Por un puñado de hechizos (14 page)

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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

BOOK: Por un puñado de hechizos
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—¡Me he quedado dormida! —grité, al ver los platos con los restos de pizza que habían quedado sobre la mesa—. Kist —me quejé—, se suponía que no ibas a dejar que me durmiese.

Él permaneció tumbado en el sofá de terciopelo de Ivy, con el pelo alborotado y una mirada adormilada.

—Lo siento —pronunció en medio de un bostezo, sin aspecto de estar arrepintiéndose de nada.

—Maldición. Tenía que ayudara Ceri. —Ya me parecía bastante mal que Ceri estuviese realizando la pócima en mi lugar; estar durmiendo mientras lo hacía me parecía de mala educación.

Levantó un hombro, y volvió a dejarlo caer.

—Ella me dijo que te dejase dormir.

Le dediqué un suspiro exasperado, e intenté alisar las arrugas de los téjanos. Odiaba quedarme dormida vestida. Al menos me había duchado antes de cenar; había pensado que lo justo sería librarme de los rastros de olor que todavía quedasen en mí después de haber llevado su sudadera.

—¿Ceri? —la llamé, colándome en la cocina. Por el amor de Dios, si ya querría tener llena de la furgoneta de Kisten y haber emprendido ya el viaje.

Ceri estaba sentada, con los codos apoyados sobre la mesa de Ivy. Detrás de ella se encontraba la caja de pizza. Estaba casi vacía, y solo quedaba una porción, y un bote de salsa de ajo para mojar. El movimiento de su pelo bajo la brisa fresca que se colaba por la ventana era el único que se percibía. La cocina estaba mucho más limpia de lo que yo conseguía dejarla cuando efectuaba algún hechizo: los cuencos de bronce estaban colocados ordenadamente en la pila, noté la sal al pisarla, bajo los pies, y los restos de toda la parafernalia para la magia de líneas luminosas y las hierbas de la magia de tierra. En la isla central estaba abierto uno de los libros de magia demoníaca, y la vela violeta que había comprado para el último Halloween se consumía ante mi mirada. El sol de primera hora de la tarde nos proporcionaba un baño de luz que atravesaba la ventana. Más allá de las cortinas, los pixies chillaban y jugaban; estaban destruyendo el nido de las hadas del fresno con un entusiasmo salvaje. Jenks estaba sentado en la mesa, dormido, apoyado en la taza de té de Ceri.

—Ceri —la llamé. Estiré el brazo para tocarla en el hombro. Su cabeza se alzó bruscamente.

—Oh, por los inmortales, Gally —pronunció; era evidente que no estaba despierta—. ¡Disculpa! La poción está preparada. Yo me tomaré el té.

Jenks empezó a volar moviendo ruidosamente las alas. Mi atención pasó de él a ella.

—¿Ceri? —repetí, asustada. ¿Llamaba Gally a Algaliarept? La joven chica se irguió, y enterró la cara entre sus manos.

—Que Dios me ayude, Rachel —dijo, con la voz amortiguada—. Por un segundo…

Aparté la mano de su hombro. Pensaba que había vuelto al lado de Al.

—Lo siento —dije, sintiéndome mucho más culpable—. Me he quedado dormida y Kisten no me ha despertado. ¿Estás bien?

Se dio vuelta, con una sonrisa suave en su rostro. Sus ojos verdes estaban cansados, preocupados. Estaba segura de que no había descansado desde la tarde de ayer, y parecía a punto de caer.

—Estoy bien —pronunció débilmente; era evidente que no estaba bien.

—Joder, Ceri, podía haberte ayudado —dije, sentándome, avergonzada, delante de ella.

—Estoy bien —repitió con la mirada fija en la columna de humo que se alzaba desde la vela—. Jenks me ha ayudado con las plantas. Sabe muchas cosas.

Alzando las cejas, observé que Jenks se quitaba la chaqueta de jardinero.

—¿Acaso te pensabas que iba a aceptar un hechizo sin saber lo que contenía?

