Psicokillers (22 page)

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Authors: Juan Antonio Cebrián

Tags: #Histórico

BOOK: Psicokillers
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La policía intentaba por todos los medios dar con el culpable. En los archivos Andrei Romanovich figuraba como sospechoso número 9 sobre un total de 26.500; sin embargo, no existía nada que lo pudiera relacionar con los crímenes cometidos, solo esa ocasional detención en el mercado central donde descubrieron que en su maletín portaba un bote de vaselina, una cuerda y un cuchillo, era raro, pero no vinculante. El encuentro con la policía llenó de temor a la Bestia, durante dos años solo fue capaz de asesinar a dos personas, pero finalizando la década de los ochenta reanudó con mayor virulencia, esta vez, su terrorífica orgía de sexo y vísceras.

Por cierto, hay que decir que los intestinos humanos le gustaban mucho, más que cualquier otra parte de la anatomía, —mordisquear úteros estaba muy bien, pero un buen intestino grueso, eso sí que era un manjar—. Mientras tanto su mujer e hijos permanecían ajenos a los gustos culinarios del cabeza de familia.

En marzo de 1989 cortó la cabeza y piernas de Tanya Ryzhova, llevó los restos en un trineo por las calles de Rostov hasta la estación ferroviaria, uno de sus escenarios de actuación favoritos. Una vez allí embutió las cañerías con los menudillos y trozos de la joven y huyó a toda prisa.

La policía decidió escoger aquella estación como referencia en el caso de la Bestia, ya que se habían encontrado numerosos restos humanos en los alrededores de vías y andenes. Como si se tratase de una película más de 600 agentes masculinos y femeninos se disfrazaron para no levantar las sospechas del criminal. Unos se vistieron con uniformes pertenecientes a diferentes oficios ferroviarios, taquilleros, factores, obreros. Algunas mujeres policías se adornaron y actuaron como las prostitutas de la zona, otros cogieron la botella de vodka y unos harapos para pasar inadvertidos como simples vagabundos. Parecía una auténtica representación teatral, cientos de ojos mirando por si la Bestia se dejaba caer por allí, pero durante meses los resultados fueron infructuosos. El mayor criminal de la Rusia contemporánea parecía haberse esfumado, no existían pruebas que lo pudiesen identificar y culpabilizar, nada hasta que una simple casualidad quiso que se cruzasen Andrei Romanovich y un modesto sargento de la policía local llamado Igor Rybakov. Sucedió el 6 de noviembre de 1990, en un lugar llamado Donlesjoz.

Chikatilo es escoltado por la policía rusa.

En esta vieja foto, puede verse a Chikatilo durante la reconstrucción de uno de sus crímenes.

En aquella mañana gélida, el suboficial se encontraba realizando una patrulla rutinaria por las inmediaciones de un bosquecillo próximo a la estación. Rybakov acababa de encenderse un cigarrillo cuando se percató de la presencia de un hombre trajeado y con corbata que salía de la zona boscosa con evidentes signos de nerviosismo y algo manchado por el barro. El veterano policía observó con curiosidad como el individuo se lavaba las manos en una fuente cercana, y con la intuición del sabueso, lo paró para pedirle la documentación. Tras examinar los papeles realizó un pequeño informe donde anotó la incidencia y el nombre de aquella persona: Andrei Romanovich.

A los pocos días en otra inspección rutinaria de aquel bosquecillo se encontró el cuerpo horriblemente mutilado de la joven Sveta Korostik, de inmediato el sargento Igor Rybakov recordó su encuentro con aquel extraño personaje y el nombre del mismo. Chikatilo había sido descubierto, la bestia de Rostov por fin tenía cara. El 20 de noviembre de 1990 fue detenido en su propio domicilio.

Para el juicio Chikatilo se rapó el pelo a cero. Todas las sesiones, en las cuales era encerrado en una jaula de acero rodeada de policías, fueron seguidas con sumo interés por todo Rusia.

Al principio Romanovich lo negó todo, pero tengamos en cuenta que los métodos de la policía rusa no deben ser muy ortodoxos y al cabo de unos pocos días Chikatilo cantó en todos los idiomas posibles. Las luces intensas arropadas por preguntas pertinaces, terminaron por desmoronar el espíritu combativo de la Bestia. Primero dijo que era adicto a las revistas pornográficas, luego afirmó que los mendigos eran escoria a la que había que eliminar. Finalmente, confesó cincuenta y tres asesinatos. Durante días orientó a la policía sobre los lugares y métodos elegidos para sus salvajes crímenes. En el fondo confiaba en ser respetado como cobaya humana digna de ser investigada por la ciencia, llegó incluso a ofrecerse con ese fin, pidiendo que se le diera una pensión y una vivienda a cambio de ser estudiado por los científicos. Hay que decir que no fueron pocas las universidades que se interesaron por él, incluso una institución japonesa llegó a ofrecer mucho dinero por su cerebro psicópata.

Una de las escasas fotos de Chikatilo en su jaula durante uno de los juicios.

