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Authors: Katherine Neville

Tags: #Intriga, Policíaco

Riesgo calculado (45 page)

BOOK: Riesgo calculado
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—A estas alturas no tenemos nada que perder —dije—. Hazme ese favor, inténtalo.

Tavish, siguió mascullando, pero unos minutos más tarde oí exclamaciones y luego un grito.

—¡Hay una clave de acceso Lawrence! —profirió—. ¡Dios mío, ésta es la cosa más repugnante, infame y criminal que he visto en mi vida!

—¿Qué es? —exclamé, sentándome y apretando el auricular contra mi oreja.

—Lo grabaré en Charles Babbage para tener una copia en disco duro —dijo—, ya que no puedo grabarlo a través de tu línea. Pero te leeré lo básico. Espero que tengas una pluma a mano.

—¿Qué es? —repetí, apretando pluma y bloc en las manos.

—Son acciones, preciosa, trescientos millones en acciones bancarias, todas ellas transferidas en las dos últimas semanas.

—¿Acciones bancarias? ¿Te refieres a acciones del Banco del Mundo?

—Créeme, no tengo ni idea de dónde proceden —respondió Tavish—, pero puedo darte nombre, clase y número de serie de muchos millones de acciones.

Quizá Tavish no supiera de dónde procedían, pero yo sí y sonreí. No resultaba demasiado difícil imaginar dónde había un volumen de acciones bancarias de semejante magnitud y que, además, estuviera a mano. De hecho, podía transferirse sin ni tan siquiera abandonar el sistema informático del banco.

¡Habían robado el fondo de pensiones para los empleados del propio banco!

Era tarde, casi de noche, cuando acorté camino a través de los bosques y aparecí por debajo del castillo para entrar en él desde la pequeña península. Desde allí, una escalera interior cubierta de telarañas subía directamente hasta la atalaya que daba al parapeto y al mar, sin pasar por el patio central, donde podría ser vista.

Sabía que el sonido viajaba mejor colina arriba, y pensé que sería preferible saber primero cómo estaban las cosas allá abajo, en el parapeto, donde Lelia, Tor y los del Vagabond debían de estar tomando unos cócteles.

Pero, cuando miré por la angosta ventana, sólo vi tres figuras de pie sobre la vasta extensión enbaldosada: Lawrence y mis dos amigos. Sus voces llegaron hasta mí tan claramente como si estuvieran tan sólo a un metro.

—Baronesa Daimlisch —le decía Lawrence mientras Tor servía el champán—. El doctor Tor me ha dicho que es usted la responsable principal de este consorcio. Espero que no le importará que le diga que me resulta difícil creer que haya estado usted en el mundo de las altas finanzas desde hace tiempo. Sus expectativas de obtener un beneficio adicional de treinta millones de dólares por este negocio son insostenibles.

—Entonces, ¿por qué estuvo de acuerdo
initialement
, monsieur? —preguntó Lelia dulcemente.

—Además de carecer de valor como propiedad —prosiguió él, ignorando su comentario—, en calidad de compradores no tenemos la seguridad de que podamos seguir operando en esta roca como refugio fiscal permanente. Geográficamente, estamos entre las aguas territoriales griegas y las turcas. Si esos dos países decidieran disputarse la propiedad, como hicieron con Chipre, nos enfrentaríamos con graves problemas.

—Y sin embargo, desea usted tan desesperadamente comprar este negocio sin valor que intenta obligarnos a cedérselo. Espero que no le importe que le diga, monsieur, que no es usted muy gentil.

—En el mundo real, madame, el mundo de los negocios y las finanzas, ser un caballero no es un buen criterio. Si no firma los contratos que hemos traído hoy, por el millón y no más, le aseguro que tomaremos medidas muy poco caballerescas para sacarla a usted y a sus colegas de aquí sin mayores contemplaciones. Todos estuvimos de acuerdo en arriesgar en esta empresa, pero con un riesgo calculado. Y mis cálculos sugieren que ya hemos arriesgado bastante haciéndonos cargo de los préstamos que sirvieron para financiar les en un principio.

—No se puede decir que sea un riesgo —intervino Tor, acercándose con las copas de champán desde la mesa donde las había servido—. Sobre todo teniendo en cuenta que usted planea que su banco, y todas las corporaciones en las que sus hombres son ejecutivos, aparquen su capital y tramiten contratos gravables aquí, tan pronto como ustedes se hagan con el control.

—Es ilegal que los bancos y otras corporaciones aparquen reservas en refugios fiscales —dijo Lawrence fríamente—, como seguramente usted ya sabe.

—Sin embargo, todos lo hacen, como seguramente usted ya sabe —replicó Tor con una sonrisa—. ¿Qué pensaría la junta de su banco si supiera que les ha estado obligando a realizar un acto ilegal del que usted será el principal beneficiario?

—No sé de dónde procede su información, pero estoy seguro de que esas acusaciones infundadas no se sostendrían ante un tribunal —replicó Lawrence.

—Esto no es un tribunal, y más de una brillante reputación se ha hundido en las costas de las insinuaciones —replicó Tor.