—¿Jenks te ha ayudado a hacerlo? —Quise que Ceri me lo ratificase. Se encogió de hombros.

—No importa quién lo haga, siempre que seas tú la que lo domine. —Su rostro pálido forzaba una sonrisa débil, mientras señalaba hacia la poción y la aguja de punción digital.

Lentamente, me levanté y me acerqué a la pócima de Jenks. El sonido del plástico protector de la aguja al romperse fue casi ensordecedor.

—Usa el dedo de Júpiter —me aconsejó Ceri—. Añadirá la fuerza de tu voluntad a la maldición.

¿
Supondría aquello alguna diferencia
?, me pregunté. Me sentía enferma por algo más que la falta de sueño mientras me pinchaba el dedo para que brotasen tres gotas de sangre. Noté que Kisten se revolvía en la sala de estar cuando cayeron, con un sonido húmedo, sobre el cuenco de los hechizos, y surgía el olor a rosa quemada. Las alas de Jenks empezaron a moverse, y yo contuve el aliento, esperando que sucediese algo. Nada. Claro, antes tenía que pronunciar las palabras mágicas.

—Hecho —anunció Ceri, desplomándose en la silla en la que estaba sentada. Mis ojos saltaron a la figura desgarbada de Kisten, que entraba en la cocina descalzo y con el pelo alborotado.

—Buenas tardes, chicas —saludó, acercándose a la caja de pizza y sirviéndose la última porción, fría, en un plato. No era el primer tío que guardaba el cepillo de dientes en mi cuarto de baño, pero era el único que lo había hecho durante tanto tiempo. Me gustaba verlo despeinado, con la camiseta arrugada, contenido, cómodo.

—¿Café? —le ofrecí, y asintió. Era evidente que no estaba funcionando a todos los niveles mientras cogía el plato de la mesa y se lo llevaba al pasillo, rascándose los primeros rastros de barba que le crecían en la barbilla.

Pegué un respingó cuando vi que empezaba a golpear la puerta de Ivy, y gritaba:

—¡Ivy! ¡En pie! ¡Toma el desayuno! Rachel está a punto de irse, y será mejor que salgas ya si quieres ver cómo cambia Jenks.

Ni café, ni tostada, ni zumo, ni flores
, pensé, mientras oía cómo alzaba la voz Ivy, enfadada, antes de que Kisten volviese a cerrar la puerta y amortiguase las quejas. Ceri parecía desconcertada, pero yo sacudí la cabeza, para darle a entender que no valía la pena que le explicase a qué se debía. Empecé a limpiar la cafetera, pero paré el chorro del agua cuando oí que Kisten cerraba la puerta del baño y empezaba a sonar la ducha.

—¿Lo hacemos, Jenks? —le pregunté, mientras pasaba la bayeta.

Con las alas teñidas de un color azul, Jenks aterrizó al lado del pequeño cuenco de pócima.

—¿Me la bebo?

—Cuando esté en tu interior —asintió Ceri—, Rachel lo invocará. No pasará nada hasta que no lo haga.

—¿Todo? —le pregunté, con los ojos abiertos—. Es como… ¡cuatro litros para un pixie!

—Siempre me bebo una cantidad similar de agua azucarada para desayunar —respondió Jenks, quitándole importancia. Yo fruncí el ceño; si bebía tanto, tendríamos que detenernos igualmente cada hora.

Mis dedos empezaron a desenrollar la bolsa del café, y el aroma oscuro a tierra me golpeó, espeso, agradable. Puse una medida en un nuevo filtro, y añadí un poquito más mientras veía que Jenks cambiaba de tema para evitar tener que beber. Al final rozó la mesa con sus botas y recogió con un vaso diminuto una pequeña medida de pócima. Se lo bebió de un trago, e hizo una mueca cuando bajó el vaso.

Puse en marcha la cafetera, y me incliné sobre la encimera, con los brazos cruzados.

—¿A qué sabe? —le pregunté, recordando la pócima que tenía en mi interior. Esperaba que no dijese que sabía a mi sangre.


