—¿Por qué? —dije al darme cuenta que había levantado la mano para taparme el cuello—. Eh, sí —repetí y pensé que había sonado a culpabilidad—. Solo estoy estresada. Nick… —dudé. No podía decirle que Nick había estado vendiendo información sobre mía cambio de ciertos favores. Ya era bastante embarazoso haber sido tan estúpida—. Le dije a Nick que se fuera a la mierda y estoy irritada —dije.
No es una mentira. No del todo
.
Kisten se quedó entonces callado.
—Está bien. ¿Puedo hablar con Ivy?
Aliviada, expulsé una bocanada de aire en el micro.
—Claro.
Le di el teléfono a Ivy (que se había acercado por detrás, para escuchar, es de suponer) pero ella lo cerró y me lo devolvió.
—Puede arreglárselas unos cuantos días más —dijo, después se volvió hacia el mostrador—. ¿Lo tienes todo? Se está haciendo tarde.
La tensión ribeteaba su voz. Estaba intentando esconder su mal humor, pero no le salía muy bien. Preocupada, le cogí la cesta.
—Todo salvo el polvo. Quizá tenga algo detrás del mostrador. Dios, qué cansada estoy. —Lo dije sin pensar. Ivy no dijo nada, así que puse la cesta en el mostrador mientras miraba el frasco de afrodisíaco que Ivy había puesto junto a la nébeda.
—¿Qué? —preguntó Ivy al verme mirarlo.
—Nada. ¿Por qué no pones tus cosas con las mías?
Negó con la cabeza.
—Voy a comprar también otra cosa, pero gracias.
La mujer que estaba detrás del mostrador puso el café que estaba tomando en el hornillo manchado y extendió los dedos para sacar mis cosas de la cesta.
—¿Esto es todo, señoritas? —preguntó y ocultó el recelo que le inspiraba Ivy detrás de su tono profesional.
—¿Por casualidad no tendrá polvo de reloj? —pregunté, con la sensación de que era una causa perdida.
De inmediato su voz perdió el matiz nervioso.
—¿De relojes parados? Pues claro. ¿Cuánto necesitas?
—Gracias a la Revelación —dije y me apoyé en el mostrador, mis músculos comenzaban a sentir el peso de llevar de pie demasiado tiempo—. No me apetecía tener que ir a muebles Art Van a recoger sus muestras de polvo del suelo. Solo necesito, esto, una pizca.
Pizca, toque, poquitín. Sí, unas medidas muy exactas. La magia de líneas luminosas era un asco.
La mujer le echó un vistazo a la puerta de la calle.
—Solo será un segundo —dijo, y después, con el fijador en la mano, entró en una trastienda. Me quedé mirando a Ivy.
—Se ha llevado mi fijador —dije, perpleja. Ivy se encogió de hombros.
—Quizá crea que vas a salir corriendo con él.
Pareció transcurrir una eternidad pero la mujer volvió, anunciada por sus ruidosos pasos.
—Aquí tienes —dijo, después puso con cuidado un diminuto sobre negro junto al fijador. Vi que el frasco tenía una etiqueta atada con un cordel y con una fecha de caducidad escrita. Lo cogí y noté que no pesaba lo mismo.
—Este no es el mismo frasco —comenté con suspicacia, y la mujer sonrió.
—Ese es el producto auténtico —me explicó—. Aquí arriba no hay brujas suficientes para mantener una tienda de hechizos, así que mezclo baratijas para turistas con productos reales. ¿Para qué voy a venderle un fijador auténtico a un
guiri
con michelines cuando solo lo va a poner en un estante y fingir que sabe lo que puede hacer con él?
Asentí, empezaba a darme cuenta de qué era lo que me había estado molestando tanto.
—¿Es todo falso? ¿No hay nada real?
