Rito de Cortejo (28 page)

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Authors: Donald Kingsbury

Tags: #Ciencia-Ficción

BOOK: Rito de Cortejo
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—No es correcto que estén muertos, ¿verdad? —preguntó ella, evitando calificar a quiénes estaban muertos.

Él vio compañeros de guardería muertos, funerales, mesas de disección y a Sanan, su valiente hermano, agonizando en el desierto cuando no era más que un muchacho. Hoemei lloró. Ella esperó hasta que estuvo calmado para hablar, y cuando lo hizo fue para escudriñar en algún horror, para levantar un cadáver ennegrecido de alguna alcantarilla o para hacerlo llorar otra vez.

Hoemei habló de su familia, primero con incoherencia
y
luego con una calma apasionada, y finalmente no pudo menos que reír. Estaba recordando lo mala perdedora que era Teenae cuando jugaba al Kol. En algún momento del relato, Humildad desapareció de su vista, y cuando volvió a notarla estaba sentada tranquilamente en un cojín, con los codos apoyados en el suelo, mirándolo mientras lo escuchaba atentamente.

—Dime una cosa —murmuró Hoemei con verdadero afecto hacia aquella criatura—. ¿Por qué cuando miras a un hombre a los ojos, éste siente que acaba de conocer al amor de su vida?

—Porque no puede tenerme —bromeó ella.

—¿Tú nunca sientes que has conocido al amor de tu vida?

—¿Por qué iba a hacerlo? Puedo tener a cualquier hombre que desee. ¿Y cómo está mi hombre triste ahora? —Ella le sonreía y lo miraba directamente a los ojos.

—Creo que bien. Hace días que lo único que hago es cavilar en las profundidades de un abismo. Será mejor que vuelvas con Aesoe. Gracias.

—Me quedaré. Aesoe piensa que necesitas unas vacaciones. Y yo también.

—¿Cuál de las tres eres tú? Siempre se me confunden. Aesoe asegura que es capaz de distinguiros.

—Yo soy la frívola. Soy curiosa, y fácil de excitar. Siento curiosidad por ti. Aesoe no cree que yo sea inteligente, pero soy mucho más lista de lo que él piensa. Sólo necesito a alguien como tú para hacerlo surgir. ¿Quieres hacer algo frívolo?

—Tú haces surgir mi timidez.

Ella se acercó para que pudiera tocarle la pierna.

—Yo también soy tímida. Los hombres no saben eso respecto a las mujeres atrevidas. Piensan que porque tenemos la osadía de entrar en las habitaciones de un hombre, donde ninguna otra mujer se atrevería a entrar, no nos morimos de miedo.

—Sinceramente, no creo que le temas a nada.

—Te equivocas. Tengo miedo de lo que harás cuando te cante una canción de cuna al oído. —Se puso de pie con un movimiento gracioso y deslizó las manos por su cabello. Su cuerpo se acercó al de él, su boca le rozó la mejilla, y comenzó a cantar, casi en un susurro:

Si los insectos cantan

Y los bebés escuchan

¿Puede el viento golpear y golpear?

Pies en marcha

Mentón con cosquillas

La sonrisa del bebé lo sabrá.

Ella le besó la oreja.

—Estoy llena de tonterías. Tienes unas orejas graciosas. ¿Sabías que Aesoe dice que tienes un oído mágico, y que puedes escuchar cualquier cosa en cualquier parte del planeta? ¿Es cierto? ¿Es una oreja mágica la que estoy besando?

—Casi.

—Aesoe dice que es un secreto.

Hoemei rió.

—Él piensa en la ventaja estratégica. Yo no creo que tanta reserva sirva de mucho. Mi propia predicción es que los Kaiel serán mucho más poderosos cuando el secreto se sepa y cualquiera pueda construir un oído mágico.

—Sólo los Kaiel son capaces de eso.

—No. Es sencillo. Se necesita un poco de alambre y unos trozos de vidrio, todo unido en una forma mágica que cualquiera puede aprender. Te enseñaré.

