. La sonrisa de Caramelo era rápida para decir hola y mucho más para desviarse buscando gente más merecedora de su atención. Esa noche divulgaba pintorescos rumores sobre el final violento de Radiante, que había resultado ser una traidora al favorecer a los Kaiel.

Las esposas de los Mnankrei no estaban presentes. Era una fiesta para celebrar la victoria de Nie t'Fosal, una celebración de las proezas masculinas. Todas las conversaciones adjudicaban al Amo de las Tormentas Invernales el reconocimiento por haber destruido al Concilio de la Indignación tan fácilmente como el árbol de la Muerte Roja aniquilaba los enjambres de gei. Se hablaba de la invulnerabilidad de Fosal. ¡No había enemigo que lograse hacerle frente! ¡Ningún amigo se atrevía a traicionarlo! ¡Ninguna mujer lo dominaba! Había prometido a sus seguidores que, llegado el momento, borraría al Concilio como si éste nunca hubiese existido. ¡Y había cumplido! La agonía final de la Comitiva de Avanzada adornaba las historias como las decoraciones sobre un pastel.

Finalmente, Humildad logró encontrar a la mensajera ideal para divulgar su mentira. Desde cierta distancia, vio a t'Fosal en las mesas de juego, servido por una cortesana desnuda cuyas cicatrices habían sido resaltadas con pintura roja y azul. Esta belleza extravagante abandonó a su amo unos momentos para ir a buscarle una bebida, y Humildad la abordó el tiempo suficiente para narrarle la trágica muerte de su rival Liethe, sabiendo que la historia iría directamente a los oídos del Amo de las Tormentas Invernales.

El antídoto bebible que t'Fosal le había dado para que lo tomara después de contaminar la comida de los Kaiel no era tal, sino un veneno capaz de arrancarle los músculos de los huesos. No había mostrado ninguna gratitud hacia ella. Esa noche estaría esperando oír hablar de su muerte. Le permitiría experimentar la exaltación del triunfo total. Un enemigo con la panza llena era un enemigo muerto.

Mientras regresaba a la fiesta, Humildad reflexionó sobre la forma en que aquel demente percibía a las personas. Como despreciaba a las mujeres, consideraba que las Liethe eran incapaces de realizar un simple análisis químico. Ella había hecho el estudio de toxicidad del «antídoto» como medida habitual de precaución, y había quedado tan consternada por la virulencia del producto como por las tácticas empleadas por ese hombre. Sólo alguien que ansiaba ser muy superior a los demás necesitaba ver a su enemigo convertido en un tonto, alguien a quien se le podía hacer beber estricnina diciéndole que era aguamiel. Nie era un biólogo brillante incapaz de comprender a las personas. Ni siquiera sabía que asesinar a una Liethe y dejar la huella más insignificante era un suicidio.

Momentos después, Humildad estaba en el camarote de un pequeño barco con una se-Tufi adolescente, cambiando su disfraz de Caramelo por la túnica negra de la asesina nocturna. Durante un rato conversaron sobre el amor y el romanticismo. La muchacha se mostraba despectiva al respecto y estaba segura de que a ella nunca le ocurriría semejante situación. Trataba de decir que estaba enamorada de su valerosa hermana mayor.

Humildad sólo pensaba en Hoemei. Luna Adusta, dejando un rastro rojizo sobre el canal, era lo único que le quedaba para recordarlo. Desde su habitación, situada en los ovoides del Palacio Kaiel, se veía Luna Adusta, de noche y de día, y ella fue testigo de sus momentos de amor. ¿Por qué todavía podía sentir las manos de Hoemei sobre su cuerpo?

