Punto crítico (44 page)

Read Punto crítico Online

Authors: Michael Crichton

Tags: #Tecno-Thriller

BOOK: Punto crítico
3.79Mb size Format: txt, pdf, ePub

Jennifer se volvió hacia su equipo.

—Recoged, muchachos —ordenó—. Nos vamos a Arizona.

4:45 H
YUMA, ARIZONA
ZONA DE PRUEBAS DE LA NORTON

Al este, una fina línea roja comenzaba a dibujarse sobre las cumbres de las montañas Gila. En el intenso añil del cielo destellaban aún algunas estrellas. El aire era muy frío, tanto que Casey podía ver el vaho de su respiración. Se subió la cremallera del anorak y comenzó a dar patadas en el suelo para entrar en calor.

En la pista, las luces alumbraban el avión de fuselaje ancho de TransPacific, mientras la cuadrilla de pruebas de vuelo terminaba de instalar las videocámaras. Había hombres en las alas, alrededor de los motores, junto al tren de aterrizaje.

El equipo de
Newsline
ya había comenzado a filmar los preparativos. Malone los observaba junto a Casey.

—Caray, qué frío —dijo.

Casey entró en la estación de pruebas de vuelo, un
bungalow
bajo de estilo colonial, situado junto a la torre. Dentro había un montón de monitores, cada uno de los cuales recibía las imágenes de una cámara. La mayoría de las cámaras enfocaban piezas concretas —Casey descubrió la que enfocaba el pasador de blocaje—, de modo que la estancia tenía un aspecto técnico, industrial. No era muy acogedora.

—Este sitio no es como lo imaginaba —dijo Malone.

Casey señaló alrededor de la habitación.

—Ésa es la cabina. La cabina vista desde la espalda del piloto. Ya ve a Rawley en su asiento. La parte delantera de la cabina de pasajeros, vista desde popa. La parte delantera de la cabina, vista desde proa. El ala derecha. El ala izquierda. Ésas son las partes principales del interior.

»También tendremos el avión de control.

—¿El avión de control?

—Un caza F-14 seguirá al avión durante el vuelo, así que también contamos con sus cámaras.

Malone frunció el entrecejo.

—No sé —dijo—. Pensé que sería más… Ya sabe, más impresionante.

—Todavía estamos en tierra.

Malone estaba decepcionada.

—Esos ángulos de la cabina de pasajeros… —dijo—. ¿Quién estará allí durante el vuelo?

—Nadie.

—¿Quiere decir que los asientos estarán vacíos?

—Exactamente. Es una prueba de vuelo.

—No quedará muy bien —dijo Malone.

—Así son las pruebas de vuelo —explicó Casey—. Siempre se hacen de esta manera.

—Pero no queda bien —insistió Malone—. Las imágenes no tendrán garra. Debería haber gente en los asientos, o por lo menos en algunos. ¿No podemos poner a alguien a bordo? ¿No puedo subir yo a bordo?

Casey negó con la cabeza.

—Es un vuelo peligroso —dijo—. El avión sufrió daños en el accidente. No sabemos qué pasará.

—Oh, venga —protestó Malone—. Aquí no hay abogados. ¿Qué me dice?

Casey la miró. Era una cría estúpida que no sabía nada del mundo, que sólo estaba interesada en la imagen, que vivía para las apariencias y lo trivializaba todo. Sabía que debía negarse.

En cambio, se oyó decir.

—No se lo pasaría bien.

—¿Quiere decir que no es seguro?

—Quiero decir que no se lo pasaría bien.

—Subiré —dijo Malone, desafiando a Casey con la mirada—. ¿Y usted?

Casey podía oír a Marty Reardon diciendo: «A pesar de insistir repetidamente en que el N-22 es un avión seguro, la propia portavoz de la Norton, Casey Singleton, se negó a subir a bordo del avión durante la prueba de vuelo. Adujo que la razón para no subir era…»

¿Cuál?

Casey no tenía una respuesta, al menos una respuesta adecuada para la televisión. Ninguna respuesta convincente. Súbitamente se sintió furiosa por la forma en que la televisión había alterado su vida: los días de tensión, los esfuerzos para resolver el incidente, para mantener las apariencias ante las cámaras, para asegurarse de que no decía una sola frase que pudiera sacarse de contexto.

Sabía perfectamente qué pasaría. Malone había visto la cinta de vídeo, pero no parecía entender que las imágenes eran reales.

—De acuerdo —dijo Casey—. Subamos.

Las dos mujeres se dirigieron al avión.