Um
… —Jenks vació otra taza—. Sabe igual que el jardín en otoño, cuando hay gente que ha estado quemando hojas.

¿A hojas muertas?, pensé. Geniaaaaal.

Con el mentón bien elevado, se tragó la pócima y se volvió hacia mí.

—Por el amor de Campanilla, ¿es que te vas a quedar aquí de pie mirándome todo el rato?

Con una sonrisa, me aparté de la encimera.

—¿Te preparo un té? —le pregunté a Ceri. No quería que pareciese que seguía observando, pero tampoco quería irme. ¿Y si reaccionaba mal?

Con un movimiento casi imposible de percibir, Ceri volvió a erguirse. Parecía que mi ofrecimiento la había puesto en marcha de nuevo.

—Sí, gracias —respondió suavemente.

Volví al fregadero y llené la tetera, estremeciéndome al escuchar un pequeño de eructo de Jenks. El sonido del agua corriendo pareció revivir a Ceri, que se levantó y empezó a ordenar las cosas de la cocina.

—Puedo hacerlo yo —protesté, pero ella se fijó en que yo miraba el reloj que había encima de la pila. Mierda, se hacía tarde.

—Yo también —respondió—. Tú tienes que pasarte mucho tiempo conduciendo, y yo solo tengo que… —Miró amargamente la cocina—. No tengo nada que hacer, solo dormir. Tendría que darte las gracias. Ha sido un alivio poder preparar un conjuro tan complejo. Ha sido uno de mis mejores proyectos.

Era evidente que se sentía orgullosa. Cuando el fogón bajo la tetera se encendió, me apoyé en la encimera y miré a Jenks recitar el abecedario eructando. ¿Es que nunca acabarían los talentos de ese hombre?

—¿Cómo era ser su familiar? —acabé preguntando, vencida por la curiosidad. Ceri parecía somnolienta mientras fregaba su taza al sol que entraba por la ventana.

—Era dominante, cruel —explicó, y bajó la cabeza para observarse las diminutas manos—, pero mis orígenes me hacen única. Le encantaba presumir de mí, y por eso le gustaba que estuviese a su lado. Cuando me mostré maleable, empezó a tratarme con unos favores y unas cortesías que otros no recibían.

Recordé el aspecto abochornado que mostraba cuando le recordé el disfraz favorito de Al, el de noble inglés. Habían estado juntos durante mil años, y había incontables casos de gente cautiva que se acababa enamorando de su captor. Además, usaba ese apodo con él… Intenté cruzar una mirada con ella, pero Ceri lo evitaba.

—Vuelvo enseguida —comunicó Jenks, dándose unos golpecitos en la barriga—. Este mejunje te hace mear como un sapo.

Me encogí cuando voló pesadamente al lado de Ceri, y atravesó el agujero de la ventana. Lancé una mirada al cuenco y arqueé las cejas. Ya se había tomado la mitad.
Vaya, se lo mete entre pecho y espalda más rápido que cualquier universitario con una birra
.

—Preparaba cada día entre treinta y cincuenta pócimas —siguió explicando Ceri, agarrando un paño húmedo y limpiando la isla central de cualquier resto de sal—, además de calentarle la cama y prepararle la comida. Cada siete días, trabajaba conmigo en el laboratorio, para que yo aumentase mis conocimientos. Esta maldición… —Con los ojos distantes, rozó el cuenco, en el que quedaban los restos de la pócima—. Nos habríamos pasado juntos todo el día para hacer esta maldición; lo habríamos hecho lentamente, para que él pudiese explicarme todas las dificultades de mezclar conjuros. En aquellos días… casi me sentía bien conmigo misma.

Junté las manos ante mi pecho, y sentí un escalofrío al apreciar la melancolía en su voz. Casi parecía lamentar no seguir trabajando entre las calderas de aquel demonio. Con la mirada distante, agarró el agua hirviendo que había en los fogones y la vertió en una pequeña tetera.

