Profecías (7 page)

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Authors: Michel de Nostradamus

Tags: #Ciencia Ficción, Otros

BOOK: Profecías
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Procuremos explicar el simbolismo: cuando el pontífice aparezca más indi­nado o decidido a fijar su atención más en las naciones protestantes que en las católicas y se esfuerce en poner en práctica el precepto de la caridad, en­tonces los protestantes serán maltrata­dos y perseguidos (juntamente con el pontífice) por una muchedumbre de enemigos (que en este caso quizá po­demos identificar con los comunistas).

Dice la Centuria IX, en la noventa y nueve cuarteta:

Viento Aquilón hará partir la sede,

Por muros echar cenizas, cal y polvo:

Por lluvia luego que les causará más daño,

Último socorro llegar desde su frontera.

El viento de Aquilón, es decir, el que obligará al pontífice, inmediata­mente después de su elección, a dejar Roma, vendrá del Norte. Los habitan­tes de Roma defenderán su ciudad, echando desde las murallas sustancias agresivas (podría evidentemente tra­tarse de nuevas sustancias químicas, empleadas como armas defensivas), pero de poco servirán sus esfuerzos, porque el atacante, a su vez, los acome­terá con una verdadera lluvia de bom­bas que les causarán mucho más daño que el anteriormente experimentado.

Siguen unas cuartetas que explican y declaran el desconcierto general que se producirá según vayan desarrollándose los hechos.

Un personaje de gran lustre, desti­nado a ser muy pronto emperador, fin­girá someterse al pontífice para simu­lar así su apoyo en el cisma que habrá tenido lugar en el seno de la Iglesia y ayudar a algunos países del Este en su lucha contra la opresión comunista. Pero luego, la rebelión de este simula­dor y falsario causará gravísimo daño a la Iglesia y provocará enconadas luchas entre sus seguidores.

Los rojos, que podemos identificar como fuerzas enemigas del papado y de la cristiandad, se echarán sobre Roma so pretexto de que van a restablecer el pontificado (la gran Capa), esclavo de la anarquía y sometida al cisma. Entonces el estrago, la carnice­ría y la venganza serán tales que prácti­camente no habrá familia que no llore la muerte de alguno de sus miembros, y los rojos asesinarán a un purpurado (probablemente uno de los papas cis­máticos). En esta coyuntura, desde la ciudad de Roma se transmitirá un falso mensaje para comunicar otra elección papal, también falsa. Los cristianos per­derán totalmente la esperanza de ver volver al verdadero Papa y aceptarán como auténtica la versión de quienes dicen que ha muerto; se cometerá un delito en una capilla y el anti-papa su­perviviente triunfará y coronará a su autor como jefe supremo.

«La gran estrella arderá durante sie­te días»: esta frase puede interpretarse en el sentido de que una nueva arma vendrá a sembrar la destrucción y la ruina entre los hombres; y de esta nueva tempestad (que bien podría ser una guerra) nacerán dos nuevos perso­najes de gran prestigio.

Y cuando un gran pontífice logre extender sus dominios sobre nuevos territorios, entonces los pueblos del Oriente Medio reaccionarán violenta­mente.

Después de la victoria de la predica­ción de un engañamundos, estallará otra revuelta en Alemania; dos ejérci­tos se unirán en uno solo y el jefe y su hijo serán asesinados, en tanto que sobre algunas regiones italianas se aba­tirán la violencia y el terror como re­presalia.

Holocausto nuclear

Dicen las cuartetas sexta y séptima de la Centuria III:

En el templo cerrado el rayo penetrará,

Los ciudadanos extenuados en sus fuertes:

Caballos, bueyes, hombres la onda los, tocará

Con hambre, sed los más débiles armados.

Sobre las picas de los fugitivos fuego del cielo,

Conflicto próximo de los cuervos jugueteando,

Desde tierra se implora ayuda socorro del cielo,

Cuando junto a los muros estarán los combatientes.

Creemos que se trata de un arma tan extraordinariamente mortífera que po­dría pulverizar cualquier edificio por sólido que fuese (hoy construye ya el hombre refugios antiatómicos que po­drían asegurarle la supervivencia en caso de ataques con armas nucleares) y la palabra «templos» puede entenderse en sentido estrictamente religioso, o en sentido metafórico. Además, el in­fernal mecanismo profetizado por Nos­tradamus podría destruir seguramente las armas de los enemigos en fuga; lo cual produciría una trágica oleada de muerte, a la que seguiría una igual­mente trágica carestía: ésta será, dice el profeta, la única miserable arma que va a quedar a los más débiles que sobre­vivan.

La nación de la hoz creerá haber eli­minado toda resistencia contra ella, pero en realidad la satisfacción por la victoria obtenida contra todo el mun­do durará poco. Precisamente cuando se crea que todo está perdido, enton­ces, «in extremis», las naciones de Occi­dente se tomarán el más completo des­quite. Un sabio inventor descubrirá y pondrá a punto una novísima arma te­rriblé, cuyos efectos producirán indefectiblemente gran consternación y luto entre los hombres. La potencia y el radio de acción de este «dardo del cielo» serán tales que abarcarán una vastísima extensión de nuestro planeta y, por consiguiente, no habrá para los enemigos ninguna posibilidad de sal­varse.