—¿Realmente puedes hablar a lugares distantes? —Humildad estaba impresionada.

—Seguro.

—¿A Soebo?

—En especial a Soebo.

—En realidad no sabes qué les ocurrió a Joesai y a Teenae, ¿verdad? Tal vez estén con vida. Yo podría hablar a Soebo. Aesoe no me dejará, así que tendremos que hacerlo en secreto. ¿Puedes guardar un secreto?

—¿Tienes contactos en Soebo? —De pronto Hoemei estaba muy interesado.

—Por supuesto. Hay colmenas Liethe en todas partes. Hemos sido concubinas de los Mnankrei desde mucho antes de que yo naciera, viajamos en sus principales barcos. Sus mujeres no nos quieren, pero estamos habituadas a ello. Por eso sabemos todo lo que ocurre en Soebo, con excepción de lo que murmuran las mujeres.

Evitando que alguien los viese, Hoemei la llevó a la sala de comunicaciones y llamó a su grupo de espías en Soebo. Después de establecer contacto, colocó el transmisor/receptor sobre la cabeza de Humildad y, con la boca abierta, ella escuchó las palabras crujientes. Y cuando habló, ¡el aparato le respondió! Le explicó a aquella voz amiga los detalles de un código secreto mediante el cual podría ponerse en contacto con la colmena Liethe. Le dijo que aquello sería suficiente para que obtuviese la información que buscaba. Soebo prometió llamar al cabo de uno o dos días.

Humildad mostró una gran curiosidad por los demoníacos electrones que danzaban bajo el suave resplandor rojizo de aquellas cubas selladas. Quedó perpleja ante la complejidad de aquellas máquinas extrañas, y curioseó entre ellas hasta que recibió una descarga que la hizo saltar hacia atrás.

—¡Dijiste que yo podía hacer una de éstas! —se quejó—. Pero no me quiere. ¡Me ha pateado! ¿Y yo sólo la estaba mimando!

Capítulo 30

Un hombre solo es como un tullido amarrado a su almohada, ennoblecido y humillado por la disciplina diaria de conquistar los detalles triviales. Hasta anudarse las botas se convierte en un desafío importante. ¿Cuándo logra más el Uno?
Dos pueden vivir tranquilamente, con tormentas ocasionales de gran felicidad si el clima y los tiempos los acompañan, si la buena fortuna les sonríe y la Muerte no los separa. El hombre de esta unión debe hacer votos de pobreza; su única mujer nunca será tan rica como en sus sueños. La mujer de esta unión debe aprender a amar flaquezas y carencias; su único hombre deberá trabajar duro para ser un buen amante. Cuando las expectativas son pocas y la vida es benevolente, Dos logran arreglarse bastante bien.
Tres no dejan de buscar otra pareja, así como el agua va en busca del mar, pero un triunvirato es el matrimonio que afronta menos conflictos. Una silla con tres patas no se tambalea.
Cuatro es el umbral de la sabiduría emocional. Sólo los maestros de las cuatro fases del amor y las cuatro formas de lealtad pueden hacer malabarismos con un matrimonio de cuatro sin que se caiga la bola. El Cuatro es un juego para los jugadores del amor que han triunfado.
Cinco, al igual que Tres, es sensualmente inestable pero transmuta con más opulencia en la armonía de los cambios. El Cinco es un poderoso amplificador de energía basado en la lealtad, el amor, la experiencia, la comunicación y la flexibilidad. Los que lo conforman son expertos en la resolución de conflictos. Se dice que un clan está en buenas manos cuando su líder ha llegado a los Cinco.
Seis es el matrimonio de la consumación. Sus hijos heredarán las estrellas, ya que el símbolo del seis es la estrella.