Jenks volvió sin hacer ningún comentario y se sentó de nuevo ante el cuenco con su pequeño tazón. Se me erizó el pelo de la nuca; Ivy entró con un sonido de pasos suave, colocándose la camiseta dentro de los pantalones. No cruzó la mirada con nadie, pero se acercó directamente a la cafetera y sirvió dos tazas. Las últimas gotas cayeron sobre los fogones, siseantes. Alcé la vista sorprendida cuando, dubitativa, dejó una de las tazas a mi lado.

Las palabras de Kisten resonaron en mi mente mientras la miraba sentarse ante su ordenador, mientras examinaba la tensión que se le reflejaba en los hombros al apretar el botón de encendido y daba las órdenes para abrir el correo. Lo que Kisten me había dicho sobre que Ivy se apoyaba más en mí porque yo desconocía su pasado hacía que mis tripas se rebelaran. La miré, sentada en el extremo más alejado de la cocina, distante pero al mismo tiempo parte del grupo. Su rostro perfecto estaba quieto, en calma, y no se veía ningún rastro de su salvaje pasado. Me recorrió otro escalofrío al pensar en lo que podía esconderse allí debajo, que podía surgir si se lo permitía. ¿Tan malo había sido?

Ivy alzó la mirada del monitor, y sus ojos, debajo de aquel flequillo corto, se clavaron en mí. Yo bajé los míos.
Por Dios, solo van a ser unos días
.

—Gracias por el café —le dije, separando las manos y rodeando con los dedos la taza de porcelana mientras endurecía mis emociones. Tenía que irme. Nick y Jax me necesitaban. Volvería enseguida.

No dijo nada, su rostro no reflejaba ninguna emoción. En la pantalla aparecieron nuevos mensajes, uno tras otro, y ella empezó a borrar algunos.

Nerviosa, me volví hacia Ceri.

—Te estoy muy agradecida —le dije, pensando en el largo viaje al volante que me esperaba—. Si no hubiese sido por tu ayuda, ni habría intentado llevarlo a cabo. Estoy tan contenta de que no sea magia negra… —añadí. Fuese magia blanca o no, no quería que se me recordase por utilizar magia demoníaca.

Bajo su posición, a la luz del sol, Ceri se irguió.


Hmm
…. ¿Rachel? —me interrumpió, y me pareció que el corazón se me detenía. Alcé poco a poco la cabeza, la boca se me secaba. Jenks se detuvo con el tazón a medio camino de su boca. Cruzamos las miradas, y sus alas se quedaron completamente quietas.

—¿Es magia negra? —pregunté, y se me quebró la voz al final.

—Bueno, es magia demoníaca —respondió, como disculpándose—. Es toda negra. —Nos miró a Jenks ya mí, asombrada—. Creía que lo sabíais.

7.

Bebí un sorbo más, entre temblores, y busqué la encimera, para apoyarme. ¿Era magia negra? ¿Había tomado un conjuro oscuro? Esto cada vez iba a mejor.

—¿Por qué no me lo había advertido?

—¡No! —Jenks se elevó en una columna de chispas broncíneas—. ¡Olvidadlo!

—¡Ivy, olvídalo! ¡No voy a hacerlo!

Mientras Ivy amenazaba a Jenks con que si no lo hacía lo metería de espaldas en una cerradura, yo me acerqué a la mesa y me derrumbé en mi silla. Ceri era muy extraña: parecía tan inocente como Juana de Arco, pero aceptaba la magia negra con tanta facilidad como si cada dos miércoles se sentase a los pies de Lucifer y le hiciese la pedicura. ¿
Toda la magia demoníaca es negra, por eso no venada malo en ella
? Ahora que lo pienso, Juana de Arco oía en su cabeza voces que le ordenaban que matase a gente.

—Rachel…

El peso de la mano de Ceri sobre mi hombro hizo que levantase la cabeza.

—Yo,
hum
… —tartamudeé— creía que podían ser conjuros oscuros, pero como no tenías ningún problema en prepararlos… —Miré lo que quedaba de la poción de Jenks, y me pregunté si estaría bien si dejaba ya de tomarla.

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