Recuerdos prestados (2 page)

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Authors: Cecelia Ahern

Tags: #Romántico

BOOK: Recuerdos prestados
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—Es una pregunta muy buena. —La doctora frunce el ceño hacia la oscuridad, incapaz de ver a los estudiantes a través de la luz del proyector—. ¿Quién lo ha preguntado?

—El señor Dover —dice alguien desde la otra punta del aula.

—Seguro que el señor Dover puede contestar por sí mismo. ¿Cómo te llamas?

—Ben —responde el chico con desaliento.

Estallan las risas. La doctora Fields suspira.

—Ben, gracias por tu pregunta; y al resto de vosotros os digo que ninguna pregunta está de más. De eso va la Semana Sangre para la Vida. Se trata de que hagáis todas las preguntas que queráis, que aprendáis todo lo necesario sobre las transfusiones de sangre antes de que os decidáis a donar hoy, mañana o el resto de la semana en el campus, o quizá con regularidad en el futuro.

La puerta se abre y la luz entra a raudales en el aula a oscuras. Es Justin Hitchcock, con el rostro reconcentrado e iluminado por la luz blanca del proyector. Debajo del brazo lleva un montón de carpetas que amenazan con resbalársele de un momento a otro, pero alza a tiempo una rodilla para devolverlas a su sitio. En la mano derecha lleva un maletín demasiado lleno y un vaso de Styrofoam de café en precario equilibrio. Baja lentamente el pie al suelo, como si ejecutara un movimiento de tai chi, y una sonrisa de alivio le asoma al rostro al restablecerse la calma. Alguien se ríe por lo bajo y el equilibrio vuelve a verse comprometido.

«Aguanta, Justin. Aparta los ojos del vaso y evalúa la situación. Una mujer en la tarima, quinientos chavales. Todos te miran. Di algo. Algo inteligente.»

—Er… Estoy confundido —dice a la oscuridad, tras la cual percibe alguna forma de vida. Oye parloteos en el aula y nota todos los ojos clavados en él mientras retrocede hacia la puerta para comprobar el número.

«No derrames el café. No derrames el puñetero café.»

Abre la puerta y unos rayos de luz vuelven a colarse en la sala, haciendo que los estudiantes se protejan los ojos.

«Cuchicheos, risitas, no hay nada más divertido que un hombre perdido.»

Cargado con sus bártulos, se las arregla para sostener la puerta abierta con la pierna. Mira el número del lado exterior de la puerta y vuelve a mirar el que figura en la hoja, la hoja que, si no agarra en ese mismo instante, volará hasta el suelo. Hace un gesto para agarrarla, pero se equivoca de mano y el vaso de Styrofoam cae al suelo, seguido de cerca por la hoja de papel.

«¡Maldita sea! Ya estamos otra vez, cuchicheos y risitas. No hay nada más divertido que un hombre perdido que ha derramado el café y ha dejado caer su programa de clases.»

—¿Puedo ayudarlo en algo? —le pregunta la profesora bajando de la tarima.

Justin se apresura a meterse de nuevo en el aula, que vuelve a quedar a oscuras.

—Bueno, aquí pone… bueno, ahí ponía —señala con la cabeza la hoja de papel empapada en el suelo— que me toca clase aquí.

—La matrícula de estudiantes extranjeros es en la sala de exámenes.

Justin frunce el ceño.

—No, yo…

—Perdón —dice la mujer aproximándose—. Me había parecido oír un acento americano. —Recoge el vaso de Styrofoam y lo tira a la papelera, sobre la cual hay un letrero que reza: «No se permiten bebidas.»

—Vaya… eh… lo siento —se disculpa Justin.

—Los estudiantes mayores están en la puerta siguiente. —Añade la doctora en un susurro—. Créame, no le conviene esta clase.

Justin carraspea y corrige su postura, sosteniendo las carpetas con más fuerza bajo el brazo.

—En realidad doy clase de Historia del Arte y Arquitectura —anuncia.

—¿Es profesor?

—Lo crea o no, profesor invitado. —Se sopla el pelo que le cae sobre la frente sudorosa.

«Un corte de pelo, acuérdate de cortarte el pelo. Otra vez los cuchicheos y las risitas. Un profesor perdido que ha derramado el café y ha dejado caer el programa está a punto de desparramar un montón de carpetas y necesita un buen corte de pelo. Decidido: no hay nada más divertido.»

—¿El profesor Hitchcock? —inquiere Fields.

—El mismo. —Las carpetas empiezan a escurrírsele del brazo.

—Oh, lo siento mucho —susurra ella—. No lo sabía… —Le coge una de las carpetas—. Soy la doctora Sarah Fields del IBTS. La facultad me ha dicho que podía pasar media hora con los alumnos antes de su clase, siempre y cuando usted me diera permiso, por supuesto.

—Vaya, bueno, nadie me había informado pero no se preocupe,
no problemo
.

«¿
Noproblemo
?» Negando con la cabeza, enfila hacia la puerta. «Starbucks, allá voy.»

—Profesor Hitchcock —le detiene la doctora.

—Diga —responde Justin volviéndose.

—¿Le apetece quedarse?