Las dos mujeres idénticas, una más baja y con senos más pequeños que la otra, llevaron la embarcación hasta la residencia de Nie t'Fosal, donde Radiante había estado una sola vez. Humildad besó a su joven hermana y desapareció entre las sombras. Desde un callejón silencioso, escaló los muros hasta llegar al tejado que conducía a la madriguera de su presa. Una cuerda gruesa y un salto ágil la llevaron hasta un parapeto de la torre. Un poco más arriba encontró la ventana hexagonal. Nie no había notado que, en cierto momento, Radiante se había acercado a la ventana con actitud pensativa. Por eso ahora el cerrojo se abrió sin problemas, y Humildad entró en aquel lugar donde el líder del Viento Rápido concebía sus planes en soledad. Cuando estuvo dentro, volvió a cerrar el hexágono.

Ya experimentaba el regocijo de matar.

Con sumo cuidado, plegó y guardó la túnica negra. Sólo conservó el anillo que t'Fosal entregara a Radiante, y que ella llevaba en el dedo índice. Se colocó una liga perfumada en la pierna derecha. Luego volvió a memorizar la habitación, estudiando las posibles salidas de emergencia, y finalmente se acostó a dormir programando su mente para que despertase de inmediato en cuanto su víctima regresara de la fiesta.

Humildad soñó que era una cortesana de alguna exótica Torre de Contribución, que asistía a un hombre que moriría al día siguiente, en una ciudad negra de los confines del Cielo, donde brillaban las estrellas mortecinas.

Estado de alerta. Ya había amanecido. Fosal debía de haber permanecido en el Palacio de la Mañana para ver la aurora. Humildad lo observó cerrar con llave la pesada puerta y esperó a que notase su presencia. Él ya había avanzado unos cuantos pasos hacia la cama cuando la sorpresa se reflejó en su rostro. Ella escogió exactamente ese momento para emerger de entre las mantas.

—Mi amante. —Con un suspiro de felicidad, Humildad le tendió la mano del anillo mientras su sonrisa le indicaba que en todo Geta no había un hombre más poderoso que su amo. Observó cómo Nie luchaba contra aquella imagen vibrante de una mujer muerta.

—¡No te he invitado a venir! —le dijo con frialdad.

Ella inclinó la cabeza con pesar.

—Tuve una jaqueca
tan
fuerte después de ese antídoto. ¿Qué tenía? Los cuerpos de las Liethe son inmunes a casi todo. —Observó su asombro al calcular la cantidad de veneno a la que había sobrevivido. ¿Sería posible matarla? Humildad lo dejó pensar en ello, y entonces se disculpó con él.

—Lamento haberme perdido tu fiesta. A duras penas logré llegar hasta aquí. ¿Pero te complace que haya destruido a tus enemigos? ¿Me he equivocado en algo?

—¿Cómo lograste entrar?

Ella esbozó una sonrisa tímida.

—No lo recuerdo. Me dolía tanto la cabeza. Una Liethe es capaz de atravesar paredes cuando quiere estar junto a su amante. Somos un clan mágico.

—¡Este lugar es privado!

Es el mejor para matarte,
pensó la Reina.

—Oh —se lamentó—. ¡Te he hecho enfadar! Yo sólo quería complacerte. ¡Castígame! ¡Pero no me obligues a marcharme! No me molesta que me castigues, porque tú siempre eres justo. Allí hay un bastón —lo tentó, señalando con el dedo del anillo una vara lo bastante pesada para matarla. Se arrastró por la cama y comenzó a avanzar de rodillas hacia él—. Castígame. Quiero que te sientas mejor. ¡Pégame hasta que te sientas mejor!

En cuanto él se hubo vuelto hacia la vara, Humildad estuvo lo bastante cerca para saltar sobre él con sus piernas de bailarina y derribarlo de inmediato. El rodó hacia un costado, pero ella ya estaba desconectando los nervios motores entre su cerebro y su cuerpo con una pequeña jeringa que había extraído de la liga. Un instante después le propinó un fuerte golpe en el cuello para acallar su grito. Con un movimiento rápido, su pequeña navaja le cortó las cuerdas vocales. Luego desconectó su lengua, y al fin eliminó toda sensación de su cuerpo. Él todavía respiraba. Su corazón latía rápidamente.

