Al desfilar frente a ellos en la cubierta Humildad se puso algo pálida, y aparentemente los jóvenes alcanzaron a notarlo. Estaban maravillados de tener a una Liethe a su disposición y, entre ellos, acordaron que su lascivia colectiva sería demasiado para ella. Prepararon una cama entre los olores grasientos del cuarto de sogas, de modo que tuviese un lugar de sosiego cuando ya no soportase por más tiempo el fétido cubículo de los maestres. Le entregaron velas y le consiguieron comidas especiales para las cuales su sonrisa era suficiente agradecimiento. Humildad se sintió conmovida ante tanta galantería, y decidió retribuirlo siendo liberal con sus caricias. En ocasiones cantaba para ellos y una vez pasó la noche a la luz de Luna Adusta, ayudándolos a reparar flechastes.
En una mañana gris en que la llovizna caía sobre el mar, los detuvo un pequeño barco del que izaron a un hombre herido. La patrulla había intentado detener un bote que trataba de pasar a esos falsos jueces Kaiel hasta la isla de Mnank. Pero los Kaiel los recibieron con una descarga de proyectiles acompañados de explosiones, y uno de los hombres resultó herido en el estómago con una bolita de plomo. Humildad lo asistió para poder oír hablar de aquella maravilla.
¡El
rifle!
¿Cómo responderían estos hombres del mar ante ese prodigio de los Kaiel?
—No pudimos acercarnos —dijo el marinero con la voz ahogada por el dolor. La herida ya tenía varios días, pero había vuelto a abrirse con las maniobras que hicieron para subirlo al barco y ahora su sufrimiento se renovaba.
—¿A qué distancia te hirieron? —preguntó Krak.
—A quinientos largos de un hombre.
Krak se mostró sorprendido y pidió más detalles para confirmar la estimación. Finalmente se encogió de hombros.
—¿Estás asustado? —preguntó con ironía a un joven Mnankrei que parecía perplejo ante este informe de un metal arrojado por el aire con tanta fuerza.
—El juego ha cambiado —fue la respuesta, sin revelar temor ni imprudencia.
—La arena ha sido removida pero la playa sigue allí —dijo Krak, citando un famoso proverbio Mnankrei—. Te lo explicaré. En el vientre ensangrentado de este pobre hombre se observa una gran destreza en el manejo del metal... la habilidad de un hojalatero, tal vez incluso de los og'Sieth. Pero yo te pregunto, ¿por qué gobiernan los sacerdotes y no los og'Sieth? Dios no otorgó ningún privilegio especial a los clanes sacerdotales. ¿Gobernamos porque hemos demostrado poseer una capacidad superior? Los conocimientos sobre lo sagrado y lo profano se imponen a todo lo demás. Muy bien, esta bola de plomo nos ataca a una distancia de quinientos largos de un hombre. ¿Debemos temblar contemplando la inmensidad de semejante recorrido? Yo te digo que la destreza sagrada de los Mnankrei es capaz de tender una Mano Negra a quinientos
mil
largos de un hombre, y devastar toda una ciudad. ¿De qué sirve una bala de plomo para hacer frente a nuestras fuerzas? ¿Los Kaiel no morirán mucho antes de avistar a aquellos que pretenden juzgar? ¿No morirán pensando que están a salvo, porque se encuentran fuera de nuestro alcance? —Se echó a reír—. Para protegerse de las moscas carnívoras, el acaro vuela hacia el buche del maelot. Krak despidió a los camilleros, indicándoles que llevasen al hombre herido bajo cubierta. Parecía guardar algún secreto que lo hacía feliz. Con su mente de asesina alerta ante cualquier alusión a la muerte, Humildad se preguntó cuál sería el peligro que un rifle no era capaz de neutralizar.
El barco pasó por una tormenta con las velas plegadas. Los fuertes vientos los llevaron muy rápido al puerto de Soebo, que ocupaba una larga extensión del río. La violencia del mar todavía se abatía en una llovizna fría, pero Humildad desafió las inclemencias del tiempo y salió a cubierta para ver la costa por primera vez. Las antiguas estructuras de piedra del macizo estilo Mnankrei se extendían por la bahía, enclavadas en la costa, algunas de ellas construidas sobre las ruinas de edificios más antiguos. Los muelles y canales estaban atestados de barcos. El agua estaba sucia y se percibía un ligero olor a cloacas. La ciudad parecía extenderse de forma interminable sobre las colinas del valle del río.
Humildad nunca había imaginado que se sentiría tan feliz de volver a ver tierra firme. Al notar su estado de ánimo, uno de los jóvenes Mnankrei extrajo una pequeña flauta y, sentado sobre las cuerdas húmedas, comenzó a tocar para ella. Humildad se volvió y escuchó. Lentamente, comenzó a tararear la melodía hasta que al fin empezó a cantar con su voz aguda sobre una ciudad que aguardaba el regreso de sus marineros. Muy pronto había reunido a toda una audiencia a su alrededor.
