Read Rama II Online

Authors: Arthur C. Clarke y Gentry Lee

Tags: #Ciencia Ficción

Rama II (56 page)

BOOK: Rama II
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Las tres aves se elevaron unos segundos más tarde. Más y más arriba en el cielo, hasta que alcanzaron el límite dé la visión de Nicole. Luego volaron hacia el sur, a través del mar, hacia su casa.

—Buena suerte —susurró Nicole cuando partieron.

El equipo de rescate no estaba en las inmediaciones del campamento Beta. De hecho, Richard y Nicole no habían visto ningún signo de ellos durante los treinta minutos en que condujeron el todo terreno a lo largo de la costa del Mar Cilíndrico.

—Esos tipos deben de ser realmente estúpidos —gruñó Richard—. Mi mensaje estaba a plena vista en el Beta. ¿Es posible que todavía no hayan llegado allá?

—Faltan menos de tres horas para la oscuridad —respondió Nicole—. Puede que ya hayan vuelto a la
Newton
militar.

—De acuerdo, entonces al infierno con ellos —dijo Richard—. Comamos algo, y luego iremos al telesilla.

—¿No crees que deberíamos guardar algo del melón? —preguntó Nicole unos minutos más tarde, mientras comían. Richard la miró desconcertado. —Sólo por si acaso — añadió.

—¿Sólo por si acaso qué? —dijo Richard—. Aunque no encontremos a ese estúpido equipo de rescate y debamos subir todas las escaleras, estaremos fuera de aquí antes que se haga oscuro. Recuerda, volveremos a estar en ingravidez arriba en la escalera.

Nicole sonrió.

—Supongo que me he vuelto más cautelosa por naturaleza —dijo. Volvió a guardar varios trozos de melón en su mochila.

Llevaban conducidas tres cuartas partes del camino hacia el telesilla y la escalera Alfa cuando divisaron a las cuatro figuras humanas en sus trajes espaciales. Parecía como si estuvieran abandonando el conglomerado de edificios que habían sido designados como el París de Rama. Las figuras caminaban en dirección opuesta al todo terreno.

—Te dije que los tipos eran idiotas —exclamó Richard—. Ni siquiera han tenido el buen sentido de quitarse sus trajes espaciales. Debe de tratarse de un equipo especial, enviado aquí en el vehículo de repuesto sólo para encontrarnos y traernos de vuelta.

Encaminó el todo terreno a través de la Planicie Central en dirección a los humanos, Richard y Nicole empezaron a gritar simultáneamente cuando estuvieron a unos cien metros, pero los hombres en los trajes espaciales siguieron su lento avance hacia el oeste, ignorándoles.

—Probablemente no puedan oírnos —ofreció Nicole—. Llevan los cascos y deben de estar conectados a su equipo de comunicaciones.

Un frustrado Richard condujo hasta menos de cinco metros de distancia en la fila india, detuvo el todo terreno y saltó apresuradamente. Corrió con rapidez hacia el hombre que iba a la cabeza, gritando todo el camino.

—¡Eh, amigos! —gritó—. ¡Estamos aquí, detrás de ustedes! Todo lo que tienen que hacer es darse vuelta...

Se detuvo en seco cuando contempló la vacía expresión del hombre que iba adelante. Reconoció el rostro. ¡Jesús era Norton! Se estremeció involuntariamente cuando un extraño hormigueo recorrió hacia abajo su espina dorsal. Richard apenas tuvo tiempo de saltar fuera del camino de la procesión de los cuatro hombres mientras pasaban lentamente junto a él. Aturdido por la impresión estudió los otros tres rostros, ninguno de los cuales cambió de expresión mientras pasaban junto a él. Eran otros tres cosmonautas del equipo de la Rama I.

Nicole estaba a su lado sólo unos segundos después que la última figura pasara por su lado.

—¿Qué ocurre? —exclamó—. ¿Por qué no se han parado? —Toda la sangre había desaparecido del rostro de Richard. —Querido, ¿te encuentras bien?

—Son biots —murmuró Richard—. Malditos humanos biots.


¿Quééé?
—replicó Nicole, con un hilo de terror en su voz. Corrió rápidamente hacia la cabeza de la fila y contempló el rostro detrás del cristal del casco. Era definitivamente Norton. Cada rasgo de su rostro, incluso el color de los ojos y el delgado bigote, era absolutamente perfecto. Pero sus ojos no decían nada.

Los movimientos del cuerpo también, ahora que los observaba, parecían artificiales. Cada par de pasos constituía la repetición de un esquema. Sólo había ligeras variaciones de figura a figura.
Richard tiene razón,
pensó Nicole.
Son humanos biots. Deben de haber sido fabricado a partir de las imágenes, del mismo modo que la pasta dentífrica y el cepillo.
Un pánico momentáneo creció en su pecho.
Pero no necesitamos un equipo de rescate,
se dijo, calmando su ansiedad,
la nave militar está aún amarrada al otro lado del cuenco.

Richard estaba abrumado por el descubrimiento de los humanos biots. Permaneció en el todo terreno durante varios minutos, incapaz de conducir, haciéndole preguntas a Nicole y a sí mismo que ninguno de los dos podía contestar.