Sin embargo, debería haberse preguntado, como hacía yo, por qué a Lawrence parecía preocuparle tan poco su reputación en el banco. Después de todo, si se enteraban de que uno de sus principales ejecutivos era el director de un paraíso fiscal que hacía negocios en competencia directa con el banco, ¿no tomarían primero las medidas necesarias para protegerse?

A menos que Lawrence tuviera mucha más influencia en el banco de la que yo le había otorgado.

Entonces, claro está, vi la imagen al completo y la sangre se me agolpó en la sienes. No había robado esas acciones del fondo de pensiones, ¡el fondo le pertenecía! No se trataba en absoluto de una adquisición a corto plazo del pequeño negocio de nuestra isla; eso era tan sólo la punta del iceberg. No sólo querían un refugio fiscal para los fondos de otras personas, querían un país propio. ¡Y ya sabía por qué!

—Por lo que veo, no sabe con quién está tratando —le decía Lawrence a Tor.

—¡Pero yo sí! —grité desde mi ventana de la torre, incapaz de controlarme por más tiempo.

Los tres alzaron la vista y bizquearon al recibir directamente la luz del sol. Vi que Tor sonreía.

—¡Ah! —exclamó con gracia casual—, al parecer nuestra socia muda ha decidido hablar por fin.

—¿Socia muda? —preguntó Lawrence, mirándolo.

Me arremangué el albornoz y bajé de tres en tres la escalera de caracol para salir al parapeto.

Lawrence me miró fríamente. Estaba segura de que yo era la última persona en el mundo a la que deseaba ver en ese momento, pero tuve que reconocerle el mérito de no demostrarlo.

—Banks, quizá puedas explicarme qué crees que estás haciendo aquí —dijo.

—Yo preferiría explicar qué está usted haciendo aquí —le dije, tratando de controlar la ira en mi voz—. ¡Vosotros, hijos de puta, vais a apoderaros del banco!

Tor volvió la cabeza bruscamente para mirarme y Lelia se llevó una mano al pecho. Lawrence se quedó quieto; su cara era una máscara inexpresiva y sus pupilas rendijas de helada autosuficiencia. Dejó la copa de champán sobre el muro y sacó un paquete de documentos del bolsillo interior de la chaqueta.

—Desde luego que sí —me dijo gravemente—. Poco pueden hacer a estas alturas, así que les sugiero que saquen el mayor partido posible de la situación, acepten nuestra oferta de un millón de dólares y firmen estos documentos. Es decir, si consiguen descubrir quién de ustedes está autorizado a firmar.

—Quizás antes alguien pueda decirme qué está pasando —sugirió Tor.

—Deben de haber estado planeando todo esto durante años —expliqué—. Poseen cientos de millones en acciones bancarias, compradas quizá con un margen de cincuenta centavos por dólar, pero compradas con su propio dinero. Tan pronto como tengan esta isla, que nosotros les hemos proporcionado, podrán fundar una casa central aquí, con sus propias leyes, transferir esas acciones bancarias a esa compañía ¡Y hacerse con el control del Banco del Mundo!

—Un resumen muy preciso —convino Lawrence, sosteniendo aún los contratos en la mano—. Habíamos planeado constituimos en sociedad en Liechtenstein, Luxemburgo, Malta o cualquier otro sitio, hasta que surgiera esta oportunidad. Pero ya hemos gastado demasiado tiempo y dinero. Creo que ha llegado el momento de terminar con todo esto. Verán, no pueden hacer nada por detenemos. En la práctica, esta isla nos pertenece, y el banco también.

Tenía razón, y yo sabía lo que harían exactamente cuando tomaran el mando. No habían llegado hasta allí para formar una junta directiva mejor, mejorar los servicios o aumentar los bienes de la corporación para el resto de los accionistas. Cuando le echaran la zarpa a un negocio como aquél, lo exprimirían hasta el fondo; y no sólo de dividendos. Harían lo que habían hecho con el banco de Bibi, pero a una escala inconcebible.

Lo que se proponían podría hacer que toda la economía norteamericana se tambalease y gracias a que nosotros les íbamos a entregar un país de nuevo cuño, todo lo que hicieran estaría dentro de los límites de la ley, puesto que ellos mismos podrían dictar las leyes.

El mayor error de todos los que había cometido en aquel asunto había sido no reconocer el auténtico mal cuando lo tenía delante de las narices. Había tratado a Lawrence con demasiados miramientos, creyendo que le engañaría al demostrarle que la seguridad del banco no era buena. Qué estúpida había sido. La corrupción había empezado en lo más alto, no en un sistema informático ni en un comité de dirección, sino en la oscura mente hambrienta de poder de un solo hombre. Quizá no pudiera detenerlo, pero no pensaba ayudarle a salirse con la suya.

De repente, Tor apareció junto a mí y me tendió una copa de champán con una sonrisa. Lo que vino después fue una autentica sorpresa.

—Mi querida Verity, brindemos por el mejor y tratemos de paliar nuestra derrota con el millón que nos ha ofrecido. Después de todo, ha sido una buena lucha, pero incluso el más inteligente puede perder alguna vez.