Estando reunidos los jefes para ha­llar un remedio y una solución para prevenir o alejar el grave eligro que les amenaza, se abatirá sore ellos la nueva arma y los destruirá. En conse­cuencia, las tropas, sin sus adalides y caudillos, huirán a la desbandada y el caos político y militar desbarajustará el orden anterior de la nación de la hoz. Será como si se hubiese llevado a cabo una masiva ejecución de los jerifaltes enemigos.

En fin, contra las sectas de los rojos, es decir, contra los varios gobiernos de régimen comunista, se alinearán todas las demás naciones que se esforzarán en devolver la paz y la tranquilidad al mundo tan duramente probado a tra­vés de tantas y tan terribles guerras. Después de haber barrido el mundo con un huracán de hierro y de fuego, no habrá salvación posible para los su­pervivientes, de forma que muchos morirán por juicios sumarísimos y cuan­tos maquinaron contra la verdadera li­bertad morirán despiadadamente, a excepción de uno -escribe el gran pro­feta-, que más que cualquier otro causará al mundo lutos, desolación y ruinas.

Esta precisión tiene caracteres de es­pecial importancia, porque permite de­terminar una lógica sucesión cronológi­ca entre las cuartetas que se refieren a futuros acontecimientos, estableciendo una fundamental distinción entre las predicciones que dicen relación con el próximo conflicto (la tercera guerra mundial, de la que hemos ya hablado) y las concretan los sucesos que señala­rán el fin de los tiempos.

Este temido
Anticristo,
a quien se cita muchas veces en las cuartetas de Nostradamus y asimismo en prediccio­nes de otros varios videntes que vivie­ron en distintas épocas, escapará al merecido castigoy saltará de nuevo a la escena del mundo sólo cuando suene la tremenda hora del fin, preludio del segundo advenimiento de Cristo sobre la Tierra.

Veamos ahora los acontecimientos que seguirán a la definitiva derrota de los «Bárbaros», reconstruyéndolos a tra­vés de algunas cuartetas que transcri­bimos:

Cuanto más esté el grande en falso sueño

La inquietud vendrá a tomar reposo:

Levantad falange de oro, de azul y rojo,

Subyugar África, roerla hasta los huesos.

(CENTURIA V, CUARTETA LXIX)

Selín monarca pacificador Italia,

Reinos unidos, rey cristiano del mundo,

Muriendo querrá reposar en Tierra Santa,

Después de haber barrido del mar a los piratas.

(CENTURIA IV, CUARTETA LXXVII)

Tiempos de paz

Europa, tan duramente probada, podrá, al fin, gozar de un poco de paz. El gran monarca, que tan hábil se habrá mos­trado para conseguir la victoria sobre los enemigos de Occidente, se mos­trará también activo y eficaz en la con­solación y robustecimiento de esta paz tan difíalmente conseguida; y, gracias a su gestión, el ansia y la inquietud que habían tan vivamente atormentado a los hombres hasta llevarlos al borde de la más grave ruina cesarán y la paz do­minará en el mundo. Y añade todavía el profeta que el advenimiento de esta esperada y feliz Era no impedirá la ex­plotación de las inmensas reservas ocul­tas en el continente africano que serán aprovechadas y explotadas al máximo, para conseguir así que todas las nacio­nes reciban de ello beneficios comunes.

Nostradamus escribe aquí un nom­bre en cuyo esclarecimiento han traba­jado afanosa a inútilmente muchos sa­bios comentaristas: Selin Monarca. No sabemos quién pueda ser este esclare­cido Monarca, y son válidas aquí todas las hipótesis, ya sea que con este nom­bre haya querido indicar el vidente el lugar de origen del monarca, ya se trate de un anagrama del nombre ver­dadero. Este gran soberano (y la pala­bra «soberano» puede admitir una más amplia interpretación, sin necesidad de que se tome al pie de la letra, y así po­dría muy bien significar el lefe su­premo de una hegemonía, no necesaria­mente monárquica), conseguida ya la pacificación de Italia y unificados bajo su real mando todos los Estados, será el representante cristiano del mundo, y después de haber limpiado los mares de los últimos piratas, es decir, de los restos de la flota enemiga, supervivien­tes después de la gran errota, deseará ser enterrado en Tierra Santa, como homenaje a la tradición cristiana.

Y comenzará entonces un nuevo es­tado de cosas, una nueva ordenación social, como indican algunas cuartetas (Centuria III, cuarteta XL y Centuria X, cuarteta XL).

La guerra, maldición de los hom­bres, será finalmente sometida por la feliz unión de los Estados; su impoten­cia para estallar asegurará la paz.

Todas las naciones caerán

Pero los dulces y tranquilos años de paz verán pronto su fin, si hemos de dar crédito a lo que se dice en la cuar­teta cuarenta y seis de la Centuria II.