—¡Mírame y observa mi odio! —le susurró mientras deslizaba un instrumento tras su globo ocular y le destruía la visión de un ojo. Luego le giró la cabeza para que la viese con el que le quedaba—. ¡Soy el rostro del odio! —Y él vio un valle de cabellos negros que conducía a unos ojos azules, como fuego de cremación—. Soy la Venganza de Geta que ha venido a por ti. ¡Soy la sibila del Dios Silencioso! —Le asombraba estar hablándole a un hombre mientras lo mataba. La fuerza de su odio era abrumadora. Su mano comenzó a temblar, y ella la observó mientras el hombre indefenso la miraba con su único ojo.

Su odio era como un fuego. ¿Sería porque conocía las razones por las cuales debía morir?

¡Mi Dios, estoy arruinada como asesina!,
se dijo. De todos modos, le desconectó el otro ojo.

—Muere sabiendo que has fallado —le susurró al oído—. Los Kaiel jamás podrían haberte destruido. Pero cuando los clanes de Soebo te abandonen, tus sacerdotes se convertirán en un cerebro separado del cuerpo. He visto a una de las mujeres a las que has inoculado tu enfermedad. ¿Cómo pretendías que yo, una mujer, te fuera leal? En tu estupidez has querido envenenar a una Liethe. Nosotras sabemos de venenos, y todo el clan se ha alzado en tu contra. ¿Y somos el único clan que se siente ultrajado? ¡Obtener el mando de un barco no es lo mismo que hacerlo navegar! —La ira de Humildad iba en aumento; deseaba herirlo con todo el desprecio que Radiante jamás hubiese demostrado.

Una antigua disciplina observó su falta de control con desaliento. ¿De qué servía golpear el ego de una víctima? ¿Esto lo haría arrepentirse de sus crímenes? ¿Pretendía desafiar su fortaleza?

Cuando alardeas, brindas al oponente tiempo para reaccionar,
retumbaron en su cerebro las voces de sus maestras.
Cuando alardeas, tu oponente sabe que le temes,
le recordaban.

Humildad inspiró. La Mente Blanca se hizo cargo. Entonces, en silencio, destruyó sus oídos. Ahora, cualquiera que llegase sería incapaz de comunicarse con Nie para descubrir qué había ocurrido y a quién culpar. Se apartó de quien alguna vez había sido el hombre más poderoso de Soebo y volvió a vestirse con su túnica negra. Luego se sujetó la cuerda a la cintura mientras revisaba las vías de escape.

La se-Tufi que Recoge Guijarros, su anciana madre en Kaiel-hontokae, le había dicho que las Liethe gobernaban Geta. Probablemente fuese cierto. Humildad observó al sacerdote a quien acababa de recluir en su propio cerebro, pero sus instintos asesinos se hallaban bien atentos ya que él no era el único peligro. Cuánta soledad había en el poder. Nunca podría compartir este triunfo, ni siquiera con Hoemei, que sí comprendía el entramado del poder.

Silenciosamente, colocó un aparato que inocularía veneno en t'Fosal a través de un tubo conectado a los vasos sanguíneos de su muñeca. Había dedicado bastante tiempo a elegir el veneno. Era resistente a la temperatura y al fuego. Era de acción lenta incluso administrado a grandes dosis, pero siempre resultaba letal. Y sólo era conocido por las Liethe, que lo habían descubierto accidentalmente, cuando trataban de eliminar los efectos secundarios de una droga empleada para retardar la senilidad.

Después de aquello, llevó a Nie hasta la cama y lo acomodó sobre los cojines. Durante todo el día se marinó en el veneno, pero antes de que éste lo matara ella le abrió las muñecas y lo dejó desangrarse hasta morir. En su mano colocó un cuchillo de los que se empleaban para el Suicidio Ritual, aunque la autopsia más simple lograría descubrir que había sido asesinado. Ninguna autopsia de rutina conocida por los Mnankrei indicaría que su muerte había sido provocada por envenenamiento.

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