—La mayor parte es de verdad —dijo, sus dedos llenos de anillos apretaban los botones de la caja con una firmeza rígida—. Pero no los artículos más escasos. —Miró mi montón—. Déjame ver, vas a hacer un amuleto de disfraz con magia de tierra, un hechizo de inercia de broma con magia luminosa y… —dudó un momento—. ¿Para qué diablos vas a utilizar el fijador? No suelo vender mucho de eso.
—Estoy arreglando una cosa —dije con tono reservado. Mierda, ¿y si los hombres lobo lo averiguaban? Podrían darse cuenta que iba a trasladar el poder del artefacto antes de volarlo en mil pedazos. Si le decía a la mujer que no dijera nada, seguro que lo cotilleaba por toda la ciudad—. Es para gastar una broma —añadí.
Posó los ojos de repente en Ivy y esbozó una gran sonrisa.
—No pienso abrir la boca —dijo—. ¿Es para ese guapísimo tiarrón que va con vosotras? Que los santos nos protejan, está como un tren. Me encantaría engañarlo un poquito.
Se echó a reír y yo conseguí esbozar una débil sonrisa. ¿Es que la ciudad entera conocía a Jenks? Ivy dio un paso atrás, irritada, y la mujer terminó de envolver mi vela negra en papel de regalo a juego, después lo metió todo en una bolsa de papel. Sumó todas las compras sin dejar de sonreír.
—Son 85,33 dólares, impuestos incluidos —dijo, obviamente satisfecha. Contuve un suspiro y me quité el bolso del hombro para coger la cartera. Por eso tenía una huerta para brujería, y un clan de pixies para mantenerla. La magia de línea luminosa no solo era absurda, también era muy cara si no criabas tus propios fetos de cerdos para hacer velas.
Solo esta vez
.
Ivy empujó las dos cosas y miró a la propietaria a los ojos antes de pronunciar con toda claridad:
—Ponlo en mi cuenta. Necesito noventa gramos de Special K. Grado medicinal, por favor.
Abrí un poco la boca y me puse colorada. ¿Special K? En la jerga de Cincinnati así era como llamaban al azufre; se decía que la K, por supuesto, era de Kalamack.
Pero la mujer solo vaciló un instante.
—No serás de la SI, ¿verdad? —preguntó con recelo.
—Ya no —murmuró Ivy, yo me puse roja y les di la espalda a Ivy no le parecía que tuviera nada de malo tener una droga ilegal que había mantenido a la sociedad vampírica sana e intacta durante un sinfín de años, pero que la comprara delante de mí me ponía muy nerviosa, me daban calores y mareos.
—Ivy —protesté cuando la mujer desapareció otra vez en la trastienda—. ¿La de Trent?
Ivy me lanzó una mirada de soslayo con las cejas levantadas.
—Es la única marca que compro. Y tengo que reabastecer mi alijo. Te lo has acabado todo.
—No pienso tomar más —siseé, después me erguí cuando volvió la mujer con un paquete del tamaño de la palma de su mano envuelto en cinta adhesiva.
—¿Medicinal? —dijo al ver el frasco de afrodisíaco—. Como lo guardes ahí, pequeña suertuda, serás tú la que necesite atención médica.
La cara de Ivy perdió toda expresión debido a la sorpresa y yo cogí mi bolsa del mostrador, lista para huir de allí.
—Es un frasco de afrodisíaco —dije—. No cojas cosas a menos que sepas lo que son… Alexia.
Ivy tenía un aspecto tan inocente como un cachorro recién nacido cuando dejó caer el paquete en su bolso abierto.
La mujer nos sonrió; Ivy contó trece billetes de cien dólares y se los entregó con toda tranquilidad.
Tuve que parpadear. Joder. La sustancia medicinal de Kalamack era cinco veces más cara que la variedad callejera.
—Quédate con el cambio —dijo Ivy, me cogió por un codo y me llevó a la puerta.
¿Mil doscientos dólares? ¿Me había metido mil doscientos dólares en drogas en menos de veinticuatro horas? Y eso sin contar con la contribución de Jenks.
—No me encuentro bien —dije mientras me llevaba una mano al estómago.