5:05 H
A BORDO DEL 545 DE TRANSPACIFIC

Jennifer tembló. En el interior del avión hacía frío, y las luces fluorescentes, las filas de asientos vacíos, los largos pasillos, daban un aspecto aún más frío al conjunto. Se quedó ligeramente impresionada cuando reconoció algunos de los daños que había visto en la cinta de vídeo. Allí era donde había ocurrido todo, pensó. Ése era el avión. Todavía había rastros de sangre en el techo y compartimientos de equipaje destrozados. Para colmo, habían retirado los paneles de plástico contiguos a las ventanillas, así que podía ver el material aislante plateado, los haces de cables. De repente comprendió que se encontraba dentro en una enorme máquina metálica, y se preguntó si habría cometido un error. Pero Singleton ya le señalaba un asiento en la parte central de la cabina de pasajeros, frente a una de las cámaras.

Jennifer se sentó junto a Singleton y dejó que un técnico de la Norton, vestido con un mono, le pusiera un arnés de seguridad. Era similar al que usaban las azafatas en los vuelos regulares. Dos tiras de lona verde cruzaban los hombros y se unían a la cintura. Luego, otra tira de lona gruesa pasaba por encima de sus muslos. Las tiras se fijaban al asiento con pesadas hebillas de metal. La cosa parecía ir en serio.

El hombre del mono tensó las correas con todas sus fuerzas.

—Dios —dijo Jennifer—. ¿Es necesario que esté tan apretado?

—Tiene que estar lo más apretado posible, señora —respondió el hombre—. Si puede respirar, es que está flojo. ¿Ve cómo lo tiene ahora?

—Sí —respondió.

—Bien. Asegúrese de que esté igual de apretado cuando vuelva a ponérselo. Ahora bien, este gancho es para quitárselo… —Le enseñó a hacerlo—. Ahora tire de él.

—¿Por qué debo aprender a…?

—Por si se presenta una emergencia. Tire, por favor.

Jennifer tiró de un gancho. Las correas se soltaron, la tensión disminuyó.

—Ahora, si no le importa, vuelva a ponérselo.

Jennifer se puso el arnés tal como el hombre había hecho antes. No era difícil. Esa gente hacía una montaña de un grano de arena.

—Ahora ajústelo, por favor, señora.

Jennifer tiró de las correas.

—Ajústelo más.

—Si lo necesito más apretado, lo ajustaré —dijo.

—Señora, cuando se dé cuenta de que está flojo, será demasiado tarde. Hágalo, por favor.

A su lado, Singleton se puso el arnés tranquilamente y tiró con todas sus fuerzas. Las correas se hundieron en sus muslos, tiraron de sus hombros hacia atrás. Singleton suspiró y se apoyó contra el respaldo.

—Creo que están preparadas, señoras —anunció el hombre—. Que tengan un vuelo agradable.

Se volvió y cruzó la puerta. El piloto, ese tal Rawley, salió de la cabina de mando sacudiendo la cabeza.

—Señoras, les ruego encarecidamente que no sigan adelante con su plan. —Miraba principalmente a Casey y parecía enfadado con ella.

—Tú pilota el avión, Teddy —dijo Singleton.

—¿Es tu última palabra?

—Última y definitiva.

El piloto desapareció. Se oyó un chasquido en el intercomunicador.

—Preparado para cerrar puertas.

Las puertas se cerraron.
Zamp, zamp
. El aire seguía frío y Jennifer tembló debajo del arnés.

Miró por encima del hombro a los asientos vacíos. Luego se giró hacia Singleton.

Pero Singleton tenía la vista fija al frente.

Jennifer oyó el zumbido de los motores, primero grave y sordo, luego más agudo. El intercomunicador volvió a emitir un chasquido y oyó que el piloto decía:

—Torre, éste es Norton cero uno, solicito permiso para prueba de vuelo.

Clic.

—Roger, cero uno, rodaje por pista dos izquierda punto de contacto seis.

Clic.

—Roger, torre.

El avión comenzó a avanzar. Jennifer miró por la ventanilla y vio que estaba amaneciendo. Después de unos instantes, el avión se detuvo.

—¿Qué hacen? —preguntó Jennifer.

—Pesan el avión —dijo—. Lo hacen antes y después para garantizar que simulamos las condiciones de vuelo.

—¿En una especie de báscula?

—Sí, construida debajo del cemento.

Clic.

—Teddy, necesito… hummm… unos sesenta centímetros más de morro.

Clic.

—Un momento.

El rugido de los motores subió de volumen. Jennifer notó que el avión avanzaba muy lentamente. Luego se detuvo otra vez.

Clic.

—Gracias. Peso total cincuenta y siete dos siete y el centro de gravedad está al treinta y dos por ciento de la cuerda media del avión.

Clic.

—Adiós, muchachos.

Clic.

—Torre, aquí cero uno, solicito permiso para despegar.

Clic.

—Pista tres libre, punto de contacto seis tres fuera de la pista.

Clic.

—Roger.