—¿Qué es lo que está ocurriendo aquí? —repetía una y otra vez—. ¿Todos esos biots están basados en especies reales, halladas en alguna parte del universo? ¿Y por qué son fabricados?

Antes de seguir hacia el telesilla, Richard insistió en que ambos tomaran algo de metraje vídeo de los humanos biots.

—Las aves y las octoarañas son fascinantes —dijo mientras tomaba un primer plano especial del movimiento de piernas de "Norton"—, pero este tipo los supera a todos.

Nicole le recordó que faltaban menos de dos horas para la oscuridad, y que aún podía ocurrir que tuvieran que subir a pie la Escalera de los Dioses. Satisfecho de haber grabado la extraña procesión para la posteridad, Richard se deslizó al asiento del conductor del todo terreno y se encaminó hacia la escalera Alfa.

No hubo ninguna necesidad de realizar ninguna prueba para ver si el telesilla funcionaba correctamente; estaba en marcha cuando pasaron por su lado con el todo terreno. Richard saltó fuera del vehículo y corrió hacia la cabina de control.

—Alguien está bajando —dijo, señalando hacia arriba.

—O algo —dijo lúgubremente Nicole.

La espera de cinco minutos pareció una eternidad. Al principio ni Richard ni Nicole dijeron nada. Luego, sin embargo, Richard sugirió que tal vez debieran sentarse en el todo terreno en caso de que tuvieran que escapar rápidamente.

Los dos apuntaron sus binoculares hacia el largo cable que se extendía hacía arriba, hacia el cielo.

—¡Es un hombre! —exclamó Nicole.

—¡Es el general O'Toole! —dijo Richard unos momentos más tarde.

Lo era realmente. El general Michael Ryan O'Toole, oficial norteamericano de la Fuerza Aérea, descendía por el telesilla. Estaba aún varios cientos de metros por encima de Richard y Nicole, y todavía no los había visto. Estaba atareado estudiando con sus binoculares la belleza del paisaje alienígena que lo rodeaba.

Se preparaba para abandonar definitivamente Rama cuando, mientras subía en el telesilla, divisó lo que parecían tres pájaros que volaban hacia el sur en el cielo de Rama. El general había decidido regresar para ver si podía descubrir de nuevo aquellos pájaros. No estaba preparado para el alegre recibimiento que le aguardaba cuando alcanzó el final de su trayecto.

53 - Trinidad

Cuando Richard Wakefield abandonó la
Newton
para volver al interior de Rama, el general O'Toole fue el último miembro del equipo en decirle adiós. El general aguardó pacientemente mientras los otros cosmonautas terminaban sus conversaciones con Richard.

—¿Está seguro de que desea hacer esto? —le dijo Janos Tabori a su amigo británico—. Usted sabe que el comité en pleno va a declarar Rama fuera de límites dentro de unas horas.

—Por aquel entonces —le sonrió Richard a Janos— yo ya estaré camino de Beta. Técnicamente no habré violado su orden.

—Eso es una tontería —intercaló tensamente el almirante Heilmann—. El doctor Brown y yo nos hallamos a cargo de esta misión. Los dos le hemos dicho que se quede a bordo de la
Newton
.

—Y yo les he respondido varias veces —dijo firmemente Richard— que dejé algunos artículos personales dentro de Rama y que son importantes para mí. Además, ustedes saben tan bien como yo que no tenemos absolutamente nada que hacer durante los próximos dos días. Una vez que sea tomada definitivamente la decisión de abortar la misión, todas las principales actividades previstas estarán sobre el terreno. Se nos dirá cuándo empaquetar las cosas y regresar a la Tierra.

—Le recuerdo una vez más —respondió Otto Heilmann— que considero que lo que está haciendo usted es un acto de insubordinación. Cuando regresemos a la Tierra, tengo intención de presentar...

—Ahórrese todo esto, ¿quiere, Otto? —interrumpió Richard. No había rencor en su tono. Ajustó su traje espacial y empezó a ponerse el casco. Como siempre, Francesca estaba grabando la escena en su videocámara. Había permanecido extrañamente silenciosa desde su conversación privada con Richard hacía una hora. Parecía alejada de los demás, como si su mente estuviera en algún otro sitio.

El general O'Toole se dirigió hacia Richard y le tendió la mano.

—No hemos pasado mucho tiempo juntos, Wakefield —dijo—, pero he admirado su trabajo. Buena suerte ahí dentro. No corra ningún riesgo innecesario.

Richard se sintió sorprendido por la cálida sonrisa del general. Había esperado que el oficial militar norteamericano intentara convencerlo de que abandonara su idea.

—El interior de Rama es algo magnífico, general —le contestó—. Como una combinación del Gran Cañón, los Alpes y las Pirámides, todo a la vez.

—Ya hemos perdido cuatro miembros —respondió O'Toole—. Quiero verlo de vuelta aquí sano y salvo. Dios lo bendiga.

