—Quédate aquí —me pidió Jenks, irguiéndose para parecer aún más alto. Tenía el ceño fruncido—. Intenta que no haga ruido. Voy a ocuparme de ellos, y después nos alejaremos de aquí en coche.
Apoyé una pata en su pie para llamar la atención, y le miré suplicante. No me había gustado tenernos que separar, y no quería tener que volver a hacerlo. Cuando estábamos juntos nos iba mejor que cuando estábamos solos.
—Iré con cuidado —me prometió Jenks, volviéndose hacia el sonido de un vehículo que se acercaba—. Si ha y demasiados, ulularé como una lechuza. —Levanté mis cejas perrunas y él se rió—. Vale, gritaré.
Cuando asentí con la cabeza, se alejó poco a poco, en silencio, vestido con sus mallas negras y calzado con sus zapatillas. Miré a Nick. No llevaba zapatos, y sus pies pálidos se me antojaron muy feos.
Nick
, pensé, mientras le daba unos golpecitos con el morro.
Él se revolvió, se limpió las legañas que entorpecían su visión y bizqueó un poco.
—Eres demasiado pequeña para ser uno de ellos. Buena perra… Buena perra… —murmuró, hundiendo los dedos en mi pelo ondulado y rojo. No tenía ni idea de quién era yo. Creo que ni siquiera había reconocido a Jenks—. Buena perra… —repitió—. ¿Cómo te llamas, pequeña? ¿Cómo has acabado en esta maldita isla?
Respiré profundamente; odiaba aquello. Bajo la luz del día, más clara, Nick tenía todavía peor aspecto. Nunca había sido un hombre muy pesado, pero en la semana que, según Jax, llevaba en la isla, había pasado de ser delgado a estar desnutrido. Sus grandes manos estaban en los huesos, y su rostro estaba muy marcado. La barba le escondía los pómulos, y le hacía tener el aspecto de un vagabundo. Apestaba a sudor, a excrementos, a infección.
Al mirarle, nadie habría podido imaginar que tenía una mente tan rápida, o que me podía hacer reír con mucha facilidad, o lo mucho que me gustaba que aceptase completamente quién era yo sin necesidad de pedirle disculpas a nadie.
Era un hombre que se arriesgaba a invocara demonios y que estaba dispuesto a arriesgarlo todo por ser más inteligente que el resto del mundo.
Hasta que por accidente le convertí en mi familiar y había sufrido un ataque cuando atraje una línea luminosa a través de él. Mis ojos se cerraron durante unos instantes mientras recordaba los tres dolorosos meses en que me había estado evitando, sin querer admitir que cada vez que convocaba una línea luminosa él revivía aquel doloroso momento mentalmente… de forma que ni siquiera podía seguir en la misma ciudad que yo.
Lo siento, Nick
, pensé, apoyando el morro en su hombro y deseando poder abrazarle. El vínculo del familiar estaba roto. Tal vez podríamos volver a estar como antes. Pero una voz más inteligente que yo me preguntó: ¿
Realmente es lo que quieres
?
Alcé la cabeza y mis orejas se levantaron al oír algo que se acercaba. Caminé hasta el borde del edificio, y lancé una mirada; Jenks se había detenido. Nick se movió para acercarse, pero yo le gruñí.
—Buena chica… —dijo, pensando que estaba gruñéndole a él—. Quieta.
¿«Buena chica»? ¿«Quieta»? Mi labio se alzó para mostrar los dientes, enrabiada.
Salieron del coche dos de los cuatro hombres que había dentro, armados, llamando a los guardias de Nick. Mi pulso se aceleró cuando entraron en el edificio. Jenks y yo estábamos actuando sin tener un atisbo de plan más allá del «Quédate aquí. Yo me encargo de ellos». ¿Qué mierda de plan era ese?