El primer verso dice con claridad que, después de una gran discordia entre los hombres, se aproxima otra mucho mayor todavía. Del cielo caerán bombas tan abundantes como gotas de lluvia que esparcirán mucha sangre ino­cente, y otra vez la Humanidad será azotada por crueles desventuras que causarán lutos, dolores y pestilencias irreprimibles, incluso por parte de la más avanzada ciencia médica. Esto acontecerá, precisa Nostradamus, cuan­do en el cielo, por enésima vez, aparez­can las estelas luminosas de los misiles.

Algunos comentaristas han inter­pretado esta cuarteta como si fuese una profecía cumplida ya en la Se­gunda Guerra Mundial, cuando la V 1 y la V2 alemanas surcaron el cielo de Eu­ropa y sembraron, a su paso, desola­ción, muerte y ruina. Pero si bien no faltaron durante aquella contienda vio­lentísimos episodios que afectaron a muchos inocentes y a muchos pueblos indefensos, es preciso tener en cuenta las palabras que se refieren al gran motor que renueva los siglos y la alu­sión que se hace a la epidemia, que en realidad no se declaró durante el ante­rior conflicto. La alusión al fin del mundo, la referencia al ciclo histórico en el que actualmente vivimos hace posible afirmar que este martirio de la Humanidad, aún no ha sucedido.

Al término de la predicción, el mundo, dividido en facciones y lace­rado por graves cismas, se hallará in­merso en el más negro y trágico caos.

Las mayores capitales del mundo serán destruidas.

La ciudad que se indica en la cuar­teta ochenta y cuatro de la Centu­ria III, es, indudablemente, París, cuya destrucción ha sido también vaticinada por otros videntes, entre los cuales está San Juan Bosco, quien en una carta dirigida al entonces Papa Pío IX, dice: «El Creador se dará a conocer y visitará París tres veces con la vara de su enojo». Después de haber exhortado a los parisienses a que no desprecien sus consejos, concluye el Santo de esta manera a propósito del destino que les aguarda: «Caerás, durante la tercera vi­sita, en manos extranjeras y tus enemi­gos mirarán desde lejos cómo arden tus palacios, reducidas tus moradas a un montón de ruinas y rociadas con la sangre de tus prohombres que ya no existen...».

Como puede verse, concuerdan los vaticinios, puesto que Nostradamus afirma que la ciudad de París quedará completamente desolada y sólo podrán habitarla contados supervivientes.

Se derrumbarán los edificios y la po­blación será exterminada con hierro y fuego y nadie se apiadará de los iner­mes y de los pequeños; hasta los tem­plos serán violados por la furia demo­ledora que implacablemente se abatirá sobre ellos. Y quienes se libren de las armas, morirán víctimas de la epidemia que caerá sobre la desgraciada metrópoli.

Por lo que respecta a Londres, capi­tal de la nación que poseyó en su día el más vasto de los imperios coloniales, Nostradamus predice trescientos años de dominio absoluto y de próspero co­mercio marítimo que disgustará a los portugueses. Éstos habrán de ceder a Albión el predominio y la supremacía de las Indias.

Y llegamos por fin a la profecía que se refiere, seguramente, a la ciudad de Nueva York, la «gran ciudad nueva» que sera atacada por un incendio que podría estar localizado en la zona de 40° de latitud. Esta súbita llama envol­verá totalmente la ciudad que saltará por el aire, hecha añicos; lo cual suce­derá cuando se piense someter a dura prueba a la gente del norte de Europa, probablemente los alemanes.

También Roma, la ciudad eterna, se incluye entre las ciudades que van a ser destruidas. Leemos en la cuarteta cien de la VI Centuria:

Hija de la Aurora, asilo del malsano,

Donde hasta el cielo se ve el anfiteatro:

Prodigio visto, tu mal está muy próximo,

Serás cautiva y veces más de cuatro.

Esta profecía, en la que el vidente llama a Roma «hija de la Aurora», ciu­dad que levanta hacia el cielo el anfi­teatro del coliseo, aconseja tener en cuenta los próximos desgraciados acon­tecimientos que se avecinan: la ciudad será asediada más de cuatro veces.

Para Roma, pues, el destino no es el mismo que el reservado a otras gran­des ciudades: no los hombres, sino las fuerzas de la Naturaleza, darán cuenta de ella y de su perversidad que consis­tirá muy espeaalmente en haber vio­lado las mismas leyes naturales.

Desde Sicilia, es decir, desde aquel mismo lugar donde Jasón hizo cons­truir sus naves, vendrá un espantoso y súbito diluvio del que nadie podrá es­capar. El terrible cataclismo hinchará hasta tal exceso las alborotadas aguas del mar que éstas llegarán a sumergir toda la parte meridional de la penín­sula italiana y la furia de los desatados elementos sólo se detendrá al pie de las colinas donde están los restos del tea­tro romano de Fiesole, en Toscana.

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