«Desde luego que no. Ahí fuera me aguardan un capuchino y un muffin de canela. No. Sólo di que no.»

—Hummm… pse. —
«¿Pse
?»—. O sea, sí.

«Cuchicheos y risitas. Profesor pillado. Obligado a hacer algo que está claro que no quería hacer por mujer atractiva en bata blanca que afirma ser médica de una organización cuyas iniciales no le dicen nada.»

—Estupendo. Bienvenido —responde la doctora, que le ayuda a colocarse las carpetas debajo del brazo y regresa a la tarima para dirigirse a los alumnos—. Muy bien, prestad atención todos. Volvamos a la pregunta de antes sobre las cantidades de sangre. La víctima de un accidente de coche puede necesitar hasta treinta unidades de sangre. Una úlcera sangrante puede requerir entre tres y treinta unidades de sangre. Un
by-pass
de arteria coronaria requiere entre una y cinco unidades de sangre. Varía según los casos, pero con tales cantidades sin duda entenderéis que siempre se necesitan donantes.

Justin se sienta en la primera fila y escucha horrorizado el debate al que se ha sumado.

—¿Alguna otra pregunta? —preguntó la doctora Fields.

«¿Podemos cambiar de tema?»

—¿Te pagan por donar sangre? —dice alguien.

Más risas.

—Me temo que en este país no —repone la doctora.

—¿La persona que recibe la sangre sabe quién es el donante?

—Las donaciones suelen ser anónimas para el receptor, pero los productos de un banco de sangre siempre están identificados a lo largo del ciclo de donación, análisis, separación en componentes, almacenamiento y administración al receptor.

—¿Cualquiera puede donar sangre?

—Buena pregunta. Aquí tengo una lista de causas excluyentes para ser donante de sangre. Por favor, estudiadla cuidadosamente y tomad notas si queréis.

La doctora mete una hoja bajo el proyector y su bata blanca se ilumina con una imagen muy gráfica de alguien que necesita una transfusión con urgencia. Se aparta y la imagen llena la pantalla que hay en la pared.

Los alumnos profieren quejidos de disgusto y la exclamación «qué fuerte» viaja por las gradas de asientos como una ola. Justin siente un desvanecimiento y aparta los ojos de la imagen.

—Huy, me he equivocado de hoja —dice la doctora Fields antes de cambiarla por la lista que había prometido.

Justin desea para sus adentros padecer algún tipo de fobia a la sangre o a la aguja a fin de poder descartarse como posible donante de sangre. No hay suerte; tampoco era que importase, pues las posibilidades de que done una gota de sangre son tan escasas como las ideas de buena mañana.

—Qué lástima, Dover. —Otra bola de papel sale volando del fondo del aula para estrellarse contra la cabeza de Ben—. Los gais no pueden donar.

Ben levanta la mano con la mayor frescura haciendo el signo de la victoria.

—Eso es discriminatorio —protesta una chica.

—También es un tema a debatir otro día —responde la doctora Fields, siguiendo con su discurso—. Recordad que vuestro cuerpo reemplazará la parte líquida de la donación en cuestión de veinticuatro horas. Siendo una unidad de sangre como mucho de medio litro, y habida cuenta de que las personas tienen entre cuatro y seis litros de sangre en el cuerpo, cualquiera puede permitirse donar medio litro sin problemas.

Se producen algunos focos de risa juvenil ante la insinuación.

—Escuchadme todos, por favor. —La doctora Fields da palmadas tratando de llamar la atención—. La Semana Sangre para la Vida no sólo pretende reclutar donantes sino también informar. Está la mar de bien que nos riamos y lo tomemos a broma, pero me parece importante señalar que, en este preciso instante, la vida de alguien, sea una mujer, un hombre o un niño, podría depender de vosotros.

De repente la clase se sume en el silencio. Incluso Justin deja de hablar consigo mismo.

2

—Profesor Hitchcock.

La doctora Fields se acerca a Justin, que está ordenando sus notas en la tarima mientras los alumnos hacen un descanso de cinco minutos.

—Por favor, llámame Justin, doctora —repone él.

—Por favor, llámame Sarah.

—Encantado de conocerte, Sarah.

—Sólo quería asegurarme de que volviéramos a vernos después.

—¿Después?

—Sí, después. Como… después de tu clase.

«¿Está flirteando? Hace tanto tiempo… ¿Cómo voy a saberlo? Habla, Justin, habla.»

—Estupendo. Me parece estupendo que quedemos —contesta al fin.

Sarah aprieta los labios para disimular una sonrisa.

—Bien, pues te espero en la entrada principal a las seis y te llevaré yo misma —agrega.

—¿Llevarme adónde?

—Donde tenemos montado el centro de donación de la campaña. Está junto al campo de rugby, pero prefiero acompañarte en persona.

—El centro de donación… —Se aterroriza al instante—. Ya, no creo que…

—Y luego vamos a tomar algo.

—¿Sabes qué? Acabo de tener la gripe, así que no creo que esté en condiciones de donar —dice, abriendo las manos y encogiéndose de hombros.

—¿Estás tomando antibióticos?