Cambiando el peso de mis patas delanteras, me estaba planteando si debía hacer algo cuando Jenks salió de detrás de un árbol y se metió en el Jeep. Con dos golpes secos de su bastón, los hombres que seguían en el interior del vehículo perdieron la consciencia. Jenks le quitó la gorra al último mientras se desplomaba. Se la colocó en la cabeza y nos hizo una seña para que nos quedáramos quietos.
Se oyó un grito brotar del interior del edificio, y Nick y yo nos encogimos. Con el corazón palpitando con fuerza, observé cómo Jenks sujetaba delante de él a uno de los hombres. Se oyeron tres detonaciones en el edificio cuando los dos hombres salieron, y empezó a manar sangre del hombre lobo que Jenks sujetaba.
Jenks dejó caer a su oponente y saltó al árbol, como un mono. Las ramas se sacudieron y empezaron a llover hojas. Los dos hombres lobo armados gritaron y corrieron bajo el árbol. Empezaron a disparar contra el ramaje. Idiotas, no pensaban que podía haber alguien más.
—Pequeña… —gritó Nick cuando yo salté para ira ayudara Jenks.
Muchas gracias, Nick
, pensé cuando los dos hombres lobo se dieron la vuelta. Embestí al primero; mi único objetivo era derribarlo. Los ojos del hombre se abrieron mucho. Mostrándole mis dientes, ladré y gemí, e intenté seguir encima de él; esperaba que si su colega me disparaba le acertase a él.
Se oyó una detonación y el crujido de la madera. En un instante de distracción, el hombre lobo se me quitó de encima.
—¡Maldita loba! —gritó, mientras me apuntaba con el cañón de su arma a mi espalda, Jenks se había quedado paralizado por el pánico. El primer hombre estaba derribado a sus pies, pero Jenks estaba demasiado lejos para ayudarme. Se oyó el estallido de un trueno, y el hombre que me apuntaba dio un salto, como mi corazón. Esperé el dolor.
Pero el hombre lobo giró sobre sí mismo. Sorprendida, pude apreciar el agujero que tenía en la espalda. Mi mirada saltó a Nick, que se apoyaba en el edificio sosteniendo un arma.
—¡Nick, no! —aullé, pero él apuntó de nuevo, la cara pálida, las manos temblorosas, y disparó por segunda vez. El arma del hombre lobo cayó a un lado cuando el proyectil le alcanzó; fue un disparo mortal. El segundo disparo de Nick le había atravesado el cuello. Di un salto a un lado mientras el hombre lobo se desplomaba; se estaba ahogando, con los pulmones encharcados, en su propia sangre. Se llevó las manos a la garganta, buscando aire.
Que Dios nos ayude. Nick le ha matado
.
—¡Hijos de puta! —bramó Nick desde el suelo, donde había caído a causa del retroceso—. ¡Os mataré a todos, cabrones hijos de perra! ¡Os mataré…! —Respiró con dificultad—. Os mataré a todos… —Empezó a sollozar, a llorar.
Asustada, eché una mirada a Jenks. El pixie estaba ahora bajo el árbol, asustado y con el rostro pálido.
—Os mataré… —repitió Nick, ahora sosteniéndose sobre manos y piernas. Me acerqué lentamente hacia él. Yo era un lobo, no un hombre lobo. No me dispararía, ¿verdad?
—Buena chica —me dijo cuando le di un golpecito con el morro. Se enjugó la cara y me dio unas palmaditas en la cabeza; era un hombre destrozado. Incluso permitió que apartase el arma de su lado; noté en la lengua en amargo sabor de la pólvora—. Buena chica —murmuró de nuevo, alzándose y balanceándose hacia delante.
Aunque era evidente que Jenks no quería tocarle, le ayudó a meterse en el Jeep, donde Nick se derrumbó definitivamente. Jenks sacó sin ceremonias a los hombres lobos inconscientes y los tiró delante del vehículo, mientras yo saltaba al asiento del copiloto; traté de ignorar el hecho de que el hombre al que Nick había disparado había dejado de emitir sonidos. Jenks puso en marcha el Jeep y después de unos bandazos, mientras intentaba aprender cómo funcionaba el cambio de marchas, empezamos a descender por la carretera. Di un golpecito con el morro a la radio, y Jenks la encendió para que pudiésemos escucharla.