Versión de Votos Matrimoniales, del
Libro Kaiel del Ritual

Relevos de Ivieth mantenían el palanquín en marcha, a toda carrera. Gaet permaneció despierto el último tramo del viaje, aunque Oelita dormitaba apoyada en su hombro. La Herida Blanca se hallaba a sus espaldas, y ya habían vuelto al camino. De vez en cuando veían pasar a uno de los extraños skrei rodantes. Fue con la cabeza apoyada en su hombro, después de una sacudida, cuando Oelita abrió los ojos y vio por primera vez Kaiel-hontokae, que se extendía sobre las colinas ondulantes. La ciudad le pareció enorme, aunque sólo fuese por el tamaño de los acueductos.

Oelita había pensado que se sentiría feliz al llegar, pero en el laberinto de edificios, calles anchas, escaleras y callejones sinuosos sólo experimentó miedo. Ni siquiera olía como Congoja, con su aire perfumado por el mar. Allí había un ligero aroma a orina y excremento. El miedo la atenazaba todavía más que antes. Ella confiaba en Gaet, pero a su alrededor hormigueaban los Kaiel, como los diminutos halieth voladores que salían de sus escondrijos el día del apareamiento. ¡Jamás había imaginado que pudiese existir una ciudad semejante! Había muchos clanes que no reconocía, y gentes con rostros angulosos, trajes y estilos nunca vistos por sus ojos.

Su palanquín pasó por un mercado más grande que el de Congoja, y la ciudad continuó. Palacios, templos, apartamentos, chozas, colmenas, fábricas, tiendas, mansiones y parques se sucedían de forma interminable. En determinado momento, Gaet pidió al Ivieth que se detuviese frente a un edificio y los esperase allí. En el interior había innumerables máquinas de imprimir que vomitaban páginas. Un muchacho pasó junto a ellos con una pila de libros para encuadernar. Oelita se sintió perdida. En medio de todo aquel ruido, si gritaba nadie la escucharía. De pronto miró a su alrededor y Gaet había desaparecido. El pánico la invadió, pero él volvió a aparecer de inmediato con dos copas.

—Un poco de zumo. Nos lo merecemos.

Oelita bebió a sorbos pequeños mientras continuaban su viaje. La colina llena de mansiones donde vivía Gaet la dejó perpleja. No sabía que él fuera rico. Estaba sobrecogida por extrañas emociones. Se sentía como si se hubiese inclinado a sus pies... ¡y ella nunca antes se había rebajado! Con un gran esfuerzo, mantuvo la cabeza en alto. Según la imagen que tenía de sí misma, no debía mostrar admiración ante tanto esplendor. Gaet la cogió por el brazo y traspusieron la gran puerta de madera para entrar en el patio. Ella nunca había visto tanto lujo fuera de un templo. Casi podía ser un solar de Suicidio Ritual.

Gaet aguzó el oído.

—Creo que tenemos todo este mausoleo para nosotros solos. —Entonces alzó la voz. De su boca salió un fuerte gorjeo que hubiese sido capaz de atravesar todo un valle. Volvió a aguzar el oído—. Hasta los criados han salido. Bueno, permíteme que te dé la bienvenida.

—Me siento muy honrada de ser tu huésped. —Oelita se inclinó y le sonrió.

Se escucharon unos pasos.

—¡Gaet! ¡La has traído!

—Mi esposa-uno, Noé —le anunció él—. Como de costumbre, se ha tomado su tiempo.

Oelita hizo una reverencia algo forzada.

—Así que eres tú la que ha causado tanto alboroto.

—¿No es como un festín para un estómago vacío? —la elogió él.

—Esposo-uno tiene un sentido del humor tan vulgar —replicó Noé con simpatía.

—Debemos comunicarnos con Hoemei para que venga esta noche.

Los ojos de Noé brillaron.

—Es posible que nunca volvamos a verlo. Ha sido atrapado por una de las Liethe de Aesoe.

—¡Por los ojos de Dios! —Exclamó Gaet—. ¿Hoemei? ¡No puedes hablar en serio! ¿Se está acostando con ella?

—Últimamente me ha estado sugiriendo posiciones muy extrañas en la cama.

—Después de nuestro baño tendré que ir a Palacio a buscarlo —se rió Gaet—. ¡O más bien a rescatarlo!