—No, pero es una buena idea, Sarah. Quizá debería tomarlos… —Se frota la garganta.

—Bah, creo que no pasará nada —dice Sarah quitándole importancia.

—No, mira, es que he estado expuesto a varias enfermedades infecciosas últimamente. Malaria, viruela… todo el lote. Estuve en una zona tropical. —Rememora la lista de causas excluyentes—. Y mi hermano, Al… Pues tiene lepra.

«Qué excusa tan mala.»

—Vaya. —Sarah enarca una ceja y aunque intenta evitarlo con todas sus fuerzas acaba sonriendo—. ¿Cuánto hace que saliste de Estados Unidos?

«Piensa, Justin, esto puede ser una pregunta con trampa.»

—Me mudé a Londres hace tres meses —contesta finalmente, optando por decir la verdad.

—Hombre, qué suerte. Si hubiese sido hace dos meses no habrías podido donar.

—Espera un momento, deja que piense… —Se rasca el mentón y, con aire meditabundo, empieza a recitar entre dientes los meses del año—. Quizá fue hace dos meses. Si retrocedo desde que llegué… —Se calla mientras cuenta con los dedos mirando a lo lejos y con el ceño fruncido, como si estuviera concentrado.

—¿Te da miedo, profesor Hitchcock? —pregunta ella sonriendo.

—¿Miedo? ¡No! —Levanta la cabeza y suelta una risotada—. Pero ¿te he dicho que tengo la malaria? —Suspira al constatar que su interlocutora no parece tomarle en serio—. Vale, se me han acabado las ideas.

—Entonces, nos vemos en la entrada a las seis. Ah, y no te olvides de comer algo.

—Descuida, tendré un hambre canina antes de mi cita con una aguja gigante homicida —masculla mientras observa marcharse a la doctora.

Los alumnos comienzan a entrar de nuevo en el aula y Justin procura disimular la sonrisa de placer que le asoma a la cara por motivos encontrados. Por fin la clase es suya.

«Muy bien, mis pequeños amigos parlanchines. Ha llegado la hora de la venganza.»

Aún no se han sentado todos cuando empieza:

—El arte —anuncia al aula magna, y se oyen ruidos de lápices y libretas que salen de las carteras, ruidosas cremalleras y hebillas, plumieres de hojalata… Todo nuevo para el primer día, todo limpio y sin tacha. Lástima que no quepa decir lo mismo de los alumnos—. El producto de la creatividad humana.

No se detiene para darles tiempo a alcanzarle. En realidad, es hora de divertirse un poco, de manera que acelera el discurso:

—La creación de cosas hermosas o significativas.

Camina mientras habla, oyendo todavía ruiditos de cremalleras y hojalata.

—Señor, podría repetir eso por fa…

—No —interrumpe—. Logrando la aplicación práctica de la ciencia al comercio y la industria —prosigue.

Silencio absoluto en la sala.

—Creatividad y sentido práctico. El fruto de su fusión es la arquitectura —añade.

«¡Más deprisa, Justin, más deprisa!»

—La-arquitectura-es-la-transformación-de-ideas-en-una-realidad-material. La-compleja-y-cuidadosamente-diseñada-estructura-de-algo-especialmente-con-respecto-a-un-periodo-concreto. Para-entender-la-arquitectura-debemos-estudiar-la-relación-entre-tecnología-ciencia-y-sociedad.

—Señor, podría…

—No. —Aunque decide aflojar un poquito—. Estudiamos el modo en que la sociedad ha dado forma a la arquitectura a través de los siglos pero también, a su vez, la manera en que ésta da forma a la sociedad.

Hace una pausa y contempla los rostros juveniles con los ojos puestos en él, sus mentes como vasijas vacías aguardando a ser llenadas. Tanto que aprender, tan poco tiempo para hacerlo, tan poca pasión en ellos para entenderlo de verdad. Es tarea suya apasionarlos, compartir con ellos las experiencias de sus viajes, sus conocimientos sobre las grandes obras maestras de siglos anteriores. Los transportará desde el ambiente cargado del aula magna de la prestigiosa Universidad de Dublín a las salas del Museo del Louvre; a que oigan el eco de sus pasos cuando los lleve a través de la catedral de Saint Denis; hasta Saint Germain des Prés y Saint Pierre de Montmartre… Aprenderán no sólo fechas y estadísticas sino el olor de los cuadros de Picasso, el tacto del mármol barroco, el repique de las campanas de la catedral de Notre-Dame. Experimentarán todo eso allí mismo, en esa clase. Lo traerá todo para ellos.

«Te están mirando fijamente, Justin. Di algo.»

Carraspea.

—Esta asignatura os enseñará a analizar las obras de arte y a comprender su importancia histórica. Os hará capaces de tener una nueva percepción del entorno al tiempo que os hará más permeables a la cultura y los ideales de otras naciones. Cubriremos un amplio espectro: historia de la pintura, la escultura y la arquitectura desde la Grecia antigua hasta los tiempos modernos; arte irlandés primitivo; los pintores del Renacimiento italiano; las grandes catedrales góticas de Europa; el esplendor arquitectónico de la época georgiana y los logros artísticos del siglo
XX
.

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