Un alto Geiniera trajo un frasco de whisky elaborado con la cebada oscura de Mnank, y lo pasó entre los imberbes Mnankrei a quienes había estado entrenando en las destrezas del mar. Todos bebieron y aplaudieron. El capitán salió a la cubierta fría para observar. Pronto Humildad estuvo bailando para aquellos hombres que eran sus amigos. Cada uno de sus movimientos y gestos cautivantes eran los de una Liethe.
Había llegado a la ciudad más grande de toda Geta, una ciudad de rumores, lugares de mala fama y corrupción. Allí residía la colonia de Liethe más importante en tamaño, exceptuando la Colmena Hogar de las islas del Mar de las Ilusiones Ahogadas. Esto era la civilización y ella podía bailarle a su gloria desde la cubierta de una de sus magníficas embarcaciones. Kaiel-hontokae no era más que una sombría aldea del desierto, una estación de paso en su pasado solo tema a Hoemei, su amante, a quien todavía recordaba un poco!
Y
era un hombre tan deliciosamente arrogante que pronosticaba la caída inminente de la gran ciudad, la cual, según decía, se desintegraría el día en que él decidiera tocarla.
Humildad rió. ¿Todos los amantes parecían tan tontos en cuanto se les había abandonado?
La Sociedad hará uso de todos sus recursos y energía para incrementar e intensificar los males y miserias del pueblo, hasta que al fin se agote la paciencia y la gente se vea forzada a. iniciar una rebelión generalizada.
Nechayev, maestro de Lenin en
La Fragua de la Guerra
Teenae asumió la responsabilidad de ocuparse de las cuestiones organizativas, lo cual requería que viajase regularmente a Congoja para actuar de mediadora con los seguidores de la Dulce Hereje. Un viejo tejedor o'Maie, que se había enamorado de la erudición cuando siendo un muchacho tuvo que abandonar el telar porque se quedó inválido, se había convertido en su mejor amigo. Era un hombre pobre, siempre con el mismo pantalón andrajoso e idéntico chaquetón de cuero, cubierto de sudor, que vivía en un desván lleno de insectos y siempre mostraba sus dientes ennegrecidos cuando sonreía. Él sabía mucho sobre historia getanesa, y la ayudaba a traducir algunos pasajes de
La Fragua de la Guerra.
Teenae estaba fascinada por un fanático que había encontrado en aquellas páginas donde se narraba la demencia de Riethe. Sus grandiosas fantasías sobre una inminente conquista de Riethe por parte del clan Obrero demostraron, con el paso del tiempo, ser ilusorias. Según los cánones Kaiel, sus predicciones eran muy poco precisas. Por otro lado, su capacidad para ensañarse con una nación herida fue sorprendente. Su nombre era Lenin, y había viajado en una enorme máquina a vapor para asumir la dirección del levantamiento socialista ruso. De ese modo podría destruir el embrionario socialismo ruso con un sistemático terror nechayeviano, abonando su propio futuro político.
La destrucción del mismo mundo que pretendía crear se inició con la ejecución de los manifestantes, quienes marchaban hacia el Palacio Tauride en Petrogrado en apoyo de la primera Asamblea Constituyente socialista elegida por el voto popular. Era invierno del año de Riethe 1918, y todo estaba cubierto de nieve. En las propias palabras de Lenin, llevadas por Dios a través de Su Cielo Inimaginable, Teenae pudo percibir el temor que sentía ese hombre miserable ante cualquier poder que no fuese el propio. Se apiadó de él por la soledad en que debía de haber vivido. Asumir el poder total requería la previa destrucción completa del libre albedrío. Necesitar el poder total era una inequívoca muestra de su absoluta inseguridad.
Para fines de 1918, Lenin ya ordenaba exterminios en masa día tras día. «Debéis movilizar a todas las fuerzas, establecer un triunvirato de dictadores, introducir el terror inmediatamente, ejecutar y deportar a cientos de prostitutas que corrompen a nuestros soldados y oficiales con vodka. No vaciléis ni por un momento...» Él nunca presenció la tarea de un pelotón de fusilamiento, jamás vio los efectos del terror que había creado. Por esto Teenae lo consideró un cobarde. Mataba a más gente de la que era capaz de comer. Por lo tanto, era un tonto.
En la soledad de su oficina del Kremlin, la furia de sus decretos fue en aumento. Los líderes de la checa y los comisarios políticos competían apresando rehenes y ejecutándolos sin juicio previo. Los camaradas socialistas eran asesinados. Lo mismo ocurría con los campesinos que habían luchado junto a Lenin contra el aborrecido clan de terratenientes. Demasiado tarde, la gente del campo descubría que la tierra no había pasado a sus manos sino que ahora pertenecía al Estado. En la provincia de Tambov hubo una masacre de doscientos mil campesinos...
¡Muerte al viejo zar! ¡Muerte al zar que se vendió a los capitalistas y se acobardó ante los socialistas! ¡Larga vida al nuevo zar! ¡Larga vida al Héroe de los Trabajadores que destruye a capitalistas y socialistas por igual, que devuelve todas las tierras al Estado, que vuelve a esclavizar a los campesinos liberados! ¡Muerte a la antigua aristocracia, corrupta y débil! ¡Salud a la nueva aristocracia, corrupta y fuerte!