—¿Quiénes son esas Liethe? —Preguntó Oelita—. Las he visto siguiendo a los Stgal a cinco pasos de distancia, pero no sé nada sobre ellas.

—A los Stgal los siguen a cinco pasos. Hacen cualquier cosa con tal de complacer a un sacerdote. —La voz de Noé mostraba desprecio por una mujer que ofrecía sus favores a un hombre que le exigía distancia al caminar—. Para
nuestros
hombres bailan desnudas.

—Sólo cuando no lo esperamos —se defendió Gaet—. En la última fiesta de Aesoe bailaron el Ocaso para nosotros y no vi ni un ápice de piel.

—¡Pero te fijaste bien! —bromeó Noé, y se volvió hacia Oelita para explicárselo—. La danza Liethe del Ocaso comienza con las bailarinas vestidas de azul claro. Se cambian los trajes en escena, con la habilidad de los magos, de modo que tu vista nunca alcanza a notar cómo lo hicieron. Los trajes pasan del celeste a los amarillos, los naranjas y los rojos brillantes, para luego tornarse púrpura y terminar vestidas de negro. Evidentemente los hombres se disputan los asientos tratando de ver un poco de piel. —Dio un codazo a Gaet—. Si no logró ver ni un ápice de un seno o un muslo debe de ser porque estaba muy mal situado.

—Uno de estos días —dijo Gaet con expresión sombría—, te venderé a las Liethe.

—¡No te creo! ¡Me quieres demasiado! Además, ellas no me comprarían. Los cuerpos de las Liethe no están decorados.

—Tal vez te quieran para la sopa.

—¿Las Liethe no marcan sus cuerpos? —Oelita estaba escandalizada—. ¿Y se muestran así ante los varones?

—Ésta es una ciudad perversa, mi pequeña bárbara de la costa. —Se volvió hacia Noé—. ¿Tenemos agua caliente?

—Venid conmigo. Ambos apestáis.

La casa de baños ya estaba llena de vapor. Oelita se maravilló al ver las cañerías que llevaban el agua caliente a la tina de piedra. Gaet esbozaba una amplia sonrisa.

—Ya me siento relajado —dijo sumergiendo la mano en el agua mientras Noé comenzaba a quitarle las botas.

Casi con temor ante tanto lujo, Oelita se desvistió... Era como si fuese el último baño. La habitación estaba completamente recubierta de azulejos en tonos castaños, con una textura áspera que impedía resbalar incluso con los pies enjabonados. Las cañerías eran de bronce lustrado.

Había un gran kaiel tallado para colgar las toallas, con su hontokae grabado en oro. Temblando, Oelita comenzó a quitarse la bata.

Sin embargo, se detuvo desconcertada cuando Gaet le señaló con disimulo que estaba violando el ritual.

¡Estos kaiel!,
pensó furiosa.
¡Sus rituales no terminan nunca!,
se dijo. Sentía vergüenza de sentirse avergonzada, de no conocer el ritual. Noé ni siquiera había notado su error.

—Los invitados no se desvisten solos —susurró Gaet mientras se acercaba para ayudarla con manos suaves.

—Tenéis buenos artistas en la costa —dijo Noé, admirando las líneas que realzaban la femineidad del cuerpo de Oelita.

Noé tenía preparados champúes, perfumes, delicados jabones hechos con raros aceites de escarabajo y esponjas de agradable textura. La joven se tomó grandes libertades con el cuerpo de su marido, y cuando él trató de replicarle con insolencia ella le llenó la boca de jabón y su risa produjo una lluvia de burbujas. Oelita se sintió desplazada, olvidada. Noé era su esposa, ¡pero ella era su amante!

¡No le importaba cuáles fuesen los rituales! Cogió una esponja y comenzó a lavar a Gaet. ¡Él también le pertenecía! En lugar de molestarse, Noé trasladó sus atenciones a Oelita. El baño era una caricia, una serena intimidad. Noé incluso la besó con suavidad en el cuello. Fue una sensación extraña. Oelita se sintió compartida.

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