—Solo necesitas un poco de aire fresco.
Ivy me guió por la tienda y me cogió la bolsa. Se oyó el tintineo de la puerta y sentí una oleada de aire fresco. La calle estaba oscura y fría, a juego con mi humor. Detrás de nosotros se oyó el sonido de alguien pasando un cerrojo bien engrasado y el cartel de «cerrado» que aparecía en la puerta. Las horas de apertura que anunciaba la tienda eran de mediodía a medianoche, pero después de una venta así, te merecías irte a casa temprano.
Puse con torpeza una mano en el banco, bajo una señal azul y blanca que indicaba la parada del tranvía, y me senté. No quería arriesgarme a echar la pota en el Corvette de Kisten. Era lo único que podíamos utilizar para desplazarnos por la ciudad después de que vieran la camioneta huyendo de un accidente, y ni Ivy ni yo queríamos meternos en la furgoneta.
Mierda. Mis compañeros de piso me estaban convirtiendo en una adicta al azufre.
Ivy se inclinó con elegancia para sentarse a mi lado sin dejar ni un instante de examinar la calle.
—El grado medicinal se procesa seis veces —me explicó—, para extraer los estimulantes de endorfinas, los compuestos alucinógenos y buena parte de los estimulantes neuronales; solo se deja la anfeta que estimula el metabolismo. Técnicamente hablando, la estructura química es tan diferente que no es azufre.
—Eso no me ayuda —dije, después puse la cabeza entre las rodillas. Había un chicle pegado en la acera y le di unos golpecitos con el pie, pero lo encontré endurecido y convertido en un bulto inamovible por culpa del frío.
Inspira: uno, dos, tres. Espira: uno, dos, tres, cuatro
.
—Bueno, ¿y si no lo hubieras tomado? Estarías tirada en la cama y necesitarías la ayuda de Jenks hasta para ir al baño.
Levanté la cabeza y respiré hondo.
—Eso sí me ayuda, pero no pienso tomarlo más.
Ivy esbozó una sonrisa fugaz con los labios apretados y yo vi que su expresión se volvía tan vacía como aquella calle oscura. No quería levantarme todavía. Estaba cansada y era la primera vez que estábamos solas desde… bueno, desde el mordisco. Regresara la habitación del motel con Jenks, Jax, la gatita y Nick para hacer mis estupendos amuletos ilegales y mis maldiciones negras tenía el mismo atractivo que comer un plato de judías frías.
Una furgoneta pasó junto a nosotros, el tubo de escape escupía un humo azul que en Cincinnati al conductor le hubiera valido una multa. Tenía frío y me encogí dentro de la cazadora. Solo eran las once y media pero parecían las cuatro de la mañana.
—¿Estás bien? —preguntó Ivy, que, como era obvio, me había visto tiritar.
—Tengo frío —contesté. Me sentía como una hipocondríaca. Ivy cruzó las piernas por las rodillas.
—Lo siento —susurró.
Yo levanté la mirada y encontré su expresión perdida en las sombras de la farola que tenía detrás.
—No es culpa tuya que no me trajera el abrigo de invierno.
—Por morderte —dijo en voz muy baja. Sus ojos se posaron en mis puntos y después cayeron sobre el asfalto.
Sorprendida, me apresuré a poner mis pensamientos en orden. Creía que sería yo la que sacaría el tema. Nuestro patrón siempre había sido el mismo: Ivy hace algo que me asusta, Ivy me dice lo que hice mal, yo le prometo a Ivy no hacerlo otra vez, y no volvemos a sacar el tema. ¿Y ahora quería hablar?
—Bueno, yo no lo siento.
Ivy levantó la cabeza de golpe. La conmoción brilló en sus ojos oscuros, pura y visible.
—Dijiste por teléfono que habías estado pensando —tartamudeó—. Que ibas a tomar decisiones más inteligentes. Vas a dejar el negocio, ¿verdad? ¿En cuanto termine este trabajo?