Clavé la vista en él; no tenía ni la más remota idea de lo que intentaba hacer. Tor no se rendía nunca sin luchar. En realidad, no le había visto ceder jamás hasta que vencía, incluyendo mi seducción.

Sin embargo, entrechocó su copa con la mía y la levantó.

Una confusa Lelia hizo lo mismo.

—Por Lawrence y sus compatriotas, que siguen exploran do la isla. Una pena que no estén aquí para ser testigos de nuestra capitulación. Pero lo celebrarán sin duda con igual alegría cuando lleguen y vean estos contratos debidamente firmados. —Bebió otro sorbo de champán y me cogió del brazo con una fuerza innecesaria—. Y por Verity, nuestra socia muda, cuya inteligencia puso en marcha este negocio. Aunque no es lo que esperabas, estoy segura de que el millón que has ganado te compensará en cierta medida por los mil millones o así que has invertido estos últimos tres o cuatro meses.

—¿Qué tenía que ver Banks con ese capital? —preguntó Lawrence—. Creía que la baronesa era el soporte financiero de este negocio.

—El soporte no, la fachada —dijo Lelia, dedicándome una sonrisa de complicidad.

Era obvio que todos sabían de qué se trataba menos yo.

—Lo que quiere decir la baronesa —explicó Tor— es que ella era la fachada de nuestra inversión: la compra de los bonos que utilizamos como garantía, la obtención de los préstamos, así como la compra de la isla y la creación del negocio. Pero el cerebro, el ángel financiero, si así lo prefiere, era Verity Banks.

—Eso es completamente absurdo —dijo Lawrence—. ¿De dónde iba a sacar Banks un capital de esa magnitud? ¡Está hablando de mil millones en títulos!

Parecía más que inquieto. Incluso él había comprendido que las cosas no eran como esperaba. Pero yo seguía perdida.

—Quizá deberías decirle cómo conseguiste los fondos —sugirió Tor, con su encantadora sonrisa. Me apretó aún más el brazo y añadió—: ¡Exactamente cómo conseguiste mil millones de dólares y en tan poco tiempo!

Entonces lo comprendí por fin. Sonreí.

—Lo robé —contesté dulcemente. Luego apuré la copa de champán y me dirigí a la mesa para llenarla de nuevo.

—¿Perdón? —dijo Lawrence.

Cuando volví a levantar la vista después de servirme, sus pupilas se habían convertido en dos rendijas diminutas. Acabó por quitarse las gafas y limpiarlas, como si eso pudiera ayudad e a oír mejor.

—¿Acaso tartamudeo? —pregunté cortésmente, levantando una ceja—. Robé mil millones de dólares de la red de transferencias del banco. Oh, y un poco de la Reserva Federal también, no debería olvidar mencionarlo. Lo utilizamos para comprar valores, pero pensábamos devolverlo tan pronto como consiguiéramos nuestros treinta millones. Claro está que, ahora que se ha echado atrás, ya no será posible.

Lawrence se quedó petrificado, mientras nosotros le sonreíamos ampliamente.

—Desde luego, en realidad no tiene importancia, puesto que obviamente no metí el dinero en cuentas a mi propio nombre. No podrán seguir el rastro de esos fondos robados para llegar hasta mí —expliqué. Después contuve la respiración—. Llegarán hasta usted, por supuesto, y hasta sus amiguitos.

Reinaba un silencio tan grande en la terraza como si nos hubiera engullido un vacío. Lawrence estaba mortalmente pálido y apretaba su copa con tanta fuerza que pensé que acabaría rompiéndola. Sin duda había comprendido que ningún tribunal creería a un hombre que pretendía hacerse con el control de uno de los bancos más importantes, y de un país, cuando intentara fingir que no sabía nada de cómo habían aparecido mil millones de dólares robados en su cuenta bancaria.

De repente, Lawrence arrojó su copa directamente hacia mi cabeza, y Tor me empujó para apartarme. La copa golpeó el muro que teníamos detrás.

—¡Maldita zorra miserable! —aulló con una voz tan aguda que, por un momento, creí que era un animal.

Cuando me recobré del susto, Tor ya se había abalanzado sobre Lawrence y le sujetaba los brazos mientras él seguía gritando. Entonces, súbitamente, aquello se convirtió en un pandemónium cuando Pearl y Georgian llegaron corriendo por el sendero, con los del Vagabond detrás. Todo el mundo gritaba y trataba de oír a un tiempo, mientras Tor luchaba por arrastrar a Lawrence, que seguía lanzando chillidos, hasta una silla cercana.

Lelia golpeó su copa de champán con una cuchara hasta que todos callamos.

—Caballeros —dijo tranquilamente, sonriéndoles—. Sugiero que todos tomen asiento otra vez. Nuestra clase aún no ha terminado y tengo algo que deseo que firmen. Aunque no es un contrato.

—¿Qué está pasando aquí, baronesa? —preguntó uno de los banqueros, con los ojos clavados en un Lawrence que echaba espumarajos por la boca.

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