El avión comenzó a avanzar y el gemido de los motores se convirtió en un rugido sordo. Éste aumentó gradualmente de volumen hasta que sonó más fuerte que cualquier motor que Jennifer hubiera oído en su vida. Sintió las sacudidas de las ruedas sobre las grietas de la pista, y de repente comenzaron a subir. El avión ascendió y Jennifer vio el cielo azul por las ventanillas. Ya estaban en el aire.

Clic.

—Muy bien señoras, volaremos a una altitud de tres siete cero, es decir, treinta y siete mil pies. Durante este paseo, daremos vueltas en círculo entre la estación de Yuma y Carstairs, Nevada. ¿Todos cómodos? Si miran a la izquierda, verán acercarse al avión de control.

Jennifer miró y vio un caza gris metalizado, brillando a la luz del amanecer. Estaba muy cerca del avión, lo bastante para ver al piloto saludando con la mano. Pero pronto lo dejaron atrás.

Clic.

—Supongo que no tendrán más oportunidades de verlo, pues volará detrás y por encima de nosotros, fuera de nuestra estela, que es el sitio más seguro. Ahora mismo estamos a doce mil pies y subiendo. Trague saliva, señora Malone, porque no ascenderemos como los aviones de transporte.

Jennifer tragó saliva y oyó una detonación seca en los oídos.

—¿Por qué vamos tan deprisa? —preguntó.

—Quiere subir rápidamente para enfriar el avión.

—¿Enfriarlo?

—A treinta y siete mil pies, la temperatura del aire es de menos cincuenta. Ahora el aparato está más caliente, y las piezas tardarán períodos diferentes en enfriarse, pero en un vuelo largo, como el de TransPacific, todas las piezas del avión alcanzan esa temperatura. Una de las dudas de la CEI es si el cableado se comporta de manera diferente con el frío. Así que antes que nada debemos alcanzar la altitud necesaria para enfriar el avión. Luego comenzaremos la prueba de vuelo.

—¿Cuánto tiempo tardará? —preguntó Jennifer.

—El enfriamiento del avión suele llevar unas dos horas —respondió Casey.

—¿Tenemos que permanecer sentadas durante dos horas?

Singleton la miró.

—Usted ha querido venir.

—¿Quiere decir que pasaremos dos horas sin hacer nada?

Clic.

—Bueno, procuraremos entretenerla, señorita Malone —dijo el piloto—. Estamos a veintidós mil pies y subiendo. Dentro de unos minutos alcanzaremos la altitud de crucero. Volamos a dos ochenta y siete nudos y nos estabilizaremos en tres cuarenta, es decir, 0.8 Mach; o sea, al ochenta por ciento de la velocidad del sonido. Esta es la velocidad de crucero habitual en un reactor comercial. ¿Están cómodas?

—¿Puede oírnos? —preguntó Jennifer.

—Puedo oírlas y verlas. Y si mira a la derecha, usted también me verá a mí.

Se encendió un monitor delante de las dos mujeres. Jennifer vio el hombro del piloto, su cabeza, los mandos de control, una luz brillante al otro lado de las ventanillas.

Volaban lo bastante alto para que la luz entrara a raudales por las ventanillas. Pero el interior de la nave permanecía frío. Jennifer no podía ver el paisaje, pues estaban sentadas en los asientos centrales.

Miró a Singleton.

La ejecutiva le sonrió.

Clic.

—Bien, estamos a una altitud de tres siete cero. Sin efecto Doppler, sin turbulencias; es decir, un día espléndido. Señoras, ¿quieren desabrocharse los arneses y venir a la cabina de mando?

¿Qué?, pensó Jennifer. Pero Singleton ya se estaba desabrochando las correas.

—Creí que no podíamos levantarnos.

—En este momento no hay problema —aseguró Singleton. Jennifer se quitó el arnés y siguió a Singleton por la cabina de primera clase, en dirección a la cabina de mando. Sentía una ligera vibración bajo sus pies, pero el avión permanecía estable. La puerta de la cabina de mando estaba abierta. Vio a Rawley con un segundo hombre que nadie le había presentado y un tercero que revisaba los instrumentos. Jennifer y Singleton se detuvieron junto a la puerta de la cabina y miraron al interior.

—Veamos, señorita Malone —dijo Rawley—. Ustedes entrevistaron al señor Barker, ¿verdad?

—Sí.

—¿Y a qué atribuyó él el accidente?

—Dijo que los
slats
se habían extendido.

—Vaya, vaya. Bien, le ruego que mire con atención. Ésta es la palanca de
flaps
y
slats
. Estamos a velocidad y altitud de crucero. Ahora voy a extender los
slats
.

Other books

Tracks by Robyn Davidson
On the Wealth of Nations by P.J. O'Rourke
F*ck Feelings by Michael Bennett, MD
Almost Amish by Cushman, Kathryn
Highland Fling by Shelli Stevens
The Last Place God Made by Jack Higgins
Iron (The Warding Book 1) by Robin L. Cole