Según rezaba una máxima Kaiel, inevitablemente surgían consecuencias terribles cuando un sacerdote encontraba soluciones simples para complicados problemas de gobierno. Teenae consideraba que Lenin tuvo escaso kalothi. Cuando sus soluciones no funcionaban él imponía su visión de la realidad empleando el terror, ya que no tenía la inteligencia ni el valor necesarios para reflexionar sobre su posición. Al final, lo único que a Lenin le quedó por ofrecer fue la Restauración. Destruyó al zar convirtiéndose en el zar.
El terror bolchevique, leyó Teenae con fascinación, sólo engendró más terror y dio vida al hijo de Lenin, el zar Stalin, quien eliminó implacablemente a todos los socialistas que quedaban en Rusia. La nación quedó tan desprovista de conciencia que durante cinco generaciones buscó soluciones a las cuestiones éticas más simples sin encontrar ninguna respuesta, tratando obstinadamente de dominar Riethe sin otra cosa que las visiones originales de Lenin. Aquellas Personas del Cielo tenían una extraña definición de la palabra «ayuda». Llevaban a la gente a la desesperación, de tal modo que estuviesen en posición de recibir su ayuda, que a su vez se convertía en la única Ayuda Válida. Conseguían tener la Razón matando a todos los que discrepaban. Teenae pensó en los Mnankrei. Después de leer la Historia de Dios, le resultaba más fácil comprender a aquellos sacerdotes.
Sin embargo, Gaet todavía no lograba comprender. Él no conocía a los Mnankrei, nunca se había enfrentado en un combate mortal con sus ambiciones, y jamás había experimentado el terror de encontrarse ante una de sus naves. Por unos momentos, Teenae se alegró infinitamente de haber tenido un contacto tan estrecho con Joesai. Él le había transmitido su fuerza. Leer sobre la vida de Lenin le infundió mayor firmeza.
Para cuando los Mnankrei llegasen al puerto de Congoja en alianza con los Stgal, ella se ocuparía de que los pobladores estuviesen preparados para resistir. Gaet no podría ayudarla, y los Stgal no querrían hacerlo. No importaba. Si los Stgal eran tan tontos para tratar de sobrevivir enfrentándose a otros dos grandes clanes, su destino era muy poco prometedor.
En sus fragmentos de
La Fragua de la Guerra,
Teenae encontró descripciones de un conflicto naval. Como era maestra de Kol, le agradaba jugar con las ideas. Ya había descubierto que todas las guerras se basaban en el engaño. Un comandante militar debía contar con un saco de sorpresas y con la capacidad de emplearlas rápidamente. Cada ejército debía tener un conjunto de reglas disciplinarias... y saber cómo violar cada una de ellas cuando quería lograr una victoria.
Teenae habló con Hoemei a través del rayófono y él la alentó para que siguiera adelante. Al día siguiente recibió la noticia de que tres naves habían zarpado de Soebo en dirección a Congoja, comandadas por el Amo de las Tormentas Tonpa. Y Hoemei le proporcionó noticias de Joesai. Estaba a salvo. Se había detenido a un día de marcha de Soebo, y esperaba los refuerzos del Concilio. Mientras, recibía a delegados de distintos clanes. La única respuesta de los Mnankrei fue construir una defensa impenetrable en torno a Soebo.
—¡Teenae! —gritó Hoemei en medio de la descarga estática. —¡Te escucho claramente!
—Parece ser que el peligro de la guerra es el empleo de excesivas fuerzas.
—¡Comprendo perfectamente el concepto de mínimo y máximo! —Existían muchos puntos en los cuales podían aplicarse diferentes niveles de fuerza para obtener la victoria, pero sólo uno en que se obtenía el mismo resultado con la fuerza
mínima.
—Hasta donde alcanzo a comprender, el valor de la victoria se encuentra en proporción inversa con la fuerza aplicada. La fuerza mínima asegura la victoria más larga y termina por convertirse en una negociación, la cual siempre es nuestra primera alternativa cuando tratamos de resolver un conflicto.
—¡Pero eso no me indica qué hacer! —se quejó Teenae.
—Tú eres la experta en jugar al Kol. ¿Qué puedo decirte? Prepara un ataque moderado, rápido y decisivo.
Después de este intercambio, la mujer permaneció mirando la caja de madera que le había traído la voz de su esposo a través de las montañas. Era demasiado sencilla. Necesitaba alguna decoración y un lustre con buenos aceites. Los instrumentos ya casi no se confeccionaban de ese modo. A ella le agradaba su rifle.
Los niños Kaiel que estaban bajo su mando se lo habían obsequiado tímidamente. En sus ratos libres habían tallado la caja y la habían adornado con incrustaciones. Nadie tenía un rifle tan hermoso. Habían ensamblado perfectamente los símbolos o'Tghalie con los Kaiel. Al tocar esa caja se había sentido una verdadera Kaiel, por primera vez desde que fuera adoptada. Sus subordinados creían en ella. La obedecían. La habían apoyado cuando sugirió que Gaet no estaba preparado para enfrentarse a la violencia de los Mnankrei. Habían llegado al extremo de robar provisiones para ella.