De repente vi su depresión bajo una luz completamente nueva y estuve a punto de echarme a reír de alivio por mi malentendido.
—¡No voy a dejar el negocio! —dije—. Me refería a decisiones más inteligentes sobre en quién debo confiar. No quiero irme. Quiero intentar encontrar un equilibrio de sangre contigo.
Ivy abrió un poco la boca. Girada como estaba hacia mí, la luz de la farola se reflejó en sus dientes perfectos; después, cerró la boca de golpe.
—Sorpresa —dije con voz débil, se me había acelerado el pulso. Era lo más aterrador que había hecho en un tiempo, incluyendo espantara tres manadas de hombres lobo.
Ivy se me quedó mirando durante seis latidos enteros. Después sacudió la cabeza.
—No —dijo con firmeza y se sentó bien, con la cara al frente y envuelta en sombras—. No lo entiendes. Perdí el control. Si Jenks no hubiera interferido, te habría matado. Jenks tiene razón. Soy un peligro para toda la gente que me importa. No tienes ni idea de lo difícil que es encontrar y mantener una relación de sangre. Sobre todo si te dejo sin vincular. —S u voz era serena, pero pude captar el pánico que había en ella—. Y por Dios que no voy a vincularte a mí para hacerlo más fácil. Si lo hago, todo sería lo que yo quiero, no lo que queremos las dos.
Pensé en la advertencia de Jenks y dudé un instante pero después recordé lo que Kisten me había contado del pasado de Ivy y sentí una punzada de miedo. Pero entonces me llenó el recuerdo de sus fuertes sollozos acurrucada en el asfalto, la desesperación de sus ojos cuando Jenks dijo que destrozaba todo lo que le importaba. No, había dicho que destrozaba todo lo que amaba. Y al ver esa misma desesperación oculta en sus fieras palabras, me llenó la determinación. No podía dejar que creyera eso.
—Dijiste que necesitaba confiar en las personas adecuadas —dije en voz baja. Con el corazón disparado, dudé—. Confío en ti.
Ivy lanzó las manos al aire, exasperada, y se volvió para mirarme.
—¡Dios, Rachel, podría haberte matado! ¡De muerta, muerta! ¿Sabes lo que significa eso? ¿Muerta? ¡Yo sí!
Mi propia ira se disparó y me erguí en el asiento.
—¿Sí? Bueno… pues resulta que puedo ser un poco más inteligente —dije con tono beligerante—. Puedo aceptar la responsabilidad de mantener las cosas bajo control, ser un poco más consciente de lo que está pasando y no permitir que te pierdas… así. Lo haremos mejor la próxima vez.
—No va a haber una próxima vez. —Estoica e inconmovible, Ivy se quedó quieta como una muerta. La luz de la farola se reflejaba en su cabello corto mientras ella miraba el asfalto en sombras, iluminado de forma intermitente por las bombillas amarillas. De repente se volvió hacia mí—. Dices que quieres encontrar un equilibrio de sangre, pero te acabas de negara tomar más azufre. No puedes nadar y guardar la ropa, bruja. ¿Quieres el éxtasis de la sangre? Necesitas el azufre para seguir con vida.
¿
Ivy cree que todo esto es por el éxtasis
? Me sentí insultada al ver que me creía tan superficial, y apreté los labios.
—Aquí no se trata de que seas la señorita Buenas Sensaciones y me llenes de esa… esa euforia —dije, enfadada—. Eso puedo conseguirlo con cualquier vampiro en el paseo del río. ¡De lo que aquí se trata es que soy tu amiga!
La emoción se derramó por su rostro.
—¡Dejaste muy claro que no quieres ser ese tipo de amiga! —dijo en voz alta—. ¡Y si no lo eres, no hay forma de que yo pueda hacer esto! Intenté arreglarlo pero no puedo. ¡El único modo que tengo ahora de evitar matara la gente es si contengo el hambre con amor, maldita sea! ¡Y tú no quieres que te toque así!