Richard terminó de estrechar la mano del general, se puso el casco y se dirigió hacia la esclusa. Unos momentos más tarde, cuando Wakefield hubo desaparecido, el almirante Heilmann criticó el comportamiento del general O'Toole.

—Usted me ha decepcionado, Michael —dijo—. Su cálida despedida a ese joven hace pensar casi que aprueba usted realmente su acción.

O'Toole se enfrentó al almirante alemán.

—Wakefield tiene valor, Otto —dijo—. Y también convicción. No teme ni a los ramanes ni a un proceso disciplinario de la AIE. Admiro ese tipo de confianza en uno mismo.

—Tonterías —dijo Heilmann—. Wakefield no es más que un escolar arrogante y atrevido. ¿Sabe usted lo que dejó ahí dentro? Un par de esos estúpidos robots shakesperianos. Simplemente, no le gusta recibir órdenes. Desea hacer siempre su propia voluntad.

—Eso lo hace muy parecido al resto de nosotros —observó Francesca. El lugar quedó en silencio por unos instantes. —Richard es muy listo —añadió en tono muy bajo—. Probablemente tiene buenas razones que ninguno de nosotros comprende para volver al interior de Rama.

—Simplemente espero que vuelva antes que se haga oscuro de nuevo, como ha prometido —terció Janos—. No estoy seguro de poder soportar la pérdida de otro amigo.

Los cosmonautas salieron al pasillo.

—¿Dónde está el doctor Brown?. —preguntó Janos a Francesca mientras caminaba a su lado.

—Está con Yamanaka y Turgeniev. Han estado revisando los cometidos posibles de los miembros del equipo durante el viaje de vuelta a casa. Dada la escasez de efectivos, va a ser necesario que cada uno se ocupe de varias especialidades antes de partir. — Francesca se echó a reír. —Incluso me ha preguntado a mí si podía hacer de auxiliar del ingeniero de navegación. ¿Puede imaginarlo?

—No me resulta muy difícil —respondió Janos—. Probablemente usted es capaz de aprender todo lo necesario.

Heilmann y O'Toole avanzaban tras ellos también por el corredor. Cuando alcanzaron la sala que conducía a los aposentos privados del equipo, el general O'Toole se despidió.

—Sólo un momento —dijo Otto Heilmann—. Necesito hablar con usted de otra cosa. Ese maldito asunto de Wakefield casi me hizo olvidarla. ¿Puede acompañarme a mi oficina durante una hora más o menos?

—Esencialmente —dijo Otto Heilmann, señalando el criptograma sin desmodular en el monitor—, esto es un cambio importante en el procedimiento Trinidad. No es sorprendente. Ahora que sabemos mucho más sobre Rama, usted podía esperar que el desarrollo fuera algo distinto.

—Pero nunca anticipamos el utilizar las cinco armas —respondió O'Toole—. El par extra fue cargado a bordo solamente para prevenir fallas. Tanto megatonelaje puede evaporar Rama.

—Ésa es la intención —dijo Heilmann. Se reclinó en su asiento y sonrió. —Sólo entre nosotros, creo que hay mucha presión acumulándose ahí abajo. El sentimiento del general entre los altos mandos es que las capacidades de Rama fueron enormemente subvaloradas inicialmente.

—Pero, ¿por qué desean poner las dos armas más grandes en el pasadizo de trasbordo? Seguro que una bomba de un solo megatón cumpliría con el resultado deseado.

—¿Y si por alguna razón no estallara? Tiene que haber un repuesto.

—Heilmann se inclinó ansiosamente hacia delante sobre su escritorio.

—Creo que este cambio en el procedimiento define claramente la estrategia. Las dos en el extremo asegurarán que la integridad estructural del vehículo resulte absolutamente destruida... eso es esencial para garantizar que sea imposible para Rama maniobrar de nuevo después de la explosión. Las otras tres bombas estarán repartidas en el interior para asegurarnos de que ninguna parte de Rama quede a salvo. Es igualmente importante que las explosiones den como resultado un cambio de velocidad suficiente para que todas las piezas resultantes fallen en su impacto contra la Tierra.

El general O'Toole construyó una imagen mental de la gigantesca nave espacial siendo aniquilada por cinco bombas nucleares. No era una imagen agradable. En una ocasión, quince años antes, él y otros veinte miembros del Consejo de Gobiernos habían volado hasta el sur del Pacífico para contemplar la explosión de un arma de cien kilotones. El personal de ingeniería de sistemas del Consejo de Gobiernos había convencido a los líderes políticos, y a la prensa mundial, de que era necesaria un prueba nuclear "cada veinte años o algo así" para asegurarse de que las viejas armas pudieran dispararse con efectividad en una emergencia. O'Toole y su grupo observaron la demostración, ostensiblemente para averiguar todo lo posible acerca de los efectos de las armas nucleares.

El general O'Toole estaba profundamente sumido en sus pensamientos, recordando el horrorizado hormigueo en su espina dorsal ante aquella bola de fuego que se alzaba en el tranquilo cielo del Pacífico Sur. No fue consciente de que el almirante Heilmann le había hecho una pregunta.

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