Jenks me echó un vistazo; el viento hacía que sus rizos saltasen hacia su espalda.
—No puede nadar —me susurró—, y solo tenemos un amuleto de calor.
—Sí que puedo nadar. —Nick se sujetaba la cabeza entre las manos, con los codos apoyados en las rodillas, intentando que el traqueteo del coche al avanzar por la descuidada carretera no le afectase.
—Tiene que haber un muelle en alguna parte —continuó Jenks, sin prestarle más atención a Nick que una sola mirada nerviosa—, aunque seguramente ya habrá gente apostada allí, esperándonos.
—Me mataré antes de dejarles que me vuelvan a capturar —afirmó Nick, creyendo que Jenks le hablaba a él—. Gracias. Gracias por sacarme de este infierno.
Jenks apretó los labios con fuerza, y su mano agarró el volante mientras pasaba a una marcha inferior y giraba en un recodo muy estrecho.
—Puedo oler la mezcla de aceite y gasolina en el sur, casi en el mismo punto por el que llegamos. Seguramente se tratará del puerto.
Nick alzó la cabeza; el viento jugueteó con el pelo lacio que le caía sobre los ojos.
—¿Estás hablando con la perra?
Evitando echarle una mirada desde debajo de su nueva gorra, Jenks siguió adelante.
—Es una loba, que te quede claro, cerebro de mierda. Por las bragas de Campanilla, me parece que eres el mayor idiota en el que jamás me haya posado.
Nick abrió los ojos como platos y se apretó contra el costado del Jeep.
—¡Jenks! —tartamudeó, cada vez más blanco—. ¿Qué te ha sucedido?
Jenks abrió la boca, pero permaneció en silencio.
Nick me miró a mí.
—Es una persona —dedujo, con una mirada asombrada—. Jenks, ¿quién es?
Yo temblé, incapaz de decir nada. Jenks agarró con más fuerza el volante, y el motor protestó cuando frenó para girar en una curva sin cambiar de marcha.
—A nadie le importas una mierda —respondió Jenks—. ¿Quién crees que es?
Nick respiró entre jadeos y se inclinó adelante, de manera que resbaló hasta acabar en el suelo del Jeep.
—¿Rachel? —preguntó. Sus pupilas se dilataron antes de desmayarse y de que su cabeza golpease el asiento.
Jenks miró rápidamente a su espalda.
—Genial. Simplemente genial. Ahora tendré que cargar con él.
Había saltado al asiento trasero para estar con Nick, preocupada por el hedor de sus infecciones y el hecho de que todavía no hubiese recobrado la consciencia. El viento que nuestra marcha generaba mientras Jenks descendía por la carretera que nos tenía que conducir hasta el supuesto puerto levantaba el pelo de mis orejas, lo que me proporcionaba una «visión» borrosa de los sonidos que nos rodeaban, pero que aumentaban la imagen que podía olfatear. Las palabras que brotaban de la radio sonaban fuertes, pesadas, y hacían que Jenks aumentase la velocidad cada vez que comentaban la muerte de Pam o la ruptura del círculo. Todavía no se le había ocurrido a nadie que habíamos robado un Jeep y que podíamos escucharles. Los lobos del comando de supervivencia habían dividido sus fuerzas para mantener su dominio sobre la isla al mismo tiempo que nos buscaban. Todo ello jugaba a nuestro favor.
Jenks se ajustó su nueva gorra de hombre lobo. Frenó un poco cuando sonó la voz de Brett. Giré las orejas hacia delante, contenta de que avanzásemos de forma más suave.
—Todos los equipos, mantened una proporción de tres a uno —estaba diciendo—. La celda está vacía. Están armados, han matado a dos. Id con cuidado. No hay rastro de su barco, así que seguramente se dirigen al muelle. Quiero una proporción de cinco a uno allí.