Chikatilo era una atracción de feria, su juicio fue seguido por miles de personas, se rapó el pelo al cero para asistir a las sesiones. En la sala lo encerraban en una jaula de metal que quedaba custodiada por una cuerda de policías y soldados. En una ocasión se despojó de su ropa y comenzó a proferir alaridos mientras meneaba su pequeño pene. Con esta parafernalia lo único que pretendía era que lo considerasen un demente, pero no fue así. Los informes psiquiátricos confirmaron que Chikatilo siempre fue consciente de sus actos.

Imagen de Chikatilo en su celda mientras esperaba la sentencia final del juico. En junio de 1993, en una entrevista dijo al periodista: “Dele recuerdos a mis amigos, a mis colegas, a todos los que conocí. Dígales que lo siento, que lo siento mucho…

El 15 de octubre de 1992 Andrei Romanovich fue condenado a muerte. Mientras esperaba la pena capital, que por cierto, en Rusia nunca tiene fecha fija, puede ser en cualquier momento, concedió una curiosa entrevista en junio de 1993 que a parte de no aclarar mucho sobre lo que había hecho, terminó con unas desconcertantes palabras: “Dele recuerdos a mis amigos, mis colegas, a todos los que conocí. Dígales que lo siento, que lo siento mucho…”

El 14 de febrero de 1994 fue fusilado cumpliendo con la pena capital impuesta, los ejecutores dispararon con suma precisión a fin de evitar cualquier daño en el cerebelo de la Bestia de Rostov, una pieza codiciada por diferentes institutos psiquiátricos rusos. El mismo Chikatilo advirtió a los hombres de ciencia: “Mi cerebro tiene dos partes, una de ellas me anima a matar, la otra no, no debe ser muy difícil para ustedes saber cuál es cuál”. Un año después de su ejecución alcanzó fama mundial gracias a la película
Ciudadano X
que contaba su patética historia.

Apéndice

LOS OTROS

No sería justo que terminase este libro, basado en la serie radiofónica Pasajes del Terror, sin mencionar a otros célebres psicokillers que protagonizaron algún capítulo de esta colección emitida en Onda Cero Radio.

Lo cierto es que los treinta y tres capítulos no tienen desperdicio. Uno de ellos, el dedicado a Jeffrey Dahmer el carnicero de Milwakee, tuvo que ser doble por la cantidad de barbaridades cometidas por este espécimen. También dos episodios se basaron en asesinas españolas; sin embargo, en este libro no he considerado oportuno incluirlas dado el cariz internacional del mismo y que estos casos hispanos se encuentran profusamente documentados en otras obras del género.

Por tanto la selección final abarca treinta expedientes: quince que usted ya ha leído y otros tantos que ofrezco en forma de escueta ficha a fin de que queden reflejados todos los que fueron.

Para terminar, deseo expresar mi más profundo agradecimiento a Lorenzo Fernández Bueno, amigo de muchos años.

Adolf Louis Luetgart

Estados Unidos de América, (1845 - 1899)

Número de víctimas: 1

Extracto de la confesión:
“Soy inocente, mi mujer me abandonó, y no sé nada más… En cuanto a lo de la sosa cáustica sencillamente necesitaba mucho detergente para limpiar mi fábrica de salchichas”.

Luetgart era un reconocido fabricante de salchichas en la ciudad de Chicago. Mujeriego empedernido, juerguista y maltratador, decidió acabar con su esposa de una forma poco sutil. Tras asesinarla la pasó por la trituradora de carne para finalmente hervirla en sosa cáustica y convertirla en jabón. La opinión pública tras conocer esta historia, provocó la caída en picado de la venta de salchichas.

Fue condenado a cadena perpetua en 1897, falleciendo en la cárcel dos años más tarde, víctima de un infarto al corazón.

Samuel Herbert Dougal

Reino Unido, (1846 - 1903)

Número de víctimas: 1- 3

Extracto de la confesión:
«Conduje a Camille hasta el lugar elegido, una vez allí le pegué un tiro en la cabeza y la enterré en aquella zanja de drenaje… Fue rápido y ella no sufrió… En el fondo Camille no soportaba mis curiosas aficiones… fue lo mejor para todos».

Dougal fue un asesino que obedeció al perfil victoriano. Amante de las mujeres, sus excentricidades provocaron, a la postre, el descubrimiento del crimen de su última y enriquecida pareja. Tras solicitar en el juicio la comparecencia de todas las mujeres a las que había cortejado, fue sentenciado a morir en la horca.

Harvey Murray Glatman

Estados Unidos de América, (1926 - 1959)

Número de víctimas: 3

Extracto de la confesión:
“Sabía que esto iba a ocurrir”
(Cuando lo sentenciaron a la cámara de gas).

Glatman fue un asesino obsesionado por la belleza femenina, cuya fijación puede que viniera por su presunta fealdad. Se especializó en modelos, dada su afición a la fotografía. Durante dos años contactó con sus víctimas a través de los periódicos, asesinó a tres muchachas y violó a un número desconocido de ellas. Los especialistas diagnosticaron comportamiento sadomasoquista.

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