Jenks frenó para encaramarse sobre un montículo de hierba que había al lado de la tierra prensada. Alcé la cabeza, interrogante, y crucé una mirada preocupada con la suya. ¿Por qué se había detenido?
—Saben que nos acercamos —respondió, doblándose sobre sí mismo para señalar al mismo tiempo hacia delante y hacia el camino por el que habíamos descendido—. No puedo luchar contra tantos hombres lobo. Tendremos que nadar.
Mi corazón dio un vuelco y se me escapó un gemido. Con su rostro angular tenso, Jenks aceleró.
—No permitiré que te ahogues —me aseguró—. Tal vez podríamos encontrar un lugar en el que escondernos hasta que las cosas se calmen —añadió, aunque sabía tan bien como yo que cuanto más tiempo nos quedásemos, más posibilidades habría de que nos capturasen. Pero Nick seguía inconsciente, y la idea de tener que nadar al estilo perrito era bastante espeluznante, aunque pudiese descansar un poco en isla Round. No podía nadar tanto siendo una persona… ¿de qué me serviría siendo un lobo? Toda la situación se había ido a la mierda, pero igualmente teníamos que escapar de la isla.
—¡Silencio! ¡Silencio todo el mundo! —exclamó una voz frenética por la radio. Me incliné sobre Nick, con las orejas moviéndose a todos lados—. Al habla el faro. Tenemos un problema. ¡Se acerca una fuerza desconocida! Seis lanchas del embarcadero de Mackinac. ¡Son lobos mezclados! —continuó la voz, joven y aguda—. Con uniformes. Saben que está en peligro y vienen por ella.
¿
Ah, sí
? Por alguna razón pensé que no se trataba de un rescate, sino de una segunda facción de hombres lobo que querían aprovecharse del caos. Maldición, qué complicado era estar en la isla Mackinac.
La voz de Brett crepitó en la radio, y se me erizaron todos los pelos.
—Silencio de radio. Los líderes de búsqueda poneos en contacto con teléfonos móviles. El resto… ¡encontradlos! ¡Disparadles si es necesario! ¡No pueden hacerse con Sparagmos! —La radio empezó a emitir un siseo.
Jenks llevó el Jeep a un lado del camino.
—Despiértale —me ordenó, mientras se desabrochaba el cinturón y salía del coche—. Entramos por aquí.
Arrugué el hocico al notar el débil olor de la podredumbre que arrastraba la brisa; era el efecto del sol sobre el cadáver del ciervo. Vacilé, con los músculos tensos, y le lamía Nick una aletilla de la nariz. No sabía qué más hacer. Bueno, y eso siempre funcionaba en las pelis.
Con los pies muy separados, Jenks miró a ambos lados de la carretera, casi bizqueando bajo aquella gorra que había tomado prestada. Mi lengua había dejado una marca húmeda sobre Nick, pero aparte de eso no había ningún otro cambio. Jenks se inclinó sobre el Jeep, alzó la cabeza de Nick agarrándole por los pelos, y lo abofeteó.
Nick empezó a moverse, a gritar palabrotas, y empezó a revolverse con grandes aspavientos. Asustada, me apeé del Jeep de un salto. Mis zarpas se clavaron en la tierra del suelo y me lo quedé mirando.
Con ojos salvajes, Nick respiró entrecortadamente al darse cuenta de dónde se encontraba. Su mirada asustada se calmó y se quedó mirando fijamente a Jenks, que estaba de pie con un aspecto beligerante, las manos en las caderas y el gorro de la manada en la cabeza. Los arrendajos no paraban de trinara su alrededor, y yo deseaba que guardasen silencio.
—Iremos andando, cerebro de mierda —dijo con un tono oscuro Jenks—. Vamos. ¿Has buceado alguna vez?
Nick salió del Jeep y se tambaleó cuando sus pies descalzos tocaron la carretera de tierra prensada.